El Reino Olvidado

Este diario es la crónica de un país olvidado, el seguimiento de su huella histórica, cultural y artística en España y en Europa.

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Lugar: Bergidum, Asturia, Spain

ex gente susarrorum

domingo, mayo 28, 2006

Los leoneses

JUAN PEDRO APARICIO

LA RECONQUISTA DE LA HISTORIA

Y aquí llegamos a nuestra segunda gran cuestión: ¿Qué somos los leoneses? Y yo os decía que para saberlo tenemos que atrevernos primero a derribar una pared, un muro de granito, el muro de la palabra Legio. Y no sólo porque al hablar de leoneses tengamos un sentido absolutamente centrí­peto. Desde nuestra capital se suele ver a León parcialmente: al llevar la ciudad el nombre de toda la región es frecuente la confusión de la parte por el todo. Eso contribuye, ha contribuido ya, a la desintegración de León. Incluso la única historia de León que se da como completa, la del padre Risco, no es una verdadera historia de León, de los leoneses, de los pueblos y los hombres leoneses; es la historia de la ciudad de León. ¿Y cuándo empieza esa historia? Pues empieza con la Legio VII, es decir, empieza con el Campamento romano, con la fortaleza del conquistador. Según eso seríamos descendientes de aquellos legionarios romanos.
Lástima que el único intento de historia completa de León se perdiera en el naufragio de la enfermedad que acabó con don José González, aquel arriscado polemista que escribía cosas como
esta: "Yo hice en el Ateneo de Madrid un discurso en que proponía que a los capítulos en donde los niños de León aprenden la historia de la reconquista, debe añadirse un tratado que podía titularse, reconquista de la historia.. Porque la historia está escrita por castellanos, es decir por enemigos de la historia de León y Asturias" (33).

Y es que es de espíritus perezosos creer que no puede existir una proporción inversa entre la lejanía del pasado histórico y su influencia sobre el presente. Américo Castro ha querido objetar la continuidad histórica de Iberia, Hispania y España con razonamientos cargados de mucha erudición y algún sofisma. Ciertamente que hay que distinguir entre los iberos, los hispanos y los españoles, pero ¿cómo entender cabalmente lo que son cada uno de ellos sin antes haber entendido lo que fueron los precedentes?

Hoy ya nadie parece discutir esta cuestión. Alguien tan autorizado como Julio Caro Baroja, al que no nos cansaremos de citar, lo ha puesta de relieve frecuentemente. El mismo Ramón Menéndez Pidal afirma: Pensando en España, diríamos que el substrato celtoibérico, junto con la coloni­zación romana, constituyen la base étnica y tradicional inconmovible (34).

Esto que se acepta como verdad para España en su conjunto, se le niega una y otra vez a León. Y no somos los leoneses ajenos al entusiasmo con que se ha arrojado toneladas de arena sobre nuestros verdaderos orígenes. Así el Instituto Leonés de Estudios Romano-Visigóticos, que ya en su propio nombre renuncia expresamente al sustrato autóctono, relaciona la identidad leonesa con la de dos pueblos, que, sobre todo, fueron sus conquistadores, y suele organizar éste o aquél aniver­sario de la fundación de Legio, con óptica todavía digna de algún legado de la metrópoli romana, como efemérides de incorporación al Imperio.

Hace poco Sánchez Albornoz explicaba a un periodista cómo entendía él el problema vasco: Los vascos se van a ofender por lo que les voy a decir: son los españoles sin romanizar. El País Vas­co estaba en un rincón del mundo que no importaba nada a Roma, una depresión que no era ca­mino para ninguna parte. Los romanos civilizaron España, romanizaron España, pero no romanizaron esas pequeñas zonas de Bilbao y San Sebastián. (35).

Pero la romanización no consistía únicamente en asimilar el idioma del conquistador. Ya hemos visto lo relativo y también lo peculiar de nuestra romanización. San Marcos está lleno de estelas yadinienses encontradas a lo largo del curso del Esla —donde, escritas en latín, se recogen alusiones a los dioses paganos de nuestros antepasados— que datan de los tiempos en que ya había obispado en Astorga.

LOS PUEBLOS DE ESPAÑA DE CARO BAROJA

Caro Baroja ha sido quien con carácter científico ha estudiado la identidad regional de los pueblos de España. Nuestro gran antropólogo entiende que el particularismo regional que hoy obser­vamos tiene sus raíces en la Edad Antigua y mucho más en zonas donde la invasión musulmana no pudo tener grandes consecuencias directas porque quedó incólume o dominada en muy poco tiempo. Alude incluso a la famosa teoría del desierto del Duero, tan apasionadamente defendida por Sánchez Albornoz, y si no la rebate frontalmente, la relaciona con aquellas otras repoblaciones hechas en otros pueblos europeos donde no hubo siquiera sospecha de desolaciones, para concluir diciendo que, al menos desde el punto de vista etnológico, resulta poco menos que imposible. Explica Caro que la transformación de la sociedad fue fundamentalmente jurídica, pero —se pregunta— la vida en sí, fuera de este campo jurídico, ¿era muy diversa a la de épocas anteriores? (36).

Caro encuentra que aun en la misma Andalucía hay más huellas de las meramente aparentes de un pasado anterior a Roma que llega hasta nuestros días. Con respecto a Castilla y al hablar del Poema de Fernán González, recuerda a aquellos régulos celtíberos, aquellos jefes de tribu que se combatían unos a otros para apoderarse de las riquezas respectivas.

León es para Caro una de las regiones donde ese vínculo ha sido más persis­tente y fecundo. Es, a este respecto, sumamente significativo cómo estructura en su libro el estudio de nuestra provincia, situándolo en el Cap. XIII, que dedica a Santander, Asturias y León, dentro de la parte dedicada a la etnología de los pueblos del norte de España. En cambio, ya fuera de esta parte, e! capítulo XV del monumental trabajo de Caro se titula así: "La meseta central: Castilla la Vieja y las antiguas provincias castellanizadas del Reino de León".

LOS HIJOS DEL ESLA
Digo que es sumamente significativo y conviene repetirlo. Esta es la opinión de nuestra máxima autoridad en antropología. Sabemos que quienes hacen profesión de su ignorancia seguirán ignorándolo todo. ¿Pero no está ya suficientemente explicado aquí el por qué nuestra provincia no ha seguido el dictado unánime inicial de nuestros políticos en el tema autonómico?

No hay en la caracterización que Caro hace de León el menor atisbo de duda. Incluso su prosa neutra y científica llega a expresar, como en un desliz, un deslumbramiento, cuando dice: Difícilmente se podrá encontrar en toda Europa una región en la que los elementos de la cultura moderna se hallen tan en armonía con los datos de un pasado remoto como León.

Procurar desentrañar hasta el último sentido de esta frase de Caro ha sido para nosotros una tarea sumamente gratificadora. Quiero recordaros aquellas palabras de Adolf Schulten cuando decía que los Cántabros y Astures resistieron a los Romanos durante diez años, como resistieron más tarde sus nietos a los árabes, y todavía en la Guerra de la Independencia mostraban su valor, defendiendo Astorga, en 1810, contra el Mariscal Suchet...

Y os las recuerdo porque no estamos los leoneses acostumbrados a este tipo de identifica­ción. Antes bien, el duende de la onomástica ha querido insistentemente robarnos nuestro pasado.

Hablar de los astures y no mencionar al río Astura, es, cuando menos, extraño, pero muy fre­cuente, sobre todo entre los eruditos ovetenses. Extraño, si tenemos en cuenta que ya San Isidoro afirma que los astures, nación de España, son llamados así porque les rodea el río Astura... (37). Frecuente, sin duda, porque el Astura de tiempos de Roma es el río Esla actual, el río leonés por anto­nomasia, el que nace en las montañas de Riaño y muere en el Duero. Precisamente del lugar de su nacimiento deriva su nombre primero; interpretado ya por el alemán Humboldt como Felswasser ("agua de peñas", en alemán) que veía en él un compuesto de los elementos vascuences así —peña— y ura —agua—. A la vista queda, si recordáis Riaño, con aguas que se originan en arriscadas y nevadas cumbres, lo idóneo del nombre (38).

San Isidoro es de la opinión de que río dio su nombre a los astures. Schulten, por el con­trario, cree que fueron éstos quienes dieron su nombre al río (39). A Caro Baroja le interesa sobre todo desentrañar la conexión espiritual entre el nombre del río y el de, los astures. ¿Eran hijos del río? —se pregunta (40).

Tema ciertamente sugestivo pero que sentimos tener que dejar para ocasión de más tiempo.
STRABÓN
Permitidme, sin embargo, que os lea un texto de la Geografía de Strabón, escrito hace ya dos mil años, entre el 29 y el 7 antes de Cristo, precisamente por el tiempo de la guerra Cántabro-astur contra Roma.

Es el mismo traductor de Strabón, García y Bellido, quien lo dice: En este raro y magni­fico legado de Antigüedad hallará cualquier español o americano oriundo de España las más viejas noticias de su raza (41). ¿Cómo es posible —nos preguntamos— que lo que se concede a un ame­ricano oriundo de España se le niegue a un español oriundo de León? ¿Acaso no es eso lo que ocurre cuando García y Bellido añade en seguida: Y los nombres griegos de "ástyres" o "ástores", ¿no son los mismos que los astures o asturianos actuales? Con lo que uno no sabe de qué admi­rarse más si de la destreza del duende de los gentilicios o del despiste en los labios del sabio.

Pero oigamos algunas de las palabras de Strabón relativas a aquellas gentes:

Comen carne de cabrón; a Ares sacrifican cabrones, y también cautivos y caballos; suelen hacer hecatombres con cada especie de víctima, al uso griego, y, por decirlo al modo de Pindaros, "inmolan todo un centenar". Practican luchas gymnicas, hoplíticas e hípicas, ejercitándose para el pugilato, la carrera, las escaramuzas y las batallas campales (42).

Bien, aquí está nuestra magnífica cecina que todavía hoy constituye para ojos extraños o foras­teros un insólito descubrimiento. ¡Dios!, ¿acaso no iba a maravillarles? ¡Si llevamos más de dos mil años haciéndola!

Aquí están los juegos o deportes del pueblo leonés, tendentes todos ellos al robustecimiento del individuo: Los aluches de cada septiembre, con sus fases más complicadas: la cadrilada, la bolea, la zancadilla y el traspiés (43). La corrida de la rosca, que se celebra por las tardes en las eras del pueblo después de recogida la cosecha; carrera con juez y premio, una rosca enorme de colores chillones que durante la carrera sostienen las mozas en sus manos y que en Maragatería es un mo­nigote con un gran falo que luego ha de comer la novia del ganador. La carrera de cintas a caballo, con esos caballos pequeños, montañeses, que tanto asombraron a los romanos porque hacían el paso de andadura. Aquí están el tirabeque, el lanzamiento de la barra y los mismos bolos que el buen médico leonés Elias Gago Rabanal creyó, infundadamente según nuestra modesta opinión, de ori­gen romano (44).

Y sigue diciendo Strabón:

... es cosa común entre ellos la valentía, no sólo en los hombres sino también en las mujeres. Estas cultivan la tierra; apenas han dado a luz, ceden el lecho a sus maridos y lo cuidan. Con fre­cuencia paren en plena labor, y lavan al recién nacido inclinándose sobre la corriente de un arroyo, envolviéndolo luego.

Aquí está nítidamente descrita la covada. La mayor parte de vosotros ya la conocéis. Consiste precisamente en que cuando la mujer da a luz es el marido el que guarda cama. Por Maragatería se dice: "A la mujer la parida y al marido la gallina", en elemental definición de tal costumbre. Rasgo de transición matriarcal sobresaliente en una sociedad que está llena de ellos. Sabéis que en las so­ciedades matriarcales los hijos sólo identificaban la filiación por vía materna; con la covada, el padre pone el énfasis en su paternidad comportándose como una madre.

¿Y qué decir del trabajo de la mujer leonesa? Ellas fructifican con su esfuerzo —similar, o quizá más sacrificado que el del varón— la montaña y el llano. Por eso, la aleluya que también recoge Caro:

Hace la mujer en León del hombre la obligación.

Otro rasgo muy característico de nuestra sociedad, también de muy acusado perfil matriarcal, es esa forma matrimonial estudiada por Elias López Moran, en que los cónyuges no forman hogar sino hasta pasados muchos años, durmiendo hasta entonces en caso de sus padres respectivos.
Caro también la anota en su libro aunque como existente el siglo pasado y como propia de la zona de Valencia de Don Juan y de Sahagún. Pero tal costumbre está aún vigente en multitud de pueblos que se extienden por toda la provincia, habiéndola comprobado personalmente desde la mon­taña de Riaño hasta la misma desembocadura del Esla en tierras zamoranas. Caro relaciona esa cos­tumbre con el matrimonio de visita de Schmidt, y se admira de lo extraordinario de su superviven­cia, siendo una de las formas .de lo matriarcal más arcaico, que se produce en la fase primitiva del llamado "ciclo matriarcal agrícola" en que la mujer cultivadora de la tierra y perteneciente a deter­minado grupo o unidad social, contrae matrimonio con un hombre de otro grupo, y éste no va a vivir permanentemente a la mansión de la mujer sino que permanece en la de sus padres. Según Caro este matrimonio de visita, en que el padre es un extraño, existe en el sudeste de Asia e islas adyacentes, y entre los iroqueses e indios seris de Norteamérica.

La lista podría ser interminable. Muchas son las notas definidoras de lo leonés que se remiten con fuerza a ese pasado prerromano. Así, por ejemplo, los festines de las exequias que pare­cen dilapidar los bienes del difunto y que figuran en fragmentos de cerámica lanciense. Las ceibas de la Cabrera, las juntas de mozos de todo León, sobre cuyo origen Caro apunta hacia las socieda­des secretas de hombres solos...

LA ARQUITECTURA POPULAR

Otro tanto cabe decir del origen remoto de nuestra arquitectura popular. Las casas de Riaño, de piedra y paja de centeno, iguales que ciertas mansiones neolíticas nórdicas y de la Europa Occi­dental según las han imaginado los arqueólogos alemanes, y que otras de la época hallstáltica. O la casa en herradura, de Laciana, con hórreo dentro del semicírculo, en trance de absoluta desaparición.

Y ya que hablamos de hórreos denunciemos una vez más el estado tan lamentable en que se encuentran los de nuestra provincia, desvencijados y condenados al desguace para leña. Denun­ciemos de paso ese pintoresco decreto de 1973, pretendidamente protector del hórreo centenario, que circunscribe su ámbito a las provincias gallegas y a la de Oviedo. ¡Como si los de León no fuesen hórreos! Claro que al paso que vamos y para cuando llegue el "benéfico cuidado" no quedará ni el recuerdo de ellos. ¿Por qué no elabora la Diputación el inventario de los hórreos leoneses? ¿Por qué no promueve ella misma su protección? ¿Por qué no se constata en ese inventario la antigüedad de los hórreos leoneses? Iba a haber muchas sorpresas. Porque el hórreo leonés no es tan asturiano como parece. El romano Marco Terencio Varrón es quien primero describe por escrito al hórreo en testimonio del siglo I antes de Cristo. Dice: Otros construyen en sus campos unos graneros suspen­didos sobre el suelo (granaría subrimia) tal como en Hispania Citerior y en algunas comarcas de la Apulia (Sur de Italia). Estos graneros se ventilan lo sólo por el aire que penetra por los lados, a través de las ventanas, sino también por el que corre por debajo del piso de los mismos (45).

García y Bellido nos cuenta cómo hoy se sabe ya que la zona actual del hórreo es menor que la de antaño, ¡Y tanto! Las actúales provincias de León y Zamora saben mucho de ello puesto que debieron tenerlos en abundancia. Hasta puede aventurarse, y con poco riesgo, que su dispersión por la cordillera se produjo de Sur a Norte, es decir, de León a Oviedo, y no a la inversa como hoy pudiera pensarse. Y no sólo en razón del práctico despoblamiento antiguo de la actual Asturias sino también porque el maíz, cereal que tradicionalmente se guarda en los hórreos de Oviedo, vino de América, mientras que los valles del Sil y del Esla producían desde tiempo inmemorial los otros cerea­les que no se dan en la cornisa cantábrica.

Bien. Yo sé que todo esto puede parecemos sorprendente, porque se ha falseado hasta la saciedad la imagen de León. José María Blázquez, catedrático de la Complutense, conocedor profun­do de nuestra historia antigua, ha manifestado en una de las sesiones de este seminario, que es León, y no Asturias o Galicia como vulgarmente se cree, quien posee de modo más vivo y actuante den­tro de sí los datos de ese pasado remoto anterior a la romanización. ¿Habrá que advertir, y sobre todo ahora, que el León de que hablamos no es la ciudad de León, sociedad urbana de reciente eclosión demográfica, que como tantas sociedades urbanas vive ajena u olvidada de sus verdade­ras raíces?

Florentino-Agustín Diez, ese infatigable estudioso de nuestras instituciones municipales, ha se­ñalado con insistencia el origen y la conformación prerromanas de la aldea y el municipio leonés. Cómo no recordar las peculiaridades democráticas y colectivistas de nuestras comunidades de aldea; la sin­gularidad de nuestras "ordenanzas de concejo"; la magnífica virtualidad de nuestro derecho consue­tudinario que hizo afirmar a uno de nuestros mejores tratadistas que si se perdieran todas las leyes de España, continuarían los leoneses haciendo vida regular al amparo de sus costumbres (45 bis).


EL DIALECTO LEONÉS

Otra nota, que siempre se ha dejado a un lado a la hora de valorar nuestra identidad, es la de la peculiaridad idiomática que ha merecido la atención de los más variados lingüistas. Y no se trata de resucitar muertos o de convocar fantasmas. Aquí entre las manos tengo, y lo he traído para quien quiera echarle una ojeada, el magnífico libro "Dialectología española" de Alonso Zamora Vi­cente, cuya primera edición data de 1960, siendo la última reimpresión de enero de este mismo año 1979. Debéis perdonarme la insistencia. Pero no tan escasos los que, al no ver ni oír por sí mis­mos, necesitan, cuando menos, tocar lo que otros les ponen en las manos. ¿Quién puede dudar de la particularidad dialectal leonesa? Por si las evidencias fueran pocas, ahora mismo un nuevo sema­nario acaba de salir a las calles de nuestra capital al amparo de una palabra que no figura en el dic­cionario de la Real Academia: Ceranda, palabra leonesa, que en el idioma oficial equivale a criba o zaranda.

Alonso Zamora Vicente traza las varias fronteras del leonés según sus distintas particularida­des. Las más amplias coinciden naturalmente con la mayor expansión territorial del Viejo Reino, lle­gando por Extremadura hasta Andalucía; pero la más reducida, el núcleo original, no es otro que la vieja frontera matriz ya conocida por nosotros, la que contenía a la Asturia prerromana: del Navia al Sella, del Sella al Esla, del Esla al Duero, con penetración en Portugal, por Miranda do Douro, Rionor y Guadramil, y del Sil otra vez al Navia (46).

En estos tiempos de exaltación de lo vasco en que con tanta frecuencia se oye que el caste­llano es el romance hablado por vascones y cántabros orientales, sorprende cuan pocos son los que osan decir que el leonés fue el romance hablado por los astures. Que nosotros sepamos, públicamente, sólo lo ha dicho Emilio Alarcos Llorach, pero lo ha dicho lejos de la tierra donde vive (Astu­rias) con ocasión de una conferencia dada en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, de Santander (47). ¿Es que se necesita mayor evidencia que esa histórica superposición de nuestro modo de hablar sobre los límites de la nación astur antes descritos? Reconozcamos que, como poco, el asunto merece más atención de la que se le ha querido prestar hasta la fecha.

Sabemos muy poco de lo que fue y de lo que significó el romance leonés en tiempos pasa­dos. De su semejanza con el gallego no nos cabe ninguna duda. ¿Pero su parentesco no fue más hondo de lo que normalmente se cree? Cuando Menéndez Pidal prologa esa magnífica miniatura de Sánchez Albornoz "Una ciudad cristiana del año mil" trata de evocar aquellos sonidos. Dice así:
"El antiguo notario continúa en su latín escolástico el discurso de Tedón: multa mala passa sum propter quod nec dixi nec feci; pero nuestro Tedón ante Don Arias diría: muitos males passei por los que nen dixi nen fizi. Dueño, prendiéronme elos míos enemigos, ie metiéronme en fierros ie en caréele, sen culpa... y así proseguiría expresándose en un lenguaje algo semejante al que hoy todavía se conserva en algunos rincones occidentales de la provincia de León, en los valles del río Sil. El lenguaje que el vulgo hablaba en la ciudad de León a raíz de ser hecha corte, se parecía más al gallego que al castellano, según vemos" (48).

Naturalmente, porque como ya hemos ido viendo a lo largo de esta charla y como el mismo Zamora Vicente señala "todo el reino leonés se había fundado sobre el área de la antigua Gallaecia, y (añade) encerraba en sus límites un territorio que no diptongaba: Galicia". ¿Os dais cuenta? Son las primeras palabras de un erudito aquí repetidas que no ha caído en la trampa del duende de los gentilicios.

Sigue diciendo Zamora Vicente: "El prestigio cultural de Galicia, sobre todo en el siglo XII, era enorme: existe incluso un documento de 1185, de Malilla de !a Seca, al este del Araduey, es decir, ya oriental, que presenta todos los caracteres gallego-portugueses". Merecería la pena una profundización en el tema por parte de nuestros investigadores. Porque este y otros datos permiten pensar que el idioma gallego debió de tener más íntima relación con la nación leonesa de lo que comúnmente se cree.

EL ESPAÑOL

Pero, me diréis: ¿cómo y para qué indagar el pasado de la lengua si los avatares de su mismo presente están tan sometidos a confusión? Nuestros políticos acaban de plasmar uno de sus maravi­llosos juicios salomónicos en la Constitución. Para españolizar a vascos y catalanes han castellanizado al idioma español. ¿Es que pasar de hablar español —el idioma común al que todos habían contri­buido, en el que todos Sabían vertido sus particularidades— a hablar castellano no significa colocar a las otras regiones en la situación de meras colonias idiomáticas de Castilla?

Emilio Alarcos Llorach, en la conferencia antes mencionada, vino a demostrar (y esto lo digo con todo el respeto) lo que siempre han sabido los limpiabotas mejicanos: que su idioma es el espa­ñol. Dice Alarcos que el sistema vocálico de cinco fonemas /i, e, a, o, u/ que posee el español, es tan castellano como leonés o aragonés; que las confusiones en las grafías b y v de! español mo­derno son tan castellanas como gallegas, leonesas, aragonesas y catalanas; que la carencia de sonido v es tan castellana como gallega, leonesa y aragonesa; que los dos fenómenos, la aparición de /o/ y de /x/ ,tan característicos del español, no pueden ser considerados más que como rasgos españoles, y no solamente castellanos. Y concluyo diciendo: "Si en su origen nuestro idioma es el latín mal aprendido por los indígenas de Cantabria, si el castellano medieval funde esas particularidades con las de las zonas mozárabes cartaginenses, si en los tiempos modernos contribuyen a él tanto leoneses como castellanos y aragoneses (y las gentes medievales y ultramarinas que lo aceptaron), no cabe duda que ha de llamarse con más propiedad español y no castellano.

¡Ah, pero cuidado! Si antes topamos con la Iglesia ahora hemos topado con la política y las cosas de la política son las cosas del poder, y el poder, si ha de arbitrar, arbitra siempre a favor de los poderosos. De poco vale que los lingüistas hayan protestado. Confiemos en que no llegue el día que siendo el Sur más poderoso que el Norte, guste a aquél la orientación de éste. El poder cam­biaría el nombre de los puntos cardinales.

LA PRIMERA PALABRA PENINSULAR

Llamar al idioma de todos castellano es negar al leonés su contribución fundamental a la co­mún creación del español. ¿Sabéis, por ejemplo, cuál es la palabra autóctona más antigua de la pe­nínsula atestiguada en documento? PARAMO. Palabra astur que pasa al leonés y de éste al español. Y es que páramo y astur no son términos enfrentados como pudiera inferirse de las voces de tantos "Cabalistas" como abundan hoy día. El vocablo páramo, que tanto fascinaba por cierto a Miguel de Unamuno, carece de explicación etimológica en latín, y en las otras lenguas conocidas. Su vinculación astur nos parece indudable a pesar de lo manifestado por William J. Entwistle (49). Schulten lo anota al hablar de lo que él considera monumento más importante para el conocimiento de la fauna astur: el poema tallado en piedra con que un legado de la Legio VII dedicó una parte de su caza a Diana. Dice Schulten: es un cuadro muy vivo del país astur, con su sierra, páramos y bosques (50).

Por cierto que, para quien la quiera ver, la piedra en cuestión, blanca, hermosa, y magnífi­camente conservada, se halla "expuestoescondida" en el claustro del Hostal de San Marcos.

LOS ESPEJOS ROTOS DE LEÓN

Llegados aquí, es lógico hacerse la siguiente pregunta: ¿cómo habiendo nacido los rasgos más sobresalientes de nuestra identidad en épocas tan remotas, cómo habiendo, por tanto, resistido los avatares del tiempo, las invasiones y las guerras, lo que es prueba de su fortaleza, presentan esas tan grandes dificultadas para reconocerse?

Decíamos hace un momento que padecía León una especie de maldición onomástica que difi­culta su propia identificación; algo así como si el duende de los gentilicios se dedicase a romper todos los espejos en los que León pretendiera mirarse.

León es una cosa y los astures son otra; y no importa que haya una Astorga (Astúrica Augus­ta) porque, muy por encima, —y uso el adverbio sobre todo en sentido metafórico— en el Norte, hay una Asturias. Porque, ojo, aquí el Norte, desde que paradójicamente el geógrafo alemán Humboldt descubrió en 1797 a nuestros geógrafos la meseta, no es el meramente geográfico, aquí el Norte es un valor cultural ideológico, cuya definición física viene dada hoy por la costa y la cordillera Cántabro-pirenaica, con inclusión de Navarra y Galicia como excepciones, siendo todo lo que hay al Sur de la divisoria de aguas simplemente "el Sur". Y los astures, no lo olvidemos, son un pueblo del Norte de España.

Ahora mismo acabo de ver en un libro, que publica nada menos que el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, cómo su autora al describir el traje femenino de Astorga se sorprende viva­mente por su similitud con algunos vestidos del Norte de España. ¡Dios, como si Astorga no estuviese al Norte y bien al Norte!

León es una cosa y Zamora y el mismo Bierzo son otra porque, como Carretero razona, "la coincidencia del nombre de la región histórica con el de una de sus actuales provincias y el de la capital de ésta (cosa que no ocurre en Castilla y las demás regiones de España, con la excepción de Valencia y Murcia) y las rivalidades provinciales han ido restringiendo la significación geográfica de León hasta reducirla a sus estrechos límites (51).

León es una cosa y los maragatos son otra, porque, como todos habéis oído los maragatos son bereberos importados a nuestras tierras. Caro Baroja (¡otra vez Caro Baroja) señala por el con­trario que se trata de una unidad social astur con tendencias muy conservadoras. En primer término nos hallamos —dice Caro— con que entre ellos existe o ha existido hasta hace muy poco la cos­tumbre de la covada tal como la describe Strabón; en segundo término, la técnica agrícola, los aperos de labranza, etc., son análogos a los de las zonas que rodean a ésta, entre las cuales las hay también extremadamente conservadoras y arcaizantes; en tercero, el habla es estrictamente leonesa occidental; en cuarto, los rasgos físicos no recuerdan gran cosa a los berberiscos: son los maragatos rechonchos, sanguíneos, de cabello liso y no muy abundante, velludos, su cara es cuadrada, con barbilla corta y nariz también corta y ancha (52).

A idéntica conclusión, por otros caminos, llega Menéndez Pidal quien argumenta que en latín “maurice” significa a la manera de los moros y “mauricus” propio de aquellos, con lo que la voz maragatos vendría a significar gentes de estirpe asturleonesa que vivieron en zonas sureñas zonas sureñas con los invasores bereberes (53).

LAS AUSENCIAS

Pero es que, además de estos guiños insensatos del duende de los gentilicios, la estrepitosa decadencia de León bastaría para justificar por sí misma todas las interferencias que oscurecen nues­tra identidad.

Sus rasgos más vigorosos y distintivos han nacido, como podéis suponer, muy lejos de la calle Ordoño II; son savia directa del pueblo, ese pueblo cuyo nombre tanto se evoca en vano; son fuen­te primera de lo popular. Y, por eso mismo, adolecen de una definitiva ausencia: a nuestra cul­tura le ha faltado el portavoz que la llevase a esos salones donde se conceden las cartas de natura­leza; le ha faltado algo tan insignificante en sí como la guinda en el pastel; le ha faltado esa superes­tructura cultural que es, por ejemplo, la literatura, esa suerte de cima que hace las veces de clave para componer la identidad de un pueblo.

Así, todos hemos contribuido a hacer de León esa especia de tercera Castilla que nunca existió. Y más ahora cuando quienes asumen la tarea de definirnos son los políticos. El político recoge lo que ve, pero lo recoge —quizá tampoco pueda exigírsele otra cosa— de la superficie, no de lo hondo; de ahí que sea de otros la responsabilidad de hacérselo patente, de ponerle a flote aquello que a sus ojos está en las distancias de lo hondo.

¿Acaso creéis que Galicia, sin Valle, sin Rosalía; que Asturias, sin Jovellanos y Clarín; que la misma España toda sin Cervantes sería la misma cosa que son ahora?

Hay una cultura en sentido estricto, que se elabora en talleres pequeños pero que necesitan de una base social muy amplia que le sirva de estímulo y catalizador. Y desde Mesopotamia hasta nuestros días este tipo de cultura necesita de las grandes aglomeraciones urbanas para producirse.

Si Clarín, que pasó su infancia en León donde su padre era gobernador, hubiese seguido vi­viendo en nuestra capital, podía haber dicho también aquello de "me nacieron en Zamora", pero jamás hubiera escrito La Regenta. La Regenta es un producto urbano y tanto lo es que el nombre ficticio de Vetusta llega a tener valor paralelo al mismo de Oviedo.

Otro tanto podríamos decir de Pérez Ayala. Jamás su Pilares hubiera podido ser trasunto li­terario de ninguna ciudad leonesa. Desde principio del diecinueve, Asturias crece a un ritmo acelera­do merced a la minería, quedando León notablemente rezagado.

Por eso, más que de nuestras responsabilidades habría que hablar de nuestras carencias. El declive de León ha sido tan portentoso que ni siquiera su índice de caída puede compararse con el del Imperio Español. Se nos ha enseñado que León y Castilla se unen o fusionan definitivamente en 1230. Creo que fue Buñuel quien dijo que toda religión pretende justificar que se dé más al que más tiene. ¿Y qué otra cosa ocurre en política o en economía? Habría que indagar en la época de aquella pretendida fusión, estudiar el sentir de los leoneses de entonces, el recelo, acaso el temor, que tuvieron, y las resistencias que opusieron al acontecimiento. Lo dice Joseph Pérez, uno de los pocos estudiosos a quien siempre acuden los grupos políticos que cada año se reúnen en Villalar, autor del más completo trabajo sobre la revolución de los comuneros: "Castilla absorbió al Reino de León y terminó convirtiéndose en la fuerza política preponderante." (54). ¿Es que hay alguien que todavía hoy pretenda ignorar esto? Barbero y Vigil dedican un largo reproche a los autores, sin excluir a Menéndez Pidal, que al referirse a la historia de España se ocupan del protagonismo de Castilla y de la identificación de Castilla con la historia de España (55). Sobre tal tema hay que escribir por lo menos tanto como lo que ya se lleva escrito; pero esta vez con renglones derechos. Habrá que abrir nuevos caminos, ausentarse de los lugares comunes,, romper la tenaza castellanista-españolista. Y más que contraponer el unitarismo castellano al pluralismo de las otras regiones, nos gustaría desentrañar a fondo el esencial desequilibro que notamos entre la preponderancia de lo movedizo, representado por una monarquía ambiciosa y expansiva (Castilla) y el predominio de lo estable, repre­sentado por una población y un territorio bien delimitados: León.

EL DESGUACE DE LEÓN

El desguace de León es un secreto a voces. La Mesta, cuya política resultaría a la larga fu­nesta para España, encauza las exportaciones de lana por caminos alejados de los leoneses. Quizá haya que lamentarse —y esto sorprenderá a muchos egregios ignorantes— de que nuestros astures hayan transitado con singular preferencia por riscos y por valles menospreciando los caminos del mar, contrariamente a los vascongados. Burgos debió su fortuna a la temprana colaboración que estableció con los puertos de la costa Cantábrica. Si Burgos —dice Joseph Pérez— poseía la lana, Bilbao disponía de los barcos necesarios para transportarla (56). ¿Pero qué fue primero, la gallina o el huevo? Porque León no disponía de la lana, —¿podía disponer de ella?— y, por supuesto, Gijón no disponía de los barcos —¿podía disponer de ellos?— para transportarla.
No es raro oír en los momentos actuales, a los exaltados de las reuniones de Villalar sobre todo, que León y Castilla comparten desde hace más de cuatrocientos años el deterioro progresivo que les ha llevado a su condición actual. ¿Cómo desplazar de nuestra mente ese falso tópico? Nos ayudaría mucho si abandonásemos por un instante el vicio de pensar en la riqueza del país en tér­minos de Norte rico - Sur pobre. Tracemos una recta que sea prolongación hacia arriba y hacia abajo del curso del Pisuerga, frontera tradicional del último León: habremos dividido a España de Este a Oeste. Veamos el Oeste: Galicia, Asturias (islote de riqueza irregular y reciente), León, Za­mora, Salamanca, Extremadura y Andalucía Occidental (con el islote de Sevilla, capital de toda An­dalucía). ¿No están aquí el subdesarrollo, la miseria, la pobreza, las zonas tercermundistas del Estado Español? Veamos el Este: Santander, Euskadi, Navarra, La Rioja, Castilla la Vieja (con el islote de Burgos, con el islote de Valladolid), Aragón (con el islote de Zaragoza), Castilla la Nueva, Ca­taluña, Valencia y Murcia y Andalucía Oriental. La comparación no parece posible. Aquí está la riqueza presente y, lo que es peor, la riqueza futura, además de la riqueza pasada. Porque pasada y grande fue la riqueza de Castilla en los siglos XV, XVI y XVII, mientras León —iba a decir ago­nizaba— languidecía.

Medina de Rioseco, Villalón, Medina del Campo fueron ciudades privilegiadas en las que los soberanos castellanos, fieles a una tradición medieval, concentraron el tráfico mercantil. Valladolid es la capital política del Estado hasta que Madrid le toma el relevo; ciudad de funcionarios, de letrados, agrupados en torno al tribunal de justicia, la chancilleria. Burgos, es la capital mercantil; Segovia, la capital industrial; Medina, la capital financiera; Salamanca, la capital universitaria (57). Y aquí está Salamanca, tan leonesa para algunos, sobre todo para Carretero y sus seguidores a los que gusta hablar del Imperio Leonés, tan castellana para los más. ¿Cómo caracterizarla nosotros? Veamos algunos datos: cuando en el 1102 se repuebla Salamanca, León y Castilla están unidos, su repoblación se hace con gentes heterogéneas entre las que abundan francos y castellanos; en el 1157 Castilla y León se separan hasta el 1230; durante esos años fue Salamanca "leonesa". ¿Habrá que decir que durante todos los demás Castilla la ha hecho castellana? Otro dato más significativo: Sa­lamanca es taurina como Castilla, no como León. La llamada "fiesta nacional" es ajena al núcleo original del antiguo reino de León, aquél que se superponía sobre la Gallaecia del Bajo Imperio. Lo dice Jovellanos: "El Reino de Galicia, el de León y las dos Asturias que componen una buena quinta parte de nuestra población, desconocen enteramente las corridas de toros" (58).

LEÓN, COMO LA ATLÁNTIDA
Pero sigamos. La pobreza con que se pretende hoy hermanar a Castilla y a León no tiene la raigambre centenaria que se le atribuye. Por el contrario, desde su fusión, digámoslo así, sus caminos no son paralelos sino opuestos. Desde el primer día comienza para León una notabilísima carrera de descensos, no siendo toda su historia posterior sino una larga y prolongada decadencia. Desde el siglo XV León no es más que un nombre en la historia, como la Atlántida, término que expresa más mitos fantasmagóricos que realidades concretas.

Un inglés que nos visitó en los albores de esta centuria lo expresó con justeza: "Todo lo acontecido en León, aconteció hace mucho tiempo hasta el punto de que ello pudiera parecer un sueño si el genio del arquitecto no hubiera legado a nuestros días los grandes momentos de la gloria al­canzada por sus reyes y sus prelados" (59).

Pasa León por la historia como un náufrago que apenas sobrevive hasta nuestros días. Pierde población constantemente, sus ciudades se desmoronan y se estrechan. Refiriéndonos a lo que fue la capital del un día reino más importante de la península, podemos decir que mientras los pueblos y villas de Castilla conocen el auge de la España imperial, León en el siglo XVI entra en una deca­dencia vertiginosa, que llega a su máxima hondura en el XVII con casas arruinadas, solares abando­nados, buenos yermos; hay apenas un atisbo de resurgimiento en el XVIII y la ciudad en su mejor momento alcanza a tener 5.566 (cinco mil quinientos sesenta y seis) habitantes, de los cuales el 20 % eran clérigos o empleados de la Iglesia. Dato este último que puede dar lugar a interpretaciones erróneas. Si León no desaparece, si Astorga y el mismo Oviedo no se disuelven para siempre en la irreversibilidad de lo rural, se debe en buena medida a la tesonera permanencia en ellas de las sedes episcopales. Así ni el Rey, ni el Estado, ni los nobles construyen puentes ni caminos; la Iglesia es la constructora y es ella quien cobra el impuesto a camineros, recueros y mercaderes; y son también de eclesiásticos pontazgos y portazgos. Ello da lugar a enconados pleitos y a veces los ciudadanos se reúnen para expulsar de la ciudad a algunos canónigos. Los nobles y los reyes, ya se sabe, optaron finalmente por decretar la expulsión de los judíos (60).

El siglo XIX está demasiado cercano. Naturalmente el general crecimiento demográfico tam­bién se deja sentir en León y así en el 1900 tiene ya nuestra ciudad 15.000 habitantes. Su crecimien­to recientísimo lo conocéis todos perfectamente.

¿Cómo, pues, aquel poblachón maltrecho, hundido, más que inmerso, en lo rural a trasmano de caminos y de vías, podía escribir su historia, reflexionar sobre su cultura, potenciar su identidad, hacer su propia literatura?

A nadie puede extrañar por tanto, que, por ejemplo, en el siglo XVIII nadie viese a los leo­neses. Cuando Gazel escribe a Ben-Beley sobre la diversidad de las provincias de España hace las siguientes menciones: cántabros, que según el sentir de la época, eran los vascos y los navarros; los de Asturias y las Montañas, héroes de la Reconquista e hidalgos, pero emigrantes y criados en Ma­drid; los castellanos, los más leales del mundo; Extremadura, los conquistadores del Nuevo Mundo; los andaluces, algo arrogantes; los valencianos, ligeros y emprendedores; los murcianos, participan del carácter de los andaluces y los valencianos; los catalanes, los más industriosos; y los aragoneses, va­lerosos y tenaces (61).

Pero si nosotros no hemos podido hacernos notar con nuestra propia voz escrita, hemos tenido la poca fortuna de que el inmenso prestigio de la generación del noventa y ocho cayera sobre nosotros como un alud de incoherencias y oscuridades.

Qué decir, por ejemplo, de don Miguel de Unamuno cuando afirma: "Es el León leonés león de Castilla" (62) o cuando se atreve a escribir: "La Castilla leonesa y asturiana, la de la Recon­quista, la de Pelayo...".

También Azorín gustaba de tales frases: "León, la ciudad que ha sido la primera en la nacionalidad castellana" (63). Yo pregunto: ¿hay algún leonés que verdaderamente sienta esto así? No pa­rece sino que León fuera como un extraño capullo que, obligado a mariposa, cuando se abre brotan de él Euzkadi, Cataluña, Galicia, Castilla, Asturias y hasta Cantabria... todas menos León.

Ortega, que no pertenece al 98, tiene una famosa frase muy de este tenor: "En Castilla no hay curvas, caballero..." (64) pronunciada en el mismísimo León. ¡Qué poco nos conocía quien, por cierto, fue senador por León durante la República!

"REYES DE LA MINERÍA, SEÑORES DE LA LABRANZA"

Desde luego no han sido estos escritores del noventa y ocho la mejor autoridad para definir a León. En su mayor parte no lograron desprenderse de aquel irracionalismo que motivó sus prime­ras páginas, ¿Cómo no recordar el extravagante paraguas rojo del primer Azorín o el singular y enrabietado duelo que con Primo de Rivera mantuvo Unamuno? Sus escritos más valen por el lado de la estética o de la lírica exaltada que por el de la ciencia o el rigor.

Y terminamos. Pero encontrar remate a esta charla es tarea dificultosa. Más, habiendo llegado hasta aquí, tras tan apesadumbrado rosario de descensos. Podemos, sin embargo, acudir al inevitable Ortega y parafrasearle, cuando, tras mostrar con crudeza su negativa visión del pasado histórico nacional, pretende animar a un hipotético joven lector exhortándole a que piense en el mañana, cuando podrá tornar en bienes y en grandezas los males y bajezas del ayer (65). Y los leoneses tenemos mo­tivos para el optimismo, a pesar de todo. Por primera vez en su historia, la ciudad de León ha supe­rado los 100.000 habitantes. Además nuestra provincia cuenta con un municipio de más de 50.000 habitantes, Ponferrada; tres, entre 10.001 y 20.000; y cincuenta entre 2.001 y 10.000 habitantes. Este equipamiento urbano es importante, superior incluso al de Navarra y muy por encima de cualquier otra provincia del llamado Valle del Duero. Valladolid, por ejemplo, cuenta con una ciudad, la capi­tal, con más de 100.000 habitantes; ninguna con más de 50.000; una con más de 10.000 y sólo trece, entre 2.000 y 10.000, lo que dice mucho del papel de la capital de la provincia en uno y otro caso. Así, en la capital de León vive un 21 % de su población provincial; mientras en la de Valladolid un 63 % de la suya (66).

Por eso quizá ya los poetas comienzan a vernos y uno de los mejores de este siglo nos canta así:
leoneses, navarros, dueños del hambre, el sudor y el hacha, reyes de la minería, señores de la labranza. (67).
(33) MANCEBO VALBUENA, ]. Cumbre histórica. León 1938.
(34) MENENDEZ PIDAL, RAMON. Los españoles en la literatura. Madrid 1971.
(35) Declaraciones en el ABC (suplemento dominical) de 15 de octubre de 1978. También, en el mismo sentido, vid. SÁNCHEZ ALBORNOZ, C. La trayectoria histórica de Vasconia. Madrid 1977.
(36) CARO BAROJA, JULIO. Los pueblos de España. 2 tomos, Madrid 1976.
(37) Citado por: VALBUENA, ANTONIO. Sobre el origen del río Esla. Madrid 1901.
(38) MORALEJO LASSO, ABELARDO. Toponimia Gallega y Leonesa. Santiago de Compostela 1977. El Padre Martirio identifica el Monte Vindio con los Picos de Europa. Vindio significa blanco y a aquellas moles calcáreas con­viene muy bien el nombre aun sin la presencia de la nieve. A este respecto Moraleio Lasso dice: "Es conocido el no Astura del Lacio, que nace en los montes Albanos y desemboca junto al lugar de su nombre, donde queda hoy el castillo de "Torre d'Astura". ¿Este Albano qué significado tiene? Si acaso significase blanco habría un paralelismo que invitan la reflexión.
(39) SCHULTEN, A. Ob. cit.
(40) CARO BAROJA. J. Organización Social de los Pueblos del Norte de la Península Ibérica en la Antigüedad. En Legio VII Gemina. León 1970.
(41) GARCÍA Y BELLIDO, ANTONIO España y los españoles hace dos mil años. (Según la Geografía de Strabón) 1976.
(42) GARCÍA V BELLIDO, ANTONIO. Ob. cit.
(41) MARTIN GRANIZO, LEÓN. La provincia de León, paisajes, hombres, costumbres y canciones. Madrid 1929.
(44) GAGO RABANAL, E. Estudios de Arqueología, Protohistoria V Etnografía de los astures lancienses (hoy leo­neses) León 1902.
(45) Citado por: GARCÍA Y BELLIDO, ANTONIO. Veinticinco estampas de la España Antigua. Madrid 1977.
(45 bis) MARTIN GRANIZO, LEÓN. Ob. cit.
(46) ZAMORA VICENTE, ALONSO. Dialectología española. Madrid 1979.
(47) ALARCOS LLORACH, EMILIO Español, castellano y latín cantábrico. Publicado en el diario “Informaciones” de Madrid los días 23, 24, 25, 26 de octubre de 1978.
(48) SÁNCHEZ ALBORNOZ, C. Ob. cit. Una ciudad
(49) ENTWISTLE. WILLIAM J. Las lenguas de España: Castellano, Catalán, Vasco y Gallego-Portugués. Madrid. 1978. Dice Entwistle: "La palabra no es vasca, v posiblemente tampoco íbera. Puede pertenecer específicamente a la lengua de los bacheos o de los vetones, que habitaban las llanuras". Lo que, corno vemos, entra en contradicción con las carac­terísticas que según SCHULTEN, tenia el país astur.
(50) SCHULTEN, A. Ob. cit. El poema está recogido en el CIL II 2.660.
(51) CARRETERO Y JIMÉNEZ. Ob. cit.
(52) CARO BAROJA. Ob. cit.: Los pueblos
(53) CARO BAROJA. Ob. cit.
(54) PÉREZ, JOSEPH. La Revolución de la« Comunidades de Castilla. Madrid 1978.
(55) BARBERO Y VIGIL. Ob. cit.: La formación
(56) PÉREZ, JOSEPH. Ob. cit.
(57) PÉREZ, JOSEPH. Ob. cit.
(58) JOVELLANOS, GASPAR MELCHOR. Carta al Teniente de Navío don José Vargas Ponce.
(59) CLAVERT, ALBERT F. LEÓN, Burgos and Salamanca. An historical and descriptive accaunt. London. Citado por Martin Granizo, León. Ob. cit.
(60) MARTIN GALINDO, JOSÉ LUIS La ciudad de León en el siglo XVIII. Biografía de una ciudad. León 1959.
(61) CADALSO, JOSÉ. Cartas Marruecas. Barcelona 1967. Carta XXVI.
(62) UNAMUNO, MIGUEL. Andanzas v visiones españolas Madrid 1959.
(63) AZORIN. El paisaje de España visto por los españoles. Madrid 1975.
(64) ORTEGA Y GASSET, TOSE. Notas. Citado por CARRETERO, Ob. cit.
(65) ORTEGA Y GASSET, JOSÉ. España Invertebrada. Madrid 1962.
(66) Datos del CENSO AL 31 DE DICIEMBRE DE 1975.
Población Provincial Población de la capital
León 526.496 115.176
Valladolid 450.670 287.230
(67) HERNÁNDEZ, MIGUEL. Viento del Pueblo. Buenos Aires, 1968.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

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