El Reino Olvidado

Este diario es la crónica de un país olvidado, el seguimiento de su huella histórica, cultural y artística en España y en Europa.

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Lugar: Bergidum, Asturia, Spain

ex gente susarrorum

miércoles, noviembre 29, 2006

Campo de Vitigudino, La Armuña y Campo Charro

Como continuación de la comarca zamorana del Sayago, las tie­rras situadas en el entorno de las poblaciones de Ledesma y Vitigudino se extienden hacia el sur por el Campo Charro, una penillanura que remata por el oeste con los arribes del Duero y el río Águeda que sirven de frontera con Portugal; al sur se extienden las tierras de Ciudad Rodrigo reflejadas en la Sierra de Gata y sus estribaciones, así como las sierras de Francia y Candelario; al este el campo de Peñaranda y la Tierra de Alba.


Este territorio es llano, adusto y duro, con cultivos de secano, y escasos cursos fluviales importantes, salvo los dos que enmarcan el territorio, el Tormes por el norte y el Águeda por el oeste; en el interior solo el Yeltes y el Huebra merecen ser mencionados.

Como señala Ángel Cabo Alonso:

"hacia el Sur y el Oeste emergen las cuarcitas y pizarras o el grani­to de la penillanura occidental de la Meseta. Los suelos que se derivan de la erosión de esas surgencias las cubren sólo de manera parcial y siempre con escaso espesor. La vocación de ellos es, así, la del monte y los pastizales. Casi desde las mismas puertas de la capital hasta las montañas meridionales y la raya de Portugal se extienden en consecuencia un continuo o casi continuo monte de encinas y, a la sombra de éstas, el pastizal; o, si acaso, un labrantío cerealista de grandes descansos que se practica más bien para que los arbustos no invadan el oquedal, es decir, para que éste no se convierta en moneda de más fácil utilización pecuaria. El vuelo arbóreo cobija al pastizal y éste, a la sombra de aquél, mantiene su verdor cuando el exento ya se ha agotado".

Por todo lo anterior se desprende que los muros son de piedra granítica, que se utiliza en forma de mampostería, sillería o mixta, algunas veces encalada, otras a la vista y, en ocasiones, con encala­do sólo recercando los vanos. En la parte más al sureste empieza a aparecer el barro, como complemento en la parte alta de los muros, aunque en ocasiones adquiere mayor importancia. Las cubiertas son siempre de teja.

El aspecto de los pueblos es más bien humilde, dominando las casas de una sola planta, con muros de escasa altura y largos y ten­didos tejados. Al igual que en el Sayago, las puertas van protegidas como señala M.a Inmaculada Jiménez Arqués:

"Llama la atención el aspecto curioso de sus fachadas, ya que la entrada a las viviendas tiene un murete de protección a cada lado de la puerta, que no sobrepasa los dos metros de altura y cuya pro­fundidad es variable. En torno a estos muretes, o aprovechando parte de los mismos, se construyen unos poyetes, bien en grandes losas de piedra, bien en mampostería, que sirven de asiento. Estos muretes van cubiertos con techo plano o a doble vertiente con tejas imbricadas, pero cuando la casa es de dos plantas no están cubier­tos con teja, sino que sirven de apoyo a un balcón corrido pertene­ciente a la primera planta, es el caso de las viviendas más acomo­dadas. Por lo general todo el conjunto de la fachada va encalado".

Las viviendas bajas responden a la descripción anterior; en algu­nos casos los muros son sustituidos por pilares de piedra, que a veces no se limitan solo a proteger la puerta de entrada sino tam­bién parte de la fachada. Estas viviendas de planta baja suelen tener en la parte trasera o en un lateral las cuadras y un patio, al que se accede por un portón, aunque no es extraño, tal como se señaló en el Sayago, que dicho patio se sitúe en la parte delantera, con la vivienda al interior, junto a las cuadras y demás dependen­cias. En estos patios suelen aparecer cobertizos o zonas asoportala­das para guardar el carro y los aperos de labranza.

En la zona del río Yeltes es frecuente que en las fachadas de las casas aparezcan balcones sustentados por grandes ménsulas de pie­dra, así como tejadillos protegiendo la puerta de entrada, soporta­dos también por ménsulas de piedra. Los vanos son escasos y de un tamaño más bien pequeño, siempre adintelados, como las puertas de entrada, y por lo general están recuadrados y enmarca­dos por piedras de sillería o grandes bloques. Los edificios tienen formas curvas en los encuentros de las fachadas; cuando aparecen, las esquinas se resuelven mediante sillería o sillarejo en forma de grandes losas entrecruzadas. Las chimeneas son anchas y de escasa altura, de piedra o ladrillo, y se corresponden con la cocina de suelo. Se conservan algunos hornos al exterior de las casas, de planta semicircular y cubierta plana.

En el entorno de las poblaciones, para protegerse de las incle­mencias del tiempo o para guardar los aperos y herramientas de trabajo, se levantan pequeños casetos de planta cuadrada o circu­lar que se cubren con falsa bóveda, semejantes a los ya vistos en el entorno de Fermoselle.

En el sureste de la comarca, donde el barro se hace presente, las construcciones siguen los mismos parámetros, aunque aparecen algunos elementos nuevos como los tejadillos sobre las puertas, algún soportal delantero y paredes recubiertas de teja.

Territorialidad

En las proximidades de los Arribes del Duero destacan Milano y Barruecopardo, pueblos en los que abundan las casas bajas con puertas cobijadas y protegidas por muros laterales, así como viviendas de dos plantas con balcones sobre la puerta de entrada; los portalones suelen llevar tejaroz de protección. Algunos de los patios han perdido parte de la cerca al desaparecer la actividad agrícola, convirtiendo el patio en zona ajardinada o cementada, quedando como un espacio público-privado. Junto a Vitigudino, población muy urbana, capital de esta parte de la comarca, en la que se conservan escasos edificios de arquitectura popular, hay que reseñar los núcleos de Encinasola de los Comendadores y Guadramiro, en los que encontramos edificios que participan de las características apuntadas y destacan algunas casas en las que se encala sólo el entorno de los vanos y no toda la fachada; además, algunos balcones sobre ménsulas protegidos por la prolongación del tejado.

En Cerralbo llama la atención el conjunto de edificios tradicio­nales, una parte de ellos encalados, con los vanos recuadrados por grandes piedras, hornos exteriores y portones, algunos de ellos sin protección superior. En los alrededores hay casetos redondos cubiertos con falsa bóveda muy plana.

Estos casetos se repiten en Lumbrales y La Fregeneda, poblacio­nes muy urbanas, que conservan, además, en sus cercanías, cober­tizos agrícolas para el resguardo del ganado. Las cercas de los cam­pos tienen gran plasticidad, sobre todo cuando se contemplan en terrenos aterrazados.

San Felices de los Gallegos es la población más destacada de la zona oeste de la comarca, por ser la que más y mejor conserva la arquitectura popular, a la sombra de su viejo castillo y su amplio recinto amurallado. Se conservan restos de una de las puertas de entrada a la villa, junto a la cual aparece un empedrado de aspecto antiguo. El caserío sigue los mismos patrones de lo visto hasta ahora, aunque aquí aparecen algunos edificios de tres alturas con galerías o corredores a paño de fachada en la última planta. Tiene dos amplias plazas, una con fuente y alberca y otra que situada a la vera de la igle­sia y del castillo mantiene en pie algunos soportales.

Alrededor del río Yeltes se crea una subcomarca en la que apare­ce como característica el balcón volado sobre ménsulas de piedra, unas veces sobre una puerta o una ventana y otras corrido a lo largo de la fachada y, también, tejadillos sobre las puertas y por­ches sobre pilares de piedra; en Yecla de Yeltes, junto a un caserío cuidado de casas urbanas de planta y piso y otras más rurales con patio interior, llaman la atención el balconcillo fijo de la plaza para templete de música en las fiestas y los casetos de campo en el entorno de la población; en Villavieja de Yeltes, pueblo casi urba­no con calles amplias y casas blanqueadas, destaca la plaza mayor con balcones corridos y soportales con columnas de granito.

Entre Vitigudino y Ledesma se encuentra un grupo de pobla­ciones que están dominadas por las casas de planta baja, grandes tejados tendidos y escasos vanos al exterior; aquí no abundan los grandes portalones, son puertas sencillas, sin la protección del teja­roz, hoy en su mayoría metálicas. Se combinan las esquinas de sillería con las redondeadas; las puertas presentan la protección de los muros laterales, aunque en algún caso uno de ellos ha sido sus­tituido por un pilar de piedra. Estamos hablando de Cipérez, Peralejos de Abajo, Villar de Peralonso y Villaseco de los Gamitos, entre otros.

Ledesma, capital de la zona este de la comarca, se sitúa en una pequeña loma. En la parte alta está la plaza mayor, asoportalada; en ella, la iglesia parroquial y casas de tres plantas, con balcones corridos, algún mirador y pilares de piedra; hay un pasadizo y un arco para salir de la misma, lo que complementa un conjunto de gran belleza. En la parte posterior de los edificios aparecen las gale­rías de madera, cerradas sobre pies también de madera. Las casas tienen piedras de cantería de gran tamaño, sobre todo en los din­teles de las puertas, que, a veces, presentan forma de arco conopial. Hay rejas en los balcones y en los vanos de la planta baja; la facha­da suele ir revocada en gris. En el entorno hay algunas casas de tipo rural.

En Tamames el adobe se mezcla en los muros con el sillarejo, aunque el encalado de las casas, muy abundante, impide valorar su importancia. Se ven algunos muros recubiertos de teja, así como pequeños pasadizos. Es una población muy urbana.
El barro se hace más presente en Cabrillas y Abusejo, en forma de adobe, dominando la mayor parte de los muros, pero sin modi­ficarse por ello las formas y los elementos de las construcciones que siguen con las mismas variables. Así tenemos tejadillos sobre las puertas, algún porche, portalones sin protección superior, puertas cobijadas, anchas chimeneas, y, como en Tamames, muros recubiertos de teja.
En Berrocal de Huebra se ha visto el recubrimiento de teja en las chimeneas, junto a puertas cobijadas más amplias que cierran el frente, modernamente, con una verja dejando un espacio a modo de jardín y muros en los que se mezclan las piedras y las lajas pizarrosas formando esquinas de gran plasticidad.


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martes, noviembre 28, 2006

Arquitectura tradicional leonesa: ver y aprender

Casas omañesas

Casas de Ribera

Casas hidalgas

Casas bercianas

Horreos

Casas de tapial


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lunes, noviembre 27, 2006

Sayago

Al suroeste de la capital zamorana se extiende un territorio que se continúa por las tierras salmantinas sin solución de continui­dad, dando sentido a una parte de la aseveración de D. Manuel Gómez-Moreno cuando señala que «la provincia de Zamora no tiene razón de ser en la geografía ni en la historia» . Esta comar­ca limita al sur con Salamanca, al nor-noroeste con Portugal por los Arribes del Duero y al nor-noreste con las tierras llanas zamo­ranas del Pan y del Vino; es, por lo tanto, un territorio enmarca­do por los ríos Duero y Tormes y la Ruta de la Plata.

Como ya hemos señalado el suelo es granítico, por lo que los muros que configuran las construcciones nos ofrecen una mam­postería bastante cuidada, por lo general, y, algunas veces enfosca­da y encalada. Las cubiertas son siempre de teja.

Las construcciones de esta tierra son como ella, duras y sencillas; por lo general tienen una sola planta formando un conjunto con las cuadras y elementos auxiliares, como el cobertizo del carro, todo alrededor de un patio, aunque no son escasos los ejemplares de dos plantas. La vivienda es reticente a asomarse al exterior y se vuelca, en muchos de los casos, hacia el interior del patio.

Cuando presenta fachada al exterior, sobre todo en la parte norte de la comarca, sólo se abren una puerta y escasos vanos; aquella está protegida generalmente por dos muros laterales que sobresalen de la fachada y sustentan un tejadillo a dos aguas, bajo el que se sitúan además dos bancos corridos de piedra, poyos; los vanos son pequeños y enmarcados por grandes piedras. En este caso es frecuente que a la casa se le adosen por detrás las cuadras y se cierre el conjunto con el patio y las dependencias auxiliares, lo que produce el efecto de tejados largos y tendidos. Si el edificio es de dos plantas, sobre la puerta de entrada se sitúa un balcón, muchas veces en forma de corredor, entre los mismos muros que enmarcan la puerta formando un todo, un solo cuerpo; a veces esto se remete de la fachada quedando el balcón a paño con la misma; en la planta baja el portal se desplaza unos metros al inte­rior, encima el forjado, marcado por el dintel de la fachada, y un balcón con antepecho de madera o de hierro. La vivienda se insta­la en la planta baja y el programa suele ser muy reducido: la coci­na, donde se hace la vida y uno o dos dormitorios; en los edificios de dos plantas la vivienda se suele dividir entre ambas, junto con algunas dependencias, pajar, panera... o sólo en la planta baja y las dependencias arriba.

Si la vivienda se vuelca al interior aparecen los grandes portalo­nes como entrada. Por él se accede al patio y dentro del mismo la vivienda se sitúa generalmente al fondo, repartiéndose en los late­rales las cuadras y las construcciones auxiliares. Las viviendas siguen siendo semejantes a las citadas anteriormente. Los muros siguen siendo de mampostería con grandes piedras en los vanos; los portones tienen en las jambas bloques enormes, con un des­piece semejante al que se verá en el Alberche, y sustentan un din­tel de piedra; sobre el portalón va un tejaroz que se apoya en mén­sulas, generalmente de piedra labrada. En algunos patios se levantan porches sobre grandes pilares monolíticos de granito que, en Cibanal, aparecen al exterior. Las chimeneas, casi siempre enfoscadas, son de piedra o ladrillo, grandes, anchas y se corres­ponden con la campana de la cocina, el hogar, hoy desaparecido o en desuso.

Los campos se dividen por medio de grandes piedras inhiestas formando fila, entre las que se sitúan otras más pequeñas cerrando los huecos. Son cercas que sirven además para cortar los vien­tos y proteger los cultivos.

Territorialidad

Pereruela es una población conocida por su importante alfarería, especializada en menaje para horno, que se seca en los patios de las casas. La piedra de sillería aparece en los vanos y en las esquinas. Casas de dos plantas con el portal y el balcón remetidos o vivien­das interiores en los patios y cerca alta con portalón.

Las casas bajas y los grandes tejados, con amplias y bajas chime­neas, dominan Fadón, que se mimetiza con el paisaje y se pega al suelo. En Bermillo de Sayago las casas tienen, en muchos casos, dos plantas; siguen las cercas altas y los portalones con tejadillo, además de las casas bajas con el patio, formando el conjunto una sola manzana. Lo mismo encontramos en Villar del Buey, donde aparecen pequeñas plazas a las que se abren varios portalones.

Hacia el sur empiezan a aparecer en los campos refugios o case-tos de piedra con planta cuadrada y falsa cúpula cerrándolos. En Cibanal se han visto al exterior porches rústicos sustentados por grandes bloques monolíticos de piedra granítica, como resultado de la desaparición de la cerca que enmarcaba el patio al que se abrían.

La población más importante de la comarca es Fermoselle. Se sitúa en los Arribes del Duero, es decir, junto a la frontera portu­guesa, sobre un gran cerro en el que aflora la roca viva que hace de suelo para muchas calles y de muro para algunas casas. Las calles siguen las curvas de nivel y se cruzan con otras, empinadas, que ascienden hacia la plaza situada en lo alto. Muchas de las callejas se resuelven con escaleras, a veces, talladas en las rocas. Hay algunas calles que pasan bajo las casas creando pasadizos. La distribución es muy urbana con edificios de piedra que pueden ser de sillería o mampostería o mixta. Las casas presentan por lo general dos plan­tas, con la vivienda situada en la superior, estando la baja destinada a la cuadra, aunque hay edificios que reparten la vivienda entre las dos plantas, desplazando la cuadra con el pajar a una construcción anexa. Las bodegas aprovechan el desnivel del terreno para situar la puerta de entrada a ras de calle, con la casa encima, que dispone de acceso directo superior, o por medio de una escalera que sirve de cobijo para la entrada de la bodega; cuando las cuadras ocupan la planta baja de las viviendas el acceso a éstas se rige por las mismas pautas anteriores esto crea juegos de escaleras muy plásticos en la misma calle. Son comunes los balcones volados sobre grandes mén­sulas de piedra con antepecho de hierro y suelo de lajas. Abundan en el entorno de la población los casetos apuntados anteriormente.

Hacia el este de la comarca, en Tardobispo y Peñausende, volve­mos a encontrar los grandes portalones cerrando las cercas de los patios, además, casas bajas con la puerta «cobijada» de la fachada o protegida por muros que sobresalen de ésta. En éstas últimas, una amplia y baja chimenea marca la cocina y una pequeña ven­tana el dormitorio o dormitorios, lo que habla de la sencillez de estas viviendas.

En Figueruelas y Alfaraz de Sayago se conservan hornos exterio­res, de planta semicircular, de piedra, cubiertos por lajas y adosa­dos a los muros.


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domingo, noviembre 26, 2006

Las Tierras del Pan y del Vino

Las Tierras del Pan y del Vino forman el núcleo central de la provincia de Zamora; la primera se sitúa al norte del río Duero y la segunda al sur; su denominación se debe a los principales culti­vos de cada zona. Son unos territorios esteparios y, como señala L. Feduchi,

"tierras ásperas y yermas, arenosas y pobres; el cultivo de los cereales en las tierras del pan alternaba con los viñedos antes de que la filoxera arrasara los campos a fin de siglo; hoy son tierras centenales y estepa­rias sobre los materiales sedimentarios de la cuenca, que son del ter­ciario, mioceno y cuaternario; en su superficie aparecen arcillas rojas recubiertas por depósitos de cantos rodados".

Los materiales de las construcciones de estas tierras son diversos y suelen aparecer mezclados en los muros, abode, tapial, piedra y ladrillo. Al norte el adobe o tapial se asienta sobre la piedra o el ladrillo del zócalo, materiales que poco a poco van dominando la planta baja y hasta todo el edificio, a medida que se desciende hacia el sur. Como señala M. Inmaculada Jiménez,

"quizá el tipo de material utilizado para la construcción esté única­mente determinado por la economía familiar. Son muchas las vivien­das en las que los muros que tienen revoco se construyen de adobe y tapial, y los que se dejan a la vista están construidos con sillares per­fectos o con mampostería, en este último caso ventanas y puertas van rodeadas de sillares. Así pues, no es raro encontrar casas en las que sus muros tienen mezclas de todos los materiales".

Las construcciones de este territorio son bastante variadas en cuanto a los materiales, sucediéndose una introducción paulatina de la piedra y el ladrillo a medida que descendemos de norte a sur, de la Tierra del Pan a la Tierra del Vino, notándose la influencia de las regiones limítrofes. Hay que diferenciar los edificios rurales de los que se levantan en zonas más urbanas.

Entre las primeras destacan las construcciones agrícolas con el patio o corral dominando el interior del conjunto de edificios que se levantan en su entorno. La vivienda tiene una sola planta y sobrado o a lo más dos, siendo en algunos casos la segunda planta una transformación del sobrado. La puerta suele estar algo reme­tida respecto a la línea de fachada creándose un porche o zaguán abierto, con un banco de piedra corrido, que en el verano per­mite estar a resguardo del sol y en el invierno protege de los vien­tos fríos. La puerta da paso a un amplio espacio o portalón que sirve para dejar las herramientas, las ropas del campo y enseres diversos; luego están los dormitorios, pequeños, y la cocina, ade­más de la puerta de entrada al patio, o directamente a la cuadra cuando el patio no existe. Encima está el sobrado. Cuando la vivienda se divide en dos plantas, a la superior se desplazan los dormitorios.

Las viviendas de tipo urbano se presentan en el centro de las poblaciones más importantes, en la plaza mayor y en su entorno, en algunos casos, con soportales. La planta baja no está, por lo general, destinada a la vivienda, sino a actividades comerciales o de almacenaje, desplazándose ésta a las plantas superiores.

La bodega está bajo las casas en la mayor parte de los edificios, asomando a la fachada los respiraderos, salvo excepciones, como El Perdigón, donde se agrupan a las afueras del pueblo. Los palomares se van reduciendo a medida que nos desplazamos hacia el sur, encontrándose, como en la Tierra de Campos, alre­dedor de los pueblos, construidos casi en su totalidad de barro, adobe y tapial. Los casetos de campo al igual que los abrevaderos y lavaderos públicos han ido quedando en desuso, lo que ha pro­vocado su abandono y su ruina. Es lamentable su pérdida, aun­que no su desuso, que habla de una mejora de la calidad de vida.

Territorialidad

En el conjunto de tierras llanas zamoranas que se extienden al sur de la Tierra de Campos y al este de la zona montañosa, las poblaciones son de un tamaño medio alto, por lo que en ellas encontramos, además de las casas agrícolas que ocupan, por lo general, la periferia, un núcleo central en el que domina mayoritariamente el comercio, lo que ha transformado esta parte de las villas, en zona más urbana que rural.

La capital de la parte oriental de la comarca es Toro, centro urbano y comercial lo que se aprecia claramente en la calle princi­pal donde dominan los soportales que se levantan sobre columnas de piedra dotadas de capiteles y basas de tipo clásico y sobre ellas carreras con zapatas; las tres plantas que se sitúan encima van escalonándose hacia el exterior, volando cada una sobre la anterior, siguiendo la tradición morisca; la última planta es de menor altu­ra. En los muros y algunos aleros encontramos un trabajo del ladrillo que nos habla de la influencia del arte mudéjar en esta tierra como se puede apreciar en los ábsides de algunas de sus iglesias. Los balcones, que fueron de madera, casi han desaparecido, siendo sustituidos por balaustres de forja o cuadradillo sobre ménsulas y palomillas de hierro, aunque alguno queda sobre la prolongación de las vigas del forjado.

En Bóveda de Toro la mayor parte de las construcciones tienen fachadas de ladrillo, relegándose el adobe a los muros laterales; se conservan algunas casas con fachada de barro en las que los vanos están recuadrados de ladrillo o de piedra. Las bodegas aparecen tanto debajo de las viviendas como separadas de éstas, excavadas en las laderas; en este último caso tienen pequeñas portadas de piedra.

En el sur de la provincia se sitúa Fuentesaúco, famosa por ser «buena tierra de garbanzos». Es una población claramente urbana en la que destaca la plaza mayor con sus soportales de piedra que sustentan una sola planta con balcón corrido con barandal de hierro. Dominan las casas de dos plantas en las que se mezcla el ladrillo y la piedra, que abunda en la construcción y aparece hasta en los edificios más sencillos. A las afueras de la población, en medio de los campos aún pueden verse algunos pozos con el abrevadero adosado, a pesar de que se van abandonando.

Faramontanos de Tábara no sólo destaca por conservar buenos edificios de arquitectura popular en los que la base de piedra, can­tos rodados, supera generalmente la altura normal del zócalo hasta llegar a la mitad de la planta baja o algo más, sino por el conjunto de bodegas con fachada o portada de piedra que se sitúa en una lade­ra junto al pueblo y que está, en su mayor parte, bien conservado.

Otros pueblos como Venialbo, Muelas del Pan, Corrales, Gallegos del Pan o El Cubo de la Tierra del Vino conservan algunas construcciones interesantes de arquitectura popular, semejantes a las del resto de la comarca.


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sábado, noviembre 25, 2006

Tierra de Campos


La Tierra de Campos ocupa la parte sureste de León, el noreste de Zamora, el noroeste de Valladolid y el suroeste de Palencia. Podemos delimitar la comarca de Tierra de Campos como el terri­torio comprendido entre los ríos Cea y Cueza, el Cerrato, los montes Torozos y los valles de Benavente, así como las tierras zamoranas del Pan y del Vino y los Páramos burgaleses.

El material más utilizado en la zona es el barro, que aparece en los pueblos en forma de adobe y tapial. La cubierta es siempre de teja curva, asentada con barro.
Los muros son siempre de barro, tapial o adobe, con escasos vanos al exterior. Los vanos se forman mediante cargaderos de madera empotrados en el barro; en las puertas y portones el car­gadero se apoya en los pies que hacen de jambas; en algunas par­tes del territorio la puerta de la casa se enmarca dentro de un paño de ladrillo, rematado en una pequeña cornisa o en un tejaroz; los portalones siguen las mismas características, siendo muy comunes las jambas formadas por pilastras de ladrillo.
Las casas son por lo común de dos plantas, que en los edificios asoportalados muy urbanos llegan a tres y en las construcciones más sencillas tienen sólo una planta y sobrado. La planta superior, cuando la casa no va asoportalada, suele volar ligeramente, en sale­dizo, sobre las vigas del forjado, quedando a la vista sus cabezas, generalmente decoradas. Esta planta suele presentar un muro de entramado de madera para aligerarlo. En las fachadas laterales apa­rece resaltada la chimenea de la gloria.

La distribución de la vivienda es: en la planta baja se sitúan la cocina, las dependencias auxiliares, la bodega –cuando no está subterránea–, la panera y otros almacenes, que­dando la superior para los dormitorios. Cuando la casa es sólo de planta baja los espacios se reducen y se sitúan en el mismo nivel, quedando el desván como panera. La existencia de patio es muy común, accediéndose desde él a la casa y a las cuadras y pajares; un portón permite la entrada al mismo desde el exterior. El sistema de calefacción es la gloria, como ya se ha señalado.

En los alrededores de las poblaciones de la Tierra de Campos se sitúan las bodegas y los palomares, que se estudian en el apartado de construcciones singulares.

Otro tipo de construcciones que aparecen en el entorno de las poblaciones son los casetos de campo, para resguardarse de las incle­mencias del tiempo o para guardar en ellos los aperos y herramien­tas. Son sencillos, cuadrados o rectangulares, con cubierta a una o dos aguas, según el tamaño; los más pequeños, de planta cuadrada, rematan en una falsa bóveda. La mayor parte de estas construccio­nes han desaparecido al abandonarse dada su falta de utilidad.

En el momento actual las construcciones de la Tierra de Campos, por ignorancia o por falta de profesionales, no están sien­do tratadas correctamente, las fachadas se pican y se recubren de cemento o se forran con ladrillo, lo que a la larga no es bueno ni para el tapial, ni para el adobe. Hoy, al recorrer esta comarca, hay que analizar muy bien todas sus construcciones para saber si son nuevas o están disfrazadas.

Las bodegas han sufrido, por un lado, el abandono de años, dada la falta de uso, lo que ha provocado su derrumbe, y por otro, la transformación en merenderos, levantándose nuevas fachadas y pequeñas casetas de hasta dos plantas sobre la entrada, lo que ha modificado la armonía de conjunto que marcaban en el paisaje.

Territorialidad

Sahagún es la población más importante de la Tierra de Campos en la provincia de León; conserva algo de su caserío a pesar de las múltiples renovaciones que se han llevado por delante la mayoría de su arquitectura popular; esto es notorio sobre todo en los soportales de su plaza y calles adyacentes, en los que poco queda de aquellos tradicionales, formados por un pie de madera, zapata y basa de piedra. La plaza de toros excavada en un cerro es una de las construcciones populares más interesantes de la Tierra de Campos.

Cerca de la anterior, Grajal de Campos mantiene mejores edifi­cios, a pesar de que las bodegas subterráneas que se sitúan bajo las casas han provocado el derrumbamiento de muchos de ellos; el adobe y el tapial dominan las construcciones; las puertas de entra­da se encuentran enmarcadas por ladrillo. Hay también algunos saledizos de amplio vuelo. Buenas casas de adobe y tapial se con­servan también en Escobar de Campos, uno de los pueblos más mimetizados con el paisaje, aunque son apreciables, por un lado, las renovaciones, y, por otro, el abandono de los edificios a causa de la emigración. Éstas han supuesto, como ya se ha apuntado en Sahagún, la sustitución de los soportales tradicionales por otros modernos como se aprecia en Cea, donde las casas de barro, adobe y tapial han quedado relegadas a almacenes, trasteros o depósito de aperos, cuando no son ruinas irrecuperables.
En San Pedro de Valderaduey y Sahelices del Río volvemos a encontrar la puerta peatonal separada del portalón de entrada del carro y de los animales; algunas están recuadradas de ladrillo, siguiendo la costumbre de la zona. Además, hay palomares en el entorno de los pueblos, se siguen viendo chimeneas de gloria, en uso, y algunas casas con la fachada totalmente de ladrillo.

Gordaliza del Pino mantiene aún gran parte del aspecto de los pueblos sencillos de Tierra de Campos: algunas bodegas a las afue­ras, palomares alrededor y casas de planta y desván o dos plantas alrededor de una iglesia parroquial, de ábsides mudéjares, y una ermita, con ladrillo en verdugadas y machones, y el relleno pintado de blanco. El ladrillo recuadra algunos vanos de ventanas y puertas y se emplea en gruesas y fuertes chimeneas; por lo demás todo barro.

En las tierras zamoranas destaca Villalpando, con su plaza por­ticada y un conjunto de casas bajas formando barrios a las afueras de la población, todo ello dentro de lo que fueron murallas y hoy sólo conservan dos puertas de entrada. Cerecinos de Campos es muy rural, lo que se aprecia en su caserío; a su alrededor hay bue­nos palomares y a las afueras se levantan las bodegas con singula­res puertas y zarceras.


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viernes, noviembre 24, 2006

Valles de Benavente

Alrededor de Benavente se sitúa un conjunto de valles que tie­nen características comunes. Limitan con Sanabria y la Carballeda por el oeste; la Tierra de Campos por el este; al norte están las tierras de La Bañeza, el Páramo leonés y los Oteros, y al sur las Tierras del Pan y del Vino. Hay que considerar estos valles como una continuación de las tierras de La Bañeza, con vegas más exten­sas y zonas llanas o mesetas entre ellas. Hacia el río Esla confluyen el Órbigo, el Tera y algunos de sus afluentes.

Los materiales son una continuación de las Tierras de la Bañeza; la piedra aparece en la parte baja de los muros, sobre ella se sitúa el barro en forma de tapial, rematando casi siempre en adobe. En construcciones del valle del Órbigo hemos visto entramado entre el adobe; las cubiertas son de teja. En los pueblos del norte de la comarca la piedra adquiere un mayor protagonismo, llegando a ocupar toda la planta baja.

Los edificios de esta comarca son, igualmente, una continuación de las tierras limítrofes leonesas, la casa agrícola con patio o corral por el que se accede a las dependencias auxiliares, construcción a la que ya hemos hecho referencia. Todos los edificios que forman el conjunto de la casa agrícola se organizan alrededor del patio, marcando por su número y tamaño el nivel económico de la fami­lia. Dominan las poblaciones los edificios de dos plantas, con la cocina, sala y comedor abajo, además de la bodega, y los dormito­rios arriba; la panera y los almacenes se pueden encontrar o repar­tir por ambas plantas. Un tipo interesante es el que sitúa el portón y la puerta de acceso a la vivienda una junto a la otra. Son escasos los ejemplos de casas de planta baja.

La casa da al patio mediante un corredor o solana, que en algu­nos casos llega a formar ángulo; debajo de la solana aparece un pórtico formado por los pies derechos sobre los que se sustenta; al patio se abren todas las dependencias. Destaca lo que hoy suelen llamar cocina de matanza, por usarse ahora para estos menesteres; es la cocina antigua, la de suelo, y en ella se hace fuego para curar la matanza que se cuelga en el techo, del que ha desaparecido, en muchos casos, la campana de la chimenea. Las cuadras suelen tener una entrada directa desde la calle y otra desde el patio o corral. El pajar va sobre la cuadra y puede llegar a ocupar la parte superior del portalón de entrada, quedando entonces el boquero para meter la paja encima del propio portón.

Las bodegas se sitúan generalmente fuera de las casas, excavadas y agrupadas en una ladera. (Se analizarán en el apartado de cons­trucciones singulares). Hay agrupaciones interesantes y su conser­vación es desigual. En algunos pueblos el conjunto de bodegas es seña de identidad. Los palomares se sitúan en el entorno de los pueblos, en número no muy alto, siendo de planta cuadrada o rec­tangular y cubierta a un agua. Se repite una decoración hecha con ladrillo en el remate del tejado.

Territorialidad

En el valle de Valverde, alrededor del río Castrón, se sitúan diversas poblaciones en las que podemos encontrar todas las carac­terísticas apuntadas anteriormente. Hay que señalar el predominio el tapial sobre el adobe, algún recerco de ladrillo alrededor de ven­tanas y puertas, tejadillos sobre las puertas y portalones y grandes chimeneas. Destacan Mózar, Navianos, Santa María y Morales de Valverde.

En Villaveza de Valverde se levanta un conjunto de palomares, la mayor parte de ellos arruinados, en los que aún podemos ver la interesante decoración de la cumbre del tejado. En el interior del pueblo se conservan tapias protegidas con bardas.
La piedra aumenta en Villanueva de las Peras, llegando en algu­nos casos a la mitad de la planta baja. Hay portalones protegidos por muros salientes de la fachada y hornos de barro exteriores e interiores, con tejadillo protector sobre pies de madera.

Los pueblos del valle del Tera, a la vera de la carretera de Galicia, han sufrido el influjo de ésta y mantienen en pie escasos ejempla­res de arquitectura popular. Sólo en Santa Croya y Camarzana vemos edificios tradicionales; en el primero destaca un horno semicilíndrico de piedra y adobe y en el segundo hay corredores exteriores, por lo general bastante deteriorados, y chimeneas de gran tamaño.

En torno al Arroyo de la Almucera se configura el valle de Vidriales, un territorio algo más seco que los anteriores. Santibáñez de Vidriales es una población amplia con calles más bien anchas, típicas de territorios llanos. Aparece con fuerza el corredor exterior, con ejemplares de gran tamaño, bastante dete­riorados o arruinados, en los que se conservan aparecen balaústres. Hay una doble galería superpuesta. Rosinos de Vidriales, junto a un importante yacimiento romano, levanta un caserío con más piedra en sus muros, que llega en algunos casos a ocupar toda la planta baja; además encontramos algunas galerías exteriores arrui­nadas, chimeneas importantes de barro, tejadillos, tejaroces y un buen conjunto de bodegas. Fuente Encalada se sitúa en una lade­ra, sus calles son algo más estrechas y la piedra tiene mayor impor­tancia; seguimos viendo corredores exteriores e interiores y tejadi­llos sobre las puertas; las bodegas tienen portadas de piedra bastante cuidada.

Arrabalde, conocida por el hallazgo de un importante tesoro alto-medieval, tiene calles estrechas y tortuosas que se adaptan a la lade­ra en la que se sitúa, en las casas domina la piedra en la planta baja, mientras la alta es de tapial, con fuerte color rojizo; hay chimeneas muy destacadas. En Santa María de la Vega empieza a verse algún esbozo de entramado entre el adobe y el tapial de la planta alta y vuelve a aparecer el corredor exterior, pero de forma testimonial.

Mención especial merece Morales del Rey que, como las ante­riores, se adapta a un terreno más movido, al ocupar la ladera del valle. Aquí las calles se estrechan y empinan; las casas cambian de altura según la parte de la calle que ocupen, y la arquitectura popular está abandonada o arruinada, conservándose algún entra­mado sencillo en la planta superior. Las bodegas, situadas en la ladera de enfrente del pueblo, son las más importantes de toda la comarca y las mejores de la Comunidad, compitiendo con El Perdigón, localidad cercana a Zamora capital; cerca de doscientas bodegas se reparten en tres barrios. La ladera está cuajada de puer­tas, ventanas, zarceras y ventanos, la mayor parte de ellas con su tipología original y escasas construcciones disonantes. Como seña­la J. J. Fernández, en Morales del Rey

"se sigue haciendo vino por los propios campesinos, que celebran en las bodegas sus reuniones de peñas de amigos, principalmente los domin­gos, y más frecuentemente en época lluviosa. Esta utilización social de la bodega alcanza su apogeo el día de San Marcos (25 de abril), con la celebración de la Fiesta del Tortillero".

Pobladura del Valle conserva un buen conjunto de edificios agrí­colas en los que la piedra de laja adquiere protagonismo, pero el tapial y el adobe siguen siendo los materiales dominantes. Las bodegas son numerosas y semejantes a las vistas.


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El Páramo leonés y Los Oteros

El Páramo leonés y los Oteros se sitúan al suroeste de las Tierras de León, entre el río Órbigo y la Tierra de Campos; son terrenos adustos y secos, escasos de arbolado. El primero, el Páramo, en los momentos actuales, gracias a los planes de rega­dío se ha convertido en zona cultivable. Los Oteros presentan, como característica, su configuración en pequeños «oteros» que ofrecen al paisaje unas ondulaciones que señalan su singularidad; estas ondulaciones se suavizan a medida que nos desplazamos hacia el sur, distinguiéndose dos zonas, la norte y la sur.

Por el medio de estas dos subcomarcas o territorios discurre el río Esla, alrededor del cual se crea una pequeña y fértil vega que, a pesar de centrar un buen número de poblaciones, es una zona que queda absorbida por los territorios cercanos.

Los muros de las construcciones siguen siendo de barro, adobe y tapial, material de aparece en todo tipo de edificios, dominan­do la imagen de los pueblos; el barro se asienta sobre un zócalo de cantos rodados. En algunas viviendas de mayor nivel econó­mico puede aparecer el ladrillo configurando la fachada. La teja es el material de cubierta. Los árboles de la zona son escasos, apareciendo el rebollo, el chopo en las riberas, algunos castaños y nogales en los pueblos, encinas y negrillos; estos últimos, en franco declive por enfermedad, han sido los más usados para las bodegas.

La casa dominante en toda la comarca es la casa agrícola con patio o corral al que dan las dependencias auxiliares, marcando por número y tamaño el nivel económico de la familia. Son escasos los ejemplos de casas de planta baja, dominando las poblaciones los edificios de dos plantas, con la cocina, sala y comedor, si lo hay, abajo, además de la bodega, y los dormito­rios arriba; la panera y los almacenes se suelen repartir por ambas plantas. La casa puede tener un acceso directo desde el exterior o acceder a ella por el patio. Un tipo interesante es el que sitúa el portón y la puerta de acceso a la vivienda una junto a la otra. Encima de las cuadras se sitúa el pajar. Al patio se abre también el corredor o solana, sustentado generalmente sobre pies derechos, creándose a veces un cobertizo o soportal para al carro y los aperos.

El sistema de calefacción tradicional es la gloria, pero las coci­nas calefactoras y calefacciones de agua han relegado su uso, lo que se aprecia en el deterioro y desaparición de las chimeneas que iban al exterior del edificio.

Las bodegas se sitúan fuera de las casas, generalmente, agru­padas todas a las afueras del pueblo, excavadas aprovechando una ladera cercana. Actualmente su estado de conservación ha pasado de un período de abandono, a causa de la creación de cooperativas vinícolas, a otro de remodelación que ha elimina­do en muchos casos elementos interiores como la prensa y ha reformado el exterior llegando a levantar casetos de dos plantas, transformándose en pequeños merenderos.

En el entorno de los pueblos se levantan los palomares, sobre todo en la zona de los Oteros, donde su cantidad y variedad hace, de este territorio, uno de los más interesantes de cara al estudio de este tipo de construcciones. Aquí podemos encontrar todo tipo de formas, circulares, cuadrados, rectangulares... con patio y sin patio, con tejado a un agua, a dos, a cuatro, escalo­nado... y algunos poligonales o de forma mixta. Muchos de ellos están dejados a su suerte y se van arruinando lentamente, sien­do sólo una parte los que se dedican a la crianza de pichones, ¡una lástima!, dado el exquisito sabor de su carne.

Territorialidad

La localidad más famosa de todo el Páramo leonés, al tratar la arquitectura popular, es Ardoncino, gracias al trabajo del arquitec­to G. Fernández Balbuena''. Hoy, de lo reseñado queda poco, muchos de sus edificios están renovados, enfoscados y pintados de blanco, dejando a la vista sólo el recuadro de ladrillo de los vanos y el zócalo, éste recubierto de un horrible placado de piedra; las casas con el barro a la vista se encuentran, generalmente, abando­nadas o en ruinas. Se conserva una enorme chimenea de ladrillo que se corresponde con la cocina de suelo en un edificio de plan­ta baja. La iglesia, con acusado carácter popular, se mantiene tal como la vio G. Fernández Balbuena. Las bodegas están a la salida del pueblo en una ladera.

En Banuncias encontramos tejadillos protegiendo las puertas de entrada a las casas y tejaroces sobre los portones, dentro de amplias calles, con grandes casas agrícolas. La iglesia de Cillanueva, como la de Ardoncino, tiene un pórtico claramente popular, algo dete­riorado. Fresnellino mantiene en pie grandes casas agrícolas con la casa bien diferenciada de la zona agropecuaria marcada por el por­talón carretal, la mayor parte de ellas renovadas, algunas con cierto gusto. Valdevimbre ha tenido siempre fama por sus vinos y sus bodegas, las más interesantes, algunas de las cuales se han convertido en establecimientos de hostelería —bares y restaurantes— con cierto respeto para su estructura; se conservan sus frentes de barro con arcos de medio punto hechos con adobe, así como la bóveda de entrada; en ocasiones las arcadas son de ladrillo y el relleno de canto rodado. Las casas mantienen el mismo esquema de los pueblos anteriores.

En el resto de la comarca seguimos viendo edificios que mantienen los mismos parámetros: muros de tapial, ruinas, grandes casonas agrícolas, la mayoría renovadas. En Laguna de Negrillos estas casas se adosan formando calle; La Antigua se sitúa bajo la protección de su iglesia colocada en alto, con calles anchas y amplios edificios; hay un interesante palomar formando ángulo; en Mansilla del Páramo tenemos soportales aislados en algunas casas, y en Villadangos del Páramo el tratamiento de algunas fachadas tiene un dibujo geométrico a modo de esgrafiado.

Villamañán es una villa con cierto señorío que se aprecia en sus grandes casas, una de las cuales recoge en planos J. L. García Grinda"; las plazas Mayor y de la Leña se encadenan entre sí y se prolongan en calles amplias con buenos soportales sobre pies de madera con zapatas labradas. A las afueras se sitúan las bodegas, que forman conjuntos importantes en todas las poblaciones de la Vega, destacando el de Villademor de la Vega, por su amplio número y por la conservación de muchas de ellas, que se mantie­nen entre renovaciones.

La villa de Toral de los Guzmanes, bajo el peso de su palacio con muros de tapial, es la que conserva mejor su aspecto agrí­cola, la menos renovada; se conservan en pie algunos soportales y grandes casas agrícolas, los muros son de tapial, con algo de adobe, dinteles de madera o ladrillo, que a veces recuadra la puerta, el portón y los vanos; son casas de dos plantas, sin pre­tensiones.

Los pueblos de los Oteros tienen calles amplias que forman ensanchamientos o plazuelas, entre los que se reparten las casas agrícolas de dos plantas, de tapial o adobe, en muchos casos reno­vadas, con la fachada paleteada de cemento, que llegan a formar manzanas compuestas por dos o tres casas. En las afueras se sitúan las bodegas y en el entorno se reparten los palomares. Estas carac­terísticas se repiten en Cubillas, Velilla y Fresno de la Vega. En San Justo de los Oteros se conserva la ermita de San Roque, que tiene un pequeño porche en el hastial. Las bodegas de Nava de los Oteros mantienen parte de su esencia original y ofrecen desde lejos ese aspecto fantasmagórico del terreno alomado con sus zarceras.

Gusendos de los Oteros nos ofrece el tono terroso de su con­junto, coronado por leves montículos de bodegas, que ocupan las lomas u oteros que rodean el pueblo; en los tejados aparecen cor­tafuegos que separan casas y pajares.

La capital de la comarca es Valencia de Don Juan, localidad que ha perdido casi todo su carácter popular en favor de un paisaje más urbano; tras la desaparición de las iglesias de Santa Marina y San Juan se han ido muchos de los edificios que las rodeaban con sus muros de tapial y sus soportales. Hoy sólo se ve alguna casa aisla­da, alguna bodega y uno o dos palomares. La plaza de toros es la construcción más popular. En Castrofuerte se conserva un buen número de casas populares, dentro de un trazado de claro carácter urbano, que repiten el mismo tipo de edificios citados anterior­mente. Mención especial merece el urbanismo de Villaornate, que presenta una estructura de calles de tipo reticular, con cuatro lar­gas calles comunicadas por otras más pequeñas perpendiculares, todas ellas de buen tamaño; en este trazado regular se reparten casonas agrícolas de tapial y adobe.

Campazas tiene palomares en su entorno, bodegas en una lade­ra, enfrente de la iglesia y algunas casas con una estructura y com­posición de fachada como las ya vistas. Sobre un pequeño otero, que presenta una cortadura por uno de sus lados, se sitúa Valderas; en lo alto, en el entorno de lo que fue el castillo, están las casas más populares, de planta baja, con fábrica de adobe y bastante modifi­cadas; esta zona presenta calles estrechas, con fuerte pendiente; las casas hidalgas se mezclan con otras más populares y las fachadas de piedra y ladrillo con otras de tapial; en la Plaza Mayor se conser­van soportales tradicionales, aunque se han perdido varios, entre ellos, el que nos dejó en planos J. L. García Grinda'9, hundido hace años a causa de la ruina de su bodega subterránea; la zona más moderna presenta calles amplias con plazas o plazuelas en las que abundan los soportales, algunos con arcadas de medio punto, pero dominando los que se sustentan en pies de madera; son comunes los entramados rellenos de ladrillo o de adobe y los sale­dizos, así como las bodegas bajo las casas.

En la zona sur de los Oteros volvemos a encontrar calles amplias con plazuelas o ensanchamientos y grandes casas agrícolas, así como bodegas y palomares en el entorno. Así tenemos Gordoncillo, Fuentes de Carbajal, Carbajal de Fuentes, Valdemora, Matanza y Valdemorilla. En ésta última destaca la casa agrícola de la coopera­tiva San Martín, recogida en planos por J. L. García Grinda.


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lunes, noviembre 20, 2006

Tierras de León

Esta comarca recoge la zona central de las riberas de los ríos Cea, Esla y Porma, así como el curso final del Curueño, Torío y Bernesga. Es el territorio que se extiende al sur de la Montaña oriental y de la Montaña central, desde la provincia de Palencia hasta las Tierras de Astorga, estando limitado al sur por el Páramo y los Oteros.

A pesar de la homogeneidad que se produce en la comarca hay que distinguir en ella algunas zonas o subcomarcas; cada zona viene a coincidir con uno de los valles. Así tenemos la zona de Almanza, que ocupa el valle del Cea; Rueda en el valle del Esla; el Condado en el valle del Porma, los valles del Curueño, el Torío y el Bernesga, y el alfoz de León.

La composición del suelo marca los materiales que encontramos en las construcciones de esta comarca: dominan el barro, adobe y tapial, sobre una base o zócalo de cantos rodados; en la parte más al norte, la cercanía de la montaña propicia el dominio de la piedra, que va dando paso poco a poco al uso del barro; en la zona más al este el entramado adquiere relevancia, estando casi siempre relleno de adobe.

La cubierta es siempre de teja, habiendo ya desaparecido totalmente los «teitos» que hasta hace unos años se encontraban en la zona norte de la comarca.

Las casas siguen los esquemas generales de las comarcas centrales. Sin embargo hay que señalar algunas diferencias y evoluciones que se dan en los edificios a medida que se desciende por los valles. En la parte más al norte de la comarca se aprecia una influencia de las zonas montañosas; encontramos casas de corredor, en las que éste sigue siendo la referencia del edificio, casi siempre volado sobre las vigas del forjado.

Aguas abajo, la casa agrícola va adquiriendo importancia, con su patio o corral al que se abre el corredor o solana, complementándose con las cuadras, el pajar y otras dependencias auxiliares. Al sur y en las casas de alto nivel económico el corredor aparece en forma de soportal extendiéndose a alguno de los lados contiguos. Este soportal sirve para resguardar el carro y los aperos.

El patio es el centro de la vida de la casa dado que por él se comunican todas las dependencias. El acceso se realiza por un portón, unas veces protegido por un tejaroz, otras con un tejadillo sobre el mismo y también dando paso al soportal del patio. En dicho portón suele aparece en una de las hojas una puerta peatonal; en ocasiones, esta puerta peatonal se sitúa al lado del portón dando acceso directo a la vivienda.

La cercanía a las tierras palentinas produce en la parte este, en el área de Almanza, el empleo de fábricas mixtas con entramado de madera relleno de adobe, que es algo poco común en el resto de la provincia y que sólo se extiende por la zona de Rueda.

Los palomares aparecen en el norte de la comarca pero de forma meramente testimonial, extendiéndose su construcción a medida que nos desplazamos hacia el sur, siendo frecuentes los de planta redonda. Las bodegas, por su parte, sólo se hacen presentes en la parte meridional de la comarca, dado que las viñas no se cultivan en los territorios más al norte, formando, en ocasiones, interesantes conjuntos tanto por el número de bodegas como por el tratamiento de éstas.

Territorialidad

En la ribera del Cea, Calaveras de Abajo y Calaveras de Arriba mantienen un buen número de edificios de barro, generalmente adobe de un color bastante fuerte, frotesados con otro barro más rojizo, lo que proporciona un cromatismo muy agradable. Hay muros de entramado rellenos de adobe. El canto rodado de los zócalos adquiere a veces una buena altura; las vigas de los forjados asoman sus cabezas al exterior; se conservan hornos y pasadizos.

A la vera de su iglesia, del siglo xvi, Villamartín de Don Sancho levanta un caserío que aún mantiene en pie un buen número de casas agrícolas. Los muros presentan formas suaves, unas veces por el tratamiento del material y otras por el paso del tiempo que va limando las aristas; los forjados de madera asoman sus cabezas al exterior de los muros, rompiendo la monotonía del barro; junto al portalón carretal está la puerta y las chimeneas de adobe aparecen desnudas, sin la protección del ladrillo.

La villa importante de la ribera del Cea es Almanza, que tiene los soportales de su plaza totalmente renovados, lo mismo que la mayor parte de sus edificios. A medida que nos acercamos hacia Puente Almuhey empieza a aparecer la piedra en las esquinas y puertas como en Villamorisca, aunque aún quedan pueblos dominados por el barro como La Vega de Almanza, La Riba y Cebanico.

En la parte alta del Esla está el territorio de Rueda, que mantiene las mismas características. En Cubilla de Rueda se conservan aún tapias cubiertas de bardas; en Villahibiera se suele separar la puerta peatonal de la puerta carretal formando juntas una composición que ya vimos en las Riberas palentinas; en Quintanilla de Rueda y Santa Olaja de Eslonza, hay hornos exteriores y en Vidanes empiezan a verse algunas solanas en la fachada. Mención especial merece Valdealiso, que conserva un aceptable conjunto de casas en adobe bien conservadas; destacan en el lugar los encerraderos situados en los montes cercanos, uno de los cuales ha sido dibujado por J. L. García Grinda y en la actualidad ya ha sido reformado. En Villacidayo, además de algún horno exterior y chimeneas de gloria, se empiezan a ver entramados; en el interior de las grandes casas agrícolas se abren galerías sobre pies derechos. Palazuelo de Eslonza destaca por sus grandes casas agrícolas con amplio patio en el que se sitúa un pórtico corrido que llega a ocupar tres lados.

Garfín conserva buenos edificios y ofrece gran variedad de formas y detalles; podemos ver entramados, vanos pequeños, galerías abiertas a los patios, tapias protegidas por bardas, y hornos en la primera planta, tanto al exterior como al interior, con tejadillo protector, sobre postes de sustentación, abiertos, o cerrados por muretes de barro; estos hornos coinciden con la cocina antigua en la que se sitúa una campana de encestado recubierta de barro. A la entrada del pueblo hay un buen grupo de casetos de era, algunos con postes exteriores de refuerzo. San Bartolome de Rueda es una pequeña población semiabandonada que conserva, dentro de su soledad y sus ruinas, casas bajas y alguna de dos plantas en la que aparece el corredor exterior, como influencia de la cercana montaña.

La villa de Mansilla de las Mulas, amurallada en el siglo mi, es famosa por sus mercados medievales que, en cierta manera, han llegado hasta nosotros; herencia de ellos son sus plazas porticadas: la plaza del Grano, que encadena varios espacios en los que aún se conservan soportales clásicos y modernos; la Plaza de la Leña, un espacio más rectangular y la Plaza del Pozo, la más chica de las tres; las casas son, generalmente de dos plantas, con más balcones que ventanas, buhardillas en el tejado y pies de madera con zapatas, en los soportales, algunos sustituidos por pilastras de ladrillo como refuerzo de la estructura; los edificios modernos desdicen del conjunto.

Las grandes casas agrícolas, con patio o patios interiores en los que se sitúa el corredor y al que se abren todas las dependencias: cuadras, cochiqueras, cobertizo para el carro y los aperos, cocina de matanza (antigua cocina de suelo...) dominan los pueblos del entorno de Mansilla de las Mulas; encontramos buenos ejemplos de esto en Villacontilde, Valle de Mansilla y Vega de los Árboles, por encima de Mansilla de las Mulas, y en Mansilla Mayor y Villaverde de Sandoval, cerca de la confluencia del Porma y el Esla; Villanueva de las Manzanas afrece además una estructura urbanística algo dispersa y Villamoros de Mansilla conjuga grandes casonas agrícolas con interesantes soportales a orillas de la carretera, alguno de los cuales corresponde a un parador para arrieros o carreteros.

El Condado ofrece gran uniformidad. Sus casas se atienen a lo apuntado, grandes edificios agrícolas, que en casi su totalidad están reformados y encalados; ejemplo de esto son Vegas del Condado, San Cipriano y Villafruela del Condado; sólo en Villamayor del Condado hemos encontrado un buen número de casas de tapial y adobe sin remozar, con doble puerta, peatonal y carretal, y casetos de era.

En la ribera del Torío seguimos viendo solanas sobre soportal en el patio. El adobe y el tapial se asienta sobre un zócalo de canto rodado, pero aquí aparece además algo de piedra en tapias y recuadros de vanos. En Pardavé la piedra ocupa la planta baja y las esquinas del piso superior, mientras en Manzaneda ocupa sólo la planta baja o gran parte de ella, siendo el resto de adobe, con algún entramado de madera; San Feliz de Torío conserva una interesante arquitectura en la que aparecen soportales y alguna galería; en Villanueva del Árbol, estos soportales son cobertizos para el carro y los muros, de tapial, rematan en adobe.

La ribera del Bernesga no difiere de las anteriores. En la parte más al norte, la cercanía de la montaña se nota en el dominio de la piedra y la aparición de corredores, como en Cascantes, donde se conservan algunas galerías remodeladas o deterioradas, que son testimonio de que años atrás abundaban en el pueblo; La Seca, con un trazado abierto de calles amplias, también mantiene en pie algunas solanas. Santibáñez del Bernesga se asienta en una pequeña ladera, lo que marca el trazado de sus calles, algunas de ellas en cuesta; la piedra disminuye algo, viéndose mucho adobe, sobre todo en las medianerías, el ladrillo recuadra los vanos; hay algunos tejadillos sobre las puertas y galerías en los patios.

León, capital, ha perdido la mayor parte de la arquitectura popular que había en el entorno de la iglesia de Santa Ana, de la que la pícara Justina señala que es semejante a la de su pueblo, Mansilla de las Mulas; sólo se conservan algunas construcciones sencillas en los barrios de San Lorenzo, Santa Marina y el Mercado, destacando en este último la plaza del Grano, aunque muy reformada.

De toda la comarca la zona más singular es la Sobarriba, donde los edificios son de un tamaño más reducido; siguen los patios con cobertizos sobre postes y las puertas se dividen separando la puerta carretal de la puerta peatonal. La cercanía a León ha provocado la desaparición de casi toda la arquitectura popular; se salvan solo Villafeliz de la Sobarriba y Villalboñe, que conservan un buen conjunto de edificios de tapial y adobe.


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sábado, noviembre 18, 2006

Vegas, páramos y llanura

Las tierras de Astorga y La Bañeza

Tierras de León

El Páramo leonés y Los Oteros

Valles de Benavente

Tierra de Campos

Las Tierras del Pan y del Vino

Sayago

Campo de Vitigudino, La Armuña y Campo Charro


Construcciones singulares

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Las tierras de Astorga y La Bañeza

Las tierras de Astorga tienen al norte la Cepeda y al sur la Maragatería; por debajo, las tierras de La Bañeza recogen los valles de la Valduerna, Valdejamuz y Valdería y la ribera del río Orbigo en el este. Este conjunto de territorios limita al norte con la Montaña occidental leonesa, al oeste con el Bierzo y la Cabrera, al este con las tierras de León y el Páramo leonés, al sur con los valles de Benavente. Es una amplia comarca que marca el paso de la montaña a las llanuras centrales, participando con ello de las formas y materiales de ambos territorios. Por ello evolucionaremos desde la casa montañesa, con la piedra como base, a la casa agrícola de las llanuras, con el barro como material de construcción.

El material de construcción en la comarca varía, por lo tanto, desde el barro en forma de adobe y tapial, importante al este, hasta la piedra caliza y pizarrosa de la zona occidental; y la cubierta va de la pizarra a la teja siguiendo la misma orientación.

La casa más común es la casa agrícola con patio interior. La vivienda ofrece a la calle una parte amplia del edificio y es frecuente que tenga una puerta de acceso desde la misma calle; por lo general, en la fachada interior que da al patio se sitúa el corredor, que llega a desarrollarse en más de uno de sus lados, creando un porche bajo su amplio vuelo. En algunos territorios este corredor se desplaza a la fachada, pudiendo duplicarse, uno interior y otro exterior. El tamaño del patio está en relación con la actividad de los habitantes de la comarca, siendo más amplio en la Maragatería, dado que en el mismo debían recogerse los carros y recuas del arriero, configurándose a su alrededor las dependencias auxiliares. En algunas zonas las cuadras y pajares salen del conjunto y se desplazan fuera de la población formando agrupaciones singulares.

Las construcciones de cubierta vegetal, hace unos años muy comunes en la Cepeda, Maragatería, y parte alta de la Valduerna y Valdería, están prácticamente desaparecidas, conservándose sólo en algunos ejemplares destinados a cuadras o pajares. En las casas de «sobera», término con el que se conoce en esta comarca a las cubiertas de paja, lo más característico era la situación de la cocina, en un extremo del edificio, formando como dice J. L. García Grinda

"un elemento que la caracteriza aquí, al menos en un número significativo, describiéndola como una casa con cúpula sobre la cocina, a modo de joroba de camello, de modo que esta elemental descripción es la que normalmente se ha empleado para identificarla... La solución más específica consiste en levantar un tramo de la fachada en forma de testero para facilitar la elevación de la cumbrera que forma un pico".

La casa arriera maragata es una transformación de la casa agrícola al servicio de la arriería. Los maragatos, según Gómez Moreno representan

"una casta de gente sobre cuyo origen se ha fantaseado en grande, ya tomando por fundamento el traje, ya etimologías caprichosas y textos antiguos bien oscuros. No hay derechamente razón para concordar a los maragatos con los faramontanos de Malacoria o Malacuera, que pasaron a Castilla en 814, según consignan los Anales complutenses y toledanos; el curioso traje es una moda superviviente del siglo XVII, y, en cuanto a etimologías la única racional que se me ocurre es de mercader (mercator, mericator), pues téngase en cuenta que el nombre no es local, sino que se les atribuyó en las regiones castellanas, donde los maragatos desarrollaban su instinto mercantil y de trajería que les singularizaba. El nombre topográfico de la región es Somoza, antiguo Somotia".

Dicha casa presenta la vivienda en dos plantas; un portalón carretal da acceso al patio, al que se abre el corredor, pudiendo disponer la vivienda de una puerta independiente desde la calle; bajo el corredor se sitúa un espacio porticado para los aperos y las carretas. La cocina, heredera de la casa de sobera, se sitúa en un extremo o ángulo, ocupa las dos plantas con una gran chimenea y alrededor hay un balcón para el curado de la matanza con acceso propio. Hoy las cocinas que se conservan se destinan solo al curado de la matanza y así se denominan; la cocina actual ocupa otra dependencia.

Las bodegas aparecen en la parte sureste de la comarca, en la Valdería y el Jamuz, y siguen las mismas pautas de todas las bodegas-cuevas, excavadas en una ladera cercana a la población. En las viñas suelen levantarse casetos para los aperos. Los palomares aparecen también al sureste de la comarca y ocupan una mayor extensión que las bodegas. Suelen ser cuadrados o rectangulares con cubierta a un agua.

Territorialidad

La Cepeda refleja el paso de la montaña a las tierras llanas. San Feliz de las Lavanderas tiene pequeños corredores y solanas exteriores, en edificios amplios de muros de piedra, algunas veces encalados, y cubiertas donde la pizarra alterna con la teja. En Quintana del Castillo, empiezan a aparecer las casas de grandes patios con solanas abiertas a los mismos y portalones de acceso, construidas en piedra; grandes bloques enmarcan los vanos; además, algunas casas cuadradas y compactas, con los pajares adosados, que tuvieron cubiertas vegetales. El barro empieza a aparecer a la altura de Sueros de Cepeda, con un color muy rojo, con más tapial que adobe; la población es alargada, con renovaciones y encalados, cubriéndose las casas con tejas mas que con pizarra; los patios son el centro de las construcciones; alguna solana exterior. En Castrillo de Cepeda se cuida la piedra de los zócalos que a veces se eleva reforzando las esquinas y recuadrando los vanos; hay dos tonalidades en el tapial, una ocre y otra rojiza, lo que resalta su plasticidad.

El paso a la Maragatería queda marcado por la vuelta a la piedra como material de construcción. El Camino de Santiago cruza la comarca, lo que se aprecia en el trazado de los pueblos situados a orillas del mismo, cuyo caserío se congrega alrededor de la calle real; en el resto, las casas tienden a la disgregación y crean amplios espacios a modo de plaza. Santiago Millas, con sus dos barrios separados, es un buen ejemplo de esto. En ellos se asientan grandes casonas arrieras, de amplios patios y tejados con las cumbreras pintadas de blanco y portones semicirculares; en el barrio de arriba se conserva la casa del «Maragato Cordero», un edificio culto que reúne las esencias de la arquitectura popular.

Castrillo de los Polvazares es la población más conocida y popular de toda la Maragatería, conserva gran parte del empedrado antiguo de las calles, destacando la calle real, Camino de Santiago, a la que se abren los portones de las casas; son edificios amplios y representativos, que tienen los vanos recuadrados de blanco y la carpintería pintada de verde; hoy es una localidad turística en la que ha desaparecido toda actividad agraria. San Martín de Agostedo y Murias de Pedredo conservan algunas cubiertas de paja, «sobera», en edificios auxiliares, con hastiales escalonados; también, amplias casas arrieras, con solanas exteriores.

Otra localidad destacada es Santa Colomba de Somoza, con un importante caserío en el que aparecen al exterior ricos corredores cerrados, galerías, pintados de azul, color dominante de las carpinterías de esta villa; además, casas arrieras con solanas interiores y algunas con la cocina antigua completa, pero abandonada. Hacia el suroeste va apareciendo la pizarra, que en Luyego ocupa los aleros de las cubiertas; las casas arrieras son mas pequeñas y en muchos casos las solanas salen al exterior; la ermita de los Remedios tiene elementos populares entre los que hay que resaltar el soportal levantado a su lado, creando una plaza para el mercado y la romería, que congrega en torno a la Virgen no sólo a la comarca sino también a las limítrofes. Quintanilla de Somoza es otra localidad emblemática, con buen caserío, algo más de pizarra en sus cubiertas, calles empedradas modernamente, galerías, hornos exteriores y buhardillones. Acercándonos al Teleno encontramos Lucillo, que cubre ya sus casas sólo con losas de pizarra y coloca las solanas en las fachadas, algunas veces con tablazón, recordando las construcciones del Bierzo; la piedra pizarrosa, colocada en lajas, alterna con la caliza, lo que crea muros de gran plasticidad.


Al sur de la Maragatería discurre el valle del río Duerna o Valduerna, en ella se siguen manteniendo las casas de tipo agrícola, con su patio y, abierta al mismo, la solana. Los muros son de piedra en las poblaciones más cercanas el Teleno, como continuación de la Margatería. Priaranza de la Valduerna ofrece un color rojizo en sus muros a consecuencia no sólo de las piedras, sino también del barro con que se asientan; se conservan corredores interiores en los patios y restos de otros al exterior de las casas, en la fachada, todo ello situado en un espacio urbano de calles amplias. Tabuyo del Monte, por su parte, presenta una estructura aún más abierta, con un aspecto más urbano. Descendiendo río abajo, el barro se incorpora poco a poco a los muros de las casas, hasta llegar a ser el material dominante. La mayor parte de los edificios han sido remodelados y reformados por lo que, en los asentamientos del centro del valle, se conserva poca arquitectura popular, destacando algún tejadillo sobre las puertas, los casetos de las viñas o la incorporación del portalón al cuerpo del edificio, con lo que el patio pasa a la parte posterior. En Palacios de la Valduerna el barro domina los muros, quedando la piedra para los zócalos y el ladrillo para recerco de los vanos; se conserva un interesante molino.


En el valle del Jamuz el material de construcción de los edificios varía a medida que descendemos siguiendo el curso del río; en la cabecera, la piedra está muy presente, ocupando en algunos casos toda la planta baja como se puede ver en Jiménez de Jamuz, pueblo muy conocido por sus alfares, hoy casi todos renovados; sus bodegas se colocan formando una o dos filas en una ladera. Villanueva de Jamuz, dominado por las ruinas del castillo, se dispone en calles anchas y espaciosas, con casas de tapial asentado sobre piedra que sube por encima del zócalo; hay tejadillos sobre las puertas. La villa de Alija del Infantado tiene dos zonas diferenciadas, cada una alrededor de uno de sus templos; en la ladera, junto a las bodegas y la iglesia de San Esteban se concentra un caserío sencillo, con casas agrícolas no muy grandes en muchas de las cuales se conservan las chimeneas antiguas. Las calles de la vega son amplias, las casas desarrollan un mayor tamaño, con patio interior, y en la plaza mayor, muy modernizada y porticada en alguno de sus lados, se levantan la iglesia de San Verísimo y el castillo; en la población se conservan algunos corredores.

La Valdería es el valle más al sur de la provincia y como en el anterior el material de construcción pasa de la piedra al tapial. En Castrocontrigo todas las fachadas son de piedra y en algunas de ellas se conservan corredores de madera, recordando las tierras de la cercana Cabrera; el caserío se extiende a lo largo de la carretera en una estructura claramente lineal. A medida que descendemos las galerías van desapareciendo de las fachadas para pasar a los patios interiores de las casas agrícolas; aún queda alguna en Felechares de la Valdería, donde destaca el conjunto de pajares que ocupan un lateral de una larga calle; hasta hace unos años muchos de ellos tenían cubierta vegetal, hoy sustituida por la teja. San Félix de la Valdería sigue dominada por la piedra, apareciendo grandes portalones de acceso a los patios y casas de planta baja, todo muy mimético y uniforme. El tapial aparece con intensidad en Castrocalbón, donde ocupa la planta alta de los edificios, muchos de los cuales están revocados; hay galerías en los patios interiores y algún entramado
La fertilidad de la tierra cercana al río Órbigo hace que las casas de este territorio sean en su totalidad de tipo agrícola, con patios de buen tamaño en los que aparecen amplias solanas en muchos casos sustentadas por pies derechos y que ocupan por lo general más de un ala del edificio. Destacan las poblaciones de Huerga de Garaballes y Viloria de Órbigo como las mejor conservadas y las que tienen mejores ejemplares de arquitectura popular.


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miércoles, noviembre 15, 2006

Casa semicircular de Laciana

En el histórico valle de Laciana, al noroeste de León y en algún pueblo cercano de la comarca de Babia se conservó hasta el segundo tercio de este siglo un tipo de edificio muy singular que merece ser analizado.

Lo mismo que la casa anterior esta construcción sólo puede analizarse por las descripciones, dibujos y representaciones que han llegado hasta nosotros. El último edificio de estas características se derrumbó poco a poco hace unos veinticinco años en Caboalles de Arriba, siendo otra de Sosas de Laciana, desaparecida en los años cincuenta, la que se encuentra reproducida en el Museo de los Pirineos en el Castillo de Lourdes, Francia.

La referencia más antigua que tenemos de esta casa es de 1927 y se debe a M. Medina Bravo, que en su texto Tierra Leonesa se lee: «Pueden citarse como edificaciones típicas, la vivienda en semicírculo orientado al sur, con el hórreo en medio, ambos cubiertos de paja, que se ve aún en pueblos de Laciana y Babia».

Con posterioridad, Florentino Agustín Díez González en el libro Laciana, describe esta casa en los siguientes términos:

"De tiempos remotos data asimismo, y aún se conserva en parte, la interesante concepción arquitectural de sus viviendas, que reproducimos en uno de los gráficos de esta Memoria, según la atinadísima reconstitución de Medina Bravo en su obra ya citada. Ofrecen su fábrica y disposición la forma de un semicírculo, y constaba de las siguientes dependencias: al fondo la habitación familiar, siendo la pieza más espaciosa y cuidada la cocina, con su lar de piedra y su amplísima chimenea de humo, la típica «piérgola» y los clásicos «morillos» y «pregancias». En el portal de entrada, a un lado, solía emplazarse la «ochera» —ollera— para enfriamiento y natación de la leche. En una de las alas del semicírculo obraban los establos para el ganado vacuno, con sus correspondientes pajares, y en la otra los del ganado menor, cabras y «oguechas» —ovejas—, con la tenada para leña. Generalmente, a una de las partes laterales del fondo, sobresaliendo del cuerpo sobre la parte posterior del edificio general, se emplazaba el horno familiar. En el centro del patio, el hórreo, de modalidades propias, que lo diferencian del gallego o asturiano. Bajo el hórreo se encerraba la carreta, estrecha, larga y baja, de factura céltica y ejes rechinantes fijos a las ruedas ciegas con las que giraban, y se colgaban aperos y herramientas. El cuerpo alto y cerrado del hórreo constituía el granero y la despensa de determinados artículos, y se levantaba sobre cuatro columnas rudas de piedra. La cubierta de estas edificaciones era de paja y se llamaba «el teito», sustituyéndose poco ha por la piedra gris oscura o negra, ligeramente desbastada, que hoy prevalece en la cubierta de todas las construcciones de la comarca. Estas casas típicas de Laciana tenían todas sus entradas y luces por el patio central, y si al exterior se abría algún hueco, era de dimensiones insignificantes, livianos y disimulados agujeros o mirillas para la labor de escucha o vigilancia que alimañas u hombres desalmados pudieran exigir del montañés".

Esta especial disposición de la vivienda típica responde perfectamente al medio geográfico y al buen sentido de administración de sus pobladores. En ella se observa la preocupación esencial de concentración, el fanático arraigo familiar, la razón de defensa, y consti tuye el ejemplo más vivo y vigoroso de la proyección natural del hombre sobre sus cosas. Por su emplazamiento, por sus servicios, por su forma y disposición, la casa típica que nos ocupa hace pensar fuera habitada por auténticos «pater familias», como aquellos que evocara Gastón y Marín en su bello discurso de clausura del I Congreso de la Federación de Urbanismo y Vivienda de la Hispanidad.

Casa de horca de Riaño

En la montaña de Riaño, hasta hace poco tiempo se ha conservado aún en uso un tipo de vivienda único, no sólo en la Comunidad de Castilla y León sino también en la península. Aunque su geografía se limita a la provincia de León, donde se han visto los últimos ejemplares estudiados, es posible que en el siglo pasado su ámbito se extendiera por el norte de la provincia limítrofe de Palencia. Hoy no se conserva completa ninguna de estas construcciones, dado que o se han arruinado o están muy reformadas tanto al interior como al exterior, pero gracias a G. de Cárdenas podemos hacernos una idea por la excelente descripción que nos dejó, junto a unos sencillos dibujos muy ilustrativos. Este arquitecto las describe así:

"Son viviendas de planta rectangular, unidas por sus lados menores y en las que el largo viene a ser tres veces el ancho. La planta está formada por dos crujías y en ella se dispone el portal, donde se guardan los aperos de labranza, la cuadra, la cocina y un solo dormitorio común para toda la familia. Esta planta es la que únicamente se utiliza y entre el techo de las habitaciones y los faldones de la cubierta queda un espacio que se destina a pajar y granero para la cebada.

La casa está construida de mampostería de pizarra o de caliza sentada sencillamente con barro. únicamente en las esquinas suele haber unos grandes sillares con una ligera labra. La puerta suele ser un arco con grandes dovelas.

La principal característica de este tipo de vivienda es que, dado lo endeble de sus fábricas, la cubierta no descansa sobre los hastiales de la fachada, sino sobre unos pies derechos de madera, adosados a ella pero con completa independencia. Estos pies derechos suelen ser troncos de haya o de roble, existiendo tres: uno en el centro y dos en los muros laterales y reciben el nombre de «horca» por responder a su forma peculiar. Junto a los muros largos de la fachada suele haber otros pies derechos denominados «estelos», que sujetan la solera de madera en que se apoyan los pares de la armadura. Sobre los pares se hace un pequeño trenzado de ramas de roble, denominadas «zarzos», y sobre ellos va la paja larga de centeno llamada «cuelmo», para sujetar la cual se ponen de vez en vez unos varales o «aspras».

La habitación de vida común es siempre la cocina, y para evitar que las chispas del hogar puedan producir un incendio en el pajar, el techo está construido por un doble piso de vigas de madera unidas unas a otras y toscamente labradas, colocando la segunda fila de maderos en sentido contrario de los de la primera. Sobre este doble suelo se coloca tierra bien apisonada y a veces tapín. La cocina no tiene más ventilación ni salida de humos que la ventana diminuta, y en el espacio que queda entre la ventana y el techo se curan al buen humo del hogar los productos de la matanza casera.

Es interesante también el pavimento de la cuadra, formado por tablas de haya de una longitud aproximada de 1,60, unidas unas a otras, y formando así una superficie que sirve de cama al ganado, para evitar las humedades del suelo; al extremo de las tablas corre una canal de canto rodado para la evacuación de las aguas.
Son escasas las viviendas que quedan, pero las que existen han permanecido inalterables a pesar del tiempo.

Desde el punto de vista sanitario e higiénico, estas viviendas con su promiscuidad inadmisible de hombre y de bestias deberían desaparecer; pero con ello desaparecería también un tipo de vivienda que por su procedencia, su disposición y por su forma constructiva es enormemente interesante
"

Parece que estas últimas palabras de G. de Cárdenas fueron premonitorias; el texto corresponde al año 1944 y hace ya varios años que ninguna casa de horca está habitada como tal, y solo aquellas que se han sometido a importantes reformas para adaptarla a las necesidades higiénicas y sociales de la vida actual se mantienen en uso. Los ejemplares que hoy podemos ver, reformados, aparecen en una extensión menor a la que ocupaba a principios de siglo. En la actualidad, salvo en los pueblos de la Tierra de la Reina, no se conservan en ningún otro sitio edificios más o menos completos, aunque en pueblos como Prioro o Retuerto aparecen soportales con pies en forma de horca que pudieron formar parte de edificios completos.



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Un día en el país de los bercianos

EMILIO GANCEDO

Diario de León 24/8/2004

«Lo primero que me pasa cuando salgo del Bierzo es que me desoriento. No tengo puntos de referencia. Cuando estoy en el Bierzo, aunque me encuentre en un pueblo o en una zona que no conozco, siempre sé más o menos dónde estoy sólo con mirar para los montes: sobre Ponferrada, el Pajariel; hacia el Oeste, el estrechón de Villafranca; tirando para las Médulas, las barrancas de Santalla; al Norte, las alturas de Gistredo, Catoute y la cordillera cantábrica; y en el Este, la línea que va del Morredero y el mirador de la Guiana a los altos de Bembibre».

De esta manera se expresa un berciano de a pie, uno de tantos, y en esta declaración va incluida buena parte del ser y del sentir de nuestra comarca: es ese sentimiento de refugio, de nido, de defensa, de amparo, abrigo y protección que a la «hoya» le dispensa el completo cinturón de montañas que la rodea por todas partes, convirtiéndola en una especie de bastión encastillado, inexpugnable. Y eso, claro está, modela caracteres y actitudes, haciendo del berciano un tipo pegado a su terruño, su finca, su valle y su huertina. Es un paisano bien atrincherado entre oteros rojos y verdes, al que sin embargo no le importa franquearlos de vez en cuando para enfrentarse al mundo con una mentalidad franca y optimista.

Y eso es porque a su misma puerta ha visto pasar, desde hace como unos mil años, un caudaloso río peregrino y multicolor, formado por gentes de mil países camino de la tumba del Apóstol allá en el Finisterre: ese itinerario abrió mentes y desbrozó senderos en estas montuosas tierras. Por ello, si nos viéramos obligados a calcular la fórmula exacta que esconde la esencia y la entraña misma del Bierzo, entre sus ingredientes habría que contar el Camino de Santiago, la fluida hermandad entre hoya y montaña, la minería, la aldea y la industria y todo ello en medio de una fronda de castaños, robles, frutales y viñedos. Piedra, pizarra, verde y negro.

En este escenario, situado siempre a medio camino entre muchos sitios, climas y lenguas, viven gentes hospitalarias y esforzadas en el labrantío, la mina, el monte y los nuevos oficios de la creciente ciudad; un grupo de gentes de cuya identidad se dicen muchas cosas (pero pocas se escriben); de la que muchas cosas se ignoran y aún se desprecian, y que todo el mundo, además, suele asociar a tópicos algo estúpidos, a ideas preconcebidas y absurdas o a limitaciones poco inteligentes.

Esta pequeña aproximación a la identidad del Bierzo pretende arrojar algo de luz sobre un paisaje natural y humano fronterizo, y, como tal, enriquecido por aires de diverso tipo y condición. Es un viaje de conocimiento y también de descubrimiento, y quiere animar a todos a investigar y saber más acerca de esta tierra única. Por ello, es necesario proceder por partes.

Una condicionante geografía

Las sierras de Ancares, Gistredo, Montes de León, montes Aquilianos y el Caurel (Sierra de los Caballos-Sierra de la Encina de la Lastra) conforman uno de los espacios básicos bercianos —la montaña, forestal— y, a su vez, circundan otro —la hoya, agraria y hortelana—. Es un paisaje dual formado por la cuenca de un río, el Sil, que se convierte así en el principal colector de la zona, unificando varias zonas que, sin ser específicamente bercianas —Laciana, Alto Sil, vertiente atlántica de la Cabrera— se añaden a su zona de influencia creando una gran «región» natural formada por varias y diferentes subcomarcas. Este concepto de elevación- fosa queda bien reflejado en las palabras del padre Flórez (siglo XVIII), cuando dice aquello de: «En el Bierzo no puede entrarse si no es bajando, ni puede salirse si no es subiendo».

El clima y la economía

El clima de estos lugares de complicada orografía es también encontradizo y mezclado, en ellos se topan los aires atlánticos y húmedos que llegan del Océano con los mediterráneos continentalizados del interior y el propio de la alta montaña, siempre suavizado en la hoya; resultado: cultivos que no pueden darse tan pródigamente en la meseta. Siempre al abrigo de los montes y gracias a la influencia marítima, apenas hay heladas, desarrollándose así todo un vergel de viñedo (destacando la variedad mencía), frutales de todo tipo (manzanas, peras, higos, ciruelas, cerezas) y cultivos de huerta (sobre todo pimientos), conviviendo
con prados de siega, choperas y los inevitables sotos de castaños; y todo ello de gran calidad, contando muchos de estos alimentos con su propia denominación de origen.

Esta aptitud agraria, junto con la riqueza en pastos, nos habla del primer peldaño económico del Bierzo, y de gran importancia además: el agrícolaganadero. A él se suma otro no menos importante y además vital a la hora de hablar de la historia económica y social de la comarca: los tesoros que esconde bajo su subsuelo. El resultado de su explotación intensiva por parte de una potencia extranjera los vemos hoy en el paraje arqueológico de Las Médulas, donde Roma extrajo toneladas y toneladas de oro; los resultados de la explotación moderna del carbón los apreciamos hoy en multitud de aspectos y consecuencias: desde las huellas del paisaje a la inmigración desde otras zonas y países; desde los aspectos más positivos (concentración de riqueza, crecimiento de población, pie para otras industrias: cementeras, térmicas, etc.) a los más negativos (la dificultad de extracción, el tradicional aislamiento con deficientes vías de comunicación y la temprana aparición de competidores en otros países con precios más ventajosos ha llevado a la actual y traumática reconversión).

Así, telegráficamente, se describen las condiciones físicas y económicas en las que viven los habitantes de la zona, pero, para hablar de la identidad de un pueblo, es preciso hablar de otros asuntos que quizá no sean de tanto dominio público.

Antropología, cultura y sociedad

Uno de los tópicos instalados con más fuerza en algunas mentalidades con respecto al Bierzo es su supuesto galleguismo. Posiblemente sea tiempo ya de hablar, con conocimiento y con todos los datos en la mano, de la identidad berciana, de sus pertenencias y sus afinidades. Y según nos ha enseñado la geografía y la hidrografía, El Bierzo forma una unidad clara, muy delimitada y diferenciada del resto de zonas limítrofes; lo cual nutre la primera de las posturas posibles: El Bierzo es simplemente berciano. Cuenta con diferencias físicas, económicas y paisajísticas que así lo confirman. Otra de ellas sería que esta comarca (o conjunto de comarcas, pues dentro de ella hay varias zonas diferenciadas dentro de una común personalidad) es Galicia. Y, por fin, que es parte de León (o incluso parte del endeble ente administrativo «castellano-leonés»). Así, cada uno de estos sentires es compartido por un sector de la población, siendo difícil determinar cuál es el más extendido; ya que, como escribía hace unos meses en este mismo periódico el autor César Gavela, «Allá donde hay un berciano hay un conflicto de límites. Un obstáculo —yo diría que gozoso— a la hora de definirnos».

Quizá en este difícil dilema pueda ayudarnos otras dos piezas de este puzzle identitario: la historia y la lengua. Históricamente, el Bierzo formó parte del reino astur, luego reino leonés, desde sus más inmediatos inicios, constituyendo una zona de gran importancia, muy poco o nada arabizada, desde la cual se acometió
la repoblación de muchos espacios del Reino de León; varios pueblos llevan precisamente el nombre de bercianos por esta causa (los hay en el Páramo, en Payuelos, en Zamora...), además de repoblar tempranamente la comarca de Maragatos con su conde Gatón a la cabeza. Después, el Adelantamiento, luego Región, leonesa, incluyó siempre al Bierzo dentro de sus límites incluso con la breve conversión de la zona (junto con el área orensana de Valdeorras) en provincia entre los años 1821 y 1823.

En cuanto a la lengua, y como veíamos con el clima y otros aspectos, en el Bierzo se unen, chocan y mezclan dos dominios lingüísticos distintos: el asturleonés, en su zona norte y oriental, y el gallego, en su occidental; más tarde penetrados ambos fuertemente por el castellano. El resultado, en ambos casos, es casi siempre una situación de seria diglosia; situación en el que un idioma se percibe como dominante, culto, por el hablante (en este caso, el castellano) y los otros, por rústicos e inferiores (el gallego y el leonés). El gallego se ha intentado normalizar algo con alguna clase optativa en unas pocas escuelas de primaria pero la situación del asturleonés es mucho peor: ni siquiera está reconocido como lengua ni dialecto ni por el Estado ni por la comunidad autónoma. Uno de los problemas para normalizar y fomentar el uso de estas lenguas es lo mezcladas que están; se tiene al río Cúa como límite y línea de fusión entre ambas, pero algunos municipios cuentan con rasgos de uno y otro.

Hay, no obstante, un último resorte que puede aclararnos algo más: se trata del sistema de poblamiento, es decir, cómo se han venido asentado estas gentes sobre el medio físico y cómo han venido gobernando tradicionalmente esos asentamientos.
Bueno, pues en este caso lo que nos encontramos es con pueblos de tamaño pequeño-mediano, una red de aldeas que están situadas muy cerca las unas de las otras (de media, unos seis kilómetros, y nunca más de media jornada andando) y entre las que, de vez en cuando, aparecen villas o localidades más grandes que actúan como centro comarcal. Cada una de esas aldeas es autónoma, rigiéndose a sí misma, tradicionalmente, por medio de un concejo abierto (hoy, junta vecinal) que resuelve problemas comunes gracias a la presencia y aportación de todos los vecinos. Cada aldea tiene (o ha tenido) una iglesia, un cementerio y un pendón que identifica a todo el pueblo, y, un elemento importante, la junta vecinal posee amplios terrenos comunales, sobre todo de monte: tierras y bosques que en ocasiones reparte entre los vecinos para suavizar las desigualdades sociales, aunque en estos pueblos eran pocas; ya que cada vecino tenía un poco de todo en su minifundio, unas vacas, unas fincas, un poco de huerta... todo muy diversificado; todos no muy ricos, pero todos más o menos iguales.

Lo curioso es que así es todo León: todas las comarcas leonesas se rigen por este sistema, hasta las más «parecidas» a Castilla: también en los Payuelos hay pendón, concejo y tierra comunal. Y en el Páramo, y en la montaña, y en todas las comarcas del Norte de Zamora, algo propio y particular de esta región, distinto al poblamiento disperso de la mayor parte de Galicia y la Asturias marítima, de las poblaciones en rueda de carro de los valles cántabros, de las anteiglesias y caseríos vascos y del sistema de villa y tierra de Campos y Castilla, con sus grandes localidades con varias iglesias en medio de mares de cultivo intensivo
de cereal.

Otra cosa curiosa; este sistema tradicional es propio de la provincia de León entera, de la montaña asturiana, del norte de Zamora, de la comarca orensana de Valdeorras y de una parte del nordeste portugués: lo cual coincide justamente, más o menos, con la división administrativa que hicieron los romanos. Para ellos, nosotros éramos astures, transmontanos los de las montañas para allá (los asturianos), cismontanos los de los montes para acá (los leoneses).

Otra cosa distinta serían las propias desconfianzas que se establecen entre dos ciudades de una misma región, algo que sucede en todas partes (y más aquí, que León y Ponferrada están cada una en un extremo, si la capital fuera Astorga quizá todo fuera distinto). Además, Ponferrada está experimentando un crecimiento muy importante y reclama un espacio de poder e influencia propio para sí. Por otra parte, el hecho de que la provincia se llame como la capital influye también negativamente en esa forma despegada con la que los bercianos reciben el apelativo de leoneses.

El asunto de fondo es, pues, que el Bierzo tiene fortísimos lazos culturales con el resto de comarcas leonesas, más fuertes aún que los que lo unen con las tierras del otro lado de Piedrafita: aún cuando éstas sean también importantes.
Responsable de esto es la mezcla histórica entre sustrato prerromano y repoblación medieval, medio físico y economía, algo anterior a la formación de las lenguas, las banderas y los países, aunque no vamos a negar que este espacio cultural coincide con el núcleo básico de un reino medieval, que se llamaba a sí mismo Regnum Legionensis.

Y, como tenemos que concluir ahora (pero este tema apasionante, da, y debería dar, para muchas más letras, palabras, opiniones y refl exiones), diremos sencillamente que el Bierzo (la hoya, su montaña circundante y otros territorios que se le suman, como los Ancares, Fornela, el Alto Sil o la Cabrera Baja) es un territorio extraordinariamente bien delimitado y que, aun contando con dos hablas, mantiene íntegra su propia personalidad; si bien es hermano, de eso no hay duda, de Omaña, Órbigo, Laciana, Babia, Maragatos, Sanabria, Aliste, Riberas y demás comarcas de la región leonesa. Pero claro, ser de una región que hoy como tal no existe en el mapa, maltratada hasta la propia negación de su existencia por la comunidad autónoma en la que la han incluido; pues como que no está de moda, lo están más los cuatro tópicos que difunden otras regiones, potentes, que sí están en el mapa. Pues ahora sabemos que somos cis-astures y que ésa es nuestra pequeña patria.

Modelos de vivienda comunes a todo el Noroeste

En lo que se refiere a la arquitectura propia de la comarca, ésta es, en sus líneas generales, cercana a los usos de todo el Noroeste atlántico; pero, estudiado más en profundidad, bien diferente a sus vecinos gallegos. Los bercianos, al igual que todos los demás leoneses de áreas de montaña, han empleado tradicionalmente piedra sin escuadrar, dinteles de madera en puertas y ventanas; y corredores volados como colector solar. Aunque este tipo de arquitectura ha desaparecido de muchos lugares, fue común desde el Bierzo, Omaña y la montaña central hasta la propia capital leonesa, y semejante a la de los valles orientales de Orense y el occidente de Asturias.

Los gallegos emplean granito bien escuadrado y dinteles siempre de piedra.
En la tierra llana leonesa, el corredor al exterior se vuelca hacia el interior de las casas, a los patios.

La aldea autónoma como núcleo

Aldea+concejo o junta vecinal+terrenos comunales+pendón identifi cativo. Esa sería la fórmula que definiría a la cultura cis-astur o leonesa en su base, en su esencia misma, en lo que es distinta de las demás. Y esto se cumple claramente en el Bierzo, aún más, supera al Bierzo y se interna algo en tierras limítrofes, como los valles orientales de Orense y el área de Valdeorras, que siempre ha tenido una íntima sintonía con la comarca. Lo leonés entra en Galicia como fórmula de asentamiento, y lo gallego en León como lengua, principalmente en el fronterizo valle de Valcarce.
En otros aspectos, por ejemplo los instrumentos musicales, el Bierzo se suma a la tradición leonesa de la flauta de tres agujeros y el tamborín conviviendo con la gaita de fole: la música más típica de estas tierras. Lástima del grave y preocupante retroceso de la chifla y el tamboril por ambas partes: por la oriental, con la introducción hace unos cien años de la dulzaina, y por la occidental, con la potenciación casi obsesiva de la gaita.Todos estos aspectos se olvidan y minimizan hoy seguramente por la desaparición de León como entidad administrativa y sentimental y la lejanía que inspira el ente autónomico actual. Con fronteras o sin ellas, con gobiernos o sin ellos, todos nosotros no somos otra cosa que los astures del Sur.