El Reino Olvidado

Este diario es la crónica de un país olvidado, el seguimiento de su huella histórica, cultural y artística en España y en Europa.

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Lugar: Bergidum, Asturia, Spain

ex gente susarrorum

miércoles, marzo 01, 2006

Ayer y el hoy

Durante la segunda mitad del siglo, la provincia ha tenido grandes cambios. La primera parte es la cara de una moneda, y la segunda, la otra, aunque cabe que sea de moneda diferente. Tales han sido las transformaciones.
Sobre el ayer, Florentino Agustín Diez elaboraba un texto "racial" cuando se refería a los hombres de León, sus aldeas y sus comarcas: "en las comarcas, con el hombre -siempre el hombre-, su genio peculiar: el enjuto y plantado montañés, buena la color, destocado el palmo y un cierto aire socarrón en la comisura de los labios, viéndolas venir; el paramés curado, a las veces retorcido y duro como un sarmiento, enseñoreando la estepa, venciéndola y esponjándola con frutos de bendición y trabajo; el maragato, bragado en inquieto, andariego y virtuoso, fundador de colonias, testigo de paz y fiador por todos los caminos de España y otros del ancho mundo; el berciano huidizo, que aún trasciende rasgos étnicos de aquellos remotos antepasados suyos que tan grande aprieto pusieron a las Águilas de Legión de la poderosa Roma; el agricultor del Órbigo, cuyas prácticas admira el técnico y que llamándose "bañezo" dice cómo se han de regar campos inhóspitos de las márgenes durienses, hoy vegas fecundas por el "bañezo" colonizadas; el campesino tenaz, en fin, de las historiadas tierras de Coyanza o de Valderas, de los Oteros del Rey o los Campos...". Estos hombres que nos define don Florentino, eran los que creían que "en Dios te hará pensar el campo, y la ciudad, en el diablo". Ahora, ya no es cuestión de Dios ni del diablo, de que hayan cambiado o no; ahora es, que el campo y la ciudad se viven y comprenden de forma diferente.
Comienza ese cambio por el mismo aspecto de nuestros lugares, aldeas, pueblos y villas. Aquellas calles tapizadas en invierno por el barro y en verano por el polvo, se han convertido en una superficie lisa de cemento o alquitrán, bajo cuyo pavimento se esconden los nuevos servicios de saneamiento que nunca tuvieron. Las calles, que han tomado un aire urbano, en muchos pueblos sólo están transitadas por una población envejecida. Los individuos en edad laboral se han convertido en emigrantes de su pueblo.
La vieja arquitectura que las jalona, constitutivo natural de su paisaje, se ha caído, remozado o sustituido por edificios de nueva planta que la mayoría de las veces nada tiene que ver con las tipologías de la zona. Se vive mejor y en sus interiores se ha incorporado una habitabilidad jamás supuesta por las gentes que vivieron en los años 40. En sus acogedoras estancias, el individuo se reconcentra más en su propia vida y en sus particulares e individualistas diversiones, a lo que contribuye la televisión. La vieja convivencia de la comunidad, continua e imitativa, se ha perdido, entre otras cosas, porque para divertirse antes se necesitaba de los demás, en lo que aparentemente podía parecer desde nuestra óptica actual, una vida monótona. La dependencia ha dado paso a la autosuficiencia, y la individualidad campea como defecto que es de nuestro tiempo. Los estados de conciencia común no se reducen a áreas concretas, sino que se toman desde un punto de vista global, en el que los intereses sobrepasan los límites del pueblo. Las supeditaciones son más generales y los intereses más particulares.
Rasgos como el aprecio a los objetos, el vínculo y relación con los animales que eran sustento y recurso laboral, más otros tantos componentes de aquel vivir, como la regulación de lo cotidiano y de lo excepcional mediante toques de campana, el habla leonesa, el respeto y pleitesías que se rendían al cura, al médico, al maestro, al boticario..., han perdido vigencia para convenirse en recuerdo de casi los 75 primeros años del siglo XX.
El tiempo reñía otro valor, de modo que lo excepcional y las fechas de las fiestas religiosas y civiles, servían en la vida de los pueblos, de referencia temporal, ajena a calendarios. Los hechos y el ciclo agrario eran la forma de mensurar el transcurrir cotidiano. Hoy, el tiempo tiene otra medida y otra valoración que afecta a todos los órdenes de la existencia. Es por ello que, en relación con los rendimientos, muchos oficios y artesanías por ser ya innecesarios o demasiado costosos, han desaparecido. Otros han derivado hacia una producción selectiva que eleva el costo del producto artesanal. La vieja artesanía, por tanto, se ha convertido en las nuevas artesanías cuyo desarrollo se preocupa más de la estética que de la aplicación, que era lo que en el pasado primaba.
Para comprender la necesidad de una eficacia rentable, sólo hay que analizar el futuro del entorno agrario, dirigido hacia un latifundismo que hasta ahora se viene paliando con arrendamientos. La agricultura es asunto de potente maquinaria y de cultivos extensivos y especializados. La tecnología tradicional es una cuestión para etnógrafos, por sus obsoletos rudimentos mecánicos. Ya la política agraria que se desarrolló en el franquismo, con sucesivas concentraciones parcelarias y establecimientos de nuevos riegos, como el caso del Páramo, resultaba ser el prólogo, aunque prolongado y nunca sospechado por aquel régimen, de la realidad que se ha comenzado a vivir en los últimos años del milenio.
Con la integración en la Comunidad Económica Europea, España ha remontado en muy poco tiempo, todo el atraso que había estado acumulando durante 75 años. Por tanto, en lo que nos toca en materia de política agraria y ganadera, está sometida a unas directrices que marca la política comunitaria, es decir, la coincidencia de intereses internacionales, en los que priman los de los países con mayor peso económico. En consecuencia, las labores del campo ya no son una obligación para subsistir. Ahora se contemplan bajo el prisma del utilitarismo y de la eficacia, con unos resultados que han de ser económicamente rentables para competir en el mercado internacional. La máquina sustituye a las personas y a la labor colectiva, vital en el pasado.
En razón de ello, sobran efectivos en el medio rural, que se refugian en los centros industriales o de servicios. El equilibrio es otro y los modos de vida, también otros. Acaso, uno de los aspeaos que han pervivido, son las formas de gobierno, es decir, la Diputación (la de León empezó a funcionar en 1813), los Ayuntamientos, aunque la manera de elegir a los representantes es distinta, es decir, se hace por votación secreta, que viene a ser una copia del sentido democrático de las juntas vecinales que aún persisten, a pesar de que haya intenciones de abolirlas por supuestos intereses superiores, surgido en gran medida por la integración en la autonomía castellana. Otro factor, este, a tener en cuenta dentro de la evolución social, política, económica y cultural de la provincia.
La familia nuclear del pasado no es el motor de la sociedad. Ahora son los individuos. Individuos, por cierto, que no tienen la sumisión de sus antepasados, ni constituyen la base social conservadora que tradicionalmente ha caracterizado al campesino. Se ha reducido el número de hijos y su dispersión un efecto concatenado. Con las primeras emigraciones a los centros industrializados, se iniciaron los cambios en el ámbito rural. A partir de los años 60, la juventud que aún vivía en el campo comenzó a trasladarse a la ciudad a trabajar o a estudiar. Los que estudiaron, irían incorporándose a la Universidad. Esto significó que una gran parte de la población no continuaba con el oficio de los padres ni tampoco iba a residir en el medio rural. Este hecho supuso la definitiva ruptura, que procede del poder adquisitivo que comenzaron a tener las familias en la década de los 60, tanto las que emigraron como las que vivían de la agricultura y ganadería. De la subsistencia se pasó a tener excedentes. Si en la primera mitad del siglo apenas se disponía de dinero, en la que aún permanecía el trueque o el pago en especies, los "planes de desarrollo" y la industrialización del franquismo ayudaron a esta nueva circunstancia, aunque continuase la unión del privilegio con la riqueza-La sociedad y los modelos de vida han cambiado. Las referencias para afrontar los retos de la existencia, ya no son las personas mayores: son las propias circunstancias personales y laborales. Consecuentemente, la sociedad campesina ha tenido que incorporarse a una dinámica impuesta por las nuevas necesidades del llamado progreso. La estructura tradicional se ha roto y aquellas viejas costumbres sólo son posibles cuando no interrumpen la continuidad del sistema, es decir, cuando son "altos en el camino". Y en estos recesos sólo tiene cabida las fiestas, civiles o religiosas, que por fortuna, en nuestro ámbito, conservan buena parte de las formas. Esta es sin duda la riqueza de la cultura tradicional leonesa, que a pesar de todo, está más arraigada de lo que parece. Habrá que esperar 25 años del nuevo milenio, para ver como se conserva y hacia donde evoluciona. Lo que sí es cierto, es que en muchos aspectos quedará el substrato. De hecho se utilizará, como ocurre, por ejemplo, con la cocina tradicional, reproducible pero en algunos casos, hoy poco digerible. Es por ello que sus fundamentos y uso de productos naturales -ecológicos, se diría-, están sirviendo para ofrecer el plato tradicional asequible a nuestras condiciones estomacales y a crear una nueva "cocina de la tierra" para exquisitos y no exquisitos del paladar.
Esa misma evolución, que no es subversión, es compartida en aspeaos tan sensibles como la religiosidad. Actualmente, asistimos a una sociedad más laica en cuya realidad y comportamientos religiosos, la mujer ha jugado un importante papel con la asunción de un nuevo protagonismo. La veneración de la primera mitad del siglo, se ha ido transformando con la conquista de las libertades que ha traído la nueva situación política. Quizá, ahora, los comportamientos religiosos sean más auténticos, aunque no falta el efecto únicamente aparente de la fuerza de la costumbre. No obstante, ha habido una relajación y abandono de la vivencia diaria que arriba comentamos, si bien, la no asistencia a los actos religiosos no supone causa de censura. Otra cuestión son aquellos que están integrados en las fiestas, especialmente las patronales, pues forman parte del todo. Asimismo, se ha vivido en los años finales del siglo, una recuperación de las costumbres festivas de contenido religioso, promocionadas en buena medida por los que dejaron el pueblo para acudir por razones laborales a los centros urbanos. Sin embargo, son situaciones puntuales, ya que la pervivencia del contexto y mentalidad de los setenta y cinco primeros años, no ha tenido continuidad, aunque tampoco debemos olvidar como surgen otras formas y otras manifestaciones. Las fiestas de las mancomunidades, las fiestas comarcales, los concursos de arada y destreza en el manejo de la maquinaria agrícola, son las nuevas celebraciones, los nuevos encuentros y maneras que, alcanzado la mitad del siglo XX, se contemplarán como viejas costumbres, como una tradición del pasado.
Para concluir este capítulo, algunas veces, la pérdida de este vivir se ha interpretado con cierto lamento. Pero no debe ser así. Hay aspectos que debieran mantenerse porque representan valores que responden a unos principios que creemos saludables, implícitos a la creencia, a la idiosincrasia, a la identidad e interesantes desde el punto de vista cultural. Pero la vida es tránsito, y lo que antes representó un comportamiento o todo un sentido de la misma, después pierde vigencia, incorporándose al hecho existencial otros códigos, otros modos, otros mecanismos que conforman una nueva época del devenir social y de la historia.
La España o el León de "la pana, la faja y la boina", es ya un recuerdo que no ha de ser contemplado con escarnio, lamento o nostalgia. En estos tiempos del siglo XXI, el evocador romance de Florentino Agustín Díez, publicado en su libro La aldea que muere, es la visión de una realidad -a lo mejor válida para el momento que se escribió- que hoy corresponde a un pasado visto con cierta tristeza y poca cabida en la mentalidad actual; "Por los montes de León/ va el cancionero llorando./ No crecen ya los centenos/ entre amapolas y cardos./ Parva sementera, pobre,/ miseria fiel de estos campos/ haciendo aún de la aldea/ fontana clara y regalo/ de una humanidad excelsa:/ hombres puros y esforzados,/ vida dura, mucha vida/ para ir la vida sembrando". Contemplemos este pasado como una secuencia en la que tuvo que existir, como existen ahora otras formas de vivir
y de cultura. A la vez, la cultura de nuestros inmediatos antecesores, que también es la nuestra, analicémosla para conocer su verdad, la verdad de León, que acaso está por conocer para los leoneses, en circunstancia parecida a lo que Unamuno dijo respecto de España y de los españoles.
Quizá habrá que reconocer que la ciudad se ha contemplado excesivamente a sí misma, obviando muchas veces a la provincia, cuando, además, existe una coincidencia en el nombre, poco favorable, que ha llevado a "difuminados", alusiones o expresiones de referencia confusas. Se ha hurgueteado más que analizado las realidades de nuestra tierra, cuando su particularidad se articula en la diversidad y su heterogéneo sentir se entona en la riqueza de lo singular. Quizá, así, el León que deseamos, ya finalizado el segundo milenio, sea el que tome conciencia de sí mismo y de su futuro, que falta le hace.

1 Comments:

Blogger Mónica said...

En un mundo globalizado a múltiples velocidades es una lástima que en el primer mundo (en el que se supone está Europa) en realidad sólo representa a la población urbana de posición económica media-alta.
Es bueno saber que no todos sienten la dimisión de Florentino como noticia del día, ni que la política consiste en insultar a Zp o Rajoy. Ni que el mundo se acaba donde termina la red ADSL.

12:14 p. m.  

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