La "y" también divorcia a Europa
Diario de León
EMILIO GANCEDO
Francia
EMILIO GANCEDO
¿Existen en Europa regiones o comunidades autónomas similares a la nuestra, es decir, formadas por dos territorios distintos, pero fusionados en uno solo? ¿Alguien más tiene en el continente el problema de integración que aqueja a Castilla y León? ¿Y si lo tienen, cómo se las han arreglado para resolverlo? ¿O aún no lo han solucionado?
Conviene intentar responder a éstas y otras preguntas, conviene conocer los ejemplos que nos brindan las administraciones existentes en otros países porque ese conocimiento y esa experiencia pueden resultar vitales para los leoneses. Es posible que a otros pueblos y a otros lectores les interesen muy poco estas reflexiones geográficas, pero para León, para la supervivencia -cuanto menos cultural, histórica- del pueblo leonés; esta investigación debería adquirir una importancia extrema. ¿Por qué razón? Pues porque lo que está en juego no es poco: es el futuro de León, el hecho de que quienes vivan dentro o fuera de esta tierra, en el transcurso de veinte, treinta o cien años, sepan lo que León fue y es: en primer lugar, un reino medieval que se mantuvo independiente durante más de 300 años, y una región de España, bien definida, y existente prácticamente desde el siglo XV y hasta 1983, el año en el que se aprueba el estatuto de autonomía de Castilla y León que une nuestra región con varias provincias del antiguo territorio de Castilla la Vieja. Es precisamente ante la actitud del gobierno de esta autonomía de esforzarse por ofrecer una inexacta imagen de unidad histórica, sociológica y cultural de la autonomía cuando el propio pueblo leonés protesta y demanda alguna fórmula institucional de protección de sus peculiaridades históricas, económicas y culturales. Y por eso nos preguntamos, ¿qué ha ocurrido en otros lugares?, sobre todo ¿qué ha pasado con el "segundo término de la ecuación", el que está después del guión o de la "y" griega? ¿Ha acabado subsumido por su vecino o ha logrado sobrevivir?
Por supuesto, en primer lugar hay que decir que ninguna realidad es extrapolable: cada país europeo ha adoptado una delimitación territorial concreta y distinta, basándose en criterios que no son universales. Por ello no podemos pensar en la Europa del Este, o en la Europa central, ni siquiera en la cercana Francia, con criterios propios del mapa autonómico español.
Aún así, resulta sorprendente comprobar cómo muchas actitudes y realidades que podríamos creer exclusivas de esta tierra, problemas que creíamos específicos de lo leonés, se reproducen en otras latitudes geográficas con mayor o menor fidelidad; quizá porque los ingredientes que entran en juego son los mismos: historia, territorio, identidad... y porque los sentimientos y las pasiones humanas siguen siendo, qué duda cabe, los mismos en cualquier punto del planeta. Pero emprendamos este viaje, un recorrido que nos llevará desde la frontera de los Pirineos y hasta los países más alejados de nuestra tierra cisastur.
Francia
Antes de nada, es necesario advertir el diferente sistema administrativo que rige en este país, paradigma del estado centralista europeo. La República está dividida en 100 departamentos (similares a nuestras provincias) que se encuentran agrupados en 22 regiones (como nuestras comunidades pero con muchas menos atribuciones; por ejemplo, no legislan, ni gestionan competencias como la salud o la educación, y su autonomía es fundamentalmente administrativa).
El criterio por el cual se ha venido llevando a cabo el diseño del mapa regional francés es sobre todo racionalista, y, a la vez, constituye un buen método para unificar el país y acallar los nacionalismos: nos referimos al hecho de que las fronteras regionales pocas veces coinciden en Francia con las históricas, etnográficas o sentimentales. Esta receta surgida de la Revolución hace convivir dentro de la misma región o incluso del mismo departamento a pueblos a veces muy diferentes, diluyendo de algún modo las tendencias centrífugas e imponiendo en todos ellos, por igual, unas omnipresentes y bien reconocibles señas de identidad estatales. Cada departamento es prácticamente igual al resto en su organización, a priori no hay ventajas fiscales o forales; es el racionalismo y la igualdad llevados al campo de la administración regional: siguiendo una conocida exageración popular, el resultado es que Francia posee una capital, París, y una inmensa provincia, Francia.
Este hecho provoca que las gentes diferencien bien entre su identidad cultural y su adscripción a una región administrativo-económica concreta. Por ejemplo, Gascuña (más o menos la zona que está al otro lado de Aragón), no aparece en el mapa y no hay ninguna región que lleve ese nombre. La gente sabe que existe, que tiene su folclore, su historia y paisaje natural propios, pero en realidad está troceada en departamentos e incluida dentro de la región "Midi-Pyrenées" (Mediodía-Pirineos) que agrupa varios territorios del sur francés.
O sea, que uno sabe que es gascón pero en realidad no goza de un marco institucional concreto que ampare y potencie esa identidad (más que nada porque ya lo hace, y bastante bien, la propia sociedad civil, tan celosa de sus tradiciones). Este hecho se entiende mejor si nos fijamos en el caso de los vascofranceses y los comparamos con sus vecinos españoles. El País Vasco francés no es nada. No es una región, ¡pero ni siquiera es un departamento! Está unido a otro territorio muy singular, el Béarn, formando un artificial departamento llamado "Pyrenées Atlantiques" (Pirineos Atlánticos). Aunque ambos pueblos poseen una personalidad y unas señas de identidad muy marcadas, amén de unas fronteras históricas concretas, el hecho es que se encuentran embutidos dentro de los mismos límites. ¡Qué abismo, pues, los separa de los vascos españoles, que cuentan con una de las mayores autonomías del mundo! Ellos ni siquiera forman una provincia. De todas formas, esto no impide que los vascofranceses se sientan vascos por los cuatro costados, hablen euskera, jueguen a pelota, graben sus discos de música autóctona y vivan sus tradiciones como el resto de "países" de Francia, pero el caso es que les falta el peldaño institucional que garantice y atestigüe esa peculiaridad (algo que, de paso, los disuade de emprender aventuras nacionalistas). Es como si en España las regiones de Galicia y Asturias formaran algo que se llamara "Atlántico-Occidental", divida en pequeños departamentos con nombres como: Miño Inferior, Alto Narcea, Marina Superior¿ No por ello uno dejaría de ser gallego, o asturiano, pero lo sería "menos": en la mentalidad de la gente sería difícil concebir una Galicia independiente si ya de entrada ni siquiera es región. La historia, pues, ha llevado por muy diferente camino a las regiones francesas y a las españolas. Por eso es muy sencillo encontrar en el país galo ejemplos de "íes", esto es, de regiones o departamentos formados por dos o más territorios. Incluso se dan casos precisamente de lo contrario, es decir, de división o partición de una gran región histórica, como por ejemplo Poitou o Normandía. Si uno viaja por esta última zona verá pegatinas y carteles que rezan: Ni haute ni basse, Normandie unie! (¡Ni alta ni baja, Normandía unida!), en alusión a la parcelación de esta zona en dos regiones (alta y baja), por motivos administrativos.
Porque la contestación existe. Aunque sea sensiblemente menor que en otros lugares como España, y además de los consabidos nacionalismos (Bretaña, Córcega¿), muchos franceses reclaman una división regional más consecuente con las fronteras populares. Incluso los territorios que a simple vista parecen más fieles al devenir histórico sufren esa tan francesa racionalización, como es el caso de Bretaña, a la que le falta la gran ciudad de Nantes, incluida dentro de la región del Loira.
Languedoc-Roussillon. Le sucede lo mismo que a otros territorios franceses antes citados. Dos identidades clarísimas se revuelven con fuerza en su interior: Lanquedoc-Roussillon es parte de la sureña Occitania, un extenso país que incluye todo el centro-sudeste de Francia, y que cuenta con lengua propia y con una historia apasionante, plagada de cátaros y guerras de religión. Como se ha llegado a decir, "a Occitania sólo le ha faltado un Bismarck para convertirse en país". La segunda, más minoritaria, se agazapa en un rincón del sudeste, es la catalana. Le pasa lo mismo que al País Vasco-francés; las zonas de Rosellón y Cerdaña, de lengua y sentimiento catalán, ni siquiera son provincia: están incluidas, junto a otras cinco comarcas catalanoparlantes y una de habla occitana, en el departamento denominado «Pirineos Orientales» con capital en Perpiñán.
Conviene decir aquí que, a pesar de la variedad y diversidad de lenguas que existen en Francia, ninguna de ellas, aun las más extendidas, ha sido declarada oficial o cooficial. En esto el Estado francés siempre se ha mostrado inflexible, a pesar de que, si nos fijamos por ejemplo en Pirineos Orientales, el 49% de su población (alrededor de 140.000 personas) declararon en una encuesta reciente saber hablar catalán con facilidad. En resumidas cuentas, un Languedoc plenamente occitano, y un Rosellón catalán, bien distintos aunque unidos por el paisaje mediterráneo, el turismo, una historia medieval llena de enfrentamientos y el PIB más bajo de toda la Francia continental.
Poitou-Charentes. Otro caso similar, quizá más agudo aún. Su historia es enormemente reciente, puesto que comienza con la creación de las regiones bajo el régimen de Vichy y el posterior reordenamiento de 1982. Se trata de una región sin identidad propia, correspondiente al centro-Oeste de Francia, y diseñada en un despacho para colmar el vacío de influencia existente entre las ciudades de Tours y Burdeos reuniendo las antiguas provincias de Poitou, Angoumais, Saintonge y Aunis.
Como capital de la "prefectura" se eligió Poitiers, no por su mayor tamaño (es similar a La Rochelle o Angulema), sino por el hecho de contar con universidad.
Una mezcolanza a la que se ha querido dotar de señas de identidad en forma de certámenes culturales y parques temáticos (Festival Internacional del Cómic de Angulema, Futuroscope, Centro Nacional del Cómic) sin conseguir crear una identidad regional concreta. Se ha escrito de ella que está compuesta "por una multitud de ciudades, paisajes lugares y arquitecturas, donde la variedad es la primera característica", y no son pocas las voces que reclaman una reordenación más fiel a los sentimientos regionales en este postizo conglomerado. Por ejemplo, la división moderna divide en dos el país de la Vendée, que siempre estuvo unido al Poitou: la Vendée propiamente dicha pertenece hoy en día a la región del Loira, pero dos de sus pedazos (Deux-Sèvres y Vienne) pertenecen, por el contrario, a Poitou-Charentes.
Resultado de esta división es, según Thierry Gilabert, presidente de la Sociedad Heráldica del Oeste de Francia, una serie de "consecuencias desastrosas para las dos entidades, y a todos los niveles, nivel económico incluido". "Esta amputación -continúa- ha hecho nacer dos estructuras deformes que viven una dinámica en la que una molesta a la otra, y la otra que ignora a la primera". Más claro, agua.
Y sin embargo, aún hay esperanza para este investigador y para los pueblos del Oeste de Francia, ya que se prevé un Plan de Regiones para el 2010 que, a juicio de Gilabert, "va a permitir la reparación de este error histórico y volver a crear una dinámica para el Oeste que devolverá a Poitou su historia, hoy truncada; su cultura, hoy inhibida; su lengua, hoy despreciada; y su empuje económico, hoy robado o desviado".
Continuamos oyéndole: "Actualmente, la división -de una parte y de otra-, no puede borrar más de 2.000 años de historia común". "La identidad de Poitou no podrá corresponder nunca a razones artificiales por muchos esfuerzos humanos y materiales que se empleen. La historia existe y no se puede reinventar haciendo creer que la Vendée es otra cosa distinta de Poitou. La Vendée es Poitou". En otras palabras, el caso de León pero al revés.
Por lo demás, el caso de la región de las Charentes (marítima e interior) es también algo artificial porque se basa en los límites de un río (algo muy común en Francia) y tienen parte de identidad poitevina y parte de otras zonas etnográficas y naturales. También sus voces se alzan y dicen: "Todas estas creaciones, estas ficciones administrativas, acaban por llegar sin duda a crear una cierta identidad al cabo de los años, pero ello no impide que se deban preservar las raíces y las costumbres de cada zona. Sería necesario que los Consejos Regionales (asambleas de cada comunidad) tomaran concienca de esta necesidad". Y también: "Haría falta reconvertir esta región en algo más natural y menos artificial. Ganaría en profundidad". Champagne-Ardenne . Otras manifestaciones similares se registran en regiones como la de Champaña-Las Ardenas, desde donde se ha escrito lo siguiente: "La Champagne-Ardenne es un buen ejemplo de región cimentada en una unidad que ni la historia ni la geografía habían preparado".
De nuevo el vacío entre regiones de fuerte personalidad (Isla de Francia, Borgoña, Lorena) motivó la creación de un híbrido en el que su consejo regional particular, "champerdannais" (un neologismo similar a "castellanoleonés"), se esfuerza en destinar grandes capitales a la promoción cultural y turística con muchas dificultades; una de las cuales es precisamente que Bélgica también cuenta con una parte de Ardenas, esa reconocible e histórica región natural formada por onduladas llanuras.
Italia
Está formada por 20 regiones y 110 provincias. El caso italiano es uno de los más cercanos al español, puesto que sus territorios disfrutan de una autonomía relativa (en todo caso, inferior a la de las comunidades españolas) y los criterios de su delimitación responden más a razones históricas e identitarias que a la pura geografía y economía como hemos visto en el estado francés. La situación que vive actualmente la región italiana de Emilia-Romagna es probablemente el caso más parecido a Castilla y León que podamos encontrar en el marco geográfico europeo próximo a España. Jamás consentiría un romagnolo ser llamado emiliano , y tampoco al revés. Los mismos diccionarios enciclopédicos nos dicen que esta delimitación administrativa "comprende dos regiones históricas, la Emilia y la Romagna". Como explicamos en otro apartado de forma más pormenorizada, grupos autonomistas y hasta partidos nacionales italianos defienden la separación de estas dos zonas que, como suele suceder, están formadas por una más rica, influyente o poblada (en este caso, la Emilia), y otra menos industrializada y más arcaica o tradicional (aquí, la Romagna). Otra región plural, aunque no tan extrema como ésta, es la llamada Friuli-Venezia-Giulia , que no coincide exactamente con el Véneto histórico y que posee otro problema añadido: el roce etnográfico y fronterizo con Eslovenia y la básicamente artificial frontera con este país eslavo, que ha creado "bolsas" lingüísticas de población italiana y eslovena en uno y otro país.
Reino Unido
Como estamos viendo, cada organización administrativa nacional responde a las peculiaridades de cada país, su historia, sus instituciones características y su manera de comprender el territorio. El caso británico refleja el carácter de las islas, la adoración que tienen por la historia y el peso de órganos administrativos centenarios y casi siempre muy cercanos al ciudadano. Es el reino de los condados : Inglaterra y Escocia están divididas en regiones, y éstas a su vez en condados y "áreas locales de gobierno", que son las verdaderas instancias administrativas, las que marcan el pulso del país. En el Reino Unido encontramos la región de Yorkshire and Humberside , hoy denominada Yorkshire and the Humber. Humberside fue un condado administrativo que pervivió desde 1974 y hasta 1996, y que estaba formado por varios territorios que se extendían a ambos lados del estuario de Humber. Pese a contar con la influyente ciudad marítima de Hull, la importancia de Humberside fue decayendo hasta desaparecer merced a una «ley estructural» aprobada en 1995. Hoy en día el término Humber sólo se emplea de forma simbólica o en determinadas ceremonias. En Escocia, además, nos encontramos con la región Dumfries and Galloway , que también sufre la dicotomía de ver incluidas en el mismo lote a los condados de Wigtownshire y Kirkcudbrightshire (la región de Galloway) y a la zona de Dumfries, formada por Inner Solway y el antiguo condado de Dumfriesshire. La región se creó en 1975 y en 1996, pese a algunas protestas, pasó de constituirse como una "bi-región" a contar con una autoridad unitaria.
Alemania
Aunque el tipo de administración territorial alemana se tomó en cuenta a la hora de diseñar el estado español de las autonomías, lo cierto es que el espíritu y el funcionamiento de los länder alemanes es muy distinto a lo que sucede en cualquier otro país del mundo. Alemania es el paradigma del estado federal, lo cual significa que está compuesto por entidades plenamente descentralizadas y libres que permanecen unidas por un órgano de poder común, una identidad supranacional y unos objetivos compartidos. El libro Federalismo y estado de las autonomías (ed. Planeta. Varios autores) ejemplifica bien en qué consiste este modelo: "La técnica federal permite perfectamente superar las diferencias entre el carácter, la extensión, la tradición histórica y la potencia democrática de las unidades que se quieren federar. Un estado federal como la República de Alemania integra desde ciudades-estado como Hamburgo a estados de nueva constitución como Norte Renania-Westfalia pasando por estados de gran peso histórico como Baviera". Este proceder es también un antídoto contra el nacionalismo, pues aunque paradójicamente cada una de las entidades tiene concedido un teórico derecho de autodeterminación, el libro asegura en otra parte: "¿Qué land querría abandonar a una Alemania boyante que se favorece de la conjunción política, económica y cultural de todas sus partes?". Los länder son, pues, profundamente alemanes pese a que muchos de ellos estén formados por regiones variadas. No hay que olvidar que hasta 1871 existían en Alemania hasta 350 estados diferentes, unidos entre sí por muchos y muy diferentes vínculos, por eso la mayoría de los länder están constituidos por estados y regiones diferentes. Así, Mecklenburg-Vorpommern , Schleswig-Holstein , Sajonia-Anhalt ¿ Parece que a los alemanes, sobre todo después de haber pacedido tantas penurias históricas por culpa del nacionalismo, se preocupan mucho más por su bienestar económico que por la idoneidad de su sistema administrativo, sobre todo una vez visto que éste funciona como un reloj y que ninguna de sus piezas desea abandonar el barco.
Grecia
En el país helénico existen 52 departamentos que acogen diversas regiones naturales e históricas. Esta división responde a criterios meramente administrativos y funcionales, como sucede con Anatoliki Makedonia kai Thraki, o sea, Macedonia Oriental y Tracia . Hay que señalar que en los años ochenta se reorganizó el país, llevándose a cabo un proceso por el cual los «segundos términos» de la mayoría de las prefecturas compuestas (como Aquea e Illia, Aitolia y Acarnania, Argolis y Corinto o Ática y Beocia) se separaron y se pudieron organizar como auténticas prefecturas, exceptuando el caso citado y el de Messinia y Triphylia; y Laconia y Lacedemonia. En estos dos últimos casos, ese "segundo término" desapareció. Hoy en día sólo se llaman Messinia y Laconia.
Bélgica
Además de regiones, hay países enteros que sufren la dicotomía de estar compuestos por dos entidades bien diferenciadas. El caso más conocido y extremo es el de Bélgica, formada por Vlaanderen (Flandes) y Wallonie (Valonia), la primera de habla neerlandesa u holandesa y la segunda de habla francesa, ambas de similares extensión y población y con una capital, Bruselas, situada casi en medio. El periodista y escritor Ramón Luis Acuña escribe irónicamente en su excelente libro Las tribus de Europa (ediciones B) que Bélgica "es hoy en día un país en trance de división que se halla sólo sujeto por un hilo: la seguridad social".
De flamencos y valones dice que viven "un estado de predivorcio y un régimen de separación de bienes y cuerpos", y que "se desliza progresivamente hacia el estado federal". Su sentido común y espíritu práctico eliminan, no obstante, cualquier rasgo de violencia nacionalista en un país creado por la diplomacia en 1830. Así pues, Bélgica es muy reciente. Y el sentimiento nacional de pertenencia a algo llamado Bélgica casi ha desaparecido de Flandes y está muy mermado en el país valón; quizá porque ese sentimiento no llegó a fraguar; o porque quizá no fragüe nunca.
"Los propios belgas contemplan a su país -escribe Acuña- con un punto de ironía, como si lo consideraran a la vez entrañable y absurdo". Sindicatos, Corona y ejército son otros lazos de un país que, para embrollar más las cosas, cuenta con una comunidad de setenta mil personas de habla alemana.
Antigua Checoslovaquia
Hoy, República Checa y República Eslovaca. Muy lejos de nosotros, pero con problemas no tan lejanos. Y si no lo creen, véanlo: Checos y eslovacos siempre vivieron separados hasta la Primera Guerra Mundial. Fue al final de ésta cuando celebraron el "matrimonio" de estado que duró desde 1918 a 1993. Recurrimos de nuevo a Acuña, experto en relaciones internacionales: "Nunca hubo verdadero amor. Fue una unión de conveniencia mantenida a regañadientes".
Eslovaquia prefirió, pues, quedar a la deriva antes que seguir unida a una nación que detesta, y ello a pesar de la gran afinidad lingüística y de las sinergias que ambas podían crear juntas. Después del acuerdo bilateral para que ambas entidades se independizaran, los checos solían decir, algo dolidos: "Los eslovacos están ahora como niños traviesos que se han salido con la suya"; y también, "estos eslovacos nunca se piensan bien las cosas".
El caso es que Eslovaquia no se diluyó en Checoslovaquia. Conservó como oro en paño sus señas de identidad. Hipersensible, desarrolló un fuerte complejo de inferioridad que mantuvo viva su diferencia. Se negó a quedar como un simple sufijo del nombre del estado y la primera campaña de su reciente guerra incruenta de independencia fue "la batalla del guión", logrando ya antes de separarse definitivamente de Chequia que todo el país se llamara "Checo-Eslovaquia" y no Checoslovaquia. Este último término hería los sentimientos de los eslovacos. Los usos internacionales habían hecho que en los últimos años se diera en llamar "checos" a todos los habitantes del país, incluyendo dentro de tal demoniación también a los eslovacos. "Tales signos exteriores, aparentemente triviales, eran la prueba de que se iban quedando sin luz propia", podemos leer en otro texto. ¿No les suena todo esto? ¿No les resulta familiar?
Ramón Luis Acuña también habla en su libro del "parto" checoslovaco, cuyos progenitores fueron los intelectuales checos Tomas Masaryk y Edvard Benes; y el eslovaco Milan Stefanik. "Quizá su gran pecado -concluye- fuera el de basarse más en la razón que en la emoción". "Los eslovacos no soportaron el predominio checo, los checos no comprendieron el particularismo eslovaco".
¿Qué consecuencias pueden extraerse de todo esto? ¿Son sólo ejemplos aislados, sin conexión entre sí y con poco que ver con la realidad de Castilla y León? ¿O es posible obtener de ellos valiosas enseñanzas? Lo que está claro, en primer término, es que los criterios de creación de las autonomías o regiones son diferentes en cada país. En última instancia habría dos grandes tipos de pautas: unas de índole histórica, que abogan por formar regiones que han compartido un pasado común y una identidad cultural propia, y que podría basarse en el sentimiento; y otras más racionalistas, instituidas sobre las características del medio natural, la geografía, los ejes económicos o el equilibrio de fuerzas políticas.
Las combinaciones entre estas dos posibilidades es interminable, y un mismo país puede echar mano de una u otra según el caso particular de cada región o nacionalidad concreta, aunque también es cierto que la tendencia suele ir en una dirección determinada. Así, Francia sería un buen ejemplo de país dividido de acuerdo a criterios racionalistas e Italia, históricos.
Por contra, el caso de España es bastante peculiar. En teoría estaría basada en argumentos históricos e identitarios. Las regiones y provincias españolas se basan fundamentalmente en los reinos medievales que fueron cimiento del país. Pero además, dada la curiosa configuración geográfica de la Península Ibérica, muy parcelada en montañas y espacios intramontañosos, los límites de los citados reinos y sus zonas de expansión hacia el Sur durante el proceso de la Reconquista solían coincidir, aproximadamente, con espacios y regiones naturales, tales como el valle del Ebro aragonés, el Levante valenciano o el macizo geográfico galaico. Por otro lado, la presión autonomista en España siempre vino, desde los años finales del siglo XIX, desde tres regiones o nacionalidades con un fuerte sentido de la identidad: Cataluña, País Vasco y Galicia. Así pues, el diseño de las comunidades se basó, en gran parte, en la fidelidad histórica, aunque en algunos casos unida a la viabilidad geográfico-económica, una especie de "camino del medio" que resultó satisfactorio para la mayoría de la población pero que -esto es innegable- obvió las reclamaciones de una región concreta, aquella que se llama León; o por lo menos la provincia de su mismo nombre, sin contar con su prolongación histórica hacia el Sur con las provincias de Zamora y Salamanca. Durante los años en los que se procedió a la toma de decisiones sobre la configuración de las autonomías, una cantidad cercana a las cien mil personas llegó a manifestarse en la capital de este territorio exigiendo una autonomía propia. Sin embargo, después de múltiples polémicas y tensiones, se procedió a su unión con la región de Castilla la Vieja con el fin de unificar el vasto espacio geográfico de la meseta Norte, pese a incluir zonas extraordinariamente diferentes. Este hecho ha provocado desde protestas institucionales y populares a la creación de diversos partidos políticos que postulan la separación de las dos entidades, amén de la postura de muchas personas, muchos leoneses, que aceptan el statu quo existente en la actualidad pero que nunca consintirán en hacerse llamar castellanos . El asunto sigue pendiente y aún no se ha resuelto.
Hasta ahí, los hechos. A partir de aquí, lo que tenemos es que puede pasar, prácticamente, de todo. La historia y los ejemplos de los países que nos rodean nos informan de que nada, ninguna frontera, está cerrada para siempre. Los Abruzzos y Molise se separaron en Italia, muchos estados alemanes están formados por territorios diferentes pero de buena gana, otros buscan con denuedo la implantación de un sistema más acorde con los límites históricos, como en Poitou, y hay casos, en fin, que se consigue forzar a las autoridades a acatar la voluntad popular (que en el fondo es la auténtica depositaria de la soberanía de un país, según reza en teoría el credo democrático), como quizá suceda en Francia con una futura ley que podría aprobarse en el 2010. También hay «avisos para caminantes»: los nacionalismos radicales pueden acabar provocando graves enfrentamientos (Yugoslavia); o, por el contrario, la separación pacífica y respetuosa (caso de Chequia y Eslovaquia) también sería posible. Todo depende de la voluntad de ciudadanos y de políticos. Por tanto, nada está cerrado y todo puede replantearse desde el respeto al otro y el diálogo.
Pero dentro de esa necesidad de diálogo hay algo que falla en nuestro caso, ya que el gobierno autonómico de Castilla y León trata a León como una provincia, y no como una región, no se trata, pues, de una relación "de igual a igual". Es más, nuestro gobierno autonómico gasta al año enormes cantidades de dinero en promocionar, fomentar y divulgar estudios, lemas, libros e investigaciones destinadas a crear una imagen de "unidad" de lo que ellos llaman "la región" como si se tratase de una sola. Colocan enormes carteles -cada vez más grandes y más altos- con el nombre y el escudo de la comunidad y hasta se ha acuñado un nuevo término ("castellanoleonés") para designar todo lo relativo a esta autonomía, incluso a sus propios habitantes, que por regla general no aceptan tal denominación: o son castellanos, o son leoneses.
Desde León, como desde otros muchos "sufijos" o "segundos términos de la ecuación" como Eslovaquia o Romagna, se han emprendido guerras dialécticas e intelectuales para combatir el famoso "guión" y hacer ver a la opinión pública que se trata de dos regiones diferentes, lo cual está costando mucho, más que nada por hallarse en situación de desventaja con la región hegemónica, Castilla, que controla tanto el capital como otros muchos resortes mediáticos, sociales y culturales.
Hay precedentes en Europa y ejemplos en los que fijarse. No hay nada mejor que aprender de los errores y los aciertos de los otros, en la medida de lo posible. Y nunca darse por vencido si la causa es justa, razonable, persigue el bien común y está apoyada por la mayoría de los ciudadanos. Como decía el escritor y estadista polaco Czeslaw Milosz: "No eres tan impotente. Aunque fueras como una piedra del campo, la avalancha cambia de dirección a causa de una sola piedra".
Cómo llevarse bien y no morir en el intento
Aunque ninguna situación es extrapolable y no hay "recetas mágicas", los hechos sucedidos en otros países y regiones de Europa pueden proporcionar pistas sobre lo que suele pasar cuando se dan situaciones similares a la nuestra. En primer lugar, hay que decir que resulta imprescindible un mutuo respeto y un mutuo reconocimiento entre las distintas zonas que comparten unas mismas fronteras. Algunos de los ejemplos analizados muestran cómo uno de los "elementos" de la entidad resultante (siempre el más rico, influyente o extenso) ejerce una presión hegemónica sobre el otro, con el resultado de la conversión del segundo término en un mero "sufijo" o "apéndice" del primero. Las actitudes de falta de reconocimiento u omisión hacia una de las entidades de la ecuación son muy negativas a largo plazo, ya que el objetivo perseguido de anular al otro se suele volver en contra: desarrolla sentimientos de inferioridad y susceptibilidad que pueden saltar a la mínima provocación, con o sin motivo justificado.
Por contra, un clima de equilibrio y confianza entre los dos pueblos debe concluir necesariamente en un diálogo sereno que sólo puede tener efectos positivos, o bien, si esta situación es inviable, pilotar un proceso de separación que conduzca a una segregación final que garantice la estabilidad social y económica de ambas partes. ¿Por cuál de estos caminos discurrirá el futuro de Castilla y León? El tiempo nos lo dirá.
Todos los que "comparten piso"
A la izquierda podemos ver la distribución de algunas regiones europeas "dobles" o formadas por dos o más entidades distintas; pero también de las que entran a formar parte de países en los que la dicotomía es o ha sido una constante en su historia reciente. Así, en lo que se refiere a las regiones, nos encontramos, en Francia, con Languedoc-Roussillon, Poitou-Charentes y Champagne-Ardenne, aunque también hay que tener en cuenta que una gran parte de los departamentos o provincias han sido diseñados artificialmente juntando varios territorios distintos. En Italia se puede citar a la Emilia-Romagna y a Friuli-Venezia-Giulia, y en Gran Bretaña, Yorkshire and Humberside, desde hace pocos años, Yorkshire and the Humber, así como la región escocesa de Dumfries and Galloway. Entre los países, los más conocidos son Bélgica (constituido por Flandes y Valonia), Checo-Eslovaquia (ya separadas entre sí) y la Confederación Helvética, un caso excepcional en el que cantones de habla alemana, francesa, italiana y romanche se han venido autogobernando desde hace siglos sin mayores problemas e instalados en una cómoda neutralidad y una estabilidad económica envidiable. También están presentes algunos länder alemanes y dos regiones de Grecia y Bosnia.
El peligro del radicalismo nacionalista
La situación sería enormemente distinta pero de todo se aprende. Yugoslavia se percibió en un determinado momento histórico como un verdadero "caleidoscopio" de pueblos, un conglomerado de nacionalidades que habían conseguido vivir juntas tras una azarosa historia. Todo el mundo se deshacía en elogios con esta coexistencia pacífica de culturas, idiomas y religiones, pero en realidad esto no era más que una imagen aparente, un efecto óptico. Al salir de la dictadura del mariscal Tito, el caleidoscopio se rompió en mil pedazos. Durante ésta, Yugoslavia (bella palabra que significa "unión de los eslavos del Sur") no formó parte del Pacto de Varsovia y sus relaciones con la Unión Soviética eran más bien distantes. Tito gobernaba con mano dura, firme y paternal. Era un régimen muy personalista aunque dentro de la órbita de los países comunistas.
Las reformas en la Unión Soviética, así como su caída y su acceso al capitalismo, deberían haber producido positivas repercusiones en Yugoslavia, según algunos pensadores. Y en parte, así fue. Los distintos pueblos yugoslavos pidieron y obtuvieron elecciones libres. Pero el ambiente que rodeó a éstas, de caos político y bancarrota económica, dejó enseguida patente que la federación no había soldado bien durante los cuarenta años de dictadura: Eslovenia, Croacia, y más tarde Bosnia y Macedonia votaron a favor de su independencia y de inmediato se prendió la mecha del "todos contra todos". La situación de mezcolanza absoluta entre las diferentes etnias, lenguas y religiones originó las mayores matanzas acaecidas en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la destrucción económica de algunos de estos países y una posguerra lenta y dolorosa.
Bélgica y su "doble personalidad"
Se dio el nombre de Bélgica a una provincia romana extensa y poderosa. Los avatares de la historia hicieron de este territorio un lugar de encuentro entre la civilización latina y la cultura germana: en la Edad Moderna perteneció a España durante cerca de dos siglos, la cual le contagió un acendrado catolicismo. En la Contemporánea, estuvo repartida por largo tiempo entre Francia y Alemania. Más que un país es una encrucijada. Además, Bélgica tiene una fecha de nacimiento precisa: noviembre de 1830. En ese año, los burgueses belgas se armaron para contener al pueblo revolucionario e insurrecto y se dirigieron también contra la Casa Real de Orange, de la que habían pasado a depender. De ese impulso independentista y problemático, y de la voluntad concertada entre Francia y Gran Bretaña surgió la actual Bélgica. Es, por tanto, un estado planeado desde la diplomacia, un país colchón entre Francia y Alemania, tan artificialmente creado como lo fueron Yugoslavia y Checoslovaquia. Lo que se hizo fue reunir bajo una misma corona a dos pueblos católicos, los flamencos y los valones, que no parecen haberse entendido nunca del todo. Bélgica se creó como reino y el Congreso Nacional eligió a Leopoldo de Sajonia como primer monarca. No obstante, la corona ha sufrido diversos avatares y hasta fue sometida a referéndum en 1950: el resultado fue positivo para la monarquía, lo cual es indicio de su prestigio y su papel clave en la unidad belga. Otro nexo de unión es el ejército. El domingo 25 de abril de 1993 unas cien mil personas se manifestaron en Bruselas contra el separatismo. La mayoría eran ex combatientes que gritaban: "¡Viva el rey!", y también "¡No hemos luchado por Flandes ni por el país valón sino por Bélgica!"
Emilia-Romagna: a la sombra del M.A.R.
El M. A. R. es el Movimiento Autonomista de la Romagna (pronúnciese Romaña ), es decir, un partido surgido con la finalidad última de obtener la autonomía para esta región histórica cisalpina, en la actualidad unida a la Reggio Emilia. No se trata de la única fuerza política que está por la labor: los partidos nacionales italianos Forza Italia y Casa della Libertà también se han manifestado a favor de esta reclamación. Y no se basan en elucubraciones, sino en una posibilidad legal, la que está amparada por el artículo 132 de la Constitución Italiana, que deja la puerta abierta a la creación de nuevas regiones. Además, una de las grandes batallas actuales de los romagnolos es precisamente la eliminación del dichoso guión: piden, por lo menos, que la región se denomine oficialmente Emilia e Romagna (Emilia y Romagna). Por otro lado, la situación es más compleja por cuanto que hay partes de la Romagna que en la actualidad pertenecen a otras comunidades, concretamente a Le Marche (Marcas) y Toscana. El pasado de Emilia y de Romagna es azaroso y problemático: se unieron en 187 a. C. con la conquista de toda la península italiana por parte de Roma pero el emperador Diocleciano las volvió a separar al darse cuenta de las singularidades que las separaban. Hoy en día, ambas tienen diferentes caracteres y dialectos propios. Emilia es más rica, norteña e industrializada, mientras que la Romagna es más cercana a la sensibilidad del Sur: los romagnolos son joviales y tienen un acento muy característico que es reconocido inmediatamente por cualquier italiano. Además, en el país hay precedentes históricos de separación: Abruzzo y Molise se separaron en 1963.
1 Comments:
Pulu menos dalgu avancemos...en 1983 yéramos "castellanoleoneses", peru dende la reforma estatutaria de 1994 somos "castellanos y leoneses" ou "ciudadanos de Castilla y León". Yá nun tenemos el biendichousu gión peru entá nun-mos qitonun la "Y" onqe nun qiergan l´estatutu reconoz qe somos duas rexones hestóricas.
Y tamién dalgu foi camudandu en sen cultural: en 1983 la única llingua fou´l castillán,en 1914 reconozse´l dreichu a deprender galléu onde fálase de xeitu cutianu y el fomentu d´"otras modalidades lingüísticas de la comunidad" y, pur fin en 2006 refórmase cun "el leonés será objeto de protección específica... por su particular valor..."
Cumu vemos el llïonesismu furrula onqe poucu a pocu, estos "eslovacos" tanse saliendu cuna súa...
Tamién veise qe nun val ná qe la "fundición viagralar" gaste 2 millones d´€ al annu pa decinos qe somos lu qe nunca fumos y qe Valdeón tea discurriendu un cuntu qe sostituya la hestoria de los nuesos Pueblos.
La verdá resortirá cumu´l "fenix" de la cernada...
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