El Reino Olvidado

Este diario es la crónica de un país olvidado, el seguimiento de su huella histórica, cultural y artística en España y en Europa.

Mi foto
Nombre:
Lugar: Bergidum, Asturia, Spain

ex gente susarrorum

martes, febrero 28, 2006

El gobierno de los pueblos: organización civil y administrativa

El derecho de vecindad implicaba el acatamiento de las normas, bien consuetudinarias, bien escritas: eran las Ordenanzas Concejiles mantenidas, aplicadas y cambiadas cuando era necesario, por el Concejo, para regular adecuadamente la vida del pueblo.
EJ Concejo, que seguía la tradición desde época medieval, fue la unidad jurídica y administrativa abierta y asamblearia de los pueblos. Tal como ha dicho Laureano Rubio, "estas prácticas de autogestión y participación comunitaria están directamente conectadas a la presencia y arraigo de un Derecho Consuetudinario que en sus orígenes va más allá de la Edad Media y se asienta en los Fueros altomedievales y en los conci-lium o asambleas por las que se dirigen las comunidades que las elaboran de forma consensuada y no impuesta por la fuerza..." (El sistema político concejil en la provincia de León. León, 1993).
La cuestión de los concejos es compleja y, por sí misma, tema que requiere exclusividad. Solo cabe, entonces, enunciar lo que ha representado en nuestras comunidades rurales, de modo que, para mayor abundamiento y recurriendo a Elias López Moran para una mejor definición, "el concejo entiende en todo lo que afecta al régimen, y en ocasiones, en algo que se relaciona con la vida puramente privada". Se trata, pues, de la reunión de los vecinos no solteros para tratar sobre las medidas que se debía adoptar para el buen regimiento del común. En ellos se participaba mediante el sistema de concejo abierto en el que se intervenía por turno y por edad.
La asamblea se hacía mediante tañido de campana, cuya asistencia era obligatoria y conveniente para evitar la correspondiente multa, que solía ser un azumbre de vino. Lo mismo, si se caía en descortesía durante las deliberaciones.
En un principio se actuó bajo presidencia del más anciano, y posteriormente bajo la del regidor, acompañado del teniente y de otros nombramientos como el fiel de fechos, el presero, los escusadores, etc. Esta autoridad decidía sobre los nombramientos de oficios del concejo y su retribución; sobre imposición de multas; sobre las subastas para la adjudicación de los abastos, de la taberna, de la barca, de la herrería...; hacían cumplir lo estipulado consuetudinariamente por la tradición, afectando a las facenderas, a las velandas, a los cotos, a los pastos y montes comunales, al establecimiento de las derrotas, a la visita de las murías que marcaban los límites del concejo, al control del furtivismo, a la vigilancia de hornos y piérgolas, al apotamiento de medidas, a todo lo relacionado con los cultivos, con los ganados (beceras, sementales, salidas al pasto, etc.) y a los arrendamientos de los puertos; también a cuestiones de salud, orden público y auxilio de los pobres; a las servidumbres; a los cierres y cercados; a la resolución de conflictos y a la custodia del arca concejil. En esta especie de caja fuerte se guardaban bajo tres llaves, los documentos, las ordenanzas, los libros del pueblo, donde se escribían las reformas precisas, ya que las ordenanzas antiguas no se podían retocar hasta que no estuviesen deterioradas; también se custodiaban la copa de plata por la que bebían el vino los hijosdalgos, la cuerna por la que lo hacía el pueblo llano al finalizar las asambleas, y la vara -se conserva un ejemplar en el Museo de León- usada para medir y para anotar mediante muescas, la teneduría de los impuestos después de contabilizar, mediante piedras, los bienes de cada vecino. Una cuestión que ha sido tratada por Vicente Flórez de Quiñones en su estudio sobre los foros.
Sin ningún tipo de duda, en el concejo primaba el sentido colectivo sobre el particular, adaptándose a las condiciones de cada zona, de modo que legislaba y administraba el terreno concejil y determinaba el sistema de su aprovechamiento.
Según las condiciones, necesidades y dependencias productivas de cada parte de la provincia, surgían las diferencias y los intereses predominantes en las ordenanzas. Así, por ejemplo, en la montaña de Valdeón se tenía cuidado de las cancillas que había en los accesos de cada pueblo, puestas para que no escapasen los ganados; en los concejos de La Lomba, en Omaña, cada determinado tiempo era costumbre convocar a la bébora, en la que se ofrecía a los vecinos un vaso con el vino recaudado a través de las sanciones impuestas por el incumplimiento de las ordenanzas.
Ese espíritu de concejo se ha ¡do debilitando, pero todavía se conserva en las Juntas Vecinales, que fue la modalidad sustitutiva de aquellos a partir de 1924, y que en la actualidad permanece como fórmula administrativa de las entidades locales menores, presididas por un alcalde pedáneo elegido democráticamente.
Si el Derecho Consuetudianario, las Ordenanzas, los Concejos, las Juntas Vecinales y los Ayuntamientos representan la secuencia del sistema de gobierno de nuestros pueblos, así como la unidad territorial y los intereses de la colectividad, hay otro símbolo no menos significativo de la cultura leonesa, aunque no exclusivo de ella, que es el pendón. Fueron los pendones y las pendoneras insignias que todavía hoy se enarbolan como distintivo de cada pueblo, sólo exhibidos con motivo de procesiones o festividades especiales. Son portados por los mozos de más edad, mientras que las pendonetas lo hacen los más pequeños (niños o niñas), mediante una correa o bandolera de cuero.
Como venimos diciendo, estos pendones de origen medieval, de los cuales los más antiguos se remontan al siglo XV, como el de Fieros y Burbia, desplegaban su paño de seda o damasco en colores verde, blanco, azul, rojo, negro o morado -combinados en bandas de distinto ancho-, con motivo de las procesiones del Domingo de Resurrección, del Corpus, de las romerías, de la fiesta patronal, de las rogativas y, antiguamente, en la bendición de campos o en los conjuros que realizaba el cura para alejar tormentas o plagas como la parpaja, mientras se recorrían los campos con la imagen de la Virgen.
Aunque estos sufrieron cierto abandono con los cambios sociales que se produjeron en la segunda mitad del siglo XX, lo cierto es que en los últimos años ha vuelto a renacer un saludable interés por su restauración, conservación y exhibición, algo que se está conviniendo en un elemento distintivo de lo propiamente leones.