El Reino Olvidado

Este diario es la crónica de un país olvidado, el seguimiento de su huella histórica, cultural y artística en España y en Europa.

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Lugar: Bergidum, Asturia, Spain

ex gente susarrorum

lunes, julio 24, 2006

Los corales de la brañera del lago Chao

MATÍAS DÍEZ ALONSO. Mitos y leyendas de la tierra leonesa.

Nominación de Riolago de Babia.- El topónimo es de fácil interpretación ajustándonos al pro­pio terreno. El río se aprecia de visu, con abun­dancia de caudal que vierte al Luna y su nacimiento aflora en un pequeño lago, que constituyen los ele­mentos integrantes de su topónimo, el río y el lago. Son muchos los valles y los montes que contribuyen con altas aguas a engrosar este río. El lago Bustagil y el lago Chao se llevan la palma de su nacencia pero ayudan a potenciar su caudal los regatos que bajan de los grandes valles de Fontarente, los Machadones, la peña del Cuérrabo, la Peñouta rival opuesta a Peña Ubi-ña, las vegas de la Cienfuentes, el arenoso valle de las Párdiñas y las cuestas de Turganera.

Se baja ya a los prados del Fomo, San Salvador y la Fonfría y el río se hace torrentera y rugiente hasta caer en fuerte cascada al profundo pozo de la Fervienza. Allí hay que rezar un padrenuestro y dar un nudo a una rama por el alma de un cura que se accidentó cayen­do desde el camino de La Braña al río cuando regresaba de la romería de San Bartolo.

La legendaria en Riolago.- Cerca del lago se halla la peña del Cuérrabo, donde la tradición cuenta existían las ollas de cobre llenas de monedas de oro, que un vecino sacó a flote cavando hasta con­seguir su despegue de riqueza.

La imaginación popular afirmaba que a cincuen­ta pasos de la peña del Unió, que se parece a una yegua torda, allí se encuentra la cueva que guardaba el tesoro.

El teso es apropiado para asentamiento de un castro celta con su fano religioso de culto druida y al cristianizarse la comarca, donde existían los lugares de culto pagano, se instalaron devociones cristianas; aquí se levantó la ermita de San Bartolo, con romería en agosto, cuya imagen se halla hoy en la iglesia parroquial.

Los romeros subían a la ermita y bajaban al llano de la fuente de los Perdones, donde la romería se extendía a la venta de aperos de labranza y se comprobaban los «perdones» para obsequiar galantemente a las mozas.

El lago Chao tiene su pavorosa leyenda, la de la hermosa brañera burlada por unos facinerosos que remataron su obra tirando al lago el cuerpo de la moza.Por eso en los Sanjuanes las fuentes de Babia lloran corales, en recuerdo emotivo de la niña de Riolago que sufrió la felonía de los desalmados.

jueves, julio 20, 2006

Necronomicón

Mensajes escondidos en la catedral de León. JUAN LUIS PUENTE LÓPEZ

Existe un suceso acaecido a comienzos de los años cincuenta, no publicado en ningún periódico, y que, sin embargo, salió a la luz, de forma escueta y bastante incompleta, gracias a unas cuartillas encontradas entre escombros, en el derribo de una casa cercana a la catedral. Un hombre llega en tren a León a finales de enero. Parece ser que eran las tres de la mañana y la hora tan intempestiva le obliga a coger una fonda en las cercanías de la estación. Al día siguiente, el curioso personaje, muy de mañana, se acerca a la catedral. Según investigaciones posteriores, conversó con el archivero y algún que otro canónigo sobre libros y documentos del archivo. El atardecer le sorprendió entre algunas chatarrerías y puestos de libros viejos.

Tres días después desapareció. La dueña de la fonda denuncia la ausencia y comienzan la búsqueda de la policía. Aparece un cuerpo flotando en el río Bernesga en lo que tiene toda la apariencia de ser un suicidio. Las conversaciones de la policía con las personas a las que el extraño personaje había interrogado, sume a los inspectores en el desconcierto más absoluto, no habituados, por otra parte, a semejantes pesquisas. El objetivo de la visita a León del extraño personaje era localizar un ejemplar (que parece ser custodiaba el Archivo Catedralicio) del más famoso y más buscado de los libros legendarios: el Necronomicon, el libro de los nombres muertos, del árabe demente Abdul al-Hazred, hecho realidad por el escritor norteamericano Howard Phillips Lovecraft, en su saga Los Mitos de Cthulhu. Ante la falta de papeles identificativos del viajero se archiva el caso, al no haberse encontrado explicaciones de lo ocurrido. En la maleta que permanecía en la pensión sólo se pudieron encontrar efectos personales sin ninguna importancia y varios documentos, entre ellos un plano de círculos numerados e intercomunicados por caminos. Casi veinte años después, a finales de los sesenta, se publica una nueva edición de Los mitos de Cthulhu de H.P. Lovecraft. En la introducción, un fragmento de texto en castellano antiguo, esotérico, con referencia a seres primigenios, lleva la siguiente indicación: Abdul Alhazred (Necronomicon) Según la traducción castellana (León ¿1300?) hallada en el Archivo Histórico de Simancas.

Figura 1: Portada de una edición del Necronomicon (León, ¿1498?), descubierta por Joaquín Alegre en un bazar de Estambul. Está encuadernada en piel bastante descolorida y, aunque le faltan 14 páginas, el resto está en buen estado. La traducción al castellano la hizo Pedro de Perreras, canónigo que fue reprendido por el cabildo -como consta en el Archivo Catedralicio- por dedicarse a otros oficios. Hay que hacer notar un error caligráfico en la transcripción del nombre árabe.

Figura 2: Edición inglesa del Necronomicon. Las primeras traducciones medievales del Necronomicon proceden de España. Originalmente fue escrito en árabe con el título de Al Azif, por Abdul al Hazred, un poeta loco del Yemen que vivía en Damasco, y traducido al griego como Necronomicon (Nombres muertos). León y Toledo se sitúan a la cabeza de ciudades en las que se realizaron versiones al castellano, debido quizá a los círculos cabalísticos judíos que en ellas se asentaban [Colección J.L. Puente]

martes, julio 18, 2006

El asturcón y la caballería romana

Revista Arbil nº 81. FRANCISCO D. DE OTAZU

"Las tribus Galaicas y Astures del Norte de Hispania crían una raza de caballos a los que llaman Celdones; esta raza pequeña a la que nosotros llamamos Asturcones, no trotan, sino que poseen un paso especial en el que mueven la dos patas de cada lado alternativamente..." Plinio

Las conveniencia agropecuaria ha estado a punto de eliminar razas poco rentables de animales domésticos, que han significado en nuestro pasado demasiado para que nos lo podamos permitir, aun en el caso de que tuviésemos derecho a prescindir de cualquier patrimonio genético.

Existe una amplia familia de ponis en el arco atlántico europeo. Los insulares; islandés, gotland y shetland podrían atribuirse al endemismo y a la falta de competencia de caballos grandes, pero esta explicación no basta para el connemara de Irlanda, el highland, welsh y exmoor de Gran Bretaña, el landais galo, el garrano portugués, el pottok vasco, el faco gallego y el asturcón.

Garrano viene del término celta “garrón” o “gearran”, que significa en gaelico équido fuerte y resistente. Hacia el 600 a.C., los celtas se impusieron a pobladores anteriores porque “portaban ya tanto espadas de hierro con antenas como ponis perfectamente domesticados”(1). El escocés Cossar Ewart acuñó la expresión “poni celta”, con estas características:

”Carencia de espejuelos en los miembros posteriores; cabeza pequeña, ligeramente achatada; oreja corta, grupa caida, pelo largo, abundante en todo el cuerpo y particularmente en las quijadas (por el invierno); crines en la frente y cuello largas, abundantes y crespas. De pequeña alzada”(2)

No es posible alargarse en su descripción, mucho menos en la etología. Baste decir que el arcaismo de alguno de sus rasgos responde a la necesidad; limitación alimenticia, supervivencia al invierno en libertad...Las yeguas, a diferencia de otras razas, tienen colmillos como los machos. El porqué de este atavismo se puede ver en las cicatrices que muestran estos animales en la Sierra del Pedroiru, en el occidente de Asturias, única población de ponis europea sometida a la presión de los lobos, lo que ha merecido un exhaustivo estudio de Jauregui Campos (3). Con el Sueve, se reparten los dos nucleos más puros de esta exigua, pero en recuperación, cabaña ecuestre.

Es tan proverbial como falsa la convicción de que los ponis, por el hecho de serlo, tienen mal genio y no son dóciles. Lo que ha ocurrido es que no han merecido, por razones comerciales, la atención y doma requerida, sirviendo más que como silla como juguete. Tampoco las razas más pequeñas pueden soportar a un domador corpulento. Con el asturcón y algún pariente suyo vasconavarro se han hecho tratamientos terapeúticos con niños con problemas psicológicos. Con obstáculos medianos, el asturcón responde estupéndamente en las competiciones de hípica infantil. El viejo debate sobre el árbol filogenético del caballo dista de estar cerrado.

La similitud con las pinturas rupestres no siempre es respaldada por los avances de la genética. Nos conformaremos con la “Zootecnia especial” de Aparicio, que hace descender del caballo celoide o cóncavo del Cuaternario al Tarpán, al caballo de Prezewalski y al “equus gracilis” de Edwart, generador de las jaquitas celtas del norte peninsular¨(4).

Celtismos aparte, será a través de Roma como el sufrido caballito entra en la historia. En la “Retórica ad Herennium”, hacia el 80 a. C., se dice que el animal astur de más fama es el caballo. Pequeño, era sin embargo muy duro y veloz, tan útil para el carro como para el jinete, muy apreciado por su paso portante, (ambladura). Dicho paso es llamado por Plinio, que mandó una cohorte de caballería y que fue gobernador en la península, “tolutum ire”. El militar e historiador dice; "En la misma Hispania está el pueblo galaico y astur; crian una raza de caballos (thieldones y los asturcones de menor tamaño) cuyo paso en marcha no es corriente, sino elástico debido a que extienden al mismo tiempo las patas de cada lado; de aquí que se les haya adiestrado para marchar al trote".

Antes de proseguir, dejar claro que la ambladura viene a ser como la coincidencia del paso de dos soldados, marchando uno delante del otro. Esta singularidad proporciona mayor seguridad en estrechos senderos en pendiente. Aun así, es excepcional verla espontáneamente.

Otra consideración. El “thieldon” al que se refiere Plinio. El extinto celdón asturiano, galés “cel”, escocés “sheltie”, vasco “zaldi”, (a los jinetes les sonará como una reputada marca guarnicionera). Se trata de un caballo grande, también duro y piloso, del que sólo sobrevivieron algunos machos castrados a la guerra civil. Era provervial su longevidad útil. El caballo más famoso de nuestra historia, Babieca, llamado así por su cuna en la ladera leonesa de la cordillera, Las Babias, sobrevivió a su heroico dueño con esa característica. Primo suyo debe ser el leonés-zamorano, que quizá perviva gracias a la remonta del “Almansa”. Sin embargo, para algunos autores, como el coronel del arma y director de la revista "Memorial de Caballería", (carta 29/3/1999), Antonio Bellido, el celdón sería propio de carreras de carros y nunca de silla.

Pero volvamos a nuestro poni. No hace falta especular con los rasgos del caballito ya romano. En la excavaciones de la Campa de Torres, Gijón, se encontraron 25 esqueletos. Estos tenían señales de haber sido usados para monta y tiro. Alguno fue mantenido vivo a pesar de la cojera, ¿semental o culto religioso?. Sacrificados de viejos, no por explotación cárnica.

El culto al caballo es típicamente celta. Epona era la diosa de la fertilidad, y aparece en estelas funerarias. El caballo que sobrevive a su difunto jinete es símbolo de su heroización, algún ejemplo más cercano podríamos rastrear en nuestra iconografía cinematográfica. El caballo es el psicopompo celta equivalente a la nave egipcia, el que se lleva el alma. Estrabón relata sacrificios rituales de caballos, uno de los cuales aparece en la erroneamente llamada “diadema de Ribadeo”. Las montañas del norte no debieron tener demasiado interés para el Imperio, salvo con fines defensivos de la meseta, para lo que se estableció la "Legio Gemina"en León, que le debe su nombre, hasta que, a fines del I a.C., se descubrió oro, y en cantidad como para financiar a Roma durante siglo y medio. Las “guerras cántabras” respondieron a la necesidad de completa dominación, requiriendo la presencia del mismo Octavio que las concluye en el 19 a. C. Finalizadas, son muchos los astures sirviendo en las legiones, alguno, como el signifer, abanderado, Pintaius merecerá una extraordinaria tumba en Germania. En todas los limes del Imperio hay astures destinados. En la muralla de Adriano, frontera escocesa que protegía de los pictos, habrá dos cohortes de caballería astur. El segundo de estos regimientos se llamaba “Ciliurnum”, (“cilurn” en celta es calderero), los cilúrnigos eran los astures de la citada Campa de Torres, en Gijón. Parecerá exagerado, pero está localizado el exacto acuartelamiento del Ala II astur, en la antigua Chester.

Aunque la condición de equite era estamentalmente importante en Roma, lo eran, según Polibio, los 1.200 más ricos patricios, el ejército ciudadano era básicamente de infanteria. Eso costó la mayor derrota jamás sufrida por Roma; en Cannas, la caballería celtíbera de Aníbal arrolló en los flancos a la más débil romana, decidiendo una masacre sin parangón en la historia antigua. El ejército romano estaba montado en la proporción de 1:10, el de Cartago 3:10. Así pues, la mayor proeza de Escipión no fue la batalla de Zama, si no otra más dulce, seduciendo a la princesa numida Masinissa y apartando así su formidable caballería del genial Aníbal.

La mayor parte de la caballería romana estaba formada por oriundos de territorios ocupados, sobre sus propios caballos, actuando con maniobras versátiles propias de la caballería ligera.

Los romanos tenían sillas, la más típica es la de “cuatro cuernos”, pero carecían de estribos, y montar sin estribo un caballo de gran cruz no es muy apetecible. Los jinetes pretorianos disponían de unos caballos de madera de tamaño natural, en los que se entrenaban montando y desmontando al salto una y otra vez. Más difícil era montar "a la griega"; implicaba adiestrar al caballo a agacharse, como los camellos, al subirse el jinete. El estribo es invento chino que nos debió llegar con los hunos. Así pues, pese al cine colosal de Samuel Bronston, los romanos no los tuvieron hasta “demasiado tarde”. Los caballos no se herraban. Los romanos tomaron de los celtas los pantalones, sólo hasta media pantorrilla, específicamente para montar. Curiosamente, si se utilizaron espuelas, incluso con sandalias abiertas.

Un ejemplo de estas operaciones la recoge Lion(5), fue sufrida por la infantería romana en las guerras cántabras, más tarde fue adoptada por los invasores. El “cantabricus circulus”: “Se trata de un ejercicio a realizar entre dos escuadrones armados de jabalinas. Los jinetes de ambas unidades avanzan en hilera, unos por la derecha y otros por la izquierda, en direcciones contrarias, de forma que, girando en el extremo acaben formando círculo. De una manera ordenada, cada jinete debe esforzarse en lanzar el máximo número de venablos contra el oponente que tenga enfrente”.

Esta táctica, que nos evoca a los indios de las praderas, era la más temida por la legión romana, que la sufrió también por partos y numidas.

Otra maniobra era el “cantabricus ímpetus”; una carga momentánea. (¨Adlocutio¨ de Adriano y ¨Tactica¨40.1 de Arriano).

Como el “gladio hispaniense”, espada más cortante, y por ello más apta para el encuentro singular, que la tradicional legionaria, en la tradición helena del combate cerrado, el asturcón tuvo un absoluto éxito en el ejército romano.

Con la excepción del periodo fabiano, retardatario durante la progresión de Aníbal, los romanos buscaban la batalla decisiva y no gustaban de la “guerra pequeña”. Esto tiene un coste cuando la geografía no ayuda, un ejemplo fue la desastrosa incursión en los bosques de Teutoburgo, todo un mito germano por la victoria de Arminio.

La solución fue integrar contingentes indígenas, como han hecho todos los imperios. Entre estos estuvo la caballería astur con Augusto y la dinastía julia-claudia. En los establos de Nerón habrá asturcones. Bien es verdad que la profesión de “asturconarius”, que cita Pelagonio en “Ars veteris” 27, tratante en estos caballos, debía alcanzar a cuantos tenían el paso de ambladura, siendo el asturcón, si atendemos al nombre del oficio, arquetipo indiscutible. El asturconario era el intermediario entre los lejanos criadores y la intendencia militar. Un negocio muy lucrativo si llegaba el pedido. El ejército disponía de los “prata legionis”, específicos para obtener el forraje necesario.


El lector que haya servido en una unidad de montaña, con mulas para los morteros o piezas pequeñas, sabrá de la tradicional utilidad de las sufridas mulas. Si a sus cualidades se le sumase la vivacidad del caballo, lo agradecería. Esto es el asturcón. No ha mucho he podido ver una fotografía de dos artilleros británicos en Bosnia montando parecidos ponis locales, y subiendo equipo por donde jamás lo haría una montura más elegante. Volviendo al periodo que nos ocupa, apuntar alguna curiosidad; las modernas banderas proceden de los “vexillium”, pequeños pendones de tela específicos de la caballería, la infantería usaba águilas y figuras metálicas similares. También la “spatha” del jinete sobrevivió siglos al gladio corto, y su más cómoda loriga escamada a la segmentada, en placas de “langosta” típica del legionario. El saludo marcial de la caballería era el que conocemos hoy como “saludo romano”, mientras la infantería usaba uno muy parecido al moderno militar(6).

Las unidades auxiliares tenían unos 500 jinetes cada una, a diferencia de las alas convencionales romanas, de 300, y la unidad básica era la turma, de 30. Después de la instrucción en suelo hispano, más larga que en infantería, eran destinadas al limes; Rhin, Danubio, Escocia y norte de Africa, donde hacían patrullas fronterizas y de primer escalón de intercepción ante cualquier incursión.

Sirva ahora la pervivencia de esta reliquia viva de la Naturaleza y de la Historia también como primer escalón defensivo ante la insensibilidad modernista ante lo que no parece “útil”; rentable. Si el asturcón sobrevive, y entendemos que lo hará cuando alcance los mil ejemplares en el libro-registro de la asociación de criadores, pues la endogamia de nucleos muy pequeños trae degeneración y no pureza de raza, será exponente de nuestra capacidad para preservar la tradición y de convivir en armonía con la Creación.

Notas

(1) GARCIA DORY M. A.¨Asturcón. Caballo de los astures¨1980. Caja de Asturias, p.84

(2) EWART E. HARTLEY y otros¨Enciclopedia del caballo¨1981, Blume, Barcelona

(3) JAUREGUI CAMPOS Jorge y otros¨Asturcones¨1995, Caja de Asturias pp. 96-140

(4) APARICIO SANCHEZ G. ¨Zootecnia especial. Etnología compendiada¨,1947, Córdoba

(5) LION ROZA DE AMPUDIA A.¨El caballo y su orígen¨1970, Inst. Cultural de Cantábria, santander.

(6) RANKOV Boris¨La Guardia Pretoriana¨,1995, ed. del Prado, Madrid. pp.49-52

Notas antiguas sobre los astures por orden cronológico

Los cántabros y los ástures y su guerra contra Roma. ADOLF SCHULTEN

La primera mención literaria de los Astures corresponde al año 189-179 antes de Jesucristo, pero no es auténtica: Granio Liciniano, pá­gina 8. Flemisch: "ídem ergo Ti. Gracchus, qui... depulsis egerat [in] Asturibus, genere [feroci]..., tum ivit in Hiberes". Gracco, el padre de los dos tribunos, en 180-179 combatía contra los Celtíberos, pero apenas al­canzó la región de Numancia, y mucho menos Asturia; de manera que esta noticia no merece fe. La primera mención auténtica de los Astures es la de los asturcones, los célebres caballos de Asturia, que se en­cuentra en la retórica ad Herennium (4, 50, 63), que se escribió hacia el año 80 antes de Jesucriso: "asturconi locus ante ostium suum detur". A los Astures mismos se les menciona por primera vez en tiempo de la guerra de Augusto contra ellos (29-19 a. C.), ante todo en Dión Casio, Floro, Orosio y las demás fuentes de tal guerra. Estos testimonios son muy posteriores a la guerra misma, pero vienen de Livio, que es con­temporáneo. Es contemporánea también la cita del nombre Astur en Virgilio, «Aen.», 10, 180: "... sequitur pulcherrimus Astyr, Astyr equo fidens et versicoloribus armis".
Virgilio da este nombre a uno de los Etruscos que eran aliados de Eneas, y la mención de su caballo viene quizá de la fama que gozaban en Etruria los asturcones, los caballos de Asturia. Este pulcherrimus Astyr de Virgilio se repite en Macrobio (5, 15, 4), y en Venancio Fortu­nato (7, 12, 17). Sigue el geógrafo Mela_(hacia 40, d. C.), que en 3, 13 y siguientes menciona a los Astures como vecinos de los Ártabros de Ga­licia y de los Cántabros, Plinio cita los íuga Asturum (3, 6), la gran cor­dillera cantabroastur, y el conventus Asturum con algunos de sus vein­tidós pueblos (3, 18; 3, 28), dando además otros datos (4, 111; 112, 118) y describiendo los asturcones (8, 166; 144). Petronio («Sat.», 86) habla de un asturco Macedonicus, por lo que se ve que se llamaban también asturcones los caballos de otros países, que tenían un tipo pa­recido a los de Asturia. También Séneca (Ep., 87, 10) cita a los asturco­nes. Lucano (4, 8) menciona al impiger Astur entre los auxiliares de Aframoy Petreyo en el año 49 antes de Jesucristo al lado de los Vetones y Celtíberos. Evidentemente esta mención no es auténtica, sino únicamente un adorno etnográfico, porque los Astures no eran enton­ces aliados de Roma. El adjetivo impiger se refiere a la industria en las minas de oro de Asturia, tan famosas. Silio Itálico habla del Astur avarus (1, 231), lo que también se refiere a estas minas; del latebrosis collibus Astur (5, 192), lo que alude a la guerrilla de los Astures en su guerra contra Augusto, del Astur belligern (12, 748), y del volucri Mauro pernicior Astur (15, 412), caracterizando así a los Astures como ligeros y de tipo parecido a los Bereberes. Marcial (10, 16, 3) menciona el oro de Asturia, y en otro pasaje (14, 199) los caballos asturcones. Suetonio (Vita Neronis, 46) cita a los asturcones. Floro nos ha conser­vado un extracto del relato de Livio sobre la guerra cantabroastur. En el Laterculus Veronensis del año 297 después de Jesucristo se citan los Astures como tribu de España. En los siglos IV y siguiente se halla men­ción de los Astures en los autores siguientes: Orosio, que refiere la guerra siguiendo a Livio; Claudiano, que conoce el oro de Asturia («Carm. min.», 30, 75); Macrobio («Sat.», 5, 15, 4) citando al Etrusco Astyr de Virgilio; Martianus Capella (6, 632), que hace referencia al conventus Asturum; Gran. Licinianus (págs. 8.a, 16), que menciona un asturco; y los veterinarios Pelagonio (27) y Vegecio, De mulomed. (2, 28, 37), que también citan a los asturcones. Las crónicas refieren en 456-457 después de Jesucristo la entrada del rey godo Teodorico en Asturia, dó'nde combatió a los Suevos y destrozó la capital, Astúrica: «Chron, min.», II, 28 al año 456 después de Jesucristo: "Hispanias rex Gothorum Theodoricus cum ingenti exercitu suo... ingreditur, cui cum multitudine Suevorum rex Rechiarius occurrens duodécimo de Asturicensi urbe miliario ad fluvium nomine Urbicum... superatur"; Chron. min., II, 30, al año 457 después de Jesucristo: destrucción de Astúrica por Teodorico, rey de los Godos:... unum Coviacense castrum tricésimo de Asturica miliario a Gothis diutino certamine fatigatum auxilio dei hostibus et obstitit et praevale. En «Chron. mi.», II, 35, se dice al año 468: "Suevorum, qui Asturicensis conventus quaedam loca praedates invadunt". Venancio Fortunato («Carm.», 7, 12, 17) cita al Etrusco Astyr de Virgilio, e Isidoro de Sevilla (9, 2, 112) a los Astures. Hacia 600 después de Jesucristo el rey visigodo Sisebuto venció a los Astures: "Astures enim rebellantes misso exercitu in dicionem suam reduxit. Roccones in montibus arduis undique consaeptos per duces devicit" («Chron. min.», II, 291, ed. Mommsen).

Referencias de los autores clásicos a los ástures

Notas antiguas sobre los astures por orden cronológico. Los cántabros y los ástures y su guerra contra Roma. ADOLF SCHULTEN.

"En Occidente, casi toda Hispania estaba pacificada excepto la que baña el Océano Citerior y toca a las montañas de la extremidad del Pirineo. Aquí se agitaban dos pueblos muy fuertes aún no sometidos, los cántabros y los astures". FLORO

"En el año 726 de la fundación de Roma, siendo cónsules el emperador Augusto por sexta vez y Marco Agripa por segunda vez, entendiendo que a poca cosa se reducía lo hecho en Hispania durante doscientos años si permitía que los cántabros y los astures, los dos pueblos más fuertes de Hispania, se portasen a su albedrío, abrió las puertas del templo de Jano y salió en persona con un ejército hacia Hispania". OROSIO

"Los astures, por este tiempo, descendieron con un gran ejército de sus nevadas montañas. Y no era a ciegas que aquellos bárbaros emprendían el ataque sino que, poniendo su campamento junto al río Astura, dividiendo el ejército en tres columnas, se preparaban para atacar a un mismo tiempo los tres campamentos romanos. Y hubiera habido una lucha cruenta y dudosa (...) de no ser por la traición de los brigecinos que avisaron a Carisio y éste actuó con su ejército (...) La poderosa ciudad de Lancia acogió los restos del ejército en derrota y se luchó en ella tan encarnizadamente que, cuando tomada la ciudad los soldados reclamaban que se la pegase fuego, a duras penas pudo conseguir el general que se la perdonase para que, quedando en pie, fuese mejor monumento para la victoria romana que incendiada". FLORO

"A continuación de ellos se hallan los veintidós pueblos de los ástures, divididos en augustanos y transmontanos, con Astorga, una ciudad magnífica: entre ellos están los gigurros, los pésicos, los lancienses y los zoelas . El número de hombres libres de toda esa población llega a doscientos cuarenta mil.". Historia Natural III, 28. PLINIO.

"Cydnus agit, iuga Pyrenes venatibus acer Metari iaculove extendere proelia Mauro". "Le conduce (el astur) Cydno, endurecido por la caza en la cordillera pirenaica, aumentando el combate con su jabalina gala o su dardo moro". Punica Liber Tertius, III, 338-339. SILIUS ITALICUS

"En Occidente se había pacificado casi toda España, fuera de la parte pegada a la falda del Pirineo y bañada por la parte acá del océano. Vivían allí independientes de nuestro imperio dos pueblos muy poderosos: los cántabros y los astures".
Epitomae, II, 33, 46. LUCIUS ANNAEUS FLORUS


"Callaecia sonrió con sus flores, y el hermoso Duria con sus orillas llenas de rosas. Los vellones de las ovejas totalmente teñidos de púrpura. El océano Cántabro arrojó a la playa sus perlas; ni el pálido astur se deja perder por las galerías de las minas, que vomitan en abundancia el oro ofrecido para el sagrado natalicio; y en las cavernas de los Pyrineos las ninfas fluviales leyeron presagios en las piedras de fuego". Larus Serenae, 72-82, XXVII. CLAUDIUS CLAUDIANUS

Los ástures

Referencias de los autores clásicos a los ástures.

El asturcón y la caballería romana. Revista Arbil nº 81. FRANCISCO D. DE OTAZU

Etimología de la Asturia.

Neolítico ástur.

El inicio de las manifestaciones metalúrgicas. La Edad de Cobre en territorio astur.

El Bronce Antiguo astur.

El Bronce Medio astur.

El Bronce Final astur.

El río AsturaPABLO PÉREZ GARCÍA. Revista Argutorio nº 17. Noviembre 1998

miércoles, julio 05, 2006

Asturias, León y Castilla

LOLO

martes, julio 04, 2006

Romans go home

TERE & CHAO

Una imagen...

Romans go home!. TERE & CHAO

Asturias, León y Castilla. LOLO

lunes, julio 03, 2006

Una ojeada a León desde la cartografía histórica

Diario de León 2/7/2006

MIGUEL ÁNGEL GONZÁLEZ
RICARDO CHAO

Hasta 1540, los portulanos medievales, al ser mapas diseñados para ser utilizados en la navegación marítima, mostraban sólo las áreas litorales. Los primeros tratados geográficos del Renacimiento manifiestan dos tendencias: una consistiría en la representación de las divisiones existentes en la época de Ptolomeo (s.II d.C.); la otra, coetánea a los geógrafos, muestra las coronas, reinos y principados del mapa político vigente.

En la obra clave Crónica General de España iniciada por Florián de Ocampo (Zamora, 1543) y completada tres décadas más tarde por Ambrosio de Morales (Alcalá, 1574), se dedican varios de los capítulos introductorios a tratar «la cosmografía de España», y uno específicamente a las divisiones (lo que ellos llaman «repartimientos») pro­vinciales, antiguas y actuales, de la Península. Tras mencionar las sucesivas divisiones romanas, los autores se refieren a los diferentes «pueblos y gentes españolas» actuales situándolos en el marco de los «cinco reinos principales de cristianos que en España se hicieron después que los árabes y moros africanos entraran en ella cuan­do la hallaron en poder de los Godos, a saber: el reyno de Portugal, el reyno de León, el reyno de Castilla, el reyno de Navarra y el reyno de Aragón» (ibíd., fol.XVI). A continuación, describe con relativa preci­sión, longitudes y distancias incluidas, sus límites territoriales principa­les; y nombra también, al igual que hacía Fernández de Enciso, algunos de los reinos, provincias, comarcas y señoríos englobados en ellos.

El Libro de Grandezas y Cosas Memorables de España (Sevilla, 1548) de Pedro de Medina extrae la mayor parte de sus informaciones de la Crónica de Florián de Ocampo, pero a diferencia de éste organiza la descripción de la Península en once grandes apartados, con las denominaciones y el orden siguientes: «Provincia del Andalucía; Provincia de la Lusitania y Reyno de Portugal; Provincia de Extremadura; Reynos de Castilla y León; Reyno de Galicia; Asturias, señorío de Bizcaya y provincia de Guipúzcoa; Reyno de Navarra; Reyno de Granada; Reyno de Cartagena y Reyno de Valencia; Reyno de Aragón; Principado de Cataluña; e Islas de Mallorca, Menorca e Ibiza». La portada de la edición sevillana de la obra de Medina contiene el primer mapa moderno de España impreso en la Península, en el cual apa­recen, sin expresión de sus límites territoriales, los nombres de las pro­vincias y reinos relacionados y descritos en el libro.

En las obras Regni Hispaniae post omnium editiones locupletissima descriptio de Abraham Ortelius de 1572 y en la Regni Hispaniae post omnium editiones locupletissima descriptio de Pirro Liborio de 1578 encontramos un Reino de León entre los ríos Cea y Duero aunque todavía no se muestran los límites entre los distintos territorios.

En el siglo XVII se delimitan mejor los reinos: Galicia, Asturias (de Oviedo y de Santillana), León, Extremadura, Castilla la Vieja, Castilla la Nueva, Vizcaya, Navarra, Aragón, Cataluña, Valencia, Andalucía, Granada, Murcia, Mallorca e Islas Canarias. Hasta mediados del siglo XVII el límite oriental del Reino de León llega hasta el río Pisuerga, manteniéndose el occidental en el Burbia, el septentrional en la cordillera Cantábrica y el meridional en el río Duero. La explicación de por qué se considera el Pisuerga como el límite entre León y Castilla no es bien conocido. Podría ser por tradición recogida por Pedro de Medina, el Padre Mariana en la Historia General de España de 1603 ó Esteban de Garibay en el Compendio His­torial de España de 1628. A. Melón, en «De la división de Floridablanca a la de 1833» (1958) lo explica de acuerdo a una convención de Alcalá de Henares de 1349, por la cual quedaron fijados los límites entre León y Castilla: al norte del Duero estaban señalados por el Pisuerga; y por el sur, siguiendo el Adaja hasta Ataquines. Des­pués seguían una línea quebrada, pero siempre con dirección su­doeste hasta las sierras de Béjar y Gata.

Con frecuencia encontramos al Principado de Asturias y al Reino de León representados juntos en los mapas, como en la obra Legionis Regnum et Asturian Principatus de Willem Janszoon Blaeu de 1640.

A partir de mediados del XVII y hasta finales del XVIII se mantienen todos estos límites excepto el del Sur que alcanza la Sierra de Gata. Encontramos un Reino de León extendido por el territorio de las actuales provincias de León, Zamora, Salamanca y la mitad occidental de las provincias de Valladolid y Palencia, con frontera en el río Pisuerga quedando las ciudades de Palencia en el Reino de León y de Valladolid en Castilla la Vieja. Las obras Hispaniae et Portugalliae Regna de Nicholaus Visscher de 1670 y Carte Historique et Geographique Des Royaumes D Espagne Et de Portugal Divises Selon Leurs Rouyame et Province de Henri Chatelain de 1719 son dos ejemplos.

A finales del siglo XVIII se busca racionalizar la división regional española con la provincial, por lo que se ajusta la delimitación de los antiguos reinos y principados a los de las provincias coetáneas que contienen. La división en reinos española estaba formada entonces por Galicia, Asturias, León, Extremadura, Castilla la Vieja (que incorpora la provincia de Santander), Castilla la Nueva, Provincias Vascongadas, Navarra, Aragón, Cataluña, Valencia, Andalucía (reinos de Sevilla, Córdoba y Jaén), Granada, Murcia, Islas Baleares e Islas Canarias. El Reino de León ajusta sus límites a las provincias de León, Zamora, Toro, Palencia, Valladolid y Salamanca, aunque en ocasiones se incluye también Asturias de Oviedo. Algunos ejemplos son los mapas Spain and Portugal: divided into their respective Kingdoms and Provinces from the Spanish and Portuguese Provincial Maps, de William Fadem de 1795 ó Carte d'Espagne et de Portugal en neuf feuilles, de Edme Mentelle de 1799.

En lo relativo a talleres españoles, la obra de Tomás López y Vargas (1731-1802) encuentra una gran difusión que alcanza los primeros decenios del siglo XIX, permaneciendo en el primer plano del panorama cartográfico español, sintetizada en las sucesivas edi­ciones y reimpresiones póstumas del Atlas geográfico de España (1804-1844) por sus hijos.

En representaciones como España dividida según acostum­bran los geógrafos de 1757, se muestran las regiones de Andalucía, Asturias (denominación aplicada ya solo al área del Principado), Aragón, islas Baleares (el nombre no aparece, aunque López colorea de forma unitaria el archipiélago), Castilla la Nueva, Castilla la Vieja, Cataluña, Extremadura, Granada, León, Murcia, Valencia y Vizcaya (denominación que aplica al conjun­to de las tres provincias vascongadas). En su última etapa, incluido el llamado Mapa General de España de 1802 se combina ya la identificación cromática de las unidades corográficas prin­cipales (reinos y grandes provincias) con la especificación de los nombres (y en ciertos casos de los límites) de las intendencias o provincias inclui­das en aquellas como explicamos anteriormente.

Asimismo, Antillón y Marzo (1778-1814) en su obra más conocida, los Elementos de la Geografía astronómica, natural y política de España y Portugal coincide casi totalmente con la de los mapas finales de López describiendo las unidades: Castilla la Nueva; Castilla la Vieja; Extremadura; Reinos de Córdoba, Jaén y Murcia; Reinos de Valencia y Aragón; Reinos de Sevilla y Granada; Principado de Cataluña; Islas Baleares; Reino de Navarra; Provincias Vascongadas; Principado de Asturias; Reino de León; y Reino de Galicia.

Resulta evidente que el Reino de León o región leonesa ha formado siempre parte de la división territorial española, lo cual queda evidenciado en la cartografía referida a la Península Ibérica de los siglos XVI al XX.
1 Portada del Libro de Grandezas y Cosas Memorables de España, de Pedro de Medina, 1548
2 Evolución regional según la cartografía siglos XVI-XX
3 Pirrho Ligorio, Nova descriptio Hispaniae, 1560
4 Melchiorem Tavernier, Generalis, exactissima et novissima Hispaniae descriptio, et in ea eius Regna, principatus Ducatus, Dynastiae, et alia dominia usque in hodiernum diem, 1638
5 J. Blaeu, Legionis Regnum et Asturiarum Principatus, 1640
6 Henri Abraham Chatelain, Carte historique et geographique des Royaumes D'Espagne et de Portugal Divises selon leurs Royaume et Provinces, 1705
7 Thuillier, Nouvelle carte Routière d'Espagne et de Portugal : Avec les distances des Postes, 1838
8 James Wyld, Spain & Portugal, 1844
9 Emilio Valverde y Álvarez, Mapa General de España, 1870
10 Auguste Henri Dufoir, Mapa del Reino de León y del Principado de Asturias: con las nuevas divisiones, 1837


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