Una muestra de leonesismo en la prensa de 1924
Diario de León, 1924
CARMELO HERNÁNDEZ
Quien sin ser leonés venía insistentemente predicando días atrás por el fianzamiento de la gloriosa personalidad de León, en días en que las pasiones y los sentimientos regionalistas se agitaban y bullían en otras partes veía con pena la triste confirmación de quejumbrosas frases que muchas veces oyera a los mismos leoneses: “Soy de León y no tengo fe en mi pueblo”. “No hay hombres”. “Aquí no puede hacerse nada”.
Por ello se regocija de esos pequeños movimientos de despertar observados en la Prensa, y más que nada por un signo que bien pudiera ser la hermosa realidad del principio de una exaltación del amor regionalista, digna y grave, como compete a este pueblo de tan noble y severa estirpe, que hiciese retoñar en el campo de otras actividades el brioso empuje de aquella raza de romancero simbolizada en el Abraham de Tarifa Guzmán el Bueno.
Me refiero al proyectado homenaje al insigne escritor y poeta leonés Enrique Gil y Carrasco, cuya glorificación ha unido pareceres y corazones de leoneses distanciados en otros campos, con el vínculo del amor a la patria común, a la tierra leonesa.
Fervientes cantos de leonesismo se han entonado con motivo de honrar al autor de El Señor de Bembíbre, El Lago de Carucero y La Violeta.
Pero el leonesismo práctico, el verdadero leonesismo, no el de rememoraciones, parecidas a los suspiros baldíos de una vieja coqueta enseñando los atavíos y retratos de su luminosa juventud pasada, ese leonesismo traducido en las aportaciones de un sacrificio, molestia o trabajo en pro de una obra común también ha empezado, halagador.
¡Gil y Carrasco! Tú, admirable cantor de glorias y bellezas leonesas, puedes ser hoy el símbolo de una unión patriótica leonesa de honra y prez para la tierra de tus amores.
Y ya que he hablado de unión patriótica leonesa permítaseme hacer ver cómo el espíritu de esas entidades ciudadanas que se están formando con el título de uniones patrióticas es el mismo espíritu de unión que junta hombres dispares en otros órdenes en una obra patriótica común, el mismo espíritu que alentó en las gestas del Reino de León, el mismo que llevó a cabo la epopeya de la Reconquista, el mismo que conquistó el continente americano, el mismo que echó, corno pudo, allende el Pirineo a Napoleón.
Hay que seguir trabajando en despertar y levantar el espíritu leonesista los que somos enamorados de aquel Reino que fue.
No se objete que a León hay que amarle tal y como ahora es. Eso es poltronería de espíritu.
No; la España de nuestros amores, por la que amamos a todas las regiones que la componen, pues dejando de amar a una dejaríamos de querer a España, era la misma nación con Isabel la Católica, con los conquistadores de América y con los sabios de Alcalá y Salamanca que la España del Noy del Sacre, de los pistoleros y de las huelgas revolucionarias. Y nadie que sea patriota querrá a su patria con atracadores, con pseudo redentores y obreros embrutecidos o engañados, etc., etc.
Así pasa con León a los que enamorados del León viejo (de su alma, que era lo principal) no la vemos aletear ni en sus calles tiradas a cordel, ni en sus edificios con calefacción central y ascensores, ni, mucho menos en sus corrillos de café o casinillo, porque falta el aliento generoso y noble, la aportación de un sacrificio a la abra común que es lo que hace y engrandece pueblos. No podemos querer a León así.
Hablamos, principalmente, claro es, de su capital. En ella veíamos hasta hace poco un símbolo de lo que ocurre a León. Al lado de su magnífica Catedral, una ¡fuente! sin agua, pilarote tosco y sucio de ladrillo, se levantaba miserablón y ramplonzuco.
Ahí está simbolizado el León que fue y el León que es, a pesar de sus pujos de gran ciudad.
Por eso, la labor leonesista que hay que hacer podría resumirse en estas palabras.“León fué; no lo es; trabajemos porque vuelva a serlo, que material hay para ello”.
CARMELO HERNÁNDEZ
¡Gracias a Dios! Ya era hora de que se empezase a hablar, por lo menos un poco, de leonesismo, de amor a la patria chica que figura en los cuarteles del escudo de la grande, como recuerdo y ejemplo de aquellos gloriosos días en que León tuvo reyes tuvo reyes y lucros, y grandeza y poderío, porque grandes y poderosos dé espíritu eran sus nobles hijos;
Quien sin ser leonés venía insistentemente predicando días atrás por el fianzamiento de la gloriosa personalidad de León, en días en que las pasiones y los sentimientos regionalistas se agitaban y bullían en otras partes veía con pena la triste confirmación de quejumbrosas frases que muchas veces oyera a los mismos leoneses: “Soy de León y no tengo fe en mi pueblo”. “No hay hombres”. “Aquí no puede hacerse nada”.
Por ello se regocija de esos pequeños movimientos de despertar observados en la Prensa, y más que nada por un signo que bien pudiera ser la hermosa realidad del principio de una exaltación del amor regionalista, digna y grave, como compete a este pueblo de tan noble y severa estirpe, que hiciese retoñar en el campo de otras actividades el brioso empuje de aquella raza de romancero simbolizada en el Abraham de Tarifa Guzmán el Bueno.
Me refiero al proyectado homenaje al insigne escritor y poeta leonés Enrique Gil y Carrasco, cuya glorificación ha unido pareceres y corazones de leoneses distanciados en otros campos, con el vínculo del amor a la patria común, a la tierra leonesa.
Fervientes cantos de leonesismo se han entonado con motivo de honrar al autor de El Señor de Bembíbre, El Lago de Carucero y La Violeta.
Pero el leonesismo práctico, el verdadero leonesismo, no el de rememoraciones, parecidas a los suspiros baldíos de una vieja coqueta enseñando los atavíos y retratos de su luminosa juventud pasada, ese leonesismo traducido en las aportaciones de un sacrificio, molestia o trabajo en pro de una obra común también ha empezado, halagador.
¡Gil y Carrasco! Tú, admirable cantor de glorias y bellezas leonesas, puedes ser hoy el símbolo de una unión patriótica leonesa de honra y prez para la tierra de tus amores.
Y ya que he hablado de unión patriótica leonesa permítaseme hacer ver cómo el espíritu de esas entidades ciudadanas que se están formando con el título de uniones patrióticas es el mismo espíritu de unión que junta hombres dispares en otros órdenes en una obra patriótica común, el mismo espíritu que alentó en las gestas del Reino de León, el mismo que llevó a cabo la epopeya de la Reconquista, el mismo que conquistó el continente americano, el mismo que echó, corno pudo, allende el Pirineo a Napoleón.
Hay que seguir trabajando en despertar y levantar el espíritu leonesista los que somos enamorados de aquel Reino que fue.
No se objete que a León hay que amarle tal y como ahora es. Eso es poltronería de espíritu.
No; la España de nuestros amores, por la que amamos a todas las regiones que la componen, pues dejando de amar a una dejaríamos de querer a España, era la misma nación con Isabel la Católica, con los conquistadores de América y con los sabios de Alcalá y Salamanca que la España del Noy del Sacre, de los pistoleros y de las huelgas revolucionarias. Y nadie que sea patriota querrá a su patria con atracadores, con pseudo redentores y obreros embrutecidos o engañados, etc., etc.
Así pasa con León a los que enamorados del León viejo (de su alma, que era lo principal) no la vemos aletear ni en sus calles tiradas a cordel, ni en sus edificios con calefacción central y ascensores, ni, mucho menos en sus corrillos de café o casinillo, porque falta el aliento generoso y noble, la aportación de un sacrificio a la abra común que es lo que hace y engrandece pueblos. No podemos querer a León así.
Hablamos, principalmente, claro es, de su capital. En ella veíamos hasta hace poco un símbolo de lo que ocurre a León. Al lado de su magnífica Catedral, una ¡fuente! sin agua, pilarote tosco y sucio de ladrillo, se levantaba miserablón y ramplonzuco.
Ahí está simbolizado el León que fue y el León que es, a pesar de sus pujos de gran ciudad.
Por eso, la labor leonesista que hay que hacer podría resumirse en estas palabras.“León fué; no lo es; trabajemos porque vuelva a serlo, que material hay para ello”.
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