El Reino Olvidado

Este diario es la crónica de un país olvidado, el seguimiento de su huella histórica, cultural y artística en España y en Europa.

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ex gente susarrorum

jueves, marzo 22, 2007

De la tebaida leonesa: Montes y Peñalba

JOSÉ MARÍA LUENGO Y MARTÍNEZ
Tierras de León, nº 2, 1961, pp. 25-44


El ubérrimo Valle de Valdueza (Fig. 1 ) es de los más bellos y pintorescos que tiene El Bierzo: Según se sigue el río Oza aguas arriba, se va estrechando la garganta de tal forma que, al llegar a San Clemente, las casas no tienen llano donde asentarse y se ven obligadas a trepar por las pendientes laderas, mirándose desde lo alto en el espejo de las zluviosas aguas. Traspuesto el pueblo, ya tan sólo tienen espacio el angosto camino y el río saltarín y espumante, que se quiebra en murmuradoras cascadas; los frutales, en su mayoría nogales y castaños, vanse propagando por los cerros arriba y dan nemoroso aspecto al paisaje, mientras que los chopos —los simbólicos árboles leoneses— ahondan sus raíces a ras del agua, y cimbreantes y esbeltos, ahilanse cada vez más, y con ansias supremas de alcanzar la luz del sol, que apenas si puede fugazmente acariciarlos, en un alarde de crecimiento rectos y gallardos, llegan a alcanzar alturas inverosimiles...., se van derechos al cielo como saetas.

En las antiguas Herrerías del Monasterio de Montes bifúrcase el camino en dos ramales que conducen el de la derecha a Montes, y el de la izquierda, a Peñalba. Sube el de Montes zigzagueando por el recuesto para ganar la sierra, dejando hundido en una profunda fraga al río, y una vez remontada la altura ofrécese a la vista el solemne y magnifico panorama de los Montes Aquilianos, tras de cuyas barrancadas, cubiertas de arboledas, se elevan las cumbres de Pico Tuerto y La Guiana (o Aquiana), escoltada por los ingentes peñascales, denominados de Los Doce Apóstoles. Esta cumbre es el más espléndido «mirador berciano»: «La vista que desde aquella altísima eminencia se descubre —dice Gil y Carrasco— es inmensa, pues domina la dilatada cuenca del Bierzo llena de accidentes, a cuál más pintorescos y hermosos, y desde allí se extiende la mirada hasta los tendidos llanos de Castilla por el lado de oriente y por el occidente hasta el valle de Monterrey, semiadentro de Galicia. La Cabrera, altísima y erizada de montañas, le hace espalda, y es, en suma, uno de los puntos de vista más soberbios de que puede hacer gala la España»...

Sobre los precipicios por donde discurre el Oza, en su margen izquierda, casi colgado sobre la traga, se alza, en vergonzante ruina, el antiquísimo y famoso Monasterio de San Pedro de Montes, ceñido por el rústico caserío (fig, 5), de tipo serrano, con sus puertas en alto, a las que se llega por externas escaleras: con sus amplios corredores y volados aleros, fehacientes supervivencias de la vida del medioevo, que con tanta intensidad evocan, y cuyo valor constructivo estriba en su carácter connatural con el recio paisaje que las rodea (figs. 6 y 7).

En éste, al parecer inhóspito rincón berciano, tuvo sin embargo bien pronto su asiento la Historia. Los primitivos astures alzaron allí uno de sus castros sobre una lona de aquellos derrumbaderos de las faldas de la Galana, cerca de la orilla derecha del Oza, y cuyo nombre originario, por rara casualidad, se nos ha conservado en escrituras antiguas: San Valerio, denominábalo ya «antiguo Castillo de Rupiana», y Ordoño II en su discutido privilegio le llama «castello antiquísimo Rupiano». En él estableceríanse tribus célticas, de la comunidad de aquellos SEFES —cuyo nombre tomaron de su animal totem, la serpiente— que invadieron todo el N. O. hispano, y que, adoradores también de las montañas, dejaron la constante tradición de su culto sobre el tormentoso pico de la Guiana.

Interrumpido por siglos el curso de la vida, llegó un buen día hasta aquellos apartados yermos, allá a mediados de la sexta centuria, un famoso asceta, un solitario lleno de unción y de poder creador, escapado del Monasterio de Compludo, San Fructuoso, ansioso de soledad contemplativa.

Era este Santo —según Murguia pretende— de germano origen, hijo de un Conde de El Bierzo, emparentado con el propio rey Chindasvinto. Retirose primeramente del mundo, a un lugar donde antes repastaban los ganadas paternos, fundando allí un cenobio consagrado a los Santos complutenses Justo y Pastor, de donde vínole el nombre de Compludo al Monasterio, que hoy conserva el lugar que en torno de él se fundó. Llevaba Fructuoso en su alma «semilla de fundador» y no paraba mucho en parte alguna, así que abandonando pronto su primera obra, atraído por la quietud excelsa de este paisaje de Montes, quiso hacer de él su nuevo retiro. Eligió la orilla izquierda del río, álzose allí su celdilla y surgió el nuevo cenobio, que consagró a los Apóstoles San Pedro y San Pablo, tomando luego el nombre de Monasterio Rupianense, en memoria del desaparecido castro de Rupiana, como lo dice claramente San Valerio: In finibus entra Bergidensis territorii ínter cetera Monasteria juxta quodan Castellum, culos vetustos conditur nomen edidit Rupiana, est hoc Monasterium inter excelsorum Alpium conuallia a sancte memoriae beatissimo Fructuoso olim fundatum...

Abandonado el Monasterio por San fructuoso, que entregado a su sino Fundacional, se dirigió al Visonia, vino a reemplazarle otro famosísimo anacoreta San Valerio, nacido en tierra de Astorga, que había hecho su ascético retiro en el Castro Pretense, cerca de Quintanilla de Somoza. Fecundisima fue su vida en Montes; allí escribió casi todas sus obras, en una de las cuales nos ha dejado una magnifica descripción de estos lugares de frondosisima y amena vegetación. Así nos cuenta en su rudo latín: Cerne nunc septas undique oleas, taxeas, laureas, pineas, cipreseas, rosceasque myices, perenni fronde viren fronde virentes, unde rice horum omnium perpetum nemus Daphines nuncupatur; diversarumque arbuscularum praetensis surculorum uirguitis, hinc indique insurgentibus vitium contexta palmitibus, viroris amaenissima protegente umbracula, sed monachis opacitate venusta, fecundansque invia, ita solis ardoribus aesiuante refrigerat membra, ac si antra tegant et sexea protegat umbra; dum molli justa rivuli decurrentis sonito demulcet auditus, atque rosarum, litiorum caeterumque herbarum flores nectarius aromaticans redolet olfatus, et venustissima nemoris animum lenit amenitas... sobrie et non ficta sed fidelis perficiatur charitas. Juxta hujus situm ope Domini parvulum adjecimus hortulum, quem arborum plantationis claustra septum fecit esse munitum, ut quantum plus post finis mei obitum longiluum transierit spatium, tantum fortior illum gignens arboreum observabit claustrum. Como se ve por la descripción habían transformado los monjes el sitio en casi un ameno jardín.

De todo lo que allí hubo en aquellos remotos tiempos tan solo nos quedan como testigos vergonzantes de lo que fué las columnas aprovechadas como maineles en los ventanales de la torre de la iglesia actual y los dos «capiteles íntegros, con dos filas de hojas anchas y caulículos» que, por vez primera, catalogó Gómez-Moreno.

Ello es bien exiguo. No obstante, nos revela la suma importancia artística que alcanzaron aquellas construcciones de nuestros monjes solitarios de los siglos VI y VII.

Saturnino, un aventajado discípulo de San Valerio —que tenía por ocupación predilecta la enseñanza— sentíase atraído por el lugar señalado con una cruz, donde San Fructuoso solía hacer oración, y elevó en aquel sitio un pequeño eremitorio, bajo la advocación de la SANTA CRUZ, que fue consagrado por el obispo de Astorga, Aurelio (681-693?).

Aquel lugar, ya santificado por San Fructuoso, hallábase relacionado de antiguo con una medrosa leyenda, que en aquella época debía de estar aún muy viva en el país. Dicese aún entre los campesinos que existía en la cueva que hay al otro lado del río, frente a esta capilla, una enorme serpiente que devoraba a cuantas personas encontraba, creencia que indujo a San Fructuoso a santificar aquellos lugares con la presencia de la Cruz.

Construida, posteriormente, la ermita, acaecieron en ella dos casos extraordinarios, que tienen concatenación con esta creencia. El de un amante de lo ajeno, que fue a robar los frutos al huerto de la ermita y que, mordido por una serpiente, cayó sin sentido al suelo, con el extraño efecto de arrojar, por arriba y por abajo, más de lo que habla comido, dándose después la circunstancia de que, en lo sucesivo, no fuera mordido nadie por serpiente en aquella región: per gratiam Domini nullus fuisset inventus qui in his montibus a Serpenten fuisset vulneratus. Esto nos lo cuenta San Valerio, y añade que el eremita Saturnino, lleno de envidia por la gloria de su nombre, desapareció, llevado por el diablo, sin que jamás se volviera a saber de él. La vieja serpiente de los celtas— que dejó tan honda tradición en Galicia — estaba infiltrada en las creencias de nuestra alta Edad Media y jugaba dos papeles: el de supeditada al poder divino y el de contaminada por la perfidia de Satanás.

San Valerio falleció el 25 de febrero del 695, según Cuadrado, y sepultáronlo en el monasterio, sepulcro que aun vio dicho autor, que nos da la transcripción de su epitafio, aunque ya no era el primitivo.

La invasión árabe dio al traste con todo y volvió Montes a quedar en trágica soledad.

De la derruida ermita de Santa Cruz consérvase, por fortuna, aprovechados en la actual reconstrucción, formando una ventana, tres piezas de arte visigótico muy interesantes (fig. 9). Una de ellas está recortada para formar el mainel. Tenia una decoración de follajes serpeantes y en su lado izquierdo se ven restos de otros dibujos que debían de completarse en otra pieza, como si hubiera formado parte de un cancel. Las otras dos tienen aspecto de impostas: La que hace de jamba va decorada con círculos y cuadrados inscritos, en los que aparece el terna decorativo de las cruces talladas en bisel que se ven en cipos funerarios romanos, estela de Flavo en León y varias en el Museo de Burgos; y la pieza que sirve de umbral ostenta un trenzado de dos ramas y una hoja de hiedra. Ambos motivos, si bien ingertados en lo romano y lo visigótico, tienen sus raíces en lo céltico y resultan piezas harto curiosas para el estudio de nuestro arte.

Movido por la tradicional santidad de este sitio, otro monje deseoso de continuar la tradición eremítica, San Genadio, que hallábase bajo la obediencia del abad Arandisclo en el Monasterio Ageo, reunido con otros doce compañeros trasladose a Montes dispuesto a hacerlo renacer de sus cenizas. Estaba, como el mismo Santo nos cuenta, «reducido a la vejez, y casi en completo olvido, cubierto de malezas y ásperos bosques, y por los muchos años transcurridos, asombrado por grandes árboles»... Dedicose a desbrozar todo aquello y —sigue diciendo— «roturé terrenos, hice huertos y arreglé lo necesario para el servicio del Monasterio»... Con esto puso el Santo Genadio la base fundamental de la restauración que se comenzó hacia el año 895.

Las obras de por entonces debieron de tener un carácter netamente asturiano; por lo menos así nos lo dejan deducir dos capiteles que se conservan en un ventanal de la torre de la iglesia, con marcadas características de este estilo, y que hay necesariamente que fecharlos —como ya apuntó Gómez-Moreno— dentro del siglo IX.
Tan solo cuatro años estuvo de abad de Montes San Genadio, pues su fama llevóle a la silla episcopal de Astorga, desde donde siguió protegiendo al Monasterio, dotándolo de nueva iglesia. Su historia se relata en la inscripción de mármol que se conserva empotrada en un estribo del claustro, cuyo texto es el siguiente:

INSIGNE MERITIS BEATVS FRVCTVOSVS: POSQVAM CONPLVTENSE CON DIDIT CENOVIUM ET NESCI PETRI BREBI OPERE IN HOC LOCO FECIT ORATORIVM: POST QVEM NON INPAR MERITIS VALERIVS SCS OPVS AECLESIE DILATABIT: NOBISSIME GENNADIVS PRSBTRC CVM XII FRIBS RESTAVRAVIT: ERA DCCCCXXXIII PONTIFEX EFFECTVS A FVNDAMENTIS MIRIFICE VT CERNITVR DENVO EREXIT N OPPRESSIONE VVLGI • SED LARGITATE PRETII ET SVDORE FRVM HVIS MONASTERI CONSECRATVM E
HOC TEMPLV AB EPIS GENNADIO ASTORICENSE: SABARICO DVMIENSE: FRVMINIO LEGIONENSE: ET DVLCIDIO • SALAMATICENSE: SVB ERA NOVIES CENTENA: DECIES QVINA: ET QVATERNA: VIIII O KLDRM. NBMBRM. (Hoja de hiedra)

Esta obra debió levantarse en un marcado estilo mozárabe, ostensible en los caracteres epigráficos de esta lápida y el precedente de la reconstrucción de la capilla de Santa Cruz en el año 905, según se testimonia por los restos que de ella se conservaron en la segunda reconstrucción de 1723, en la que colocóse sobre la puerta una ventana con las piedras visigodas ya citadas, procedentes de la obra de Saturnino, y otras tres con características típicas mozárabes, que son: (fig. 9) un sillar cuadrado en el que se talló, en realce, una cruz, imitando el modelo de la de Los Angeles de Oviedo, con su alfa y omega pendientes de los brazos, que resaltaba sobre un fondo teñido en rojo; un dintel enterizo de ventanita geminada, con sus arquillos perfilados con una moldurita plana, y que aparecen cobijados bajo un alfiz; entre éste y los arcos corre una inscripción que dice: AECCE SCE CRUCIS, que siempre se ha leido suprimiendo una de las ces de la primera palabra —que lleva dos, como puede apreciarse por la fotografía que se reproduce— estando claro su sentido: ECCE SANCTAE CRVCIS (he aquí la santa Cruz), aludiendo a la del relieve que tiene encima. Y en un sillar rectángular, con recuadro, se talló la inscripción siguiente:

lN HONO
RE SCE CRV
CIS SCE MA
RIE SCI INS
BT SESCI IA
COBI SCI METI
SCI CLEMENS

que interpretó correctamente Gómez-Moreno en esta forma: «In honore sancte Crucis, sancte Mariae, sancti loanis Babtiste, sancti lacobi, sancti Matei, sancti Clemenlis». La fecha de la segunda dedicación de la ermita, hállase también esculpida en esta piedra, en su canto derecho, donde se lee: ERA DCCCCXLIII KALENDAS D (e) C (em) B(ri)S, (Era 943, año 905, kalendas de diciembre, o sea el primero de este mes).

La importancia que el cenobio rupianense iba teniendo, requería el fomento de la vida social a su alrededor, por lo que los monjes propusieron a los pastores de cabaña alzada, que pastoreaban por aquellas serranías, que se agruparan en núcleos cercanos al convento, a cuyos efectos ofrecieronles «el derecho de apacentar sus ganados en los montes y sotos de la Abadía. Fueron numerosos los que aceptaron el ofrecimiento —dice Puyol— aunque al principio vivían en aquellas tierras sin casas y como .salvajes». A cuya causa les otorgaron licencia para construir cabañas, naciendo así los pueblos denominados de la «Quinteria», que son San Pedro de Montes, San Adrián y Ferradillo.

Posteriormente, desarrolláronse —aunque, al menos, como caseríos ya existían algunos en el siglo X, como San Clemente, cuyos restos de una iglesia de esa época lo testifican— y fueron adquiriendo importancia los numerosos poblados del Valle de Valdueza, que pugnando por independizarse del señorío de la Abadía, vinieron a constituir el famoso Concejo de Valdueza, que se puso en franca oposición con los monjes; motivo principal de la decadencia de tan importantísimo cenobio.

Llevose a efecto en el siglo XII la total renovación del templo monacal, elevándose una en estilo románico, que es la que en la actualidad se conserva.
Su planta (fig, 11), es de tres naves, a las que corresponden sendos ábsides: El central tiene acceso por un arco triunfal moldurado con golas, filetes y tres baquetones (fig. 11-3), que apoya sobre columnas, llevando éstas capiteles de hojas, collarinos sogueados y basas áticas; sigue un tramo rectangular, cubierto con bóveda de medio cañón, en el que se abre el ábside semicircular, con bóveda de cuarto de esfera, pero nervada, llevando nervios y arco molduras de tres baquetones, sustentándose en sus correspondientes ménsulas; tres ventanas, sencillas, de arco de medio punto y con doble derrame le daban luz. Las capillas laterales ostentan arcos llanos de medio punto, insistiendo sobre impostas de chaflán, cuerpo rectangular con bóvedas de medio cañón y ábsides semicirculares cubiertos con bovedillas de casquetes esféricos, recibiendo luz por sendas ventanas. El resto de la iglesia compónese de tres naves, separadas entre sí por gruesos pilares circulares, con mochetas cortadas a bisel, sobre los que se elevan los seis arcos formeros, apuntados y dobles —perfilado uno de ellos con molduraje gótico— sobre los cuales corre un imposta achaflanada de la que arranca la bóveda de medio cañón, dividida en tres tramos por dos arcos cinchos, llanos, que apoyan sobre los pilares, subdividiéndose los dos primeros tramos en otros cuatro por medio de otros arcos perpiaños, sustentados sobre ménsulas sencillas. Solo conozco otro caso de abovedamiento análogo en la nave central de la Colegiata de La Coruña, muy posterior a ésta en techa, puesto que se terminó de cerrar en 1.302 y es ya de sección apuntada.

Las naves laterales se cubren de cañón, seguido con arcos cinchos de medio punto, que fueron macizados con unos arcos inferiores, con muretes intermedios taladrados por óculos; estos arcos inferiores son dobles en la nave del Evangelio, y uno doble y otro sencillo en la de la Epístola, no llegando en ésta la responsión hasta el suelo.

La nave central recibe su luz por un óculo polilobulado, que se abre sobre el arco triunfal. Las naves laterales llevan ventanitas abocinadas como las descritas.

Tiene el templo dos puertas: La del O. sencilla, con columnas en jambas acodilladas, y la de S. de la misma forma, pero más fina de ejecución, con doble arco, votel y baquetones, el arco del intradós apóyase sobre impostas de gola —nótese que ya las llevaba también el arco triunfal, y que es un terna poco frecuentado en lo románico—, y el externo insiste en impostas de caveto recto, finamente decoradas con hojas; los capiteles son de fina talla, con almenillas, follajes rizados y collarín sogueado (fig. 10-2).

A los pies del templo, como prolongación de la nave del Evangelio. Alzase la torre cuadrada de tres cuerpos. Cubrense los dos primeros con bóvedas de medio cañón, iluminándose el primero con una saetera y el segundo con una ventanita gemela, ambos en la fachada O. Elévase el tercero sobre una imposta corrida de chaflán, en sus cuatro lados, en los que se abren sendas ventanas dobles; sobre pilastras y adosadas columnas en tres de sus lados y en el N. tiene mainel de doble columna, adornándose la enjuta del arco gemelo correspondiente con una cabecita. Los capiteles de estas columnas de la torre son los ya citados corno visigodos y asturianos en páginas anteriores. Remata el cuerpo con una cornisa sobre modillones sencillos, y lleva una falsa cúpula que sustentaba el primitivo techado de piedra, hoy recubierto por un empizarrado chapitel.

Llama a esta iglesia Gómez-Moreno «logogrifo artístico», al que no poco contribuye el espantoso enjalbegado que tanto la desfigura interiormente. Hoy está en vías de restauración, y es de esperar que con ello se aclaren algunos de los problemas técnicos que esta obra suscita. No lo es pequeño sus vacilaciones de estilo, pues habiendo sido concebido el ábside mayor como obra gótica y provisto de ménsulas en las capillas laterales, para sustentar nervios, tornose de nuevo a lo antiguo. Otro de los grandes problemas es el de su consolidación: Desplomada la iglesia desde muy pronto, acudióse a su remedio, y de entonces pueden datar los murestes sobre los arcos cinchos supletorios, que servían para reforzar los débiles estribos. Gómez-Moreno apunta, asimismo, la posibilidad de que los redondos pilares sean un refuerzo de los cuadrangulares primitivos. No seria ello extraño, aunque tampoco puede descartarse la posibilidad de que sean los originarios de la obra, pues, aunque no frecuentes, los hay iguales en la románica iglesia de San Juan de los Caballeros, en Segovia, y, alternando con pilastras cuadradas, en la francesa de Vignory.

Deberase acaso la construcción de este templo a aquel arquitecto Vivíano que en ella recibió sepultura, citado por FIórez, que reprodujo en facsímil su curioso epitafio, que aún estaba visible en tiempos de Quadrado; y aunque La Poz y Mingote cítenlo a su vez, es posiblemente por copia de los primeros. Lo cierto es que ya no existe, aunque sea de esperar que se descubra al quitar el enjalbegado, así como otras inscripciones de las que hay noticia (fig. 14).

El retablo mayor (fig. 13 - 1), es obra barroca del siglo XVII, cuyo coronamiento anda disperso por el templo. El paño central era una Inmaculada (fig. 12 - 3) de las del tipo de Gregorio Fernández, con las manos levantadas y el pelo caído por los hombros, pero es muy parada y poco expresiva. Gánala en arte la talla de la Asunción (fig. 12 - 2) muy movida y graciosa.

Nuestra Señora de la Guiana, acaso antigua, pero espantosamente vestida, fue dotada de un retablo churrigueresco, de talla bastante fina, y del mismo estilo son los colocados a ambos lados del presbiterio, hechos en el siglo XVIII (figs. 13 - 2 y 15, 1 y 2).

El coro tiene en sus espaldares bajorelieves de Prelados y Abades, todos ellos policromados, entre los que hay columnillas en forma de estípites; parece obra del siglo XVII y sus figuras pecan de rechonchas y poco movidas para la época, aunque los rostros resultan expresivos y el plegado de paños minucioso y dúctil (fig. 16).
Son de gran interés las cajitas relicarios con letreros de los siglos XI, XII y XIII, que Gómez-Moreno catalogó.

El retablo de tablas pintadas del siglo XVI y XVII fue enajenado.
En el siglo XVIII se hizo una renovación total de las dependencias del Monasterio: En 1756 se adosó a la fachada de la iglesia románica un cuerpo, y por entonces se levantarían también los dos claustros, el grande, todo él cerrado, y el pequeño, lindante con la iglesia, que tiene arquerías abiertas con cuatro arcos por lado, hechos en un sencillísimo estilo barroco, que abundó, por entonces, en El Bierzo, y que se compone de arcos llanos de medio punto, imposta de fajas lisas o con moldura de chaflán y pilares rectangulares (fig. 17).

No hay noticias fidedignas de cuando los monjes de Montes procedieron a la erección en la cúspide de la Guiana de la ermita dedicada a Nuestra Señora de la Guiana, cuyas ruinas se conservan, y que constaba de dos naves, para colocar dos imágenes distintas de la Virgen. Llevábanse éstas hasta aquella ingente altura el día 15 de agosto, formándose dos procesiones con sus imágenes respectivas. Una salía de San Pedro de Montes, y la otra de Villanueva de Valdueza, encontrándose ambas en sitio preciso, señalado con un crucero (fig. 4), desde cuyo punto continuaban la ascensión formando un solo cortejo hasta que las dejaban colocadas a cada una en su respectiva nave. La Imagen de Montes, repintada y revestida, no se aprecia bien su antigüedad; la de Villanueva de Valdueza era un magnífico ejemplar de Virgen sedente, románica, del siglo XII, que fue vendida, sustituyéndosele por una de principios del XVII, a la que hoy se le da la misma advocación. Una vez subidas las imágenes al monte, celebrábase una tradicional romería —que ahora intenta restaurar el Instituto de Estudios Bercianos, que ya hace dos años vuelve a celebrar con bailes típicos en el denominado «Campo de las Danzas». Todo ello hace pensar en un primitivo culto céltico dedicado a la montaña —como en la próxima de El Teleno lo tuvo Marte Tileno, según se deduce de la placa de plata con letras de oro, procedente de Quintana del Marco, y hoy se custodia en el Museo Arqueológico Nacional.—También la Guiana tendría en lo antiguo su pagana divinidad, que fue cristianizada por los monjes allá en remotas edades, cuando de la procesión no hay datos fidedignos conocidos —si se exceptúa la Virgen de Villanueva— sino desde el siglo XVI. Unas excavaciones sistemáticas v bien dirigidas en las ruinas de la ermita acaso dieran óptimos resultados.

EL «VALLE DEL SILENCIO Y PEÑALBA

En los tiempos penitenciales solían ciertos monjes del Monasterio Rupianense retirarse a los más recónditos lugares de la sierra para entregarse a la vida solitaria. El sitio para ello más preferido fue el denominado «Valle del Silencio», que desciende en angosta garganta por una ladera de Pico Tuerto, cuyos neveras alimentan el riachuelo que corre por aquellas honduras. Es este vallecito, uno de los sitios más bellos, más emotivos e interesantes de nuestra madre España, en el que se juntan espíritu y naturaleza en exquisita amalgama, para que alma y ojos se deleiten, ella con el presentido más allá, y ellos con las galas supremas del soberano e Insuperable arte, que allí ha derrochado la mano fecunda de Dios. Acércanse los montes uno a otro formando una angostura, y en las cortadas rocas que miran a Naciente ábrense, a gran altura, las bocas de las cinco cuevas que sirvieron de celdas a aquellos santos anacoretas de nuestra baja Edad Media —que se aparece medio oculta entre las breñas –. El riachuelo, de torrencial corriente, se desploma saltando espumante y sonoro en pintorescas cascadilas, y cuando llega a besar las rocas donde las cuevas se abren, fíltrase cauteloso entre las piedras del álveo, y el silencio hace profundo, llénase todo de paz y quietud, corno si, en efecto, tal como la leyenda popular cuenta, hubiérase escondido el río para no turbar con su persistente murmurar los éxtasis divinos de los ermitaños, fundidos en el espíritu de Dios; y traspuesto aquel lugar de Oración, surge de nuevo su corriente, con más abundantes aguas, con más pujantes bríos, ya saltarín, alegre y murmurador, como satisfecho de haber rendido respetuosa pleitesía, ocultando sus linfas en los lugares santos, y marcha a rendir el tributo de sus aguas claras y puras en el tortuoso río Oza, el otro caudal santificado, que mana bajo la protección de la Virgen de la Guiana, y sirvió de aguas lustrales a S. Fructuoso, S. Valerio y S. Genadio.

Fue este último santo un gran enamorado del «Valle del Silencio»: en él hizo sus penitencias de monje, fue su continua añoranza mientras ciñó la asturicense mitra y, cuando movido par la atracción de la soledad renunció a sus honores, tornó de nuevo a su valle para explayar su alma en aquellas tan bellas soledades. El cariño que las profesaba movióle a enriquecerlas: En el mismo «Valle del Silencio» erigió un oratorio a Santo Tomás, y bajo el marmóreo crestón de «Peña Alba», hizo un monasterio en honor de Santiago, que tomó su nombre de la peña, como años atrás el de Montes se apropió el de céltico castro.

De este Monasterio de Santiago todo desapareció, a excepción de su primorosa iglesia, que es uno de los monumentos más insignes que se levantan en el suelo hispano. En cuanto a su construcción, no andan los documentos muy explícitos. S. Genadio, en su testamento del año 915, dice: Deinde autem in montibus illis aulam nomine Sancti Andreae construxi, allud que monasterium ad ordinem monastícum inter vallum distendens in memorian Sacti lacobi terminum contruxi, quod vocatur PeñaIva: inter utroque vero in loco, qui dicitur silentium in honore Sancti Thomae, quartum oratorium fabricavi Esto es lo que nos dice el Santo de sus funciones en estos lugares, y respecto a Peñalba, se desprende taxativamente que fundó el monasterio, aunque no hace alusión a su magnifica Iglesia, que, posiblemente, no data de entonces, sino algo posterior al año 905. Arqueológicamente considerada, hay que encasillarla necesariamente con sus construcciones gemelas, debidas tal vez a un mismo arquitecto, y son ellas el primer tramo del pórtico de S. Miguel de Escalada y la capillita de Froila en el Monasterio de Celanova, que van bien con la fecha del año 937, que coincide con el episcopado de Salomón, un año después de la muerte de Genadio, y al cual cabe atribuirla. Supone Quintana que la obra que allí Salomón hizo era un albergue destinado a habitación de su maestro y abad S. Genadio, y no la iglesia. Como se ha apuntado, los documentos no son muy claros, y el mismo Salomón, en su testamento, alude de nuevo al monasterio de Santiago de Peñalba, atribuyéndose toda la obra. Dice: Contruximus illud (cenobium) ...In alium locuaz qui ibi erat fundatum el plus aptum sancti Iacobi apostoli vocabulum, et ubi manet tumulatum ipsius donni lennadi corpus... Inchoavimus et explevimus in loco quantum pietas Domini iuxit et nunc apparet...

De aquí se infiere que él hizo el cenobio que estaba fundado, y en él un túmulo para S. Genadio, y parece enorgullecerse en las últimas frases de la magnificencia de la obra. Si era la iglesia, a la que parece estar asociada la sepultura de S. Genadio, bien pudo quedar satisfecho de haberla concluido.

Si nuevos descubrimientos no hacen sobre la historia más luz, es lo más prudente atenerse a la fecha que el estudio arqueológico del monumento nos revela.

Obra excepcional es esta de Peñalba, que ya para Sandoval era la cosa más curiosa y digna de ser vista que entre las antigüedades tiene «España»; y Gómez-Moreno la diputa «como uno de los jalones más preciosos que la Arquitectura de la Edad Media remota conserva, testimonio de la fuerza extraordinaria y personalismo de nuestro arte monacal de «entonces»,...Ciertamente para ella todos los laúdes son pocos; engastada corno una perla oriental en la maravilla del paisaje, lozana a pesar del cumplido milenio, elevase evocadora, único testigo «vivo», de aquella Tebaida, flor de santidad, que brotó en aquellos vergeles bercianos.

Tiene la iglesia planta cruciforme: (fig. 23) Su nave es rectangular con sendos ábsides, uno a la cabecera y otro a los pies. El primer cuerpo de la nave es rectangular y se cubre con una bóveda de medio cañón, que arranca de una imposta plana; un elegante arco de herradura, (fig. 24 - 3) que se apoya sobre columnas de basas áticas y ricos capiteles de hojas de acanto, coronados con cimacios de dos nacelas, pone en comunicación este cuerpo con el central, que hace de crucero, y sobre este arco ábrese una ventanita de comunicación, con arco de herradura, que contribuye a aligerar la masa del muro. El crucero es por manera notable; sobre cuadrada planta elévese una cúpula gallonada, de ocho cascos, que se sustenta sobre cuatro arcos de medio punto, que resaltan de los muros lo precisamente necesario para servir de apoyo a la cúpula, haciendo innecesarias trompas y pechinas, resultando una solución única en los anales de la arquitectura que no volvió a repetirse. Tras el arco triunfal de herradura, con alfiz, (fig. 28) que lleva columnas similares a las descritas, se desarrolla el ábside, con planta ultrasemicircular por dentro, y rectangular por fuera —como otros precedentes visigodos— que se cubre con una bóveda gallonada de ocho cascos. A la derecha e izquierda del crucero se adosan dos departamentos para sacristías, con sus arcos de entrada de herradura, apoyados en ménsulas de doble nacela (fig. 28 - 2). A los pies del templo hay otro ábside de curva peraltada por dentro y rectangular por fuera, que tiene acceso por un arco de herradura, sin alfiz, apoyado en columnas del mismo tipo que las descritas, y se cubre también con bóveda gallonada como la del otro ábside.

Todo el interior del templo estuvo primitivamente policromado, como la ha dado a conocer Menéndez-Pidal: Bajo una gruesa capa de encalado, al descorcharse, han ido apareciendo las antiguas pinturas, consistentes en follajes serpeantes en la zona del arco divisorio de la nave, y en una imitación de fábrica de ladrillos en ábside de los pies del templo, donde posteriormente ha quedado descubierta una cruz de laceria de típico estilo caligráfico. Es de esperar una pronta restauración de todas estas pinturas, que vienen a enriquecer y exaltar el interés de tan curioso monumento.

Recibía la iglesia luz por ventanas rectangulares que ostentaron delicadas celosías de piedra, de las que aún se conserva parte en la del ábside accidental (fig. 22-4). La sacristía del N, tiene una pequeña saetera y la del S. lleva una ventanita (fig. 27), de la que nadie ha hecho mención: compónese de lajas de pizarra horizontales en sus jambas, y se cubre con un dintel en el que se ha abierto un arquito de herradura con su correspondiente alfiz, bajo el cual están grabadas cinco crucecitas, una dentro de circulo, y otros dos signes, uno semejante a una ye y el otro a una ce. Crucecitas así se dan en sillares de edificios visigodos, tales como San Pedro de la Nave y Quintanilla de las Viñas, y tienen gran similitud con muchos grabados esquemáticos rupestres, cuya data anda en tela de juicio.

Entrábase a la iglesia por dos puertas: la principal, al S., es modelo verdaderamente notable; cubre el vano un gran arco de descarga, de herradura, que interiormente hace el oficio de capialzado, y bajo él ábrese la puerta gemela, sobre columnas de mármol exornadas de preciosos capiteles de delicada talla a bisel, formando hojas de acento con sus tallos, caulículos, almenillas y sogueado astrágalo (fig. 26); sobre ellos hay cimacios de triple nacela, separadas por junquillos, en los que apoyan dos arquillos de herradura, de descentrado trasdós, perfilados con un voltel de doble nacela, que se prolonga por ambos lados y sube formando alfiz; todo ello tan gracioso y fino, que puede diputarse como la creación maestra del arte mozárabe, superando en gentileza y precisión eurítmica al primer tramo del pórtico de Escalada, su único posible competidor (fig. 25. 1, 2 y 3). La otra puerta se abre en el muro N., tiene arco de herradura sencillo sobre repisa cortada a bisel, y por dentro va capialzado.

Los tejados vuelan sobre una ostentosa cornisa, compuesta de un listel corrido y de grandes modillones de gorja, que llevan aplicados rollos, en cuyos frentes tienen talladas ruedas helicoidales y estrellitas. Los ábsides y sacristías presentan unas pequeñas gárgolas para verter las aguas que pudieran acumularse en los hombros de las bóvedas.

El ábside de poniente fue recrecido en su altura, desapareciendo la cornisa del muro que mira a la torre, y de las otras de los lados sólo se aprovecharon algunos modillones, desechándose por completo el lister inferior, por cuyo motivo quedó convertido en un cuerpo a dos aguas, en vez de las tres vertientes de tejados que tuvo en lo primitivo, obra que se realizó para adosar las agujas de la armazón de madera de la torre.

Se ignora por qué circunstancias se hizo una consagración de este templo a principios de! siglo XII, año 1105 como se testifica en la inscripción que se ve a la derecha de la portada principal, que dice así:

INERA Cª XLIII P[o]S[i]M[i]L[e] ET VII ID[u]S
M[a]RC[i]: CONSECRATA EST HEC ECL[esi]A,
IN HONOREM S[an]C[t]I IACOBI AP[osto]Ll ET PLURIMOR[um].

En el ábside de los pies del templo recibieron sepultura S. Genadio al lado del Evangelio, bajo una lápida lisa, y S. Urbano, al lado de la Epístola, bajo otra lápida, también anepigrata, con vertiente a dos aguas. Ambos cuerpos fueron exhumados de allí el año 1603, dejando en su sitio tan sólo los huesos menores, por la Duquesa de Alba, Dª Maria de Toledo, que los llevó al convento de Dominicas de Villafranca del Bierzo, que ella había fundado, y trasladado éste al de Laura de Valladolid, para allí fueron a su vez los restos de nuestros Santos. Ante la reclamación del Sr, Obispo de Astorga, hubo de hacérsele entrega de la calavera de S. Genadio y de una de sus tibias, reliquias que en la catedral de la mencionada ciudad se conservan.

Estaban enterrados en el Cementerio que circuía la iglesia de Peñalba otros santos varones, como San Fortis —que también fue sustraído por la Duquesa— San Esteban y los famosos abades Vilas, Januario y Petronato. Sus epitafios se ven aún grabados en los muros del templo con caracteres de los siglos X a XI de los que aún se lee «†HIC PETRONATVUS...», colocado en un sillar del tragaluz de la sacristía del N. en su muro E. En el muro de los pies del templo que mira a la torre, ligeramente escrifiado, puede leerse:

[Hic requiesc]IT FAMVLVS DEI...
... SVUM Q OBIT DIE VII ...

En la cara interna de la jamba izquierda de la puerta del N. se halla la inscripción, en versos leoninos, del abad Esteban, fallecido en el año 1132, Su texto dice:

†CLAUDITUR IN XPO SUB MARMORE
STEFANUS ISTO ABBAS EGREGI
US MORIBUS EXIMIUS VIR DO
MINI VERUS RECTIQUE TENO
RE SEVERUS DISCRETUS SA
PIENS SOBRIUS HAC PACIENS
GRANDI HONESTATIS MAGNE
QUOQUE VIR PIETATIS DUM SIBI
POSSE FUIT VIVERE DUM LI
CUIT RECTIREN IUVENU
DOGMA DECUSQUE SE
NUM QUEM NOBIS CLARUM GE
NUIT GENS FRANCIGENARUM
GERVASI FESTE CESSIT FRA
GLIQUE SENECTE VIRTUS CELSA
DEI PROPICIETUR EI ANNUM CEN
TENUN DUC SEPCIES ADITO
SENUM MILLE QUIBUS SOCIES
QUE FUIT ERA SCIES III X KLS I
ULII OBIIT STEFANUS ADBA ERA C
LXX PELAGIUS FERNANDIZ
IUSSIT FIERI PETRUSQUE
NOTUIT.

Adosado al muro N. del ábside de los pies del templo hay un hermoso sepulcro, de estilo románico del siglo XII, con arquitos gemelos sobre columnillas con capiteles toscos de hojas y basas de perfil corintio, con doble toro menor. No se sabe a quién pertenece, pues su lápida es anepígrafa (fig. 24, 4).

Contaba esta iglesia con ricas preseas: La más importante fue la cruz de azófar que le donó Ramiro que hoy se conserva en el Museo Arqueológico de León, en cuyo reverso se hace constar la ofrenda por medio de la inscripción siguiente:

I[n] NOMINE: DOMINI NSI
IHV XPI: OB ONOREM
+ SANCT: IACOBI:
APOSTOLI: RANEMIRVS REX; OFRT (fig. 30,

El valioso copón que tenía fue fundido en una platería de Astorga, y su compañero el cáliz, que perteneció al abad Pelagio en 1105, fue expatriado, figurando en la actualidad en el Musco del Louvre, en París. Es pieza valiosa entre los de su época. Fórmanlo una copa semiesférica, con resaltado reborde, y un pie cónico, unidos por un rico nudo de lacería, entre las que se ostentan las cuatro figuras simbólicas de los Evangelistas.Alrededor de la peana corre un festón de rayitas diagonales incisas y una inscripción que dice:

PELAGIVS: ADBAS: ME: FECIT: AD: HONOREN: SANCTI: lACOBI APLI:

La patena ostenta en su centro al Cordero Pascual, nimbado, y una cruz lisada, circuido todo por un cordón; cíñele a su vez un circulo polilobulado, y entre éste y el borde, se lee la inscripción siguiente:

† CARNEM: QVM: NON: ADTERIT: VLLA: VETVSTAS: PERPETVVS: CIBVS: ET: REGAT: HOC: REVS: AMEN: (fig. 31).

Hoy en la iglesia sólo pueden admirarse: Un capitel suelto, colocado junto al arco triunfal, de hojas colgantes lisas y collarino sin sogueado, procedente, al parecer, de una esquina, y que pertenecería acaso al derruido monasterio: su arte apártase del de la iglesia, denotando mayor antigüedad. Es pieza inédita, que yo sepa:
Como contemporánea del templo catalogó Gómez Moreno la pila de agua bendita, de forma de artesa, sobre pedículo prismático invertido.

En una de las sacristías se conservan cuatro fichas de ajedrez, de marfil, que dicen pertenecieron a S. Genadio, y cabe en lo posible, a juzgar por su estilo. Son un peón, un alfil y dos roques —roto uno de ellos—, que se adornan con tres rayitas paralelas verticales y sendos grupitos de cinco círculos tangentes y radios en las caras superiores, (fig. 29).

Pieza fina es la cruz procesional, gótica, del siglo XV, de plata grabada y esmaltada.
Esto es, a grandes rasgos, lo que puede decirse, para fines divulgadores, de esta excepcional comarca de Montes y Peñalba.

La Excma. Diputación Provincial de León, consciente de la importancia histórica, artística y pintoresca que tienen estos lugares, para encauzar hacia ellos la corriente turística, ha comenzado la construcción de un camino, que ya llega hasta las Herrerías de Montes, y que pronto transmontará los repechos y hará accesibles a todos los viajeros los recónditos e inaccesibles yermos de los anacoretas de nuestra Tebaida. El mundo actual va a establecer pronto su contacto con ellos, lo que entraña no pocos peligros, a los que hay que acudir antes que se produzcan.

Las iglesias de Montes y Peñalba ya han sido declaradas Monumentos Históricos-Artísticos, en virtud del Decreto de 3 de junio de 1931, y en su consecuencia se hallan bajo la directa protección del Estado, figurando en el Catálogo con los números 492 y 483, respectivamente.

Pero en estos lugares, como se ha visto, hay mucho más que los monumentos: Hay el recuerdo histórico de aquellos ascetas de la Tebaida Leonesa: En cada uno de esos rincones de incomparable paisaje hicieron aquellos hombres santos, templos con su oración: ese paisaje fue consagrado al Dios que los dotó de tan espléndidas formas, y ese paisaje hay que conservarlo a toda costa en su prístino estado.

Codicias aviesas, cuando estos parajes sean visitables, vendrán a querer hacerlos objeto de sus ganancias, y en vez de ir a rezar, con el alma en los labios, en el (Valle misterioso del Silencio), evocando a nuestros Santos en sus lugares de penitencia, vendrán con el hacha en mano a destruir la secular arboleda y a volar con dinamita las cuevas de los anacoretas, transformándolas en ingentes canteras. Y eso es lo que hay, a todo trance, que evitar. La Excma. Diputación Provincial de León tiene en ello su palabra y puede, con la urgencia que el caso requiere, formular la propuesta de que las zonas de Montes y Peñalba — que aparecen acotadas en la fig. 1— por ser sitios ue reconocida y peculiar belleza, cuyo conjunto vale tanto como el más ponderable ejemplar de nuestra jardinería -, pueden ser comprendidos en el Decreto de 31 de julio de 1941, declarándolos lugares pintorescos del Patrimonio Artístico Nacional, con lo que estarían, de momento, sujetos a la protección y tutela del Estado, pudiéndose evitar con ello futuros destrozos.