El Reino Olvidado

Este diario es la crónica de un país olvidado, el seguimiento de su huella histórica, cultural y artística en España y en Europa.

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Lugar: Bergidum, Asturia, Spain

ex gente susarrorum

sábado, mayo 27, 2006

El territorio histórico de León

JUAN PEDRO APARICIO
LA NACIÓN ASTUR
Creo que ya en su día nuestro historiador mayor Justiniano Rodríguez formuló esa primera pregunta en tono de reto. Sería pérdida de tiempo contestarla de manera frontal, sin hacer un reco­rrido, bien que somero, por los misterios, las grutas y los precipicios de la historia leonesa. Cualquier alto funcionario, servidor de ésta o aquella autocracia, hubiera podido en cualquier época haber puesto cuatro, seis o diez, donde un día puso cinco provincias.

Pesa sobre León una suerte de maldición onomástica o patronímica —pues al fin del nombre del padre se trata—, la burla de un duende que juega con los genticilios, que impidiendo la nece­saria univocidad en el lenguaje, entra a saco en la identidad del pueblo leonés al que despoja, junto con girones de su historia, de sus más caracterizados perfiles.

Nuestros historiadores hinchan el pecho cuando relatan las dificultades de Roma para conquis­tar la península: la primera en ser atacada y la última en ser conquistada, suelen decir. Pero, ¿cuán­tos españoles, es más, cuántos leoneses, o todavía más, cuántos de nuestros historiadores, conocen que fue León la porción principal de ese último bastión hispano contra Roma?

En la prestigiosa historia de España y América, social y económica, dirigida por Vicens Vivens pueden leerse cosas como ésta: "La última fase de la conquista (romana) fue la incorporación del litoral cantábrico, decidida por Augusto el 29 a. de Cristo" (1). De nuevo preguntamos: ¿dón­de está León aquí?

Caben disparates mayores. El historiador del Derecho Alfonso García Gallo en su ciertamente meritorio manual de Historia del Derecho español dice, por ejemplo, que León quedó sometido a Roma, al caer Numancia en el 133 a. de Cristo (2).

Roma entra en los campos de batalla ibéricos enfrentada a Cartago como aliada de Sagunto en el 218 a. de Cristo. No mucho más tarde, hacia el 197 a. de Cristo, son ya romanas aproxima­damente la Cataluña actual, todo el Levante y Andalucía. Crece el poderío de Roma de sur a norte y de este a oeste; domina plenamente la Lusitania en el 139 a. de C. con la muerte de Viriato; enseguida las legiones destruyen Numancia y se apoderan de la mayor parte de la meseta norte; en el 74 a. de C., Pompeyo, sin resistencia, funda Pamplona en el corazón de la tierra vascona; en el 61 a. de C., César conquista Galicia.

A partir de entonces sólo un rincón de España conserva la independencia frente a Roma. Está constituido por los solares de Cántabros y Astures. Y por extraño que parezca, dada la organización onomástica actual, ambos, y en parte muy principal, pertenecen a la historia de León.

Adolf Schulten, un clásico ya en la historiografía de aquella conquista, empieza así su libro sobre los cántabros y astures y su guerra contra Roma:
"La región montañosa de la costa Norte de España (dice de la costa norte de España, en lo que ya hay una fuente de engaño para los oídos españoles de ahora, porque la costa Norte de Es­paña parece referida a vascos, santanderinos o asturianos, no a la provincia de León) tiene la gloria de haber sido siempre la sede de gentes fuertes y heroicas. Como los Cántabros y Astures resistie­ron a los Romanos durante diez años —al igual que los numantinos— así, resistieron más tarde sus nietos a los árabes, y todavía en la Guerra de la Independencia mostraron su valor, defendiendo Astorga en 1810 contra el mariscal Suchet..", (3).

Y es que el territorio astur comprendía por la costa de Oviedo desde la desembocadura del río Navia hasta un poco más al este de Ribadesella; del Sella bajaba el límite hasta el puerto de Tama, continuando en la vertiente de la actual provincia de León hacia Lulo, Cistierna y, río Cea abajo, al Esla hasta su unión con el Duero en la actual provincia de Zamora. Desde aquí, seguía por una línea que, rebasando la confluencia con el Tormes, volvía hacia el Norte por la divisoria de aguas entre el rio portugués Sabor y el Duero, pasando luego por cerca de Braganza para seguir aproximadamente los límites actuales entre Portugal y Zamora, penetrando después en la provincia de Orense, al Oeste de Viana del Bollo y Valdeorras, para seguir hacia La Rúa Petín y cerrar hacia el Norte por el Oeste del Bierzo y la corriente del río Navia (4).

En líneas generales aquella Asturia prerromana vendría a contener una parte de la actual pro­vincia de Oviedo, casi toda la provincia de León, excluidos los valles de; Riaño y Cistierna que serían cántabros; y una parte de la actual Zamora, uno de cuyos vértices sería la confluencia del Esla y e! Duero, y otro, la localidad portuguesa de Miranda do Douro.

Este solar, extenso y de variada orografía —no obstante ser como señala Uría, la unidad más montañosa de cuantas podemos reconocer entre los pueblos indígenas— ha de relacionarse con el valor territorial que daban los conquistadores romanos al pueblo astur, frente al únicamente social o gentilicio que atribuían a otros pueblos del Norte de España. Uría acepta que esta distinción expresa diferencia en el grado de unificación social, política y acaso étnica de unos pueblos y otros: los romanos tenían noción clara de una Asturia o de una Gallaecia como entidades nacionales asentadas sobre un territorio que les era propio, pero en cambio, solamente tenían noción de una gens canta-brorum o de una gens vacaeorum (5).

LA GUERRA POR LA INDEPENDENCIA

La guerra duró diez años, del 29 al 19 a. de C. Es un tópico decir que la lucha fue feroz y heroica. No lo es, que todo combatiente enemigo era inmediatamente ajusticiado. Pero hasta en eso había diferencias. Los romanos llenaron los caminos de filas interminables de cruces. Clavados a ellas, aún en la agonía, cántabros y astures cantaban sus cantos de guerra.

El que se sepa muy poco de ellos, y el que estos sucesos hayan estado ausentes de nuestros libros de texto se debe sin duda a que carece, esta guerra, de un historiador del calibre de Polibio que es quien relata los hechos de Numancia. Numancia se ha incorporado plenamente a la mitolo­gía nacional, a toda nuestra literatura. Cervantes escribe incluso una obra de teatro con este nom­bre. En cambio no hay nada semejante respecto a Lancia, por ejemplo, nada hay con respecto a Asturia. Y esto ¿por qué es? Porque tuvimos la poca fortuna de que contando con un gran historiador, de la categoría de Polibio, como fue Tito Livio, los libros en que recogió esta guerra se perdieron y sólo disponemos de un resumen de sus textos hecho por autores más modernos: Floro y Orosio. Resu­men que resulta en cualquier caso más que suficiente para saber que el escenario de la contienda astur se desarrolló por entero en el territorio de la actual provincia de León, lo que era natural al ser —como lo siguió siendo todavía durante mucho tiempo— la porción más rica y más poblada de la nación astur. La contienda tiene lugar en el Bierzo, a orillas del Esla y en Lancia. Todos habéis oído hablar de Lancia a pesar del estado tan lastimoso en que se encuentra. Lancia está a unos dieciocho kilómetros al sur de León, muy cerca de Mansilla de las Mulas. El asturianista Cabal en su libro cuyo título resulta ya tendencioso, "La Asturias que venció Roma", por lo que tiene de exclusión de León, no tiene más remedio que decir: Asturias murió en Lancia como Cantabria en el Vindio (6).

¿Cuál fue la causa de la guerra? Los romanos no necesitaron que volase un Maine por los aires para justificar su agresión. Los historiadores imperiales vienen a referir que Roma se movió por el imperativo pacificador para erradicar el bandolerismo de aquellos pueblos que, según ellos, saquea­ban a sus vecinos, ya sometidos, por cierto, a la ley de Roma.

Y nunca desde entonces ha tenido Roma mala prensa, como no sea en boca de algún fran­cotirador de reducida audiencia. Su colonización se presenta sin mácula, sin un padre Las Casas que revuelva las conciencias o que genere una leyenda negra. Nuestros historiadores destacan por igual la cesión que nos hace Roma de su cultura y la unificación peninsular que implanta de viva fuerza. No suelen hablar estos historiadores de las arcas vacías de Augusto, de la escasez de minas de oro del imperio, de las técnicas mineras indígenas con nombres astures como arrugia, palacurna, balux, palaga... Todo induce a pensar que tras la política de Augusto de estirar el Imperio hacia fronte­ras naturales más cómodas, bullía el impulso verdaderamente determinante en cualquier conquista­dor: la búsqueda de este o aquel el dorado. Y de esto ponemos por testigo a Plinio, que dice: "Asturia, Gallaecia y Lusitania suministran por este procedimiento 20.000 libras de oro al año, pero la producción de Asturia es la más abundante. No hay parte alguna de la tierra donde se dé esta fertilidad durante tantos siglos" (7).

En diez años Roma acaba con la resistencia de los astures y aquel pueblo guerrero es for­zado a convertirse en minero. Porque, no lo olvidemos, el oro es la clave de nuestra romanización. Por eso, este rincón del Noroeste, famoso en la antigüedad por su riqueza aurífera, es sobre todo un poderosísimo enclave militar, donde pronto la Legio VII será la más fuerte guarnición de la pe­nínsula, rodeada de una población, cuando no decididamente hostil, poco menos que esclavizada.

La ROMANIZACIÓN

Veamos: Este rincón peninsular no contribuye con un solo nombre a la historia de Roma. Consideremos, por ejemplo, el origen de las familias senatoriales hispano-romanas. La mayoría pro­cede: de la Bética (Andalucía), 18; de Barcino y Tarraco (Cataluña), 7; de Valencia, 2. Y otro tanto cabe decir de la procedencia de los hombres de letras, Cayo Julio Higinio, Latrón, Séneca, y hasta de la de los emperadores.

Significativo es asimismo el contraste entre Emérita Augusta (Mérida), con circo, con teatro para 5.500 espectadores, y Legio (León), exclusivamente un campamento amurallado, un fuerte de piedra, aislado y protegido del exterior.

Es mucho más, sin embargo, lo que se ignora que lo que se sabe sobre esta época. Con razón se lamenta Sánchez Alonso de que los escritores del Imperio se sigan refiriendo a los sucesos que tienen lugar en España, siempre englobados en las incidencias del pueblo romano, mientras que los pseudohistoriadores patrios se fijan, ante todo, en la predicación del Cristianismo, y, así, dedican cen­tenares de obras a demostrar la venida de Santiago, en tiempos de Claudio, discuten la prioridad de unas sedes episcopales sobre otras, y cosas de ese tenor (8).

Y ya que con la Iglesia hemos topado, anotemos que mientras nuestros cántabros y astures seguían rindiendo culto a sus manes, a su Júpiter Solutoris, o a su Júpiter Candamus, o a Erudinus, los conquistadores romanos, siguiendo el ejemplo de su compatriota Saulo, rinden paulatinamente sus guarniciones a los dictados de la nueva religión. Religión que pronto será la religión del Estado o que será Estado ella misma. Luego, la historiografía hagiográfica posterior se encargaría de indigenizar adecuadamente aquellas pendencias propias de los conquistadores romanos. ¿Quién no conoce, por ejemplo, el martirio del santo leonés Marcelo? Este capitán de la Legio VII —cuando todavía existía Lancia en todo su apogeo, bien que romanizada—, en ocasión de un banquete para celebrar el natalicio del emperador Maximiliano, arrojó las insignias de mando que tenia, y, como relatan nuestros entusiasmados historiadores, con voz sonora dijo: Al Rey Eterno sirvo, desprecio vuestros mudos dioses de madera y piedra y si obedecer al emperador es idolatrarle, renuncio a la obediencia imperial (9).

A lo que parece, por tal gesto, fue degollado y también lo fueron sus hijos Claudio, Lupercio y Victorico. Luego, sobre la piedra de esa sacrificio se ha querido levantar el edificio de la Igle­sia leonesa. Las otras piedras, las aras y estelas, las de los enterramientos indígenas, las que de la misma y aun posterior época, hablan de los dioses cántabros y astures, han quedado expuestoescondidas en la diáspora de los museos arqueológicos.

LA MALDICIÓN ONOMÁSTICA

Pero no nos dispersemos nosotros también. Volvamos sobre nuestro tema y digamos que la primera organización administrativa romana, tras la conquista, dividió a la península en tres provin­cias y 14 Conventos Jurídicos; Asturia, con sus fronteras ya conocidas, forma uno de ellos, con ca­pital en Astúrica (Astorga) dentro de la provincia Tarraconense; que el año 216, reinando Caracalla, se segregó de ésta una nueva provincia: La Gallaecia. Y esto sí que tiene importancia para nues­tro futuro, porque es el primero de nuestros bautizos de mala sombra, la primera manifestación de eso que hemos querido llamar la maldición patronímica, el primer guiño del duende de la onomás­tica. Ojo a esto: La Gallaecia incluía dentro de sus límites a la Galicia actual, más la Gallaecia Bracarense (hoy perteneciente a Portugal, de donde nos viene nuestro buen rey Ramiro II), todo el convento jurídico astur y una parte de Cantabria. Prestemos atención a este cuadrante del Noroeste que será recurrente en nuestra historia, sin la comprensión de cuyos límites no habrá entendimiento cabal de la historia que sigue.

Y es que olvidan los autores con más frecuencia de lo prudente el empleo del primer instru­mento que exige todo estudio: la univocidad en el lenguaje. Si en vez de Gallaecia usamos Galicia haremos gallegos, como así sucede, a la monja Eteria, al priscilianismo, y no sabremos qué hacer con León, con Oviedo o Astorga cuando los suevos superponen su reino sobre esta provincia del Bajo Imperio. O, como sucede con el libro de Sánchez Dragó, Gárgoris y Habíais, Astorga pasará a ser un islote extraño, sin conexión con lo leonés, porque la cultura que allí se genera y que de allí sale cuando no es asturiana (Asturia) es gallega (Gallaecia). Y así vemos cómo León desaparece, cómo León no existe convertido en esa fantasmal tercera Castilla La Remota o la Arcaica.

Entre los legados que Roma_ no deja, y que nunca citan los autores como tal, se cuentan las murallas de Legio. Su fortaleza era tal —nos dice Risco— que fue siempre sumamente difícil la em­presa de tomar la ciudad, y jamás la ganaron los enemigos, sino teniéndola sitiada por largo tiempo (10).

LA INEXPUGNABILIDAD DE LEGIO Y LA INVASIÓN DE LOS ÁRABES

Y es que a la Legio VII incumbe enseguida la misión de mantener los servicios de la penínsu­la a lo largo de todo el Imperio. No sólo tiene encomendada la misión de velar por esa ruta del oro que nace en nuestra provincia, sino que desde la época de Vespasiano es la única fuerza de guarnición estable, el brazo armado más importante de Roma en la península, la policía única para todo el territorio. El prestigio de León sería así enorme, suponiendo sus murallas durante mucho tiempo una apetencia imposible para los astures (11).

Pero sigamos. Los suevos asolan la Gallaecia y superponen su reino sobre esta provincia. Risco, anota, sin embargo, que la capital de León, la de Oviedo y la de Zamora conservan su inde­pendencia frente a los invasores, cayendo cuando cae el reino Suevo (año 585) en manos de los visigodos bajo Leovigildo (12).

Este es otro dato importante cuando se trata de identificar al Reino de León con los visigodos; mozarabismo aparte, los hechos, los antecedentes parecen contrarios, pues el embrión de lo que luego sería la nación leonesa se hizo visigodo ciento cincuenta años más tarde que el resto de España.

Y ya que los astures son el eje sobre el que gira este León originario, mencionemos que sólo dos fuentes recogen su nombre durante este largo periodo, lo que da idea de la oscuridad en que se sumieron. La primera refiere cómo en el año 456-457 d. de C. el rey godo Teodorico entra en Asturia, donde combatió a los suevos y destrozó la capital, Astúrica; la otra, que alude a época muy posterior, hacia el 613 (sometida Asturia a la unidad visigoda), refiere cómo Sisebuto se ve obligado a enviar a su general Riquila contra los astures, a los que reduce (13).

Las fuentes que hablan de la invasión de los árabes son confusas. Se sabe que existía una disputa en el trono visigodo, que se dilucida una vez más con las armas. Pero no se sabe si Rodrigo se enfrentaba a Vitiza o a su hijo Achilla II. La cierto es que los árabes entran en España por la puerta que uno de los dos bandos en lucha abre a esta intervención extranjera. Poco se sabe de unos y otros. Suficiente para creer que la conquista no fue tal conquista, que fue una especie de toma de España —como los ingleses tomaron siglos más tarde Gibraltar— con la ayuda de los vitizanos y para los vitizanos, hasta que la codicia y la confianza del recién llegado en su propia fuerza le deciden a quedarse.

Respecto al Noroeste nos interesa destacar dos cosas: Primero que la mayor parte de la re­gión debió de seguir siendo esencialmente la misma que en la época anterior, conservando sus formas de vida, su religión y su derecho. Y tal afirmación vale no sólo para las zonas montañosas, sino también para las llanas, como afirman Barbero y Vigil, matizando muy mucho la famosa teoría del desierto del Duero (14). Y ¿qué otros pobladores podrían ser éstos, sino los que ocupaban el terri­torio cuando Roma lo conquistó? Conviene detenerse aquí, siquiera un instante. Es muy frecuente entre quienes viven de tópicos decir que nos invadieron estos o los otros pueblos. Y hay que rebajar mucho el tono y el alcance de esas invasiones. Esas invasiones eran como golpes de estado o cam­bios en el poder. Lo que venía era una élite militar más potente que se apropiaba de los resortes de poder de esas sociedades a las que sometía bajo una organización político-administrativa determina­da. Antes hemos mencionado la constancia de un levantamiento de astures contra Sisebuto, a los que vence en sus montañas. Y sus montañas eran tanto la cordillera astur-leonesa, como los montes de León, como la sierra Cabrera. El mismo valor tiene la noticia de que los suevos animaban a distin­tos pueblos de la zona de Sanabria —¿qué otra cosa podían ser sino astures?— contra los visigodos.

Pedro Bosch Gimpera ha destacado la permanencia en todas estas regiones norteñas del substrato indígena prerromano, sobre el cual las dominaciones romana y visigoda actuaron tan sólo como superestructuras político-militares, sin ahogar sus caracteres originarios. Estos substratos resurgieron y se manifestaron vivos en la Alta Edad Media, tanto en la zona islámica como en la zona libre. En esta última, a pesar de la retirada hacia ella del ejército visigodo y de la organización de !a resistencia en torno a sus jefes, la vida se fue organizando sobre la base de la población indígena. Esta puede reconocerse durante los primeros tiempos de la reconquista, en las distintas áreas de sus antiguos emplazamientos. Así Galicia estaría habitada por los antiguos galaicos, y Asturias y León, por los astures... (15).

Segundo: La situación especial de la ciudad de Legio durante aquellos años. Recordemos cómo Risco contaba la incapacidad de los suevos para reducirla. Del mismo modo, son abundantes las fuentes árabes que reseñan minuciosamente los ataques contra ella durante el reinado de Ramiro I (del 842 al 850). Es decir, que por aquel entonces, cuando gobernaba Córdoba Abderramán II, León no pertenecía ni al reino asturiano ni al musulmán: era independiente y autónoma, (16).

Barbero y Vigil han contribuido decisivamente a iluminar aquellos años oscuros. Sobre unas palabras suyas relativas a Pamplona propondremos un juego que pretende asimismo ser iluminador. Dicen así:

"La ciudad de Pamplona rechazó la soberanía musulmana en el 798. Pamplona era una ciudad romana que había conservado su importancia durante la época visigoda, expresada en lo religioso por la existencia de obispos y en lo político por el dominio godo en el país de los vascones inde­pendientes del Reino de Toledo. La independencia de Pamplona ¡rente a los musulmanes facilitaría más tarde que se asentasen en ella los jefes vascones del Pirineo Occidental, dando así origen al Reino de Navarra" (17).

Soslayemos el hecho de que Legio carecía de obispado (existía en Astorga) y retrasemos el año 798 a la indeterminación en fecha muy temprana. Sustituyamos León por Pamplona y Astures por Vascones y oigamos de nuevo:

"La ciudad de León rechazó la soberanía musulmana en fecha muy temprana. León era una ciudad romana que había conservado su importancia durante la época visigoda, expresada en lo re­ligioso por la existencia de obispos y en lo político por el dominio godo en el país de los astures inde­pendientes del Reino de Toledo. La independencia de León frente a los musulmanes facilitaría más tarde que se asentaran en ella los jefes astures del Pirineo Occidental (a la cordillera cantábrica se le ha considerado parte del sistema pirenaico) dando así origen al Reino de León."
PELAYO, PRIMER REY DE LEÓN

Yo bien sé lo expuesto que es decir esto hoy, cuando el periferismo que nos invade y el duende de los gentilicios se han puesto de acuerdo para hacer de Pelayo el primer rey de la pro­vincia de Oviedo. Sin ánimo de molestar recordemos cómo empieza la crónica de España del Rey Sabio: Et escomienza en el Rey Don Pelayo que fue el primero rey de León... siendo lo curioso que no fue ni lo uno ni lo otro, y por la misma razón: inexistencia del concepto político a que se le asigna.

Pelayo y los suyos eran gallegos (ojo: gallegos de Gallaecia) para los historiadores árabes. A este respecto no me resisto a dejar de citar un párrafo que "De la Descripción de España de Abu-felda", recoge Carretero: Y se describe en el Azizi que la ciudad de Zamora es de las más notables de Galicia y que en ella reside el que actualmente es su rey. (Alfonso III el Magno, al que nuestros historiadores todavía no consideran rey de León) Igualmente manifiesta Abensaid que en la parte septentrional de Zamora se encuentra la ciudad de León... León está por un lado del río que desagua en el río de Zamora. En él Azizi se refiere que León es la ciudad más grande y más notable de Galicia, y que los gallegos dicen: ‘la belleza de la cara vigoriza el cuerpo’. Desde León hacia el litoral del mar Océano Occidental hay cuatro jornadas... (19).

Sabemos además que los árabes de la Península eran la verdadera Spania para los cristianos. Sánchez Albornoz habla de la importación de telas y objetos diversos spaniscos o moriscos que se hacía en el León del siglo X (20). Lo que no sabemos con certeza es cómo se consideraban a sí mismos los cristianos. Algunos indicios permiten pensar que a los cántabros del oriente de las actuales Oviedo y León y occidente de Santander se les llamaría astures, mientras que a los verdaderos astures se les llamaría —quizá se denominarían así ellos mismos— gallegos.

En la crónica de Alfonso III se relata que en tiempos de Fruela, el padre de Alfonso II el Casto, fueron derrotados los árabes en Pontumio o Pontuvio. Una mano al margen —el duende de los gentilicios— escribió Puentes de Eume, que, como es sabido, está en la Galicia actual. Los his­toriadores se mesan los cabellos. Sánchez Albornoz exclama "¿cómo ir tan lejos?". El General Burnete dice que este Pontumio es el Pontón. Pero no se acepta porque como la misma crónica señala se trata de un lugar en Galicia. Y Ballesteros añade: Los cronistas árabes llamaban Galicia a todo el reino cristiano, pero los cristianos bien sabían dónde empezaba Galicia. El Padre Martino ha lo­grado restablecer la lógica con una simple aportación documental. Existe, entre nosotros, un diploma del 905 —en el reinado de Alfonso III, precisamente—, que sitúa al Monasterio de Sahagún en Galicia (es decir en Gallaecia, señores) cerca del río Cea. El Monasterio de Sahagún estaba in hunc locum Cálzala, que est sita ripam fluminis, cui nomen esí Ceja in finibus Gallaeciae (21).

Hemos dicho que Pelayo y los suyos eran gallegos a los ojos de los historiadores árabes. Pero digamos más y dediquémoslo a Constantino Cabal y a los Cabalistas que tanto abundan hoy. El his­toriador árabe El Ajbar-Machmúa refiere que el caudillo Uqba conquistó toda España, no quedando en Gallaecia ni una alquería por conquistar excepto la sierra donde se había refugiado Pelayo con trescientos hombres, los cuales se resistieron a las diferentes acometidas de los musulmanes, quedan­do reducidos a treinta hombres. Entonces los árabes no los molestaron. Al-Maqqari narra el suceso diciendo que el primero que reunió a los fugitivos cristianos de España fue Pelayo, natural de Asturia, en Gallaecia... (22).

¡Ah, natural de Asturia! ¿Qué sería, de Oviedo o de Gijón? ¿O quizá de Mieres? ¿Si Ga­llaecia no es la Galicia actual, por qué ese empecinamiento en identificar aquella Asturia con la actual Oviedo? La Asturia de entonces todavía llegaba hasta el Duero; así que Pelayo, si es que era astur, podría muy bien haber sido ¿por qué no? de Santa María del Páramo o de Castrillo de los Polvazares o de Perilla de Castro. ¿Por qué no?

No me fatiga repetirlo: No pocos de los problemas que parecen de historia son puntos oscu­ros que se generan en torno al lenguaje. Un ejemplo típico lo plantean las siguientes preguntas: ¿Cuándo empieza a hablarse por primera vez de Reino de León? ¿Cuándo el territorio leonés deja de llamarse Asturia?

LEGIO, CAPITAL DEL REINO DE ASTURIAS

El territorio astur era muy grande y en su mayor parte de orografía complicada: Los Ancares, la Sierra del Teleno, Sanabria, la Cabrera... por mencionar los topónimos menos frecuentados. Si la Cabrera y ciertas zonas de Zamora eran astures en tiempos prerromanos, su situación a todas las trasmanos, las preservará astures hasta que el último conquistador, quizá una central nuclear, caiga sobre ellos.

En el territorio astur una ciudad destacaba más que todas, más que Bergidum, más que Asturica, más que la desaparecida Lancia: Legio. Ya hemos anotado su carácter de fortaleza inexpugna­ble; su valor como única ciudad policía desde donde el músculo romano lanzaba el puño contra la península. No es así extraño que los reyes astures —y no sólo ellos— sintieran la fascinación de sus murallas, el eco de su prestigio de fuerza y de dominio.

Por eso, como ha señalado Puyol, no debe verse en el traslado de la Corte de Oviedo a León una diferencia entre el Reino de Asturias y el Reino de León: Porque, en efecto, al establecerse el solio en tierra leonesa, ni cambia la dinastía, ni cambia la vida interna del Estado, sino únicamente la capitalidad del mismo. Las crónicas le dan tan poca importancia que apenas la mencionan.

La capitalidad de la Corte eran de tan secundaria importancia que resulta difícil conocer sus vicisitudes hasta los tiempos de Alfonso II. De Pelayo y de algunos de sus sucesores se cuenta que tuvieron la Corte en Cangas de Onís; de Silo, según el Albeldense, que residió en Pravia, y de Al­fonso II, afirma el mismo cronista, que restauró en Oviedo la organización de los godos tal como es­tuvo en Toledo. (Afirmación esta última en la que no podemos entrar dados los limites de esta charla).

Ambrosio de Morales dice que parte muy principal del acrecentamiento y dignidad de la ciu­dad, fue tomar él rey Alfonso título de Rey de Oviedo, el cual él usó, como veremos en algunos pri­vilegios suyos, dejando el de Rey de Asturias que vemos haberse usado, y el de Gijón, que también algunos tuvieron. Y quedó este título de Oviedo en los cinco reyes siguientes que se intitularon así (23).

Sesenta años antes de que Alfonso III traslade la Corte de Oviedo a León en los primeros años del siglo X, ya se decía de los monarcas que eran reinantes en León. Sin embargo, la primera vez que propiamente se habla de Reino de León es en la Crónica de Sampiro, escrita muy tardía­mente, un siglo y medio después del traslado. Y bien, ¿habrá alguien que todavía se pregunte qué era el Reino de León antes de ser llamado así?

Muy ligado a este tema está el de la aparente división que del Reino hizo Alfonso III entre sus hijos. También Puyol le ha prestado atención. Según él, esta leyenda se inicia con la historia de Mariana que dice: el pobre rey cansado del trabajo, o con deseo de vida más reposada renunció al reino, y le dio a su hijo Don García. A Don Ordoño el otro hijo dio el señorío de Galicia.

Pero Mariana ni siquiera habla de Reino de Galicia, sino de Señorío y no separa Asturias de León puesto que tampoco menciona a Fruela, el otro hijo (24).

Según Puyol, Modesto Lafuente es el creador del equívoco, al decir: Repartiéronse amistosa­mente al parecer los tres hermanos mayores los dominios de su padre...

Pero también Risco, que es anterior, incurre en la misma inexactitud (25).

A ambos cabe hacer la pregunta de Puyol: ¿Qué documentación tiene para expresarse así?
Sampiro, la fuente más próxima a los hechos, afirma que el Reino fue íntegramente heredado por García. Lucas de Tuy, la segunda fuente en proximidad a los hechos, dice: Se despojó de éste y a su hijo constituyó rey en su lugar (26).

El tema es importante. La aparente división era una forma de asociación al trono de los fa­miliares del monarca, de tradición visigoda. Puyol dice que la monarquía astur conservó hasta los tardíos tiempos de Alfonso V de León huellas de !a forma electiva de acceder al trono. Y añade:

"A la muerte de este rey (Alfonso V), ocupa el trono su hijo Vermudo III, y al fallecer éste no habiendo dejado sucesión, lo hereda Doña Sancha, como hija de Alfonso V, sin que antes de esta fecha haya memoria de que una mujer sucediese en la corona; por el matrimonio de esta rema con Don Femando I de Castilla, se unen los estados leonés y castellano, y por último, al fallecer Fernando I, como quien distante de los suyo por testamento, divide el reino entre sus hijos, varones y hembras. De hecho, había aparecido como se ve, la monarquía patrimonial, aunque de derecho no fuera sancionada hasta más de siglo y medio después por la ley de la Partida."

UN CUENTO DE FRAZER

El asunto merece un alto en el camino. Barbero y Vigil (27) han estudiado muy concienzu­damente la pretendida tradición visigoda de sucesión al trono astur. Poniendo en evidencia los defi­nidos rasgos matriarcales de la cultura astur-cántabra, hallan una huella de sucesión matrilineal en la monarquía leonesa que arranca del mismo Pelayo. Traen a colación un pasaje de Frazer que expli­ca la transmisión matrilineal:

De modo que parece ser que en algunos pueblos arios y en cierta etapa de su evolución so­cial fue costumbre juzgar a la mujer y no a los hombres como el canal por el cuál corría la sangre regia, y el conceder el reino en las sucesivas generaciones a hombres de otras familias y muchas ve­ces de otros países que se casaban con las princesas y reinaban sobre los pueblos de sus esposas. Un tipo vulgar de cuento popular relata cómo un aventurero que llega de una país extraño consigue la mano de la princesa, hija del rey, y con ella la mitad o todo el reino; este cuento muy bien puede ser reminiscencia de una costumbre verdadera. (28).

Recordemos el anterior párrafo de Puyol. Añadamos el relato que hace Risco de cómo accede al trono el primer rey de Castilla y de León:

Don Vermudo presentó la batalla a los dos hermanos (los navarros García, Rey de Navarra, y Fernando. Rey de Castilla) en un valle que se dice Tomarán; pero sucedió, que trabándose un combate muy porfiado y sangriento, el mismo Rey, llevado de su espíritu juvenil y ardiente hirió su caballo, que era famoso por su ligereza, con ánimo de romper y desordenar el exercito enemigo; y no pudiendo los suyos seguirle, se vio solo y sin defensa metido entre los contrarios, cuyas lanzas le derribaron muerto del caballo. Este fue el fin desgraciado de la sangre varonil de los gloriosos reyes de León (29).

¿No está ahí presente la línea matrilineal de que hablan Barbero y Vigil? ¿Acaso no accede al trono leonés Fernando como en el cuento de Frazer?

CON LOS MEJORES DE ASTURIAS

Pero no dejemos que esta digresión nos desvíe de nuestro camino.

En el Albeldense que también se redacta en tiempos del rey cronista, del que se decía ya rei­nante en León, se utiliza la expresión Reino de los Astures. Contradicción aparente que de algún modo viene a solventar el romance sexto de Bernardo del Campio (30), cuando dice:

Con los mejores de Asturias / Sale de León Bernardo...

Cualquier auditorio actual interpretaría que los leales de Bernardo (el romance desarrolla su acción en tiempos de Alfonso el Casto) habían atravesado León para acompañarle. Pero es el pro­pio romance quien lo desmiente, cuando, camino del combate contra los franceses en Roncesvalles, Bernardo les arenga:

Escuchadme, leoneses / los que os preciáis de hijosdalgo / de padres libres nacisteis / y al buen padre Alfonso el Casto / pagáis lo que le debéis / por el divino mandato.

Es importante el tema de la no participación del reino porque lo que con Alfonso III se res­tablece es una vieja frontera ya conocida, la constante del Esla, Cea, Duero; más el gran apéndice gallego, quizá como consecuencia de la gran inercia administrativa romana, de la oscura trabazón ori­ginada por servir de asentamiento al destino suevo, o por las indudables afinidades culturales del sus­trato étnico anterior y la escasa romanización.

La expansión posterior del reino —se estira, se ensancha, ocasionalmente se contrae— jamás abandona este núcleo original, jamás sale la capitalidad de él, de la antigua Asturia. Se conquista Salamanca, se conquista Toledo, Extremadura, se rebasa el Duero y se llega al Tajo, pero jamás sale la capital, en lo que fue estrictamente reino de León, de lo que fue aquel núcleo territorial original.

Ya hemos hablado de cómo se produce la primera unión con Castilla, tras la derrota bélica de Tamarón. Todos sabéis cómo se produce la segunda y definitiva, en 1230, con Fernando III el Santo. Lo que sin duda muchos de vosotros no sabéis es cómo se establece el Principado de Asturias.

EL PRINCIPADO DE GALES Y LOS PRINCIPES DE ASTURIAS

Asturias nunca fue otra cosa sino parte del Reino de León; su personalidad dentro del con­junto fue fuerte, como la de El Bierzo o, como durante muchos siglos, la de Astorga. Pero siempre las Asturias de Oviedo, como El Bierzo, fueron parte del Reino de León.

Cuando Pedro el Cruel muere a manos de su hermano Enrique II de Trastamara, que así acce­de al trono, hacía más de cien años que León formaba parte del reino de Casulla, viviéndose en clima permanente de guerra civil. Constanza, la hija de Pedro, se refugió en Inglaterra donde casó con un hijo del rey inglés Eduardo III, llamado Juan de Gante.

Este rey Eduardo III era el segundo príncipe de Gales. Su abuelo, Eduardo I, lo había insti­tuido por primera vez en la persona de su hijo Eduardo II en 1301. Tras haber derrotado al caudillo autóctono Llewelyn, el pueblo gales se niega a ser gobernado por un príncipe extranjero. El inglés, que tiene un hijo que ha nacido en Gales durante la campaña de conquista, lo muestra desde las almenas del castillo al pueblo reunido y dice: Este es vuestro príncipe de Gales (31).

Nada define mejor que esto lo que es el Principado de Asturias y por qué se crea. Cuando Constanza vuelve con su marido el inglés Juan de Gante a reconquistar el trono castellano, la suerte es incierta y han de pactar con Juan II, el hijo de Enrique, con el que conciertan el matrimonio de sus hijos Catalina de Lancaster y Enrique III, a los que confieren el título de Príncipes de Asturias (año 1388). Así estos señoríos asturianos se vinculan directamente a la corona castellana y se desga­jan del tronco común leonés. Señoríos más amplios que la actual provincia de Oviedo, que penet­raban por los Argüellos hasta tocar el límite municipal de La Robla. De modo que cuando Jovellanos se extasía en bucólicas descripciones de las orillas del Bemesga no hace sino rendir tributo a lo que entonces era un río asturiano en buena parte de su curso.

LAS DIVISIONES REGIONALES DE ESPAÑA (32)

A partir de principios del siglo XVI Castilla queda expresamente reconocida como el Estado núcleo de España, en el cual residen habitualmente los monarcas y la administración. Pero esta Cas­tilla ya había absorbido por completo a León que era considerado simplemente como una de las dieciocho provincias en que aquélla se dividía. La provincia castellana de León (oído a esto que sorpren­derá a muchos) se dividía a su vez en tres partidos administrativos: León, Ponferrada y Principado de Asturias.

Esta división llega hasta el siglo XVIII en que el nuevo centralismo borbónico en su afán de vincular directamente la sede del poder con todos los puntos del territorio, amplía a veinticuatro las provincias de Castilla, separando por vez primera Asturias de la provincia de León y creando, al lado de Burgos, una provincia de Castilla la Vieja.

Poco después, en 1785, el Conde de Floridablanca ensaya una nueva división regional. Crea ocho regiones divididas a su vez en treinta y una provincias. Como anécdota digamos que era ya tanto el respeto que inspiraban los vascos, que la región de Cantabria, nombre ciertamente aguerrido y que hoy celosamente reclaman para sí los santanderinos, abarcaba las siguientes cinco provincias: Álava, Encartaciones de Vizcaya, Reino de Navarra, Guipúzcoa y Señorio de Vizcaya. El Reino de León daba su nombre a una de estas ocho regiones y contaba con siete provincia: Extremadura, León (que volvía a contener al Principado de Asturias), Palencia, Toro, Zamora, Salamanca y Valladolid.

En 1799 las treinta y una provincias se amplían a treinta y siete, porque —buscando proce­dimientos fiscales— a los efectos de las Rentas y Propios y Arbitrios, se crean las nuevas provincias marítimas de Cádiz, segregada de Sevilla; Málaga, de Granada; Santander, de Burgos; Alicante, de Valencia; Cartagena, de Murcia; y el Principado de Asturias, de León.

Y así entramos en el siglo XIX que nos trae la invasión napoleónica, la entronización de José I, el famoso "Pepe Botella", y las Cortes de Cádiz. La reforma territorial de Bonaparte y la que propugnan nuestras Cortes de Cádiz no pueden ser más antagónicas en la forma, ni más afines en la intención. El diputado Pelegrín expresó claramente la común voluntad de entonces: De olvidar los nombres de los reinos y señoríos que componen la monarquía española, y de que no se volvieran a oír las denominaciones de catalanes, aragoneses, castellanos, leoneses, etc.

Y es que no es de otro modo la historia; aquellos tribunos de las Cortes de Cádiz, defensores de la libertad y amantes del progreso, aspiraron a lo mismo que el General Franco, más de un siglo después, trató de llevar a cabo durante sus cuarenta años de famosísima unidad de los hombres y las tierras de España.

La intención de los padres de la patria gaditanos, coincidente con la del Rey José, no era otra que arrumbar definitivamente de entre el pueblo la memoria de las regiones históricas que de­bería ser reemplazada por un criterio de regionalización fisiográfica.

Así, el proyecto del afrancesado Llorente contempló la división del territorio nacional en treinta y ocho departamentos a los que correspondía un nombre geográfico. Nuestra provincia recibía el nombre de Esla, con dos capitales: Astorga o León. De haber prosperado esta división se hubiera divertido de verdad con nosotros el duende de la onomástica al plasmar este curioso capicúa. Por­que si nuestros antepasados astures dieron su nombre al Astura (Esla), éste, tras una atípica evo­lución lingüística, se lo devolvería absolutamente irreconocible. De Astura, según opinión de los lin­güistas, se esperaría una forma Astora, con apertura de la u postónica, como Astorga de Astúrica. y luego Astra con síncopa de la misma vocal. Pero en vez de eso, la mala sombra, e! duende de los gentilicios ideó las formas irregulares que se usan en el medievo: Estora y Estola, Luego Eztla y Ezla y finalmente Esla.

Gustó el proyecto de Llorente, que fue aprobado, convirtiendo los departamentos en prefec­turas, nominándolas según el nombre de la capital. Nuestra provincia se llamaba, así, Astorga, que era la nueva capital, y contaba con tres subprefecturas: Astorga, León y Benavente.

Las divisiones que siguieron son conocidas de todos. Durante el trienio liberal de 1820-23, el 22 de enero de 1822, se divide el territorio nacional en 52 provincias. Nuestra provincia sufre otro desgarrón: de su costado occidental se. desgaja una nueva entidad provincial: Villafranca. Así, aquella provincia leonesa de tres partidos (León, Ponferrada y Principado de Asturias) que con más pena que gloria llega hasta el siglo XIX, se ve reducida a su mínima expresión.La reacción absolutista del año siguiente dejó sin efecto la organización anterior y hay que esperar hasta el decreto de 30 de noviembre de 1833, de Javier de Burgos, por el que se divide el territorio nacional en cuarenta y nueva provincias, Se confirma la separación del Principado de Asturias de León, esta vez con el nombre de Oviedo, pero El Bierzo sigue formando parte de nuestra provincia. Esta división, con la partición de Canarias en dos provincias, hecha en tiempos de Primo de Rivera, es la que llega hasta nuestros días.
(1) VICENS VIVES, J., dirigida por. Historia de España y América, social y económica. Barcelona, 1974.
(2) GARCÍA GALLO, ALFONSO. Manual de Historia del Derecho Español. Madrid 1973.
(3) SCHULTEN, ADOLF. Cántabros v Astures y su guerra con Roma. Madrid 1962.
(4) URÍA Y RIU, JUAN. Discurso sobre la etnología de los astures. Oviedo 1941.
(5) URIA. Ob. cit.
(6) CABAL, CONSTANTINO. La Asturias que venció Roma. Oviedo 1953.
(7) GARCÍA Y BELLIDO, ANTONIO. La España del siglo I de Nuestra Era (Según P. Mela y C. Plinio).
Madrid 1977. .
(8) SÁNCHEZ ALONSO, B. Fuentes de la historia española e hispanoamericana. Madrid 1927 y 1946.
(9) MINGÓTE Y TARAZONA, POLICARPO. Varones ilustres de la provincia de León. León 1978.
(10) RISCO, MANUEL. Historia de la Ciudad y Corte de León y de sus Reyes. León 1978.
(11) BARBERO, A. Y VIGIL. M. Sobre los orígenes sociales de la Reconquista. Barcelona 1974.
(12) RISCO, MANUEL. Ob. cit.
(13) SCHULTEN, ADOLF. Ob. cit.
(14) BARBERO, A. y VIGIL, M. La formación del feudalismo en la Península Ibérica. Barcelona 1978. Dicen estos autores: "Según el mecanismo de pensamiento de Sánchez Albornoz, en la misma época Palestina estaría deshabi­tada porque su territorio fue repartido entre los cruzados o Inglaterra sería un desierto porque los normandos se repar­tieron las tierras después de la conquista".
(15) Citado por VICENS VIVES, J. Ob. cit.
(16) BARBERO Y VIGIL. Ob. cit.: La formación del feudalismo...: "La ciudad de León —dicen estos autores— estaba habitada durante el reinado de Ramiro I (842-850) y no pertenecía entonces al reino asturiano. Los ataques musulmanes contra ella se encuentran reseñados por los escritores árabes. Esto quiere decir que la población viviría independiente de los astures y de los musulmanes".
(17) BARBERO Y VIGIL. Ob. Cit.:
(18) MENENDEZ PIDAL editada por Primera Crónica General de España. Madrid
(19) CARRETERO Y JIMÉNEZ, ANSELMO. Las nacionalidades españolas. San Sebastián 1974.
(20) SÁNCHEZ ALBORNOZ, CLAUDIO. Una ciudad de la España cristiana hace mil años. Estampas de la vida en León. Madrid I978.
(21) SEMINARIO DE ESTUDIOS LEONESES. Casa de León en Madrid. Sesión sexta, recogida en cinta.
(22) BALLESTEROS Y BERETTA, ANTONIO. Historia de España y su influencia en la Historia Cniversal. Volumen II.
(23) PUYOL, JULIO. Orígenes del Reino de León y de sus instituciones políticas. Madrid, 1926.
(24) MARIANA, JUAN. Historia General de España. Tomo II. Madrid 1845.
(251 RISCO, MANUEL. Ob. cit.
(26) PUYOL, JULIO. Ob. cit.
(27) BARBERO Y VIGIL. Ob. cit.
(28) FRAZER, JAMES GEORGE. La rama dorada. Méjico 1969.
(29) RISCO, MANUEL. Ob. cit.
(30) MEMENDEZ PIDAL, RAMÓN. Flor nueva de romances viejos. Madrid 1978.
(31) COSTAIN, THOMAS B. The pageant of England. 1272-1377. The Three Edwards. London 1977.
(32) Para el estudio de esta parte empleamos muchas horas de trabajo en el MADOZ. Afortunadamente hallamos luego el reciente y excelente trabajo de: ARIJA RIVARES, EMILIO. Geografía de España. Madrid 1973.

1 Comments:

Blogger Alfredo Alvarez said...

¡Gran resumen! Pero creo que es importante que los leoneses sepan que León tuvo que ceder varios pueblos de frontera a Galicia en la división de 1833.

11:49 a. m.  

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