Festejos, música, baile y vestidos
Entre tanto trabajo, obligaciones y rezos, la gente se divertía. Pero, ¿cómo se divertía?.
Las diversiones se hacían en común. Prácticamente no había divertimento individual, sino en grupo, pues ése era un "V importante pilar de la cohesión social al que las gentes se acostumbraban desde la infancia. Una cuestión que hoy se ha perdido desde el momento que surgen nuevas alternativas de divertimento, favorecidas por la disposición de medios particulares de transporte. Estos desplazamientos que anteriormente eran cercanos y muy definidos, ahora son lejanos e t indeterminados, haciéndose un amplio recorrido por los distintos lugares de diversión. El ambiente, la novedad, el ponerse de moda uno de estos locales de diversión, inclinan la decisión y los hábitos en los que la ampliación de las relaciones sociales y la bebida juegan un importante papel.
Gran parte de las fiestas estuvieron y están relacionadas con el santoral y con el calendario litúrgico. Ellos son el motivo ' de la celebración y la causa de que los lugares se conviertan en emblemáticos y las formas de celebración respondan a un ritual que en algún momento deja aflorar contenidas paganos cristianizados.
Normalmente se han clasificado las fiestas según el ciclo del año. En buena parte, porque se intercalan festejos de carácter civil, pero en el fondo de la cuestión, lo que prima en la antropología de la festividad, es el sentido religioso, si exceptuamos el antruejo, la quema del Judas, los mayos y las mayas, el ramo de las mozas, la fiesta de la arada de Rabanal del Camino, Lucillo y Andiñuela, las Contaderas, las Cabezadas, las fiestas de nuevo cuño (del Pastor en Barrios de Luna, del Vino en Valdevimbre y del Ajo en Santa Marina del Rey y Veguellina) y las recuperadas, como la fiesta del Pastor de Joarüla de las Matas. El resto tiene una justificación religiosa denotada en novenarios, procesiones, ofrendas o votos.
Las fiestas, por tanto, se deben a la celebración de la festividad de un santo, al patrono del pueblo, a las romerías y a las consustanciales a la liturgia como la Natividad del Señor con sus Pastoradas y Auto de Reyes, y el Corpus Christi, cuyo desarrollo religioso se complementa con la celebración lúdica a base de subastas del ramo, comensalismo comunitario, bailes, práctica de juegos, deportes autóctonos, y lucimiento de indumentaria y joyería tradicional. Otra cuestión es la Semana Santa, sus Vía Crucis (Jiménez de Jamuz, Almanza, Olleros de Sabero) y representaciones de la Pasión, que a partir de los años 80 han recobrado un gran auge, al socaire del fomento que ha tenido en los centros urbanos y la comprensión de que es un motivo cultural con efectos turísticos. Algo parecido pasa con romerías y fiestas que tradicionalmente han gozado de nombradla, aireadas en folletos que se han realizado con motivo del turismo rural. Esa nueva dimensión del aprovechamiento de las buenas condiciones culturales y turísticas, ha creado un clima favorecedor a medio camino entre esta circunstancia y la continuidad de las tradiciones, más que de los hábitos. En ello creemos que radica la nueva situación. Así, por ejemplo, no hay incompatibilidad para celebrar festividades como La Cañamona, en Matanza de los Oteros, que supone un acto concreto durante la cual el mayordomo de la cofradía reparte vino y avellanas; o la fiesta de Las Águedas, organizada por cofradías de mujeres de la zona de La Baneza, Valduerna, Valdería y Jamuz. Tampoco existe en los carnavales, donde hay una participación heterogénea, si bien, a las pautas del pasado sólo se hacen acreedores la juventud de Llamas de la Ribera, Velilla de la Reina, Carrizo, Riello o Alija del Infamado, por citar los más nombrados. Hay en ellos una adaptación mis que una reproducción exacta. Ya no son los antruejos, guirriadas o altranadas que empezaban con el Domingo ñaco en el que los niños hadan una pequeña representación. Con el Sábado fisolero y el Domingo Gordo se iniciaba el carnaval para los mayores. La diversión se basa más en el disfraz que transmuta la apariencia a partir de personajes actuales o reproducción más o menos graciosa de objetos o situaciones. Los fumaques, entiznados, cucarrajos (Carbajal de Rueda), el uso de las avisparras por los zamarracos y güimos, que formaban parce del conjunto de esos antiguos personajes característicos del festejo, y a los que hay que añadir el toro y el torero, la tarasca, la gomia o los paparrajos, son ahora, en cierto sentido, componentes de un espectáculo. S( hay problemas, por d contrario, cuando la celebración depende mayoritariamente de gente joven. Es el caso de las huevadas de la noche del Sábado Santo, la tarde del Domingo o el Lunes de Pascua, en la comarca de Rueda; del canto de las marzas; de la colocación del mayo; del canto de los ramos..., realizados, a veces, en ocasiones puntuales. Desde luego, ahora solo se oye el ijujú en los componentes de grupos folklóricos que han asumido la conservación de bailes e indumentaria. Lo que antes se atesoraba por la mocedad del pueblo, ahora lo hace gente de mediana edad y urbana que todavía pudo asistir a una parte de esa vida de los pueblos. No en vano, gran parte de la ciudadanía leonesa procede del medio rural, con el que mantiene estrechos vínculos. Y es a partir de estos grupos de folklore, donde se puede contemplar en sus actuaciones, los viejos bailes que surgían de una manera espontánea y con la idea de que eran parte de la fiesta y no de la exhibición. Estos se organizaban en corros, de cuatro en cuatro, por parejas, un hombre con varias mujeres o viceversa, mantenidos por un ritmo que marcaba las panderetas grandes o pequeñas, los panderos redondos o cuadrados, las castañuelas, los castañolones, los pitos o las tejoletas. Pero también la chifla o la dulzaina con o sin llave, acompañadas del tamboril, la gaita cabreiresa, el acordeón diatónico o la concertina. Se bailaban a su son, la jota, los titos, el corrido, la dulzaina, los bailes de juego concurso (bailes de botella o jarra), las carrasquillas, las cirigocias, el baile de la escoba, la muñeira o moliñeira, los agarraos, el chano, el baile de bodas y la cantárida de Sahagún. Dentro de las danzas, los paloteos iniciados con una bailina (Rabanal del Camino, Corporales, Val de San Lorenzo), las danzas de pastores o de las cachas (Joarilla de las Matas), las danzas serranas y las procesionales como las San Esteban de Nogales o Fornela, animaban y enriquecían el repertorio.
La vistosidad de estos bailes se acompañaba de una indumentaria que fue evolucionando a partir, más o menos, de los años 30. Hasta entonces, la vestimenta hecha de lino y lana, y todas sus variantes en tejidos (lienzos, pardos, estameñas, paños caseros y de Astudillo...), resultaban parte de un complejo aderezo, sobre todo en el vestir femenino, que cobra hoy un valor coleccionable. Aunque los componentes se repiten en todas la comarcas, las variantes se encuentran sobre todo en los colores, en las formas y en los motivos ornamentales. La riqueza de los mismos era notoria en zonas más ricas, coincidentes con las agrícolas o mercantiles, tal como sucede en la ribera del Órbigo y en Maragatería. Esa elocuencia se manifestaba también en la joyería, compuesta de colaradas y collaradas a las que incorporaban medallas de la Virgen del Camino, de Castrotierra, de Carrasconte, de la Encina, del Rosario, de Santiago, y amuletos tan curiosos como las castañas de Indias, piedras serpentinas, cantos rodados con abalorio de jaspe, jaspes pulidos, cuarzos con forma de corazón o cuadrangulares, venturinas, ágatas o piedras de leche, figas y cruces de Caravaca. En la ropa de los niños era frecuente colgar higas de azabache, chupadores de cristal, conchas marinas, caracoles, cascabeles, campanillas, lunas en cuarto creciente, Evangelios y Reglas de San Benito, para protegerles de enfermedades y del mal de ojo. De todo este ajuar sólo quedan los trajes de gala y de tiesta y, por su valor, piezas de joyería, aunque ha habido que lamentar pérdidas en un caso y en otro.
Las diversiones se hacían en común. Prácticamente no había divertimento individual, sino en grupo, pues ése era un "V importante pilar de la cohesión social al que las gentes se acostumbraban desde la infancia. Una cuestión que hoy se ha perdido desde el momento que surgen nuevas alternativas de divertimento, favorecidas por la disposición de medios particulares de transporte. Estos desplazamientos que anteriormente eran cercanos y muy definidos, ahora son lejanos e t indeterminados, haciéndose un amplio recorrido por los distintos lugares de diversión. El ambiente, la novedad, el ponerse de moda uno de estos locales de diversión, inclinan la decisión y los hábitos en los que la ampliación de las relaciones sociales y la bebida juegan un importante papel.
Gran parte de las fiestas estuvieron y están relacionadas con el santoral y con el calendario litúrgico. Ellos son el motivo ' de la celebración y la causa de que los lugares se conviertan en emblemáticos y las formas de celebración respondan a un ritual que en algún momento deja aflorar contenidas paganos cristianizados.
Normalmente se han clasificado las fiestas según el ciclo del año. En buena parte, porque se intercalan festejos de carácter civil, pero en el fondo de la cuestión, lo que prima en la antropología de la festividad, es el sentido religioso, si exceptuamos el antruejo, la quema del Judas, los mayos y las mayas, el ramo de las mozas, la fiesta de la arada de Rabanal del Camino, Lucillo y Andiñuela, las Contaderas, las Cabezadas, las fiestas de nuevo cuño (del Pastor en Barrios de Luna, del Vino en Valdevimbre y del Ajo en Santa Marina del Rey y Veguellina) y las recuperadas, como la fiesta del Pastor de Joarüla de las Matas. El resto tiene una justificación religiosa denotada en novenarios, procesiones, ofrendas o votos.
Las fiestas, por tanto, se deben a la celebración de la festividad de un santo, al patrono del pueblo, a las romerías y a las consustanciales a la liturgia como la Natividad del Señor con sus Pastoradas y Auto de Reyes, y el Corpus Christi, cuyo desarrollo religioso se complementa con la celebración lúdica a base de subastas del ramo, comensalismo comunitario, bailes, práctica de juegos, deportes autóctonos, y lucimiento de indumentaria y joyería tradicional. Otra cuestión es la Semana Santa, sus Vía Crucis (Jiménez de Jamuz, Almanza, Olleros de Sabero) y representaciones de la Pasión, que a partir de los años 80 han recobrado un gran auge, al socaire del fomento que ha tenido en los centros urbanos y la comprensión de que es un motivo cultural con efectos turísticos. Algo parecido pasa con romerías y fiestas que tradicionalmente han gozado de nombradla, aireadas en folletos que se han realizado con motivo del turismo rural. Esa nueva dimensión del aprovechamiento de las buenas condiciones culturales y turísticas, ha creado un clima favorecedor a medio camino entre esta circunstancia y la continuidad de las tradiciones, más que de los hábitos. En ello creemos que radica la nueva situación. Así, por ejemplo, no hay incompatibilidad para celebrar festividades como La Cañamona, en Matanza de los Oteros, que supone un acto concreto durante la cual el mayordomo de la cofradía reparte vino y avellanas; o la fiesta de Las Águedas, organizada por cofradías de mujeres de la zona de La Baneza, Valduerna, Valdería y Jamuz. Tampoco existe en los carnavales, donde hay una participación heterogénea, si bien, a las pautas del pasado sólo se hacen acreedores la juventud de Llamas de la Ribera, Velilla de la Reina, Carrizo, Riello o Alija del Infamado, por citar los más nombrados. Hay en ellos una adaptación mis que una reproducción exacta. Ya no son los antruejos, guirriadas o altranadas que empezaban con el Domingo ñaco en el que los niños hadan una pequeña representación. Con el Sábado fisolero y el Domingo Gordo se iniciaba el carnaval para los mayores. La diversión se basa más en el disfraz que transmuta la apariencia a partir de personajes actuales o reproducción más o menos graciosa de objetos o situaciones. Los fumaques, entiznados, cucarrajos (Carbajal de Rueda), el uso de las avisparras por los zamarracos y güimos, que formaban parce del conjunto de esos antiguos personajes característicos del festejo, y a los que hay que añadir el toro y el torero, la tarasca, la gomia o los paparrajos, son ahora, en cierto sentido, componentes de un espectáculo. S( hay problemas, por d contrario, cuando la celebración depende mayoritariamente de gente joven. Es el caso de las huevadas de la noche del Sábado Santo, la tarde del Domingo o el Lunes de Pascua, en la comarca de Rueda; del canto de las marzas; de la colocación del mayo; del canto de los ramos..., realizados, a veces, en ocasiones puntuales. Desde luego, ahora solo se oye el ijujú en los componentes de grupos folklóricos que han asumido la conservación de bailes e indumentaria. Lo que antes se atesoraba por la mocedad del pueblo, ahora lo hace gente de mediana edad y urbana que todavía pudo asistir a una parte de esa vida de los pueblos. No en vano, gran parte de la ciudadanía leonesa procede del medio rural, con el que mantiene estrechos vínculos. Y es a partir de estos grupos de folklore, donde se puede contemplar en sus actuaciones, los viejos bailes que surgían de una manera espontánea y con la idea de que eran parte de la fiesta y no de la exhibición. Estos se organizaban en corros, de cuatro en cuatro, por parejas, un hombre con varias mujeres o viceversa, mantenidos por un ritmo que marcaba las panderetas grandes o pequeñas, los panderos redondos o cuadrados, las castañuelas, los castañolones, los pitos o las tejoletas. Pero también la chifla o la dulzaina con o sin llave, acompañadas del tamboril, la gaita cabreiresa, el acordeón diatónico o la concertina. Se bailaban a su son, la jota, los titos, el corrido, la dulzaina, los bailes de juego concurso (bailes de botella o jarra), las carrasquillas, las cirigocias, el baile de la escoba, la muñeira o moliñeira, los agarraos, el chano, el baile de bodas y la cantárida de Sahagún. Dentro de las danzas, los paloteos iniciados con una bailina (Rabanal del Camino, Corporales, Val de San Lorenzo), las danzas de pastores o de las cachas (Joarilla de las Matas), las danzas serranas y las procesionales como las San Esteban de Nogales o Fornela, animaban y enriquecían el repertorio.
La vistosidad de estos bailes se acompañaba de una indumentaria que fue evolucionando a partir, más o menos, de los años 30. Hasta entonces, la vestimenta hecha de lino y lana, y todas sus variantes en tejidos (lienzos, pardos, estameñas, paños caseros y de Astudillo...), resultaban parte de un complejo aderezo, sobre todo en el vestir femenino, que cobra hoy un valor coleccionable. Aunque los componentes se repiten en todas la comarcas, las variantes se encuentran sobre todo en los colores, en las formas y en los motivos ornamentales. La riqueza de los mismos era notoria en zonas más ricas, coincidentes con las agrícolas o mercantiles, tal como sucede en la ribera del Órbigo y en Maragatería. Esa elocuencia se manifestaba también en la joyería, compuesta de colaradas y collaradas a las que incorporaban medallas de la Virgen del Camino, de Castrotierra, de Carrasconte, de la Encina, del Rosario, de Santiago, y amuletos tan curiosos como las castañas de Indias, piedras serpentinas, cantos rodados con abalorio de jaspe, jaspes pulidos, cuarzos con forma de corazón o cuadrangulares, venturinas, ágatas o piedras de leche, figas y cruces de Caravaca. En la ropa de los niños era frecuente colgar higas de azabache, chupadores de cristal, conchas marinas, caracoles, cascabeles, campanillas, lunas en cuarto creciente, Evangelios y Reglas de San Benito, para protegerles de enfermedades y del mal de ojo. De todo este ajuar sólo quedan los trajes de gala y de tiesta y, por su valor, piezas de joyería, aunque ha habido que lamentar pérdidas en un caso y en otro.
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