El corazón del Noroeste
Silva leonesa
JOSE MARÍA MERINO
Parece que El Bierzo está intentando recuperar su identidad -al hilo de cierto proyecto de comarcalización-, y tales operaciones, cuando atañen a esos espíritus de las colectividades humanas, tan misteriosos y sutiles, pueden producir resultados esperpénticos si no se desarrollan con todas las garantías, ya no de asepsia -difícil siempre en las cosas de la cultura- como de conocimiento real del organismo sobre el que se trabaja.
Debo anticipar que, a mi entender, tal vez haya sido El Bierzo, con el resto de la provincia de León y la vecina Zamora, la zona de España donde la vigente ordenación autonómica resultó menos afortunada.
Criterios predominantemente económicos y geopo-líticos determinaron la creación de un ente autonómico, el castellano-leonés, unificador de diferentes espacios regionales, al que sus promotores y gestores se han venido sintiendo obligados a dotar de trazas culturales y hasta folclóricas unitarias, como si la nueva comunidad tuviese la uniformidad de signos, vivencias y expectativas que caracterizan a cada una de las llamadas "comunidades históricas".
Lo cierto es que El Bierzo -que supone casi la quinta parte de la geografía leonesa, y la tercera parte de su población-, ni es Valle del Duero, ni participa demasiado de esas "especificidades" castellano-leonesas de reciente invención. Pero tras el radical establecimiento de Galicia y Asturias como comunidades autónomas, y la incorporación de León a la comunidad castellano-leonesa, El Bierzo se ve obligado a redefinirse, y ojalá lo haga sin perder de vista el papel que jugó en la mayor parte de su historia. Pues si el noroeste tiene un centro, un corazón, ese no puede ser otro que El Bierzo. Y cuando hablo de noroeste no me refiero sólo al fabuloso y sentimental, sino al histórico, acuñado por los usos de las gentes y las formas de las tierras.
Recojo la noción de aquella Gallaecia romana que agrupó, con indudable sentido de la realidad entonces vigente, las viejas naciones que tenían su solar al oeste del río Esla y al norte del Duero, que llegó a definir lo hispano para los árabes y que, por el mérito terrible de su propia vestustez, quedaría con el paso de los siglos desmembrada en reinos, diócesis, Estados y hasta comunidades autónomas diferentes.
Lugar con antigüedad llena de contenido -secreto Eldorado que los romanos conquistaron a sangre y fuego, vetusto eremitorio, enclave peculiar del Temple y del Camino-, el Bierzo es un mundo completo, montañés y riberano, cosechero de huertos y viñedos, productor de materias primas energéticas.A la vez arcaizante y futurista, tiene demasiados elementos de vitalidad y de cultura como para renunciar a esa condición que, por muchos años, le permitió participar pacíficamente de cierto aire gallego sin dejar de ser sustancia de lo leonés.
JOSE MARÍA MERINO
Un viejo proverbio declara que los pueblos felices no tienen historia. Por eso los pueblos que tienen historia y la olvidaron, deben ser muy cuidadosos a la hora de intentar reconstruirla, so pena de infelicidad mayor -la que añade el error- o, al menos, de no poder evitar la dolorosa frustración de intuir que las cosas no fueron ni son como nos las quieren contar.
Parece que El Bierzo está intentando recuperar su identidad -al hilo de cierto proyecto de comarcalización-, y tales operaciones, cuando atañen a esos espíritus de las colectividades humanas, tan misteriosos y sutiles, pueden producir resultados esperpénticos si no se desarrollan con todas las garantías, ya no de asepsia -difícil siempre en las cosas de la cultura- como de conocimiento real del organismo sobre el que se trabaja.
Debo anticipar que, a mi entender, tal vez haya sido El Bierzo, con el resto de la provincia de León y la vecina Zamora, la zona de España donde la vigente ordenación autonómica resultó menos afortunada.
Criterios predominantemente económicos y geopo-líticos determinaron la creación de un ente autonómico, el castellano-leonés, unificador de diferentes espacios regionales, al que sus promotores y gestores se han venido sintiendo obligados a dotar de trazas culturales y hasta folclóricas unitarias, como si la nueva comunidad tuviese la uniformidad de signos, vivencias y expectativas que caracterizan a cada una de las llamadas "comunidades históricas".
Lo cierto es que El Bierzo -que supone casi la quinta parte de la geografía leonesa, y la tercera parte de su población-, ni es Valle del Duero, ni participa demasiado de esas "especificidades" castellano-leonesas de reciente invención. Pero tras el radical establecimiento de Galicia y Asturias como comunidades autónomas, y la incorporación de León a la comunidad castellano-leonesa, El Bierzo se ve obligado a redefinirse, y ojalá lo haga sin perder de vista el papel que jugó en la mayor parte de su historia. Pues si el noroeste tiene un centro, un corazón, ese no puede ser otro que El Bierzo. Y cuando hablo de noroeste no me refiero sólo al fabuloso y sentimental, sino al histórico, acuñado por los usos de las gentes y las formas de las tierras.
Recojo la noción de aquella Gallaecia romana que agrupó, con indudable sentido de la realidad entonces vigente, las viejas naciones que tenían su solar al oeste del río Esla y al norte del Duero, que llegó a definir lo hispano para los árabes y que, por el mérito terrible de su propia vestustez, quedaría con el paso de los siglos desmembrada en reinos, diócesis, Estados y hasta comunidades autónomas diferentes.
Lugar con antigüedad llena de contenido -secreto Eldorado que los romanos conquistaron a sangre y fuego, vetusto eremitorio, enclave peculiar del Temple y del Camino-, el Bierzo es un mundo completo, montañés y riberano, cosechero de huertos y viñedos, productor de materias primas energéticas.A la vez arcaizante y futurista, tiene demasiados elementos de vitalidad y de cultura como para renunciar a esa condición que, por muchos años, le permitió participar pacíficamente de cierto aire gallego sin dejar de ser sustancia de lo leonés.
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