El Reino Olvidado

Este diario es la crónica de un país olvidado, el seguimiento de su huella histórica, cultural y artística en España y en Europa.

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Lugar: Bergidum, Asturia, Spain

ex gente susarrorum

domingo, marzo 25, 2007

Carracedo

AUGUSTO QUINTANA PRIETO
TIERRAS DE LEÓN, Nº 2, 1962, PP. 11-23


En la segunda mitad del siglo X y en las márgenes exuberantes y feracisimas del río Cúa se alzaba una quinta sencilla. Chopos y alisos corpulentos le daban abundante sombra en tanto que las aguas del río, rumorosa, refrescaban el ambiente y la arrullaban a su paso. El lugar, en el corazón del Bierzo bajo, era bello y ameno sobre toda ponderación y nada dejaba que desear para vivir en él tranquila y regaladamente.

Allí vive a la sazón un joven de sangre real. Es hijo natural del rey leonés Ordoño III y pasa la juventud alejado de la Corte, aunque son personas muy allegadas a él por vínculos de sangre las que rigen los altos destinos de la Monarquía. Se llama Bermudo Ordóñez y encuentra tan delicioso y encantador el paraje de su quinta que apenas si sale de él ni tiene otras apetencias que las de vivir tranquilo allí. Años mis tarde, alejado por la vida del lugar, hablará con intima nostalgia de aquellos días felices de su juventud y escogerá voluntariamente el sitio para eterno descanso de sus mortales despojos.

No necesito decir que me refiero al que fue rey leonés con el nombre de Bermudo II y al lugar berciano de Carracedo. Para hablar de éste, hay que empezar por aquí y consignar este primer dato conocido de su historia: Cuando era una simple quinta emplazada en un paraje bellísimo y mansión de un joven de sangre real que acaso, por su bastardía, nunca pensó durante sus años juveniles que podía llegar a escalar las gradas del trono leonés.

Pero la vida tiene a veces sorpresas insospechadas. Y a este joven Bermudo le reservó la de verse un día encumbrado en el solio de sus padres, empuñando las riendas de la vieja y heroica Monarquía, precisamente en los momentos más duros y aciagos de toda su larga historia: Los días tremendas y sobrecogedores de las incursiones de Almanzor. Frente a ellas Bermuda pone en práctica la única conducta prudente y posible del momento: Rehuir prudentemente sus acometidas y resurgir cuando ha pasado el peligro, para salvar cuanto fuera posible de entre los destrozos causados por el invasor. La vida política y guerrera de Bermudo II pudiera compararse a una planta endeble frente a un huracán violento: Se dobla, cede cuanto puede, parece caída definitivamente; pero, apenas ha pasado el empuje, se endereza de nuevo y sigue viviendo y arraigando Acaso ninguno de nuestros reyes hubiera sido capaz de tan salvadora y eficaz actitud ante las reiteradas y tremendas acometidas de tan fiero enemigo.

Precisamente una de estas incursiones furibundas de Almanzor fue la que marcó un nuevo destino a. la quinta deliciosa de las orillas del Cúa haciendo que se convirtiese en monasterio para acoger bajo la protección de sus muros a muchos monjes y abades, cuyas casas y enseres habían perecido ante el afán devastador de las huestes islámicas. Los que habían logrado salvar de las feroces destrucciones y matanzas se iban internando en las montañas del Norte, buscando refugio y salvación. Y un día se presentaron ante el afligido Bermudo, fugitivo también y despojado como ellas, en súplica de una mansión que les acogiese.

Bermudo les recibe amablemente. Comprende, como nadie mejor lo podía hacer, su situación angustiosa, les llama fraternalmente «colegas de bendición»., y les entrega aquella amada quinta de las márgenes rientes del Cua —en la que se deslizaron sus pasos de adolescente y por la que siente honda predilección— y promete no separarse jamás de ellos, escogiendo el lugar para su sepultura.
Así nació el monasterio de Carracedo en los meses finales del año 990. Sus primeros moradores fueron abades, priores y monjes distinguidos, en su mayor parte. «Así como en las milicias —escribe en su Crónica el Padre Yepes— las compañías que llaman reformadas se hacen de soldados viejos.. sargentos, alféreces y capitanes, todas personas valerosas, así esta Abadía tuvo este principio: Que se juntó de muchos abades, que eran cabezas de casas diferentes, y haciéndoles el rey buena acogida, formó (digámoslo así) una Compañía reformada y una Abadía de personas principales, desterradas por los infieles.

VICISITUDES DEL MONASTERIO

Pronto, sin embargo, llegó la contrariedad también a Carracedo. El mismo Almanzor, en los años finales del siglo, cuando todavía la fundación monástica estaba consolidándose, llegó a ella con sus mesnadas y la destruyó totalmente. Pero los monjes, que se salvaron en las montañas vecinas, apenas pasó el peligro, volvieron a su recinto amado y comenzaron la tarea de levantar los muros derruidos y de reanudar la vida monástica bajo la Regla de San Benito.

La vida del monasterio de Carracedo se desliza lánguida y pobre a través de la undécima centuria y en la primera mitad de la siguiente. Hasta que, mediado el siglo XII, surge una mujer excepcional la infanta doña Sancha, hermana del Emperador Alfonso VII, íntimamente ligada al Bierzo, donde gobierna con título de reina por concesión especialísima de su hermano— que tiene para con Carracedo una predilección especial.

Ella es la que fija sus ojos en la casa monástica de vida lánguida y decadente. Acaso por vivir muy cerca, ya que tiene su residencia habitual en el vecino palacio real de Villabuena, Carracedo se adentra en el corazón de doña Sancha, que, habiendo interesado en la empresa a su hermano, acomete decididamente su restauración.

Para ello se vale de otro hombre excepcional, lleno de veneración y de virtudes, que rige el monasterio vecino de Santa Marina de Valverde situado en las inmediaciones de Comilón. Se llama Florencio y ha de pasar a la posteridad con el renombre máximo de la santidad y con la veneración de los altares. Doña Sancha le saca de su monasterio, le pone al frente de la comunidad de Carracedo y le encomienda la tarea de levantar material y moralmente la fundación de Bermudo II. Ella y el Emperador le prestarán incondicionalmente cuanta ayuda necesite y le favorecerán con cuantiosas donaciones de bienes.

Carracedo surge de su postración. En el orden material adquiere tal pujanza y poderío que llega a ser el monasterio más poderoso y rico de todo el Noroeste de la Península. En el orden espiritual se convierte en cabeza de muchas fundaciones monásticas que prestan obediencia a su abad por decisión de los Romanos Pontífices, siendo muchos también los poblados que están íntegramente sometidos a su señorío y jurisdicción.

Por influencia de doña Sancha, que había tratado personalmente al esclarecido abad de Claraval, San Bernardo, y con quien le unía una estrechísima amistad, la comunidad de Carracedo, con muchas de sus filiales, abandona, años más tarde, la Regla de San Benito para abrazar la del Cister, cambiando los monjes sus hábitos negros por los de paño blanco.

No es posible en un trabajo de esta índole y de tan reducidas proporciones seguir la vida regular de Carracedo, por lo que tendré que contentarme con señalar como puntos principales los siguientes: Durante el Gran Cisma de Occidente, llegan al monasterio las salpicaduras de tan anormal situación, llegando a existir dos abades simultáneos con la consiguiente fracción en la comunidad, obedeciendo cada una de ellas a un Papa distinto.

Apenas pasada esta situación anómala, sufre el monasterio la no menos calamitosa de los abades comendatarios: Hombres ajenos a la vida monástica, en cuyas manos recaía la dignidad abacial, y que, viviendo siempre alejados del lugar, apenas si tenían otra preocupación que la de cobrar exigentemente las pingües rentas de que estaba dotado su cargo.

Afortunadamente en los años primeros del siglo XVI - exactamente en 1505 - el monasterio Carracedo se une a la observancia más estrecha de la Regla de San Bernardo, propugnada por los reformadores, librándose así de estos nefastos abades comendatarios y estableciendo el turno de tres años para el mandato de los sucesores en la Abadía, que siempre serán ya regulares.

A finales del siglo XVIII, con el pretexto de agrandar más la iglesia primitiva, insuficiente para las ceremonias pontificales de sus abades mitrados, demolieron los monjes la fábrica de templo románico y comenzaron una nueva iglesia de proporciones casi gigantescas y acomodada al gusto reinante, en cuya obra andaban afanados cuando llegaron los días aciagos de la guerra de la Independencia.

Durante esta contienda, el monasterio es asaltado por las tropas francesas, que incendiaron íntegramente su riquísimo archivo y parcialmente la biblioteca, saquearon todas sus dependencias, se instalaron durante varios días en él y le causaron daños irreparables, además de haber asesinado a tres de sus monjes, que no pudieron huir, y a muchos paisanos del pueblo y de las aldeas vecinas.

Finalmente en el 1835, como consecuencia de las ominosas leyes de la Exclaustración, se fueron los monjes violentamente del lugar en que habían vivido a través de muchas generaciones y siglos, dejando en el mayor abandono lo que había sido famosa Abadía de la Orden de San Bernardo.

ESTADO ACTUAL

El abandono en que Carracedo quedó a partir de la exclaustración no tardó en dejar sentir sus efectos. Las estancias vacías, los claustros silenciosos, la iglesia abandonada, la espléndida huerta sumida en la mayor dejadez comenzaron muy pronto a dar pruebas de decadencia y deterioro.

Puesto todo en venta por el Gobierno central, fue adquirido, mediante el pago de una cantidad irrisoria, por un valdeorrés rico, liberal y desaprensivo que, apenas lo vió en su poder, comenzó ansiosamente la obra de despojo, a la que cooperaron con su rapiña los vecinos del inmediato pueblo y aún los de otras poblaciones cercanas: Muebles, alhajas, libros valiosos, ornamentos de iglesia, imágenes de santos y hasta columnas y fuentes de piedra fueron saliendo, en doloroso y triste éxodo, camino de los sitios más dispares. Comenzaron a demolerse muros, claustros y estancias, para construir con su piedra bien labrada casas, palomares y cuadras en fincas adyacentes. Los patios y claustros quedaron pronto convertidos en huertas, que la riqueza del suelo hacía feracísimas y que sus dueños trataban de agrandar a costa de continuas demoliciones del edificio.

Sólo se salvaron de la ruina total aquella iglesia moderna y amplísima, que los monjes estaban todavía construyendo cuando se fueron, y las dependencias del Capítulo y Sala Abacial, que el sacerdote encargado de la parroquia habilitó precipitadamente para las funciones religiosas del pueblo y para su residencia. Así se salvaron de la enajenación. En la parte del mediodía se salvó también un ala del edificio, que varios vecinos habían comprado al valdeorrés, para que les sirviera de residencia particular.

Hoy el monasterio de Carracedo es un ingente montón de ruinas, sobre las que apenas la fantasía puede imaginar el soberbio y magnifico edificio que dio en otro tiempo cobijo a la floreciente comunidad monástica. Es lamentable contrastar allí la obra demoledora que, en un lapso de tiempo que apenas rebasa del siglo, ha hecho tan violentos y durísimos destrozos.

Sin embarga de esto, las ruinas de Carracedo son todavía notabilisimas. En cada rincón, en cada portada o ventana que se conserva, en todo el conjunto mutilado y triste del edificio flota un aire de grandeza tal y una filigrana de arte tan notoria y espléndida que hacen de estas ruinas de Carracedo una de las joyas más estimables que la provincia de León conserva. Lástima que, a estas alturas de valoración ecuánime de nuestros motivos monumentales y artísticos, sigan en tan lamentable abandono...

EL PALACIO REAL

Bastaría esto para que nuestros ojos se volvieran ávidamente hacia Carracedo y para que lo estimásemos como la joya más preciada de nuestro pasado artístico e histórico. Porque entre esas ruinas magníficas y tristes de Carracedo se conserva nada menos que un palacio de aquellos esforzados y heroicos reyes de la inmortal Monarquía leonesa.

El hecho es por sí mismo elocuente e impresionante. Pero su apreciación sube incalculablemente de estima si se tiene en cuenta que este de Carracedo es el único palacio auténtico que de tan alta Monarquía nos ha llegado. Ni en la capital de León, ni en Galicia, ni en parte alguna podremos contemplar cosa semejante. De cuantos tuvieron, esparcidos por la geografía leonesa, todos han perecido irremesiblemente. Y sólo éste ha logrado permanecer indenme, aunque muy mutilado, a través de los tiempos y del abandono.

«Sólo en Carracedo —he dejado escrito en otra parte — nos es dado imaginar dignamente las figuras venerables de aquella lejana Corte leonesa, tan austera y esforzada, que apenas sabe del descanso ni de la vida palaciega y muelle. Sólo en estas estancias vacías y ruinosas podremos encuadrar dignamente las siluetas de nuestros heroicos reyes, de nuestras bellas princesas y remas, de aquellos nobles que sabían más del manejo de la espada y de la lanza en los recios combates que de hacer reverencias y genuflexiones en los palacios o de sentarse cómodamente en los banquetes ..»

Ningún otro título más necesitaría Carracedo para ser considerado como meta de admiración de atenciones preferentes. Pero todavía tiene otro más exquisito y espléndido: La filigrana de su arquitectura y la galanura de su arte.

Con este mismo articulo doy una selección de fotografías debidas a la prodigiosa máquina del muchas veces laureado artista ponferradino Amalio Fernández García. Ellas hablarán con su elocuencia gráfica e impresionante de ese halo esplendoroso y magnífico de delicadeza y de arte que campea en nuestro único palacio real leonés. Bien hubiera querido que, en vez de doce fotografías, hubiera sido en número cuadruplicado o quintuplicado las que hubiesen tenido cabida aquí, para dar una idea más adecuada de lo que el palacio es todavía y de lo que pudo ser en la antigüedad. Y hubiera deseado que estas líneas se hubieran podido alargar todavía mucho, para poder describir y explicar convenientemente las diversas estancias de que la vetusta mansión se compone, las galanuras de su arte y el estado en que se encuentra en la actualidad.

Pero el espacio disponible ha hecho forzosa una dura selección en el material gráfico e impone también una terminación rápida de esta escritura. Pero no es posible poner el punto final sin intentar una descripción apresurada de lo que las ruinas de este palacio son en la actualidad y de lo que, a través de ellas y de otros indicios o suposiciones, podamos llegar a saber sobre su pasado.

LA PRIMERA PLANTA

Lo que hoy nos queda del palacio real de Carracedo se reduce a dos plantas, con estancias en cada una de ellas muy variadas. En la antigüedad tenía una tercera que, si ha desaparecido en casi su totalidad, ha dejado señales evidentes de su existencia y emplazamiento. No ocupaba esta planta tercera toda la superficie del palacio, sino solamente la parte del Sudeste. Obsérvese detenidamente la fotografía señalada con el número II, extraordinariamente elocuente en este sentido:
En la parte inferior se ven un arco y una ventana, correspondientes a las estancias de la primera planta del edificio, que inmediatamente describiremos; sobre ellos se nos ofrece el espléndido rosetón románico, correspondiente a una habitación de la planta segunda. Y encima de todo, flaqueado por torreones cilíndricos y con una ventana amplia y sencilla en el centro, se alza una pared solitaria: Es lo que queda de esa tercera planta casi desaparecida. Visto el edificio por la fachada opuesta, apenas se pueden sorprender restos de esta parte superior.

La planta baja del palacio está constituida por tres estancias bien distintas entre sí. La primera es un amplio salón que, al parecer utilizaron en algún tiempo los monjes como Sala Capitular, por lo que es conocido con el nombre de Capítulo; la segunda, de proporciones más reducidas, está a su derecha y recibe el nombre de Locutorio; la tercera es sencillamente un pasadizo en la actualidad.

Por una puerta románica con tres pares de columnas de finísimos capiteles (Fotos 3, 4 y 5), flanqueada por dos ventanas también románicas aunque de muy diferente factura, se penetra en el Capitulo. Se compone éste de un amplio recinto, cubierto por nueve bóvedas, que descansan en cuatro columnas monolíticas, cuyos fustes se componen de otros ocho juntos y adornados con capiteles bien labrados. Las bóvedas son de factura gótica primitiva y en la clave central hay un ángel que tiene un incensario en las manos (Foto 6).

En las paredes laterales y entre cada una de las repisas en que se apoyan los arcos de la bóveda. hay unos lucillos, hechos con la máxima sencillez. En ellos se enterraron los primeros abades del monasterio: En dos de la parte izquierda estuvieron enterrados San Florencio y Diego, su inmediato sucesor. En el del centro de la derecha se dio sepultura a un Bernardo, completamente desconocido, cuyo epitafio, por ser inédito quiero consignar aqui: «ABRAS BERNARDUS JACET HIC PROBUS ET VENERANDUS, EGREGEUS, CUI DEUS ESTO PIUS».

Parece seguro que los monjes usaron, al menos en algún tiempo, esta pieza como Sala Capitular. Sin embargo se hace preciso buscarle una dedicación anterior, cuando todavía el edificio era auténtico palacio. ¿Sería la caballeriza; el lugar para recoger las armaduras de los hombres y los pertrechos de los caballos; o se trate simplemente de la despensa de la regia mansión? Es difícil precisarlo. Pero su posición, sus condiciones y el resto de la edificación parecen excluir todo uso humano para esta habitación bella e interesante conocida con el nombre de «Capítulo».
El llamado Locutorio parece haber sido la despensa del palacio. Es una. pieza que mide 14 metros de largo por sólo 2 y medio de ancho. Su bóveda de cañón con arcos travesaños descansa sobre repisas, cuyas esculturas se picaron de propósito, acaso por no estar muy conformes con el espíritu de los monjes bernardos que habitaron el monasterio. A los lados corren, bajo los arcos, unos poyos de piedra para sentarse. En el siglo XVII se le dio salida, tras una reforma en su tramo final, al jardín del Naciente.

La tercera de las estancias bajas del palacio está constituida por un pasadizo muy semejante al anterior, si bien es mis estrecho todavía. Tiene idéntico abovedamiento, iguales repisas, también picadas de intento, y puerta de entrada por la fachada del Este. Es muy probable que fuera la bodega de la morada real.
A la derecha de toda esta edificación está la escalera de acceso a las estancias superiores. Hoy se ve descubierta y desamparada. Está en el más lamentable abandono. Sus peldaños son de piedra ordinaria, desgastados ya por el paso de muchos siglos y de innumerables pies, y resultan cómodos y sencillos. Tenía una balaustrada, también de piedra, de fina factura y no mal gusto, que ha desaparecido por completo, si bien se conservan algunas piezas en una estancia reducida, que luego mencionaremos y que debió de servir de sacristía.

PLANTA SEGUNDA

Después de 24 peldaños y dos descansos, se llega a una puerta rustica, forrada de chapas de hierro, que nos franquea la entrada. La primera habitación, verdadera antecámara del palacio, tiene bóveda de cañón agudo, que descansa sobre un resalte y sobre repisas adornadas de leones y grifos por parejas. En medio hay una cabeza de hombre joven.

Por aquí se pasa a la segunda de las estancias, que es una de las más bellas y de más rica ornamentación de todo el edificio. Está formada por un cuadrilátero, de 6,30 por 5 metros de lados, que, por medio de trompas, se transforma en la altura en un octógona. Se cubre con bóveda de otros tantos cascos (Foto 7), que ostenta en el centro una bellísima imagen románica del Salvador con los símbolos de los Evangelistas a sus lados. Las repisas en que asentaban sus arcos fueron picadas intencionadamente, acaso para asentar mejor la cajonería del riquísimo archivo del monasterio, que aquí estuvo instalado. Todavía hoy se llama Archivo a esta pieza. Las paredes se adornan con arcos agudos y redondos, molduras, etc. El conjunto es una pieza de románico avanzado o de gótico incipiente con características muy peculiares.

Se ha dicha repetidas veces que las dos estancias últimamente reseñadas correspondían a las habitaciones de los monarcas y hasta se ha fantaseado no poco con su aspecto recogido y penumbroso, en contraste con el alegre y claro de las que siguen, que serían las habitaciones de las reinas. Aparte de no tener fundamento alguno tal afirmación, es totalmente ajena al carácter de la edificación. El señor Gómez Moreno dice de esta segunda que «se destinaría a capilla, único modo de explicar su inusitado rumbo».

Así debió de ser su extraordinaria ornamentación, los motivos de la misma y, sobre todo, el rosetón espléndido de su fachada oriental — en otro tiempo cubierto de una magnífica celosía de piedra calada— indican claramente su alto destino: Era indudablemente la capilla del palacio. Por si todo esto fuera poco, hay otra habitación inmediata en su fachada del Norte, de proporciones muy reducidas, que difícilmente podría tener otro destino que el de servir de sacristía. En ella es donde se guardan los restos de balaustrada de la escalera, que anteriormente hemos mencionado.

En su pared del Poniente está la puerta más rica y elegante de todo el palacio (Foto 8). Es de estilo gótico y, en opinión de Gómez Moreno, posterior al resto del edificio. Sobre dos columnas cilíndricas de hermosos capiteles, se desarrolla la arquivolta con cinco ángeles que tañen sendos violines. Bajo ella se cobija el tímpano, en el que se ve un Cristo desnudo yacente en un lecho. Alrededor de él, los apóstoles. Y en la parte central, la Virgen coronada, con un niño desnudo en los brazos, que acaso sea representación de un alma.

Quadrado dice que «sin duda recuerda la muerte del rey D. Bermudo (el fundador del monasterio), cuya memoria vivió perenne» en él, y que «representa al monarca tendido en su lecho y a sus gentes plañendo en derredor; y a la reina teniendo en sus brazos a su hijo, el pequeño Alfonso». La versión se ha repetido con casi entera unanimidad. Pero las llagas bien visibles del cuerpo tendido en el lecho atestiguan su identificación con el Salvador, excluyendo toda otra interpretación.

Pasando esta puerta y subidos unos peldaños, llegamos a la estancia real más noble del palacio; Fue, sin disputa posible, la cámara de respeto; la de las audiencias y reuniones de la pequeña Corte que acompañaba a aquellos nuestros reyes inquietos y casi nómadas; la sala de honor y de las solemnidades; la de la pompa, el señorío y la realeza (Foto 9).

Gómez Moreno la describe así: «Mide 10,65 metros en cuadro y tiene cuatro columnas esbeltísimas distribuyendo, mediante arcos agudos, en nueve compartimientos la techumbre». Y José M. Quadrado, que alcanzo a ver ésta en toda la belleza de su rica ornamentación, escribe: «Sala cubierta en el centro por ochavada cúpula con artesones esmaltados de estrellas y alrededor por ocho techumbres de madera más sencillos; altas y gallardas ojivas la sostienen; esbelta columnata de bizantino capitel, de cilíndrico fuste y de elevado zócalo, también circular, recibe el peso de los arcos. proyectando en el pavimento su débil sombra».

La bóveda y techumbre, que en las anteriores descripciones tanto se celebran, han desaparecido por completo. Hoy sólo quedan algunos restos en el Museo provincial de León. Otros, que se llevó D. Francisco Giner y que Gómez Moreno menciona, no sabemos donde habrán ido a parar.

En esta habitación bellísima y excepcional, «el palacio propiamente dicho», hay que notar además los extremos siguientes: En el ángulo del NE una gran chimenea de campana, cuyo borde inferior se adorna con una larga fila de veneras; en el muro del Poniente se abren tres ventanas —todas ellas diferentes entre sí — y dos rosetones de piedra con celosías interesantes y de distinto trazado; en la pared del Sur, además de la puerta del Archivo que ya dejamos descrita, se abre otra en un plano superior que da acceso a otra habitación reducida de difícil identificación; y en la fachada del Naciente, una claraboya con restos de una fina celosía de piedra y una ventana geminada con dos arquitos apuntados y ornamentación plenamente románica, a los lados de la puerta principal.

Después de lo escrito anteriormente, nada hay que añadir para identificar la estancia ni para indicar su verdadero destino: Aquí, sobre el suelo ricamente adornado de alfombras y con las paredes cubiertas de tapices y damascos, se desarrollaron muchas escenas de corte con una majestad y magnificencia que hoy basta nos resulta difícil de imaginar. Era —lo hemos dicho ya con palabras de Gómez Moreno— «la cámara de respeto» y «el palacio propiamente dicho».

Para que la majestad y elegancia de esta pieza subiese a mayor altura y cobrase mayor esplendor, su entrada se adorna todavía con el incomparable pórtico o «solarium», de belleza, elegancia y magnificencia sin comparación posible entre todos nuestros monumentos románicos (Foto 10).

Sobre pares de columnas pegadas de dos en dos se desarrollan los arcos — de medio punto los laterales y graciosamente apuntado el central — con una ornamentación finísima de la más depurada traza románica. Todo es bello, elegante y delicado aquí. En todo campea un arte exquisito y una ornamentación rica y acertada, que imprime al conjunto una suprema perfección. José M.ª Quadrado, arrobado en la contemplación de este pórtico singular, escribió entusiasmado sobre él: «Nada más bello, nada más ideal que el aspecto de esta galería, desde el pie de la ruinosa escalera, que baja a un patio obstruido de malezas, tal vez un día amenisimo jardín...»

Delante de esta portada hubo una escalera. Su ornamentación ha desaparecido por completo, como han desaparecido también sus mismos peldaños. Sólo queda de ella el arco que la sustentaba, para poder bajar hasta lo que en algún día debió de ser «amenísimo jardín», convertido hoy en huerta vulgar. Desde ella se percibe mejor toda la espléndida belleza de esta portada única.

A su izquierda, vemos el magnífico rosetón de la capilla (Foto 11 y 12), adornado de bellísima filigrana románica. Sobre él hay un busto de hombre con barbas. A sus lados había antes otras dos cabezas, que hoy han desaparecido. Y es curioso observar que todas las piedras de sus lados y las superiores han sido removidas, acaso para sacar esas cabezas.

LA PLANTA TERCERA

Sobre todo esto se eleva la planta tercera y última del palacio real de Carracedo. Hoy no quedan de ella sino unos paredones casi informes, flanqueados por torreones redondos. Gómez Moreno, que lo vio en mejor estado, nos lo describe así: «Otro cuerpo de habitaciones, cuyo techo se ha hundido; pero sus ventanas gemelas sobre columnas y el alero de modillones son de un arte románico tan puro, que se los creería del tiempo de Alfonso VII».

Don Emilio José Prieto, que fue párroco muchos años de Carracedo y que trabajó amorosamente un voluminoso libro sobre la historia del monasterio —cuyo ejemplar único poseo en mi poder— específica algo más sobre este último cuerpo del edificio. Dice que en la pared del Sur habla una ventana geminada, que es sin duda la aludida por el señor Gómez Moreno; en la del Norte, otras dos ventanas; y «una ancha y espaciosa en la del Este». Se subía a estas habitaciones por una escalera interior —hoy desaparecida— que arrancaba de una de las estancias pequeñas de la segunda planta, y, posteriormente, por el claustro alto del monasterio.

Es indudable que esta planta tercera, aunque hayan desaparecido de ella hasta los mis leves indicios de división y ornamentación interna, correspondería a las habitaciones privadas de los monarcas y de los familiares íntimos que les acompañaban cuando venían por aquí: En la planta inferior estaban las dependencias menos nobles: caballerizas, despensa, bodega, etc.; en la principal, las estancias de honor: Capilla, Salón de recepciones... En la superior se alojaba la residencia habitual con sus dependencias para el descanso.

Es buena lástima que no se nos haya conservado aquí algo más concreto y significativo. Porque no cabe duda de que estas habitaciones, precisamente por su destino y por la intimidad que las animaría todavía, serian las que más nos hablarían de los secretos casi impenetrables de aquella corte leonesa, austera y dura, guerrera y generosa, parca en su intimidad y ostentosa para los extraños hasta dejar asombrados en tiempos del Emperador a cuantos a ella llegaban. San Isidoro de León es una lección todavía perenne de este contraste singular. Carracedo pudiera serlo también, acaso más elocuente todavía, si se pudiera llegar a reconstruir adecuadamente en su totalidad.

PROBLEMA DE CRONOLOGÍA


El estudio y conocimiento de este palacio real de Carracedo plantea diversas cuestiones, que nunca se han abordado de frente. Una de ellas ciertamente interesante y curiosa, se refiere a la época de su construcción y a las personas que las llevaron a cabo. Ella constituirá la última parte de este trabajo.
Nadie hasta hoy la ha abordado en serio. Sólo el señor Gómez Moreno, a través de las páginas que dedica al edificio en su «Catálogo monumental. Provincia de León», (Págs. 409-413) hace, casi de pasada, algunas indicaciones que quiero recoger aquí tanto por la autoridad indiscutible de su autor cuanto por ser lo único que en este sentido se ha escrito.

«Data —escribe en tono general y refiriéndose a todo el edificio— de la primera mitad del siglo XIII». Y añade respecto a su origen: «Cabe en lo posible que anduviese (Santa Teresa de Portugal) por Carracedo desde la muerte del rey su padre, en 1210, hasta la del marido en 1230, y después sus hijas, cuyos derechos a la corona paterna hubieron de motivar cierta especie de reclusión por parte de San Fernando».

Más adelante, al ir describiendo cada una de las estancias del edificio, va dejando diversas fechas, que pueden resumirse así: Hablando de la antesala y Capilla, consigna la existencia de un friso pintado «que se revela también como del siglo XIII». Sobre la pintura con que se decoraba la techumbre de la Cámara de respeto, escribe que está hecha «según arte gótico del siglo XIII»; y sobre el molduraje de los arcos del pórtico, que «corresponden casi a la mitad del siglo XIII». Y todavía más adelante, refiriéndose a la portada de acceso a la Cámara de respeto, entrando por la Capilla, dice que «es obra gótica de la mitad del siglo XIII».

Pese a la insistencia de estas fechas, consigna otra, si bien de forma imprecisa, que resulta del mayor interés y que causa no poco desconcierto: Al referirse a las estancias superiores, correspondientes a la desaparecida planta tercera, escribe: «Sus ventanillas gemelas sobre columnas y el alero de modillones son de un arte románico tan puro, que se los creería del tiempo de Alfonso VII».

Dios me libre de tratar de desautorizar a tan eminente y admirado Maestro. Pero, a poco que se medite sobre los diversos puntos recogidos de su escrito, es inevitable advertir que no se puede llegar a conclusión ninguna cierta sin hacer antes algunas salvedades de la máxima importancia:

Inexplicablemente separa de lo que él denomina Palacio Real todas las estancias que constituyen la planta baja del edificio. Según él, corresponderían éstas al monasterio construido por los monjes en el siglo XII, y sobre ellas se habría llevado a cabo la edificación del verdadero Palacio un siglo más tarde. Confieso que no encuentro motivo ninguno para establecer esta diferencia.

1ª Hay, sí, ornamentación distinta; nuevos giros en la edificación, matices diferentes en uno y otro cuerpo. Pero nunca se pierde una constante importantísima que no deberá perderse de vista; El románico puro, bellísimo, que si en la ventana geminada del «Solarium» y en su arco central apunta sus arcos de manera graciosa y elegante, conserva el medio punto en los demás y presenta marcada coincidencia en los adornos de ambas partes de la edificación.

2ª Todas las fechas concretas que Gómez Moreno nos da se refieren a partes pequeñas y ornamentales, que muy bien pudieron ser renovadas en épocas posteriores a la verdadera fábrica del edificio. Así el friso del siglo XIII coincide precisamente en la parte del edificio que poco antes ha calificado como «lo más antiguo». La puerta de acceso a la «Cámara de respeto» pudo muy bien ser añadida posteriormente. El gótico interior de ésta se encuentra sobre el Capítulo del siglo XII y dentro de las paredes que difícilmente se podrían fechar, sin pasar por temerarios, en centuria diferente. Y, por si esta fuera poco todavía, habrá que tener en cuenta —y este dato es de la máxima importancia— la última advertencia, que implica una extraña contradicción.

3ª La parte más antigua, según el mismo Gómez Moreno, es la tercera planta: Que se creería del tiempo de Alfonso VII por su arte románico tan puro». Ahora bien, ¿cómo compaginar la construcción de esta planta, que es la superior, si corresponde al siglo XII, sobre otras dos «de la mitad del siglo XIII? Es indudable que cuando aquélla se construyó tenían que estar edificadas las inferiores. Y, en consecuencia, las fechas que este eximio autor nos da no podrán ser admitidas como del edificio en si, sino solamente por lo que afecta a aquella parte accesoria a la que se aplica, y siempre posterior a la obra fundamental del palacio.

Por otra parte, es también indudable que las columnas de la «Cámara de respeto» — llamada vulgarmente Cámara de doña Sancha y Cocina de la reina — tienen un marcado sabor gótico, como lo tiene también la portada de acceso desde la Capilla, amén de otros adornos y elementos. Por tanto habrá que admitir que, efectivamente, hacia la mitad del siglo XIII se llevó a cabo una reforma importante en el edificio, cosa que no seria difícil de comprobar en la actualidad sobre la misma edificación.
Concluyamos, pues, que la construcción de este Palacio Real de Carracedo no es precisamente del siglo XIII, sino del XII, cuando el románico estaba en su máximo apogeo, como indica la parte más alta de él, aunque no en todas sus partes haya conservado aquella pureza primitiva. La planta inferior es buena prueba de ello todavía.

Ahora bien, ¿cómo y por quién fue construido el palacio? Consignemos que el edificio está, hoy por hoy, totalmente indocumentado. Hasta ahora no se ha podido encontrar la más mínima alusión a su existencia en escrituras antiguas. Por lo cual habrá que proceder, como hizo ya el señor Gómez Moreno, guiados por meras hipótesis, para encontrar respuesta a las preguntas formuladas.

Esto no obstante, hay algo que puede servir de guía en la formulación de una conjetura razonada y aceptable: Una constante tradición en el monasterio, perpetuada más tarde también en el pueblo, relaciona íntimamente a este palacio con una doña Sancha. Así a la mejor de las estancias —la Cámara de respeto— se la ha denominado siempre «Cocina de la reina» y «Cámara de doña Sancha». Y es indudable que esto tiene que tener algún fundamento real, hoy para nosotros desconocido.

Estimo que esto no debe de ser otra cosa que la construcción del palacio por parte de la reina. Y que esta reina doña Sancha no es otra que la piadosa hermana de Alfonso VII, el Emperador: Aquélla a quien, según la Crónica Adefonsi Imperatoris, el rey «quiso que llamasen reina y que todos la tuviesen como a tal»; la que pasó gran parte de su vida en el Bierzo con una verdadera corte en el palacio de Villabuena; la que el P. Flórez califica de «Gobernadora del Bierzo» cuando en realidad era una auténtica reina berciana.

Esta doña Sancha fue precisamente, según dijimos al principio de este escrito, la verdadera restauradora de la vida monástica en el monasterio de Carracedo, cuya reconstrucción encomendó a San Florencio, arrancándole de su monasterio de Santa Marina. Doña Sancha dotó además espléndidamente la fundación, trabajó incansablemente por su prosperidad e interpuso su influencia personal ante el propio San Bernardo, en favor de su fundación predilecta, para resolver un pleito difícil que cedía en beneficio de Carracedo. Y doña Sancha consiguió de su hermano el Emperador que prestase atención preferente a este monasterio. Un documento de la época dice expresamente de ella que «valde dilexit Carrazetum». ¿No será lógico concluir que fuera ella la que quisiera tener su residencia al lado de los monjes que tanto apreciaba, labrando con esa finalidad este palacio que vendría a estar así plenamente «en tiempos de Alfonso VII», según la opinión del Sr. Gómez Moreno?
Los argumentos no son ciertamente apodícticos. Pero, en tanto que nuevos descubrimientos arqueológicos o documentales no nos obliguen a otra cosa, creo que esta conclusión sea la más aceptable y a ella habrá que atenerse hoy por hoy.

FINAL

Brevemente hemos recogido aquí una impresión de lo que es hoy Carracedo y de lo que signican sus restos monumentales en lo que hasta nosotros ha llegado de lo que un día fue bellísimo palacio de los reyes de León. A través de lo escrito hemos podido ir comprobando la cantidad enorme de cosas que han ido desapareciendo y la tremenda mutilación de que han sido objeto otras muchas. Bien puede decirse que hoy apenas si nos quedan indicios —algo así como el duro y seco esqueleto—de lo que el palacio debió ser en sus épocas de esplendor.

Pero, aún así, qué indicios tan espléndidos y qué magnifico esqueleto es éste que poseemos: Una joya de primerísimo orden, lo mismo en el sentido artístico que en el histórico y sentimental. Todos los leoneses deberíamos conocer, admirar y mimar estas ruinas como una reliquia casi sagrada de nuestra gloriosa Historia. Porque él constituye uno de los recuerdos más íntimos y entrañables que nos quedan de aquella heroica Monarquía nuestra, tan lejana como olvidada y casi desconocida.

Cuando tantas cosas hemos perdido o hemos dejado lastimosamente desvanecerse de las que a ella pertenecieron, tenemos el deber de respetar y venerar, de cuidar y de restaurar, hasta darles todo el esplendor que se merecen, las pocas que han podido salvar el paso de los siglos y la incuria de nuestros antepasados. Y, entre ellas, ha de contar siempre mucho este palacio ruinoso y espléndido de Carracedo.

No pondré el punto final a mi escrito sin suplicar viva y ardientemente a la Excma. Diputación Provincial de León, ahora que tan cerca le van a llegar estas líneas, que atienda amorosa y decididamente a este girón glorioso de nuestra historia y de nuestro arte, reliquia apreciabilisina que no se puede descuidar.

La memoria de nuestros gloriosos reyes, el recuerdo imperecedero de nuestra vieja y alta Monarquía, el buen nombre de la Provincia —heredera indiscutible de su gloria y de su nombre—exigen la restauración cuidadosa y mimada de este Palacio Real, que, juntamente con el templo de San lsidoro de León, constituye la reliquia más intima y elocuente de los tiempos y de los hombres que el paso del tiempo va alejando de nosotros, pero que nunca podremos dejar dignamente que nos sean arrebatadas del recuerdo y de la veneración.

La tarea de la restauración de Carracedo, especialmente en lo que se refiere a las ruinas de su Palacio Real, es labor que conduce a revalidar la Historia de León, a mirar por la gloria de la Patria y a trabajar acertadamente por el buen nombre de nuestra provincia.

LA PROPIEDAD DEL PALACIO

Aquí había puesto el punto final de mi escrito creyendo haber llenado mi cometido de dar a conocer bastantes pormenores de esta notabilisima obra artística leonesa. Pero luego me he arrepentido un poco de mi decisión, y ante opiniones y decisiones equivocadas o maliciosas respecto a otro punto importante, relacionado con el palacio real de Carracedo, me decidí a prorrogar por unos párrafos más mi escrito, con el afán de dejar las cosas en claro.

Voy a terminar escribiendo sobre la propiedad actual de ese palacio leonés. Que no es, como alguien se ha podido imaginar, del Estado Español, ni del Patrimonio Artístico Nacional, ni de ningún otro Organismo de carácter nacional o provincial. El palacio es, sencillamente, propiedad de la Diócesis de Astorga.

Sospecho que va a sonar casi escandalosamente esta afirmación mía en muchos oídos. Ilusionados o halagados por falsos espejismos de muy distinto tipo, la realidad va a cortar las alas de tales ilusiones. Pero esa es la verdad única y exclusiva, que voy a tratar de dejar en claro a través da los breves párrafos que siguen.

Parecería lógico, a primera vista, que estas dependencias, integradas en un edificio monástico que después de ser objeto de la desamortización en 1835, fue malvendido a un señor particular y que luego pasó de unas manos a otras hasta llegar a sus múltiples dueños actuales, parecería lógico —repito— suponer que esta parte del edificio hubiera seguido la misma suerte que lo demás y que hoy debería estar en poder de alguno de esos señores que sucesivamente le han podido llamar dueños de todo o de parte del monasterio de monjes bernardos, que allí existió.

Pero no fue así: Estas habitaciones del monasterio — precisamente éstas que corresponden al antiguo palacio real— fueron exceptuadas nominalmente de la venta que del monasterio se hizo, reservando la propiedad de las mismas para la Iglesia en concepto de «casa rectora» del pueblo de Carracedo. Y precisamente por esto se han podido conservar de la ola de destrucciones despiadadas y furibundas que invadió al monasterio a raíz de su «desamortización». Una vez más la Iglesia ha sido la salvadora de esta joya artística incomparable.

Don Emilio José Prieto, en su monografía Carracedo, que ya hemos citado en este mismo escrito, es el primero que nos da la noticia de haber sido excluida da la venta esta parte de la edificación y la verdadera causa de tal exclusión. «Consérvanse - escribe - la Sala Capitular o Panteón de Abades, el Archivo y la mal llamada Cocina de los Reyes, por haber sido exceptuadas de la venta, destinadas para casa rectoral». (Vol. 1. Fol. 112).

Ya esto, por la simple autoridad de su autor, seria buen argumento en favor de la verdad: Trabajó mucho don Emilio su obra, indagó mucho en los documentos que pudo encontrar y en las personas de Carracedo, donde convivió con algunas que, como él mismo nos dice, habían vivido con los últimos monjes bajo los mismos techos del monasterio. Al hacer esta afirmación, reflejaba en ella, indudablemente, la opinión y el sentir de las gentes que habían nacido allí, que conocían a fondo todo aquello y que habían vivido y experimentado las peripecias y vicisitudes de tan sobresaliente y maltratada obra, en la que todos, de alguna manera, se sentían interesados y partidarias. E, indudablemente, también este sentir de las gentes respondía en este caso a la realidad de lo ocurrido.

Tan es así que en el año de 1910, apenas se había posesionado de la parroquia el propio don Emilio José, se dio cuenta de que el abandono en que estas habitaciones permanecían hacía difícil y peligrosa su conservación: Necesitaban una cubierta que las reservase de las aguas y de las inclemencias del tiempo y cuidados especiales que evitasen su ruina si no se atendía pronto a su conservación. Y acudió al Obispo de Astorga, como representante nato de la Iglesia, su propietaria, en súplica del remedio para tal necesidad. Don Julián de Diego y Alcolea, a la sazón Obispo de la Diócesis, gran amante de la belleza y del arte, «inmediatamente mandó obreros de Astorga —son palabras de don Emilio en el libro citado— con el encargo de cubrirla. El encargado de las obras las contrató a unos de Fuentesnuevas; y éstos, el losado a unos de San Pedro de Olleros» (Fol. 110). Posteriormente el Obispo don Antonio Senso Lázaro reparó nuevamente esta cubierta de las habitaciones regias, que al paso de los años y las inclemencias del tiempo habían vuelto a deteriorar.

Estos actos, de indiscutible dominio, constituyen un argumento muy fuerte en favor de esa propiedad por parte de la Diócesis sobre las estancias vacías del palacio. No hubieran gastado dinero de los fondos, siempre escasos, del Obispado los señores Alcolea y Senso Lázaro de no haber tenido la seguridad y la certeza de que los gastaban en un edificio notable, que era propiedad de la Diócesis que administraban. Ni los párrocos hubieran acudido a ellos con tal demanda de no contar con la misma seguridad. Y esto se refuerza sobremanera si tenernos en cuenta que, por esas fechas, ya existía en el pueblo otra casa que servía de morada del sacerdote.

PRUEBA DOCUMENTAL

Pese a todo esto. quisiéramos tener un argumento documental de mayor fuerza que nos confirmase plenamente en esto. Y, afortunadamente, lo tenemos también de la mayor excepción:

En el Archivo Diocesano de Astorga se conserva una documentación abundante y riquísima sobre un punto tan interesante como es el de la desamortización. Y de esa documentación abundante voy a tomar dos notas escuetas y clarísimas, que no dejan lugar a duda, respecto a esta propiedad actual de la Diócesis sobra el palacio real de Carracedo.

La primera de ellas está tomada de la «Relación de las fincas que deben exceptuarse de la permuta de los bienes de la Iglesia por títulos intransferibles del 3 por 100, según el convenio de 1857, adicional al Concordato de 1851». Esta relación se hizo en León a 17 de noviembre de 1860, en la Administración Principal de Propiedades del Estado de la Provincia de León, y está firmada por el fiscal interventor Maximino Pérez Villa y por el Administrador que se firma sencillamente Vicente, llevando además el V.° B.° del Gobernador Alas. En el folio 10 y señalada con el número 339 se halla exceptuada de esa permuta, por no haberse vendido, «Una casa perteneciente a la rectoría de Carracedo, habitada por el párroco».

Teniendo en cuenta lo que antes nos ha dicho don Emilio José Prieto, no es difícil de identificar lo que esta sucinta relación expresa con las habitaciones del palacio real de Carracedo. Y con ello tendríamos ya una prueba documental bien sólida en favor de la propiedad actual. Pero la referencia de esta relación es tan sobria que pudiera dudarse de su identificación. Detalle importante que no pasó desapercibido en la Curia Diocesana de Astorga cuando se recibió esa relación efectuada en León, por lo que el obispo astorgano don Fernando Argüelles Miranda, después de haberlo examinado detenidamente y «observando que son muchas las fincas que han dejado de inscribirse y que son pocos los linderos que se expresan, efecto sin duda de las pocas noticias que obraban en las oficinas de la Administración Principal de Propiedades y Derechos del Estado», con el consentimiento de su Cabildo Catedralicio mandó hacer otra relación «con el objeto de que la Administración Principal la sustituya en lugar de la que tiene formulada». El decreto del obispo para llevar a cabo esa nueva relación tiene fecha de 16 de octubre de 1861.

Esta relación, nuevamente formulada en el folio 29 y bajo el número 355, se expresa así, con referencia al pueblo de Carracedo, al concretar más los datos sobre la habitación del párroco: «Una casa rectoral con sus dependencias, que es la parte del convento llamada «Cocina de los reyes», linda al Norte con sacristía de la iglesia; Poniente y Mediodía con ruinas del convento. Pertenecía al convento de Bernardos y está destinada al uso y habitación del párroco». (Legajo 3.050 del Archivo Diocesano de Astorga, en su expediente núm. 4).

No creo que sea necesario seguir escribiendo más sobre ésto. Esta última aclaración de 1861 se ofrece tan explícita y terminante que se basta por sí misma para atestiguar la exención del palacio de las ventas efectuadas y, en consecuencia, para demostrar su propiedad en favor de la Diócesis astorgana, su propietaria única en la actualidad.

jueves, marzo 22, 2007

De la tebaida leonesa: Montes y Peñalba

JOSÉ MARÍA LUENGO Y MARTÍNEZ
Tierras de León, nº 2, 1961, pp. 25-44


El ubérrimo Valle de Valdueza (Fig. 1 ) es de los más bellos y pintorescos que tiene El Bierzo: Según se sigue el río Oza aguas arriba, se va estrechando la garganta de tal forma que, al llegar a San Clemente, las casas no tienen llano donde asentarse y se ven obligadas a trepar por las pendientes laderas, mirándose desde lo alto en el espejo de las zluviosas aguas. Traspuesto el pueblo, ya tan sólo tienen espacio el angosto camino y el río saltarín y espumante, que se quiebra en murmuradoras cascadas; los frutales, en su mayoría nogales y castaños, vanse propagando por los cerros arriba y dan nemoroso aspecto al paisaje, mientras que los chopos —los simbólicos árboles leoneses— ahondan sus raíces a ras del agua, y cimbreantes y esbeltos, ahilanse cada vez más, y con ansias supremas de alcanzar la luz del sol, que apenas si puede fugazmente acariciarlos, en un alarde de crecimiento rectos y gallardos, llegan a alcanzar alturas inverosimiles...., se van derechos al cielo como saetas.

En las antiguas Herrerías del Monasterio de Montes bifúrcase el camino en dos ramales que conducen el de la derecha a Montes, y el de la izquierda, a Peñalba. Sube el de Montes zigzagueando por el recuesto para ganar la sierra, dejando hundido en una profunda fraga al río, y una vez remontada la altura ofrécese a la vista el solemne y magnifico panorama de los Montes Aquilianos, tras de cuyas barrancadas, cubiertas de arboledas, se elevan las cumbres de Pico Tuerto y La Guiana (o Aquiana), escoltada por los ingentes peñascales, denominados de Los Doce Apóstoles. Esta cumbre es el más espléndido «mirador berciano»: «La vista que desde aquella altísima eminencia se descubre —dice Gil y Carrasco— es inmensa, pues domina la dilatada cuenca del Bierzo llena de accidentes, a cuál más pintorescos y hermosos, y desde allí se extiende la mirada hasta los tendidos llanos de Castilla por el lado de oriente y por el occidente hasta el valle de Monterrey, semiadentro de Galicia. La Cabrera, altísima y erizada de montañas, le hace espalda, y es, en suma, uno de los puntos de vista más soberbios de que puede hacer gala la España»...

Sobre los precipicios por donde discurre el Oza, en su margen izquierda, casi colgado sobre la traga, se alza, en vergonzante ruina, el antiquísimo y famoso Monasterio de San Pedro de Montes, ceñido por el rústico caserío (fig, 5), de tipo serrano, con sus puertas en alto, a las que se llega por externas escaleras: con sus amplios corredores y volados aleros, fehacientes supervivencias de la vida del medioevo, que con tanta intensidad evocan, y cuyo valor constructivo estriba en su carácter connatural con el recio paisaje que las rodea (figs. 6 y 7).

En éste, al parecer inhóspito rincón berciano, tuvo sin embargo bien pronto su asiento la Historia. Los primitivos astures alzaron allí uno de sus castros sobre una lona de aquellos derrumbaderos de las faldas de la Galana, cerca de la orilla derecha del Oza, y cuyo nombre originario, por rara casualidad, se nos ha conservado en escrituras antiguas: San Valerio, denominábalo ya «antiguo Castillo de Rupiana», y Ordoño II en su discutido privilegio le llama «castello antiquísimo Rupiano». En él estableceríanse tribus célticas, de la comunidad de aquellos SEFES —cuyo nombre tomaron de su animal totem, la serpiente— que invadieron todo el N. O. hispano, y que, adoradores también de las montañas, dejaron la constante tradición de su culto sobre el tormentoso pico de la Guiana.

Interrumpido por siglos el curso de la vida, llegó un buen día hasta aquellos apartados yermos, allá a mediados de la sexta centuria, un famoso asceta, un solitario lleno de unción y de poder creador, escapado del Monasterio de Compludo, San Fructuoso, ansioso de soledad contemplativa.

Era este Santo —según Murguia pretende— de germano origen, hijo de un Conde de El Bierzo, emparentado con el propio rey Chindasvinto. Retirose primeramente del mundo, a un lugar donde antes repastaban los ganadas paternos, fundando allí un cenobio consagrado a los Santos complutenses Justo y Pastor, de donde vínole el nombre de Compludo al Monasterio, que hoy conserva el lugar que en torno de él se fundó. Llevaba Fructuoso en su alma «semilla de fundador» y no paraba mucho en parte alguna, así que abandonando pronto su primera obra, atraído por la quietud excelsa de este paisaje de Montes, quiso hacer de él su nuevo retiro. Eligió la orilla izquierda del río, álzose allí su celdilla y surgió el nuevo cenobio, que consagró a los Apóstoles San Pedro y San Pablo, tomando luego el nombre de Monasterio Rupianense, en memoria del desaparecido castro de Rupiana, como lo dice claramente San Valerio: In finibus entra Bergidensis territorii ínter cetera Monasteria juxta quodan Castellum, culos vetustos conditur nomen edidit Rupiana, est hoc Monasterium inter excelsorum Alpium conuallia a sancte memoriae beatissimo Fructuoso olim fundatum...

Abandonado el Monasterio por San fructuoso, que entregado a su sino Fundacional, se dirigió al Visonia, vino a reemplazarle otro famosísimo anacoreta San Valerio, nacido en tierra de Astorga, que había hecho su ascético retiro en el Castro Pretense, cerca de Quintanilla de Somoza. Fecundisima fue su vida en Montes; allí escribió casi todas sus obras, en una de las cuales nos ha dejado una magnifica descripción de estos lugares de frondosisima y amena vegetación. Así nos cuenta en su rudo latín: Cerne nunc septas undique oleas, taxeas, laureas, pineas, cipreseas, rosceasque myices, perenni fronde viren fronde virentes, unde rice horum omnium perpetum nemus Daphines nuncupatur; diversarumque arbuscularum praetensis surculorum uirguitis, hinc indique insurgentibus vitium contexta palmitibus, viroris amaenissima protegente umbracula, sed monachis opacitate venusta, fecundansque invia, ita solis ardoribus aesiuante refrigerat membra, ac si antra tegant et sexea protegat umbra; dum molli justa rivuli decurrentis sonito demulcet auditus, atque rosarum, litiorum caeterumque herbarum flores nectarius aromaticans redolet olfatus, et venustissima nemoris animum lenit amenitas... sobrie et non ficta sed fidelis perficiatur charitas. Juxta hujus situm ope Domini parvulum adjecimus hortulum, quem arborum plantationis claustra septum fecit esse munitum, ut quantum plus post finis mei obitum longiluum transierit spatium, tantum fortior illum gignens arboreum observabit claustrum. Como se ve por la descripción habían transformado los monjes el sitio en casi un ameno jardín.

De todo lo que allí hubo en aquellos remotos tiempos tan solo nos quedan como testigos vergonzantes de lo que fué las columnas aprovechadas como maineles en los ventanales de la torre de la iglesia actual y los dos «capiteles íntegros, con dos filas de hojas anchas y caulículos» que, por vez primera, catalogó Gómez-Moreno.

Ello es bien exiguo. No obstante, nos revela la suma importancia artística que alcanzaron aquellas construcciones de nuestros monjes solitarios de los siglos VI y VII.

Saturnino, un aventajado discípulo de San Valerio —que tenía por ocupación predilecta la enseñanza— sentíase atraído por el lugar señalado con una cruz, donde San Fructuoso solía hacer oración, y elevó en aquel sitio un pequeño eremitorio, bajo la advocación de la SANTA CRUZ, que fue consagrado por el obispo de Astorga, Aurelio (681-693?).

Aquel lugar, ya santificado por San Fructuoso, hallábase relacionado de antiguo con una medrosa leyenda, que en aquella época debía de estar aún muy viva en el país. Dicese aún entre los campesinos que existía en la cueva que hay al otro lado del río, frente a esta capilla, una enorme serpiente que devoraba a cuantas personas encontraba, creencia que indujo a San Fructuoso a santificar aquellos lugares con la presencia de la Cruz.

Construida, posteriormente, la ermita, acaecieron en ella dos casos extraordinarios, que tienen concatenación con esta creencia. El de un amante de lo ajeno, que fue a robar los frutos al huerto de la ermita y que, mordido por una serpiente, cayó sin sentido al suelo, con el extraño efecto de arrojar, por arriba y por abajo, más de lo que habla comido, dándose después la circunstancia de que, en lo sucesivo, no fuera mordido nadie por serpiente en aquella región: per gratiam Domini nullus fuisset inventus qui in his montibus a Serpenten fuisset vulneratus. Esto nos lo cuenta San Valerio, y añade que el eremita Saturnino, lleno de envidia por la gloria de su nombre, desapareció, llevado por el diablo, sin que jamás se volviera a saber de él. La vieja serpiente de los celtas— que dejó tan honda tradición en Galicia — estaba infiltrada en las creencias de nuestra alta Edad Media y jugaba dos papeles: el de supeditada al poder divino y el de contaminada por la perfidia de Satanás.

San Valerio falleció el 25 de febrero del 695, según Cuadrado, y sepultáronlo en el monasterio, sepulcro que aun vio dicho autor, que nos da la transcripción de su epitafio, aunque ya no era el primitivo.

La invasión árabe dio al traste con todo y volvió Montes a quedar en trágica soledad.

De la derruida ermita de Santa Cruz consérvase, por fortuna, aprovechados en la actual reconstrucción, formando una ventana, tres piezas de arte visigótico muy interesantes (fig. 9). Una de ellas está recortada para formar el mainel. Tenia una decoración de follajes serpeantes y en su lado izquierdo se ven restos de otros dibujos que debían de completarse en otra pieza, como si hubiera formado parte de un cancel. Las otras dos tienen aspecto de impostas: La que hace de jamba va decorada con círculos y cuadrados inscritos, en los que aparece el terna decorativo de las cruces talladas en bisel que se ven en cipos funerarios romanos, estela de Flavo en León y varias en el Museo de Burgos; y la pieza que sirve de umbral ostenta un trenzado de dos ramas y una hoja de hiedra. Ambos motivos, si bien ingertados en lo romano y lo visigótico, tienen sus raíces en lo céltico y resultan piezas harto curiosas para el estudio de nuestro arte.

Movido por la tradicional santidad de este sitio, otro monje deseoso de continuar la tradición eremítica, San Genadio, que hallábase bajo la obediencia del abad Arandisclo en el Monasterio Ageo, reunido con otros doce compañeros trasladose a Montes dispuesto a hacerlo renacer de sus cenizas. Estaba, como el mismo Santo nos cuenta, «reducido a la vejez, y casi en completo olvido, cubierto de malezas y ásperos bosques, y por los muchos años transcurridos, asombrado por grandes árboles»... Dedicose a desbrozar todo aquello y —sigue diciendo— «roturé terrenos, hice huertos y arreglé lo necesario para el servicio del Monasterio»... Con esto puso el Santo Genadio la base fundamental de la restauración que se comenzó hacia el año 895.

Las obras de por entonces debieron de tener un carácter netamente asturiano; por lo menos así nos lo dejan deducir dos capiteles que se conservan en un ventanal de la torre de la iglesia, con marcadas características de este estilo, y que hay necesariamente que fecharlos —como ya apuntó Gómez-Moreno— dentro del siglo IX.
Tan solo cuatro años estuvo de abad de Montes San Genadio, pues su fama llevóle a la silla episcopal de Astorga, desde donde siguió protegiendo al Monasterio, dotándolo de nueva iglesia. Su historia se relata en la inscripción de mármol que se conserva empotrada en un estribo del claustro, cuyo texto es el siguiente:

INSIGNE MERITIS BEATVS FRVCTVOSVS: POSQVAM CONPLVTENSE CON DIDIT CENOVIUM ET NESCI PETRI BREBI OPERE IN HOC LOCO FECIT ORATORIVM: POST QVEM NON INPAR MERITIS VALERIVS SCS OPVS AECLESIE DILATABIT: NOBISSIME GENNADIVS PRSBTRC CVM XII FRIBS RESTAVRAVIT: ERA DCCCCXXXIII PONTIFEX EFFECTVS A FVNDAMENTIS MIRIFICE VT CERNITVR DENVO EREXIT N OPPRESSIONE VVLGI • SED LARGITATE PRETII ET SVDORE FRVM HVIS MONASTERI CONSECRATVM E
HOC TEMPLV AB EPIS GENNADIO ASTORICENSE: SABARICO DVMIENSE: FRVMINIO LEGIONENSE: ET DVLCIDIO • SALAMATICENSE: SVB ERA NOVIES CENTENA: DECIES QVINA: ET QVATERNA: VIIII O KLDRM. NBMBRM. (Hoja de hiedra)

Esta obra debió levantarse en un marcado estilo mozárabe, ostensible en los caracteres epigráficos de esta lápida y el precedente de la reconstrucción de la capilla de Santa Cruz en el año 905, según se testimonia por los restos que de ella se conservaron en la segunda reconstrucción de 1723, en la que colocóse sobre la puerta una ventana con las piedras visigodas ya citadas, procedentes de la obra de Saturnino, y otras tres con características típicas mozárabes, que son: (fig. 9) un sillar cuadrado en el que se talló, en realce, una cruz, imitando el modelo de la de Los Angeles de Oviedo, con su alfa y omega pendientes de los brazos, que resaltaba sobre un fondo teñido en rojo; un dintel enterizo de ventanita geminada, con sus arquillos perfilados con una moldurita plana, y que aparecen cobijados bajo un alfiz; entre éste y los arcos corre una inscripción que dice: AECCE SCE CRUCIS, que siempre se ha leido suprimiendo una de las ces de la primera palabra —que lleva dos, como puede apreciarse por la fotografía que se reproduce— estando claro su sentido: ECCE SANCTAE CRVCIS (he aquí la santa Cruz), aludiendo a la del relieve que tiene encima. Y en un sillar rectángular, con recuadro, se talló la inscripción siguiente:

lN HONO
RE SCE CRV
CIS SCE MA
RIE SCI INS
BT SESCI IA
COBI SCI METI
SCI CLEMENS

que interpretó correctamente Gómez-Moreno en esta forma: «In honore sancte Crucis, sancte Mariae, sancti loanis Babtiste, sancti lacobi, sancti Matei, sancti Clemenlis». La fecha de la segunda dedicación de la ermita, hállase también esculpida en esta piedra, en su canto derecho, donde se lee: ERA DCCCCXLIII KALENDAS D (e) C (em) B(ri)S, (Era 943, año 905, kalendas de diciembre, o sea el primero de este mes).

La importancia que el cenobio rupianense iba teniendo, requería el fomento de la vida social a su alrededor, por lo que los monjes propusieron a los pastores de cabaña alzada, que pastoreaban por aquellas serranías, que se agruparan en núcleos cercanos al convento, a cuyos efectos ofrecieronles «el derecho de apacentar sus ganados en los montes y sotos de la Abadía. Fueron numerosos los que aceptaron el ofrecimiento —dice Puyol— aunque al principio vivían en aquellas tierras sin casas y como .salvajes». A cuya causa les otorgaron licencia para construir cabañas, naciendo así los pueblos denominados de la «Quinteria», que son San Pedro de Montes, San Adrián y Ferradillo.

Posteriormente, desarrolláronse —aunque, al menos, como caseríos ya existían algunos en el siglo X, como San Clemente, cuyos restos de una iglesia de esa época lo testifican— y fueron adquiriendo importancia los numerosos poblados del Valle de Valdueza, que pugnando por independizarse del señorío de la Abadía, vinieron a constituir el famoso Concejo de Valdueza, que se puso en franca oposición con los monjes; motivo principal de la decadencia de tan importantísimo cenobio.

Llevose a efecto en el siglo XII la total renovación del templo monacal, elevándose una en estilo románico, que es la que en la actualidad se conserva.
Su planta (fig, 11), es de tres naves, a las que corresponden sendos ábsides: El central tiene acceso por un arco triunfal moldurado con golas, filetes y tres baquetones (fig. 11-3), que apoya sobre columnas, llevando éstas capiteles de hojas, collarinos sogueados y basas áticas; sigue un tramo rectangular, cubierto con bóveda de medio cañón, en el que se abre el ábside semicircular, con bóveda de cuarto de esfera, pero nervada, llevando nervios y arco molduras de tres baquetones, sustentándose en sus correspondientes ménsulas; tres ventanas, sencillas, de arco de medio punto y con doble derrame le daban luz. Las capillas laterales ostentan arcos llanos de medio punto, insistiendo sobre impostas de chaflán, cuerpo rectangular con bóvedas de medio cañón y ábsides semicirculares cubiertos con bovedillas de casquetes esféricos, recibiendo luz por sendas ventanas. El resto de la iglesia compónese de tres naves, separadas entre sí por gruesos pilares circulares, con mochetas cortadas a bisel, sobre los que se elevan los seis arcos formeros, apuntados y dobles —perfilado uno de ellos con molduraje gótico— sobre los cuales corre un imposta achaflanada de la que arranca la bóveda de medio cañón, dividida en tres tramos por dos arcos cinchos, llanos, que apoyan sobre los pilares, subdividiéndose los dos primeros tramos en otros cuatro por medio de otros arcos perpiaños, sustentados sobre ménsulas sencillas. Solo conozco otro caso de abovedamiento análogo en la nave central de la Colegiata de La Coruña, muy posterior a ésta en techa, puesto que se terminó de cerrar en 1.302 y es ya de sección apuntada.

Las naves laterales se cubren de cañón, seguido con arcos cinchos de medio punto, que fueron macizados con unos arcos inferiores, con muretes intermedios taladrados por óculos; estos arcos inferiores son dobles en la nave del Evangelio, y uno doble y otro sencillo en la de la Epístola, no llegando en ésta la responsión hasta el suelo.

La nave central recibe su luz por un óculo polilobulado, que se abre sobre el arco triunfal. Las naves laterales llevan ventanitas abocinadas como las descritas.

Tiene el templo dos puertas: La del O. sencilla, con columnas en jambas acodilladas, y la de S. de la misma forma, pero más fina de ejecución, con doble arco, votel y baquetones, el arco del intradós apóyase sobre impostas de gola —nótese que ya las llevaba también el arco triunfal, y que es un terna poco frecuentado en lo románico—, y el externo insiste en impostas de caveto recto, finamente decoradas con hojas; los capiteles son de fina talla, con almenillas, follajes rizados y collarín sogueado (fig. 10-2).

A los pies del templo, como prolongación de la nave del Evangelio. Alzase la torre cuadrada de tres cuerpos. Cubrense los dos primeros con bóvedas de medio cañón, iluminándose el primero con una saetera y el segundo con una ventanita gemela, ambos en la fachada O. Elévase el tercero sobre una imposta corrida de chaflán, en sus cuatro lados, en los que se abren sendas ventanas dobles; sobre pilastras y adosadas columnas en tres de sus lados y en el N. tiene mainel de doble columna, adornándose la enjuta del arco gemelo correspondiente con una cabecita. Los capiteles de estas columnas de la torre son los ya citados corno visigodos y asturianos en páginas anteriores. Remata el cuerpo con una cornisa sobre modillones sencillos, y lleva una falsa cúpula que sustentaba el primitivo techado de piedra, hoy recubierto por un empizarrado chapitel.

Llama a esta iglesia Gómez-Moreno «logogrifo artístico», al que no poco contribuye el espantoso enjalbegado que tanto la desfigura interiormente. Hoy está en vías de restauración, y es de esperar que con ello se aclaren algunos de los problemas técnicos que esta obra suscita. No lo es pequeño sus vacilaciones de estilo, pues habiendo sido concebido el ábside mayor como obra gótica y provisto de ménsulas en las capillas laterales, para sustentar nervios, tornose de nuevo a lo antiguo. Otro de los grandes problemas es el de su consolidación: Desplomada la iglesia desde muy pronto, acudióse a su remedio, y de entonces pueden datar los murestes sobre los arcos cinchos supletorios, que servían para reforzar los débiles estribos. Gómez-Moreno apunta, asimismo, la posibilidad de que los redondos pilares sean un refuerzo de los cuadrangulares primitivos. No seria ello extraño, aunque tampoco puede descartarse la posibilidad de que sean los originarios de la obra, pues, aunque no frecuentes, los hay iguales en la románica iglesia de San Juan de los Caballeros, en Segovia, y, alternando con pilastras cuadradas, en la francesa de Vignory.

Deberase acaso la construcción de este templo a aquel arquitecto Vivíano que en ella recibió sepultura, citado por FIórez, que reprodujo en facsímil su curioso epitafio, que aún estaba visible en tiempos de Quadrado; y aunque La Poz y Mingote cítenlo a su vez, es posiblemente por copia de los primeros. Lo cierto es que ya no existe, aunque sea de esperar que se descubra al quitar el enjalbegado, así como otras inscripciones de las que hay noticia (fig. 14).

El retablo mayor (fig. 13 - 1), es obra barroca del siglo XVII, cuyo coronamiento anda disperso por el templo. El paño central era una Inmaculada (fig. 12 - 3) de las del tipo de Gregorio Fernández, con las manos levantadas y el pelo caído por los hombros, pero es muy parada y poco expresiva. Gánala en arte la talla de la Asunción (fig. 12 - 2) muy movida y graciosa.

Nuestra Señora de la Guiana, acaso antigua, pero espantosamente vestida, fue dotada de un retablo churrigueresco, de talla bastante fina, y del mismo estilo son los colocados a ambos lados del presbiterio, hechos en el siglo XVIII (figs. 13 - 2 y 15, 1 y 2).

El coro tiene en sus espaldares bajorelieves de Prelados y Abades, todos ellos policromados, entre los que hay columnillas en forma de estípites; parece obra del siglo XVII y sus figuras pecan de rechonchas y poco movidas para la época, aunque los rostros resultan expresivos y el plegado de paños minucioso y dúctil (fig. 16).
Son de gran interés las cajitas relicarios con letreros de los siglos XI, XII y XIII, que Gómez-Moreno catalogó.

El retablo de tablas pintadas del siglo XVI y XVII fue enajenado.
En el siglo XVIII se hizo una renovación total de las dependencias del Monasterio: En 1756 se adosó a la fachada de la iglesia románica un cuerpo, y por entonces se levantarían también los dos claustros, el grande, todo él cerrado, y el pequeño, lindante con la iglesia, que tiene arquerías abiertas con cuatro arcos por lado, hechos en un sencillísimo estilo barroco, que abundó, por entonces, en El Bierzo, y que se compone de arcos llanos de medio punto, imposta de fajas lisas o con moldura de chaflán y pilares rectangulares (fig. 17).

No hay noticias fidedignas de cuando los monjes de Montes procedieron a la erección en la cúspide de la Guiana de la ermita dedicada a Nuestra Señora de la Guiana, cuyas ruinas se conservan, y que constaba de dos naves, para colocar dos imágenes distintas de la Virgen. Llevábanse éstas hasta aquella ingente altura el día 15 de agosto, formándose dos procesiones con sus imágenes respectivas. Una salía de San Pedro de Montes, y la otra de Villanueva de Valdueza, encontrándose ambas en sitio preciso, señalado con un crucero (fig. 4), desde cuyo punto continuaban la ascensión formando un solo cortejo hasta que las dejaban colocadas a cada una en su respectiva nave. La Imagen de Montes, repintada y revestida, no se aprecia bien su antigüedad; la de Villanueva de Valdueza era un magnífico ejemplar de Virgen sedente, románica, del siglo XII, que fue vendida, sustituyéndosele por una de principios del XVII, a la que hoy se le da la misma advocación. Una vez subidas las imágenes al monte, celebrábase una tradicional romería —que ahora intenta restaurar el Instituto de Estudios Bercianos, que ya hace dos años vuelve a celebrar con bailes típicos en el denominado «Campo de las Danzas». Todo ello hace pensar en un primitivo culto céltico dedicado a la montaña —como en la próxima de El Teleno lo tuvo Marte Tileno, según se deduce de la placa de plata con letras de oro, procedente de Quintana del Marco, y hoy se custodia en el Museo Arqueológico Nacional.—También la Guiana tendría en lo antiguo su pagana divinidad, que fue cristianizada por los monjes allá en remotas edades, cuando de la procesión no hay datos fidedignos conocidos —si se exceptúa la Virgen de Villanueva— sino desde el siglo XVI. Unas excavaciones sistemáticas v bien dirigidas en las ruinas de la ermita acaso dieran óptimos resultados.

EL «VALLE DEL SILENCIO Y PEÑALBA

En los tiempos penitenciales solían ciertos monjes del Monasterio Rupianense retirarse a los más recónditos lugares de la sierra para entregarse a la vida solitaria. El sitio para ello más preferido fue el denominado «Valle del Silencio», que desciende en angosta garganta por una ladera de Pico Tuerto, cuyos neveras alimentan el riachuelo que corre por aquellas honduras. Es este vallecito, uno de los sitios más bellos, más emotivos e interesantes de nuestra madre España, en el que se juntan espíritu y naturaleza en exquisita amalgama, para que alma y ojos se deleiten, ella con el presentido más allá, y ellos con las galas supremas del soberano e Insuperable arte, que allí ha derrochado la mano fecunda de Dios. Acércanse los montes uno a otro formando una angostura, y en las cortadas rocas que miran a Naciente ábrense, a gran altura, las bocas de las cinco cuevas que sirvieron de celdas a aquellos santos anacoretas de nuestra baja Edad Media —que se aparece medio oculta entre las breñas –. El riachuelo, de torrencial corriente, se desploma saltando espumante y sonoro en pintorescas cascadilas, y cuando llega a besar las rocas donde las cuevas se abren, fíltrase cauteloso entre las piedras del álveo, y el silencio hace profundo, llénase todo de paz y quietud, corno si, en efecto, tal como la leyenda popular cuenta, hubiérase escondido el río para no turbar con su persistente murmurar los éxtasis divinos de los ermitaños, fundidos en el espíritu de Dios; y traspuesto aquel lugar de Oración, surge de nuevo su corriente, con más abundantes aguas, con más pujantes bríos, ya saltarín, alegre y murmurador, como satisfecho de haber rendido respetuosa pleitesía, ocultando sus linfas en los lugares santos, y marcha a rendir el tributo de sus aguas claras y puras en el tortuoso río Oza, el otro caudal santificado, que mana bajo la protección de la Virgen de la Guiana, y sirvió de aguas lustrales a S. Fructuoso, S. Valerio y S. Genadio.

Fue este último santo un gran enamorado del «Valle del Silencio»: en él hizo sus penitencias de monje, fue su continua añoranza mientras ciñó la asturicense mitra y, cuando movido par la atracción de la soledad renunció a sus honores, tornó de nuevo a su valle para explayar su alma en aquellas tan bellas soledades. El cariño que las profesaba movióle a enriquecerlas: En el mismo «Valle del Silencio» erigió un oratorio a Santo Tomás, y bajo el marmóreo crestón de «Peña Alba», hizo un monasterio en honor de Santiago, que tomó su nombre de la peña, como años atrás el de Montes se apropió el de céltico castro.

De este Monasterio de Santiago todo desapareció, a excepción de su primorosa iglesia, que es uno de los monumentos más insignes que se levantan en el suelo hispano. En cuanto a su construcción, no andan los documentos muy explícitos. S. Genadio, en su testamento del año 915, dice: Deinde autem in montibus illis aulam nomine Sancti Andreae construxi, allud que monasterium ad ordinem monastícum inter vallum distendens in memorian Sacti lacobi terminum contruxi, quod vocatur PeñaIva: inter utroque vero in loco, qui dicitur silentium in honore Sancti Thomae, quartum oratorium fabricavi Esto es lo que nos dice el Santo de sus funciones en estos lugares, y respecto a Peñalba, se desprende taxativamente que fundó el monasterio, aunque no hace alusión a su magnifica Iglesia, que, posiblemente, no data de entonces, sino algo posterior al año 905. Arqueológicamente considerada, hay que encasillarla necesariamente con sus construcciones gemelas, debidas tal vez a un mismo arquitecto, y son ellas el primer tramo del pórtico de S. Miguel de Escalada y la capillita de Froila en el Monasterio de Celanova, que van bien con la fecha del año 937, que coincide con el episcopado de Salomón, un año después de la muerte de Genadio, y al cual cabe atribuirla. Supone Quintana que la obra que allí Salomón hizo era un albergue destinado a habitación de su maestro y abad S. Genadio, y no la iglesia. Como se ha apuntado, los documentos no son muy claros, y el mismo Salomón, en su testamento, alude de nuevo al monasterio de Santiago de Peñalba, atribuyéndose toda la obra. Dice: Contruximus illud (cenobium) ...In alium locuaz qui ibi erat fundatum el plus aptum sancti Iacobi apostoli vocabulum, et ubi manet tumulatum ipsius donni lennadi corpus... Inchoavimus et explevimus in loco quantum pietas Domini iuxit et nunc apparet...

De aquí se infiere que él hizo el cenobio que estaba fundado, y en él un túmulo para S. Genadio, y parece enorgullecerse en las últimas frases de la magnificencia de la obra. Si era la iglesia, a la que parece estar asociada la sepultura de S. Genadio, bien pudo quedar satisfecho de haberla concluido.

Si nuevos descubrimientos no hacen sobre la historia más luz, es lo más prudente atenerse a la fecha que el estudio arqueológico del monumento nos revela.

Obra excepcional es esta de Peñalba, que ya para Sandoval era la cosa más curiosa y digna de ser vista que entre las antigüedades tiene «España»; y Gómez-Moreno la diputa «como uno de los jalones más preciosos que la Arquitectura de la Edad Media remota conserva, testimonio de la fuerza extraordinaria y personalismo de nuestro arte monacal de «entonces»,...Ciertamente para ella todos los laúdes son pocos; engastada corno una perla oriental en la maravilla del paisaje, lozana a pesar del cumplido milenio, elevase evocadora, único testigo «vivo», de aquella Tebaida, flor de santidad, que brotó en aquellos vergeles bercianos.

Tiene la iglesia planta cruciforme: (fig. 23) Su nave es rectangular con sendos ábsides, uno a la cabecera y otro a los pies. El primer cuerpo de la nave es rectangular y se cubre con una bóveda de medio cañón, que arranca de una imposta plana; un elegante arco de herradura, (fig. 24 - 3) que se apoya sobre columnas de basas áticas y ricos capiteles de hojas de acanto, coronados con cimacios de dos nacelas, pone en comunicación este cuerpo con el central, que hace de crucero, y sobre este arco ábrese una ventanita de comunicación, con arco de herradura, que contribuye a aligerar la masa del muro. El crucero es por manera notable; sobre cuadrada planta elévese una cúpula gallonada, de ocho cascos, que se sustenta sobre cuatro arcos de medio punto, que resaltan de los muros lo precisamente necesario para servir de apoyo a la cúpula, haciendo innecesarias trompas y pechinas, resultando una solución única en los anales de la arquitectura que no volvió a repetirse. Tras el arco triunfal de herradura, con alfiz, (fig. 28) que lleva columnas similares a las descritas, se desarrolla el ábside, con planta ultrasemicircular por dentro, y rectangular por fuera —como otros precedentes visigodos— que se cubre con una bóveda gallonada de ocho cascos. A la derecha e izquierda del crucero se adosan dos departamentos para sacristías, con sus arcos de entrada de herradura, apoyados en ménsulas de doble nacela (fig. 28 - 2). A los pies del templo hay otro ábside de curva peraltada por dentro y rectangular por fuera, que tiene acceso por un arco de herradura, sin alfiz, apoyado en columnas del mismo tipo que las descritas, y se cubre también con bóveda gallonada como la del otro ábside.

Todo el interior del templo estuvo primitivamente policromado, como la ha dado a conocer Menéndez-Pidal: Bajo una gruesa capa de encalado, al descorcharse, han ido apareciendo las antiguas pinturas, consistentes en follajes serpeantes en la zona del arco divisorio de la nave, y en una imitación de fábrica de ladrillos en ábside de los pies del templo, donde posteriormente ha quedado descubierta una cruz de laceria de típico estilo caligráfico. Es de esperar una pronta restauración de todas estas pinturas, que vienen a enriquecer y exaltar el interés de tan curioso monumento.

Recibía la iglesia luz por ventanas rectangulares que ostentaron delicadas celosías de piedra, de las que aún se conserva parte en la del ábside accidental (fig. 22-4). La sacristía del N, tiene una pequeña saetera y la del S. lleva una ventanita (fig. 27), de la que nadie ha hecho mención: compónese de lajas de pizarra horizontales en sus jambas, y se cubre con un dintel en el que se ha abierto un arquito de herradura con su correspondiente alfiz, bajo el cual están grabadas cinco crucecitas, una dentro de circulo, y otros dos signes, uno semejante a una ye y el otro a una ce. Crucecitas así se dan en sillares de edificios visigodos, tales como San Pedro de la Nave y Quintanilla de las Viñas, y tienen gran similitud con muchos grabados esquemáticos rupestres, cuya data anda en tela de juicio.

Entrábase a la iglesia por dos puertas: la principal, al S., es modelo verdaderamente notable; cubre el vano un gran arco de descarga, de herradura, que interiormente hace el oficio de capialzado, y bajo él ábrese la puerta gemela, sobre columnas de mármol exornadas de preciosos capiteles de delicada talla a bisel, formando hojas de acento con sus tallos, caulículos, almenillas y sogueado astrágalo (fig. 26); sobre ellos hay cimacios de triple nacela, separadas por junquillos, en los que apoyan dos arquillos de herradura, de descentrado trasdós, perfilados con un voltel de doble nacela, que se prolonga por ambos lados y sube formando alfiz; todo ello tan gracioso y fino, que puede diputarse como la creación maestra del arte mozárabe, superando en gentileza y precisión eurítmica al primer tramo del pórtico de Escalada, su único posible competidor (fig. 25. 1, 2 y 3). La otra puerta se abre en el muro N., tiene arco de herradura sencillo sobre repisa cortada a bisel, y por dentro va capialzado.

Los tejados vuelan sobre una ostentosa cornisa, compuesta de un listel corrido y de grandes modillones de gorja, que llevan aplicados rollos, en cuyos frentes tienen talladas ruedas helicoidales y estrellitas. Los ábsides y sacristías presentan unas pequeñas gárgolas para verter las aguas que pudieran acumularse en los hombros de las bóvedas.

El ábside de poniente fue recrecido en su altura, desapareciendo la cornisa del muro que mira a la torre, y de las otras de los lados sólo se aprovecharon algunos modillones, desechándose por completo el lister inferior, por cuyo motivo quedó convertido en un cuerpo a dos aguas, en vez de las tres vertientes de tejados que tuvo en lo primitivo, obra que se realizó para adosar las agujas de la armazón de madera de la torre.

Se ignora por qué circunstancias se hizo una consagración de este templo a principios de! siglo XII, año 1105 como se testifica en la inscripción que se ve a la derecha de la portada principal, que dice así:

INERA Cª XLIII P[o]S[i]M[i]L[e] ET VII ID[u]S
M[a]RC[i]: CONSECRATA EST HEC ECL[esi]A,
IN HONOREM S[an]C[t]I IACOBI AP[osto]Ll ET PLURIMOR[um].

En el ábside de los pies del templo recibieron sepultura S. Genadio al lado del Evangelio, bajo una lápida lisa, y S. Urbano, al lado de la Epístola, bajo otra lápida, también anepigrata, con vertiente a dos aguas. Ambos cuerpos fueron exhumados de allí el año 1603, dejando en su sitio tan sólo los huesos menores, por la Duquesa de Alba, Dª Maria de Toledo, que los llevó al convento de Dominicas de Villafranca del Bierzo, que ella había fundado, y trasladado éste al de Laura de Valladolid, para allí fueron a su vez los restos de nuestros Santos. Ante la reclamación del Sr, Obispo de Astorga, hubo de hacérsele entrega de la calavera de S. Genadio y de una de sus tibias, reliquias que en la catedral de la mencionada ciudad se conservan.

Estaban enterrados en el Cementerio que circuía la iglesia de Peñalba otros santos varones, como San Fortis —que también fue sustraído por la Duquesa— San Esteban y los famosos abades Vilas, Januario y Petronato. Sus epitafios se ven aún grabados en los muros del templo con caracteres de los siglos X a XI de los que aún se lee «†HIC PETRONATVUS...», colocado en un sillar del tragaluz de la sacristía del N. en su muro E. En el muro de los pies del templo que mira a la torre, ligeramente escrifiado, puede leerse:

[Hic requiesc]IT FAMVLVS DEI...
... SVUM Q OBIT DIE VII ...

En la cara interna de la jamba izquierda de la puerta del N. se halla la inscripción, en versos leoninos, del abad Esteban, fallecido en el año 1132, Su texto dice:

†CLAUDITUR IN XPO SUB MARMORE
STEFANUS ISTO ABBAS EGREGI
US MORIBUS EXIMIUS VIR DO
MINI VERUS RECTIQUE TENO
RE SEVERUS DISCRETUS SA
PIENS SOBRIUS HAC PACIENS
GRANDI HONESTATIS MAGNE
QUOQUE VIR PIETATIS DUM SIBI
POSSE FUIT VIVERE DUM LI
CUIT RECTIREN IUVENU
DOGMA DECUSQUE SE
NUM QUEM NOBIS CLARUM GE
NUIT GENS FRANCIGENARUM
GERVASI FESTE CESSIT FRA
GLIQUE SENECTE VIRTUS CELSA
DEI PROPICIETUR EI ANNUM CEN
TENUN DUC SEPCIES ADITO
SENUM MILLE QUIBUS SOCIES
QUE FUIT ERA SCIES III X KLS I
ULII OBIIT STEFANUS ADBA ERA C
LXX PELAGIUS FERNANDIZ
IUSSIT FIERI PETRUSQUE
NOTUIT.

Adosado al muro N. del ábside de los pies del templo hay un hermoso sepulcro, de estilo románico del siglo XII, con arquitos gemelos sobre columnillas con capiteles toscos de hojas y basas de perfil corintio, con doble toro menor. No se sabe a quién pertenece, pues su lápida es anepígrafa (fig. 24, 4).

Contaba esta iglesia con ricas preseas: La más importante fue la cruz de azófar que le donó Ramiro que hoy se conserva en el Museo Arqueológico de León, en cuyo reverso se hace constar la ofrenda por medio de la inscripción siguiente:

I[n] NOMINE: DOMINI NSI
IHV XPI: OB ONOREM
+ SANCT: IACOBI:
APOSTOLI: RANEMIRVS REX; OFRT (fig. 30,

El valioso copón que tenía fue fundido en una platería de Astorga, y su compañero el cáliz, que perteneció al abad Pelagio en 1105, fue expatriado, figurando en la actualidad en el Musco del Louvre, en París. Es pieza valiosa entre los de su época. Fórmanlo una copa semiesférica, con resaltado reborde, y un pie cónico, unidos por un rico nudo de lacería, entre las que se ostentan las cuatro figuras simbólicas de los Evangelistas.Alrededor de la peana corre un festón de rayitas diagonales incisas y una inscripción que dice:

PELAGIVS: ADBAS: ME: FECIT: AD: HONOREN: SANCTI: lACOBI APLI:

La patena ostenta en su centro al Cordero Pascual, nimbado, y una cruz lisada, circuido todo por un cordón; cíñele a su vez un circulo polilobulado, y entre éste y el borde, se lee la inscripción siguiente:

† CARNEM: QVM: NON: ADTERIT: VLLA: VETVSTAS: PERPETVVS: CIBVS: ET: REGAT: HOC: REVS: AMEN: (fig. 31).

Hoy en la iglesia sólo pueden admirarse: Un capitel suelto, colocado junto al arco triunfal, de hojas colgantes lisas y collarino sin sogueado, procedente, al parecer, de una esquina, y que pertenecería acaso al derruido monasterio: su arte apártase del de la iglesia, denotando mayor antigüedad. Es pieza inédita, que yo sepa:
Como contemporánea del templo catalogó Gómez Moreno la pila de agua bendita, de forma de artesa, sobre pedículo prismático invertido.

En una de las sacristías se conservan cuatro fichas de ajedrez, de marfil, que dicen pertenecieron a S. Genadio, y cabe en lo posible, a juzgar por su estilo. Son un peón, un alfil y dos roques —roto uno de ellos—, que se adornan con tres rayitas paralelas verticales y sendos grupitos de cinco círculos tangentes y radios en las caras superiores, (fig. 29).

Pieza fina es la cruz procesional, gótica, del siglo XV, de plata grabada y esmaltada.
Esto es, a grandes rasgos, lo que puede decirse, para fines divulgadores, de esta excepcional comarca de Montes y Peñalba.

La Excma. Diputación Provincial de León, consciente de la importancia histórica, artística y pintoresca que tienen estos lugares, para encauzar hacia ellos la corriente turística, ha comenzado la construcción de un camino, que ya llega hasta las Herrerías de Montes, y que pronto transmontará los repechos y hará accesibles a todos los viajeros los recónditos e inaccesibles yermos de los anacoretas de nuestra Tebaida. El mundo actual va a establecer pronto su contacto con ellos, lo que entraña no pocos peligros, a los que hay que acudir antes que se produzcan.

Las iglesias de Montes y Peñalba ya han sido declaradas Monumentos Históricos-Artísticos, en virtud del Decreto de 3 de junio de 1931, y en su consecuencia se hallan bajo la directa protección del Estado, figurando en el Catálogo con los números 492 y 483, respectivamente.

Pero en estos lugares, como se ha visto, hay mucho más que los monumentos: Hay el recuerdo histórico de aquellos ascetas de la Tebaida Leonesa: En cada uno de esos rincones de incomparable paisaje hicieron aquellos hombres santos, templos con su oración: ese paisaje fue consagrado al Dios que los dotó de tan espléndidas formas, y ese paisaje hay que conservarlo a toda costa en su prístino estado.

Codicias aviesas, cuando estos parajes sean visitables, vendrán a querer hacerlos objeto de sus ganancias, y en vez de ir a rezar, con el alma en los labios, en el (Valle misterioso del Silencio), evocando a nuestros Santos en sus lugares de penitencia, vendrán con el hacha en mano a destruir la secular arboleda y a volar con dinamita las cuevas de los anacoretas, transformándolas en ingentes canteras. Y eso es lo que hay, a todo trance, que evitar. La Excma. Diputación Provincial de León tiene en ello su palabra y puede, con la urgencia que el caso requiere, formular la propuesta de que las zonas de Montes y Peñalba — que aparecen acotadas en la fig. 1— por ser sitios ue reconocida y peculiar belleza, cuyo conjunto vale tanto como el más ponderable ejemplar de nuestra jardinería -, pueden ser comprendidos en el Decreto de 31 de julio de 1941, declarándolos lugares pintorescos del Patrimonio Artístico Nacional, con lo que estarían, de momento, sujetos a la protección y tutela del Estado, pudiéndose evitar con ello futuros destrozos.