El horreo
Esta singular construcción podemos encontrarla en tres zonas de la región leonesa, la Montaña oriental leonesa, la Montaña occidental leonesa (Babia y Laciana) y el Bierzo.
Sobre su origen, distribución y evolución han escrito muchos autores y ha sido motivo de teorías e investigaciones sin que ninguna de ellas haya podido ofrecer, hasta el momento, datos contrastados que avalen alguno de los planteamientos.
Las primeras propuestas se deben a Eugeniusz Frankowski, el cual considera que el hórreo procede de las viviendas palafíticas de madera que levantaron los primitivos pobladores lacustres en Galicia". Los etnólogos portugueses Días, Veiga de Oliveira y Galhano consideran que los hórreos son la transformación de cestos colgados, tipo cabazo, de origen neolítico, en los actuales hórreos por influjo de los suevos, de los que se conserva una urna, encontrada en Oblowitz, que recuerda un hórreo rectangular apoyado en cuatro pies.
Ignacio Martínez Rodríguez desestima esta procedencia por razones goegráficas, arqueológicas y etnológicas, y Pedro de Llano recoge dos citas de escritores romanos tomadas de Martínez Rodríguez; así Cayo Plinio Segundo señala que "nuestros lugareños, por lo contrario, construyen sus graneros de madera suspendidos sobre columnas, prefiriendo dejar que el aire sople por todos los lados y aún por debajo"; y Lucio J. Modesto Columela anotaba: "pero nosotros, viviendo en regiones de abundante humedad, aprovechamos mejor el hórreo colgado que descansa sobre soportes".
Complementando estas citas, Pedro de Llano recoge otra de Jovellanos en la Carta sobre la Agricultura: «Los adelantos de la agricultura y de la carpintería que los romanos difundieron por la región influyeron sobremanera en la reforma de este granero», y él mismo puntualiza: «Agrandaron las dimensiones para permitir el almacenaje de mayores cantidades de grano, y posiblemente sustituyeron su primitivo sistema de construcción por una nueva técnica, la carpintería, antes no utilizada»".
Con todo esto, hay que considerar que los hórreos son construcciones anteriores a los romanos, originarias del norte de la península, perfeccionadas con su llegada y que han ido evolucionando a lo largo de los siglos, adaptándose en algunos territorios a los productos procedentes del Nuevo Mundo, entre los que destaca el maíz.
La primera representación que tenemos de un hórreo, tal como lo conocemos hoy, se encuentra en las Cantigas de Santa María, de Alfonso X el Sabio, del siglo XIII; el miniaturista representa a cinco monjes dando gracias a Santa María por encontrar los dos hórreos que aparecen en primer término llenos de grano, y otro al fondo del que sólo se ve el tejado en perspectiva. Son alargados, con cubierta de teja a dos aguas y el cuerpo construido con tablones horizontales; la decoración parece una fantasía del miniaturista (basas talladas, columnas con capiteles y puerta con arco de herradura).
El hórreo se extendía por el norte, llegando hasta los Pirineos. Así en el año 940 se cita uno en un documento de la iglesia de Valpuesta (Burgos) y en el año 978, otro en un documento del monasterio de Olana (Huesca). Hace unos años aún se podía ver algún ejemplar al noroeste de la provincia de Palencia, no conservándose actualmente, que sepamos, ninguno.
Todos los hórreos leoneses tienen materiales comunes y características semejantes, se elevan del suelo sobre pares de pies, «pegollos» u «horcones» que tienen forma troncopiramidal y son de madera o de piedra, monolítica, de fábrica de mampostería o compuestos por losas apiladas; cuando los pies son de madera se aíslan del suelo mediante una losa de piedra o basa que además de dar mayor asiento a la construcción sirve para impedir que se pudra la madera. Encima de los pies se sitúan los «tornaratos», piedras, por lo común, redondeadas, aunque también las hay cuadradas, de gran vuelo, para impedir el acceso de los roedores al interior; sobre los tornaratos se asientan las vigas del armazón base, los cuadrales, también llamados «pontones» o «traves», que son la estructura principal.
El cuerpo es siempre de madera y se forma con esquinales o «cantaos», que son las vigas verticales de las esquinas, y tablones, sin ajustar para que circule el aire, que se sitúan verticalmente machiembrados en los cuadrales y en los «liños», que son las vigas superiores de la caja o cuerpo del hórreo; cuando la tabla va horizontal se machiembra en los esquinales y se divide en paños, unidos por pies derechos. La madera es siempre de roble, salvo en el Bierzo donde se emplea el castaño para algunas piezas.
Sobre la caja o cuerpo del hórreo se asienta el armazón de la cubierta, a cuatro o a dos aguas; en el primer caso está formado por vigas embrochadas y pares o tablones, en el segundo por una viga transversal e igualmente pares o tablones, sobre los que se asienta la cubierta vegetal, de teja o de pizarra, según sea la antigüedad del hórreo; cuando la cubierta es vegetal y a cuatro aguas suele tender a la forma cónica.
El acceso al hórreo se produce mediante una escalera que no llega hasta él y que está algo separada, para que no sirva de acceso a los roedores; es frecuente la colocación de un tablón que apoya en las cabezas de los cuadrales y que sirve de peldaño para facilitar el acceso. La entrada es única, a pesar de lo cual hay algún ejemplar que ofrece dos, correspondiendo a una construcción conjunta de dos propietarios y estando dividido interiormente; en los de dos aguas es frecuente que esté en uno de los testeros.
Respecto a la decoración señalemos que es escasa, reduciéndose a las cabezas de los cuadrales trabajadas en cuarto de bocel y a algún adorno en las puertas, lo que demuestra que es una construcción eminentemente práctica y de utilidad.
En las tierras leonesas encontramos dos tipos de hórreos, relacionados entre sí pero bien diferenciados. Tenemos un hórreo de influencia asturiana y otro de ascendencia cántabro-vasca.
El hórreo de influencia asturiana es casi siempre cuadrado o ligeramente rectangular, con cuatro o seis pies, cubierta a cuatro aguas y a veces presenta galería en alguno de sus lados o todo alrededor, acercándose entonces a la panera asturiana.
Los ejemplares de ascendencia cántabro-vasca son de planta rectangular con cubierta a dos aguas; se soportan en cuatro pies y presentan la caja construida con tablones horizontales, que en los ejemplares más antiguos se ensamblan en las esquinas, y en general rematan contra los esquinales.
El hórreo, como toda la arquitectura popular, tiende a desaparecer cuando pierde su función, por ello algunos ejemplares han sufrido reformas, algunas poco acertadas. La parte baja del hórreo se ha cerrado por alguno de sus lados de forma tradicional llegando a desaparecer totalmente los pies; esa costumbre ha propiciado la transformación del espacio inferior del hórreo en un almacén y hasta en un garaje para el tractor o el automóvil. Otra de las partes que ha sufrido modificaciones ha sido la cubierta, que debió de ser de tipo vegetal, siendo sustituida en la mayoría de ellos por teja en la parte oriental y Babia, y por pizarra en Laciana y Bierzo. En los últimos tiempos se ha visto algún ejemplar con parte de su cubierta sustituida por fibrocemento.
Geografía del hórreo
Nos moveremos de occidente a oriente, es decir desde el Bierzo hacia Riaño. Los primeros ejemplares de hórreo los encontramos en el valle de Balboa, situado al norte de la carretera nacional VI, en el límite con la provincia de Lugo; se pueden ver hórreos en Vilariños, Sorbeira, Castañeira y el Castro, entre otros lugares. Casi todos ellos tienen cubierta vegetal, aunque algunos la han sustituido por la pizarra; destaca el de Castañeiras, que presenta pizarra en la parte baja de la cubierta y paja de centeno en la superior, todo con forma cónica.
Pasamos a la Reserva Nacional de Ancares; en Campo del Agua hay un buen ejemplar en el barrio de la Valiña; en Paradaseca se conservan algunos en pie, bien conservados, junto a las ruinas de otros, y en Balouta y Suárbol pueden admirarse otros.
Sin embargo el histórico valle de Laciana y el valle de Valdeón tienen los dos mejores conjuntos de hórreos de toda la provincia, tanto en número como en variedad.
En Laciana todos sus pueblos conservan algún ejemplar, unos cubiertos de pizarra y otros con cuelmos de centeno, algunos son de nueva construcción y otros pasan de los cien años; los hay que se cierran por debajo y alguno tiene tablazón en todo su cuerpo; es imposible destacar alguna localidad.
Siguen estas construcciones por la comarca de Babia, donde tenemos hórreos en Vega de Viejos, en Lago de Babia y en el valle de San Emiliano, que comunica con Asturias a través del puerto de Ventana; aquí destacan Torrebarrio y Torrestío, donde la cubierta vegetal se sustituye por teja y no por pizarra como sucedía anteriormente; son ejemplares de influencia asturiana.
Se conservan hórreos en las cercanías de Boñar, en los pueblos de Felechas, Valdehuera, Vozmediano y Las Bodas, casi todos ellos del tipo cántabro-vasco.
El valle de Valdeón destaca por el número de ejemplares que conserva, siendo Caín el único pueblo en el que no hay ninguno y Soto y Caldevilla los que reúnen la mayor cantidad; la gran mayoría, de tipo cántabro-vasco. En el valle de Sajambre hay otro conjunto, más reducido, entre los que destacan aquellos de influencia asturiana. Bajando por el Esla hacia el sur tenemos hórreos en Acebedo, Lario y Crémenes, entre otros lugares, siendo los más alejados los de Prioro, en el valle del Cea.
Sobre su origen, distribución y evolución han escrito muchos autores y ha sido motivo de teorías e investigaciones sin que ninguna de ellas haya podido ofrecer, hasta el momento, datos contrastados que avalen alguno de los planteamientos.
Las primeras propuestas se deben a Eugeniusz Frankowski, el cual considera que el hórreo procede de las viviendas palafíticas de madera que levantaron los primitivos pobladores lacustres en Galicia". Los etnólogos portugueses Días, Veiga de Oliveira y Galhano consideran que los hórreos son la transformación de cestos colgados, tipo cabazo, de origen neolítico, en los actuales hórreos por influjo de los suevos, de los que se conserva una urna, encontrada en Oblowitz, que recuerda un hórreo rectangular apoyado en cuatro pies.
Ignacio Martínez Rodríguez desestima esta procedencia por razones goegráficas, arqueológicas y etnológicas, y Pedro de Llano recoge dos citas de escritores romanos tomadas de Martínez Rodríguez; así Cayo Plinio Segundo señala que "nuestros lugareños, por lo contrario, construyen sus graneros de madera suspendidos sobre columnas, prefiriendo dejar que el aire sople por todos los lados y aún por debajo"; y Lucio J. Modesto Columela anotaba: "pero nosotros, viviendo en regiones de abundante humedad, aprovechamos mejor el hórreo colgado que descansa sobre soportes".
Complementando estas citas, Pedro de Llano recoge otra de Jovellanos en la Carta sobre la Agricultura: «Los adelantos de la agricultura y de la carpintería que los romanos difundieron por la región influyeron sobremanera en la reforma de este granero», y él mismo puntualiza: «Agrandaron las dimensiones para permitir el almacenaje de mayores cantidades de grano, y posiblemente sustituyeron su primitivo sistema de construcción por una nueva técnica, la carpintería, antes no utilizada»".
Con todo esto, hay que considerar que los hórreos son construcciones anteriores a los romanos, originarias del norte de la península, perfeccionadas con su llegada y que han ido evolucionando a lo largo de los siglos, adaptándose en algunos territorios a los productos procedentes del Nuevo Mundo, entre los que destaca el maíz.
La primera representación que tenemos de un hórreo, tal como lo conocemos hoy, se encuentra en las Cantigas de Santa María, de Alfonso X el Sabio, del siglo XIII; el miniaturista representa a cinco monjes dando gracias a Santa María por encontrar los dos hórreos que aparecen en primer término llenos de grano, y otro al fondo del que sólo se ve el tejado en perspectiva. Son alargados, con cubierta de teja a dos aguas y el cuerpo construido con tablones horizontales; la decoración parece una fantasía del miniaturista (basas talladas, columnas con capiteles y puerta con arco de herradura).
El hórreo se extendía por el norte, llegando hasta los Pirineos. Así en el año 940 se cita uno en un documento de la iglesia de Valpuesta (Burgos) y en el año 978, otro en un documento del monasterio de Olana (Huesca). Hace unos años aún se podía ver algún ejemplar al noroeste de la provincia de Palencia, no conservándose actualmente, que sepamos, ninguno.
Todos los hórreos leoneses tienen materiales comunes y características semejantes, se elevan del suelo sobre pares de pies, «pegollos» u «horcones» que tienen forma troncopiramidal y son de madera o de piedra, monolítica, de fábrica de mampostería o compuestos por losas apiladas; cuando los pies son de madera se aíslan del suelo mediante una losa de piedra o basa que además de dar mayor asiento a la construcción sirve para impedir que se pudra la madera. Encima de los pies se sitúan los «tornaratos», piedras, por lo común, redondeadas, aunque también las hay cuadradas, de gran vuelo, para impedir el acceso de los roedores al interior; sobre los tornaratos se asientan las vigas del armazón base, los cuadrales, también llamados «pontones» o «traves», que son la estructura principal.
El cuerpo es siempre de madera y se forma con esquinales o «cantaos», que son las vigas verticales de las esquinas, y tablones, sin ajustar para que circule el aire, que se sitúan verticalmente machiembrados en los cuadrales y en los «liños», que son las vigas superiores de la caja o cuerpo del hórreo; cuando la tabla va horizontal se machiembra en los esquinales y se divide en paños, unidos por pies derechos. La madera es siempre de roble, salvo en el Bierzo donde se emplea el castaño para algunas piezas.
Sobre la caja o cuerpo del hórreo se asienta el armazón de la cubierta, a cuatro o a dos aguas; en el primer caso está formado por vigas embrochadas y pares o tablones, en el segundo por una viga transversal e igualmente pares o tablones, sobre los que se asienta la cubierta vegetal, de teja o de pizarra, según sea la antigüedad del hórreo; cuando la cubierta es vegetal y a cuatro aguas suele tender a la forma cónica.
El acceso al hórreo se produce mediante una escalera que no llega hasta él y que está algo separada, para que no sirva de acceso a los roedores; es frecuente la colocación de un tablón que apoya en las cabezas de los cuadrales y que sirve de peldaño para facilitar el acceso. La entrada es única, a pesar de lo cual hay algún ejemplar que ofrece dos, correspondiendo a una construcción conjunta de dos propietarios y estando dividido interiormente; en los de dos aguas es frecuente que esté en uno de los testeros.
Respecto a la decoración señalemos que es escasa, reduciéndose a las cabezas de los cuadrales trabajadas en cuarto de bocel y a algún adorno en las puertas, lo que demuestra que es una construcción eminentemente práctica y de utilidad.
En las tierras leonesas encontramos dos tipos de hórreos, relacionados entre sí pero bien diferenciados. Tenemos un hórreo de influencia asturiana y otro de ascendencia cántabro-vasca.
El hórreo de influencia asturiana es casi siempre cuadrado o ligeramente rectangular, con cuatro o seis pies, cubierta a cuatro aguas y a veces presenta galería en alguno de sus lados o todo alrededor, acercándose entonces a la panera asturiana.
Los ejemplares de ascendencia cántabro-vasca son de planta rectangular con cubierta a dos aguas; se soportan en cuatro pies y presentan la caja construida con tablones horizontales, que en los ejemplares más antiguos se ensamblan en las esquinas, y en general rematan contra los esquinales.
El hórreo, como toda la arquitectura popular, tiende a desaparecer cuando pierde su función, por ello algunos ejemplares han sufrido reformas, algunas poco acertadas. La parte baja del hórreo se ha cerrado por alguno de sus lados de forma tradicional llegando a desaparecer totalmente los pies; esa costumbre ha propiciado la transformación del espacio inferior del hórreo en un almacén y hasta en un garaje para el tractor o el automóvil. Otra de las partes que ha sufrido modificaciones ha sido la cubierta, que debió de ser de tipo vegetal, siendo sustituida en la mayoría de ellos por teja en la parte oriental y Babia, y por pizarra en Laciana y Bierzo. En los últimos tiempos se ha visto algún ejemplar con parte de su cubierta sustituida por fibrocemento.
Geografía del hórreo
Nos moveremos de occidente a oriente, es decir desde el Bierzo hacia Riaño. Los primeros ejemplares de hórreo los encontramos en el valle de Balboa, situado al norte de la carretera nacional VI, en el límite con la provincia de Lugo; se pueden ver hórreos en Vilariños, Sorbeira, Castañeira y el Castro, entre otros lugares. Casi todos ellos tienen cubierta vegetal, aunque algunos la han sustituido por la pizarra; destaca el de Castañeiras, que presenta pizarra en la parte baja de la cubierta y paja de centeno en la superior, todo con forma cónica.
Pasamos a la Reserva Nacional de Ancares; en Campo del Agua hay un buen ejemplar en el barrio de la Valiña; en Paradaseca se conservan algunos en pie, bien conservados, junto a las ruinas de otros, y en Balouta y Suárbol pueden admirarse otros.
Sin embargo el histórico valle de Laciana y el valle de Valdeón tienen los dos mejores conjuntos de hórreos de toda la provincia, tanto en número como en variedad.
En Laciana todos sus pueblos conservan algún ejemplar, unos cubiertos de pizarra y otros con cuelmos de centeno, algunos son de nueva construcción y otros pasan de los cien años; los hay que se cierran por debajo y alguno tiene tablazón en todo su cuerpo; es imposible destacar alguna localidad.
Siguen estas construcciones por la comarca de Babia, donde tenemos hórreos en Vega de Viejos, en Lago de Babia y en el valle de San Emiliano, que comunica con Asturias a través del puerto de Ventana; aquí destacan Torrebarrio y Torrestío, donde la cubierta vegetal se sustituye por teja y no por pizarra como sucedía anteriormente; son ejemplares de influencia asturiana.
Se conservan hórreos en las cercanías de Boñar, en los pueblos de Felechas, Valdehuera, Vozmediano y Las Bodas, casi todos ellos del tipo cántabro-vasco.
El valle de Valdeón destaca por el número de ejemplares que conserva, siendo Caín el único pueblo en el que no hay ninguno y Soto y Caldevilla los que reúnen la mayor cantidad; la gran mayoría, de tipo cántabro-vasco. En el valle de Sajambre hay otro conjunto, más reducido, entre los que destacan aquellos de influencia asturiana. Bajando por el Esla hacia el sur tenemos hórreos en Acebedo, Lario y Crémenes, entre otros lugares, siendo los más alejados los de Prioro, en el valle del Cea.
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