La sierpe de la Rupiana
MATÍAS DÍAZ ALONSO.
Mitos y leyendas de la tierra leonesa.
Si el turista pregunta por el señor Benigno se le dará cumplida cuenta de todo lo que encierra San Pedro de Montes y le llevará también a la parte oriental de la aldea donde se halla la ermita de Santa Cruz, reedificada en el siglo XVIII sobre unas ruinas visigóticas. Una ventana con columnitas, arcos, cancel y cruz con el alfa y la omega pregonan el visigótico de la más pura factura. Piedras coetáneas de San Fructuoso, el fundador del eremitorio en el siglo VII.
Desde la ermita se contempla el abismo y allá abajo se abre la boca de una cueva legendaria. Es la cueva del tótem de la serpiente, la misma serpiente que está tallada en lo alto del retablo de la ermita, donde se aprecia el ojo del legendario cuélebre.
Es el culebro del castro de La Rupiana, que dice su leyenda moraba en esta covachona y cuya cola aún quedaba metida en la oquedad cuando su cabezota subía hasta las proximidades de la ermita y se zampaba los hombres y los ganados. Así era de grande y horrenda la temerosa sierpe de La Rupiana.
San Fructuoso libró para siempre a sus monjes y a las gentes de este demonio de La Rupiana. Se arregló para ello emborrachando a la sierpe con un gran pan de harina de castañas amasado con jugo de tejo y de apio hasta dormirla. Luego ya le fue sencillo meterle por un ojo, el que se aprecia en el retablo de la ermita, un gran madero de castaño aguzado y requemado en el fuego hasta abrasarle el cerebro.
Los espantosos silbidos de la sierpe eran tan potentes que se oían en Compludo y de allá se llegaron los monjes del anterior monasterio fructuosiano a defender a San Fructuoso.Tramaron entonces la conjura de robar «piadosamente» al abad y volvérselo a Compludo. Y así lo hicieron, porque armados de palos y horcas llegaron de noche a San Pedro de Montes de Valdueza y se llevaron nuevamente a San Fructuoso a su Compludo y a su Ferrería; donde el agua mueve el mazo pilón y aviva la tobera de la fragua para batir el hierre, con golpes tan fuertes que se oyen a miles de pasos de distancia, desde El Acebo.
Mitos y leyendas de la tierra leonesa.
En El Bierzo, subiendo a Peñalba de Santiago, al Valle del Silencio y la cueva de San Genadio, con reminiscencias del asentamiento de monjes por esta Tebaida Leonesa con ecos de siglos, se adentra el viajero en automóvil hasta Montes de Valdueza. Entre unos bancales, que en otro tiempo Valerio, el discípulo de San Fructuoso en el siglo VII, describió con ampulosos latines como los jardines de Dafnae, se asienta el monasterio de San Pedro de Montes. Monasterio con torre románica, portada renacentista, ruinas en arcadas a cuatro pisos en sus plataformas, bodegas imánicas, retablos barrocos, columnas neoclásicas y hasta un río con centenares de calaveras de monjes en la torre del reloj. La imagen de la Virgen de La Guiana aún preside alguna ceremonia nupcial, sellada también ante un crucifijo del más puro románico.
Si el turista pregunta por el señor Benigno se le dará cumplida cuenta de todo lo que encierra San Pedro de Montes y le llevará también a la parte oriental de la aldea donde se halla la ermita de Santa Cruz, reedificada en el siglo XVIII sobre unas ruinas visigóticas. Una ventana con columnitas, arcos, cancel y cruz con el alfa y la omega pregonan el visigótico de la más pura factura. Piedras coetáneas de San Fructuoso, el fundador del eremitorio en el siglo VII.
Desde la ermita se contempla el abismo y allá abajo se abre la boca de una cueva legendaria. Es la cueva del tótem de la serpiente, la misma serpiente que está tallada en lo alto del retablo de la ermita, donde se aprecia el ojo del legendario cuélebre.
Es el culebro del castro de La Rupiana, que dice su leyenda moraba en esta covachona y cuya cola aún quedaba metida en la oquedad cuando su cabezota subía hasta las proximidades de la ermita y se zampaba los hombres y los ganados. Así era de grande y horrenda la temerosa sierpe de La Rupiana.
San Fructuoso libró para siempre a sus monjes y a las gentes de este demonio de La Rupiana. Se arregló para ello emborrachando a la sierpe con un gran pan de harina de castañas amasado con jugo de tejo y de apio hasta dormirla. Luego ya le fue sencillo meterle por un ojo, el que se aprecia en el retablo de la ermita, un gran madero de castaño aguzado y requemado en el fuego hasta abrasarle el cerebro.
Los espantosos silbidos de la sierpe eran tan potentes que se oían en Compludo y de allá se llegaron los monjes del anterior monasterio fructuosiano a defender a San Fructuoso.Tramaron entonces la conjura de robar «piadosamente» al abad y volvérselo a Compludo. Y así lo hicieron, porque armados de palos y horcas llegaron de noche a San Pedro de Montes de Valdueza y se llevaron nuevamente a San Fructuoso a su Compludo y a su Ferrería; donde el agua mueve el mazo pilón y aviva la tobera de la fragua para batir el hierre, con golpes tan fuertes que se oyen a miles de pasos de distancia, desde El Acebo.
2 Comments:
perdón, no es "La sierpe de la Rupiana", es la "Sierpe Rupiana".
Gracias por la correción.
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