El Reino Olvidado

Este diario es la crónica de un país olvidado, el seguimiento de su huella histórica, cultural y artística en España y en Europa.

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ex gente susarrorum

martes, mayo 30, 2006

La Ley de Montes

JAVIER CALLADO

La Crónica de León, 22/5/2006

Asistimos en las últimas semanas a un debate entre el PP y el PSOE sobre el anteproyecto de una ley que tratará de ordenar la explotación forestal en la Autonomía. Esta norma es necesaria para desarrollar la Ley de Montes estatal, que ha sido aprobada no hace mucho.El tono de la discusión ha ido derivando hacia lo político, ya que se ha trasladado desde los aspectos que desarrolla la ley autonómica a una simple escaramuza entre facciones enfrentadas. Como se sabe, este anteproyecto afecta directamente a las juntas vecinales leonesas, que son los mayores propietarios de montes de la Autonomía. Por esta razón la ausencia de la UPL en el debate sería chusca, si no fuese por la importancia del tema, y resulta inexplicable.

Los concejos leoneses acumularon durante siglos unas cuantiosas propiedades de las que buena parte son tierras. Sobre muchos de estos terrenos encontramos actualmente bosques con un diverso grado de aprovechamiento.

Parece que los técnicos coinciden en que hasta nuestros días llegó una enorme superficie forestal que supone un recurso cuantioso. La Junta, que ha encontrado este recurso sin más, pretende, mediante la ley, intervenir de manera casi confiscatoria en los montes.

La oposición planteada por el PSOE, sumada a la evidencia de un texto que es un arrebato de poder abusivo por parte de la Junta, ha obligado a sus cargos políticos y a los ponentes a echarse a la calle para explicar las bondades del anteproyecto de ley. A esto contribuye que no ha existido intención de hacer un texto fácil de revisar. El redactado consta nada menos que de 65 folios, dimensión disuasoria para una mayoría. Tal extensión se debe al detallado, que trasluce una voluntad inequívoca intervención.

Los ponentes técnicos están de acuerdo en algunos casos. Es probable que eso se deba a que la ley va a garantizar centenares de puestos de trabajo para los estudios forestales, ya que, tal y como se desarrolla el texto, su presencia sería intensiva.

Además, los participantes en la redacción previa recurren a comentar que la interpretación de la ley es positiva para las juntas vecinales, a fin de convencer a los afectados en sus exposiciones. Hay que decir que eso es opinable y que denota ingenuidad. La ley siempre será interpretada por la Junta en su favor, como es lógico, y el texto le otorga casi todos los poderes. De hecho los propietarios de montes pasarán a tener un papel de mero espectador si la Junta quiere, porque ésta se arroga prácticamente todos los poderes de decisión en la gestión de las masas forestales.

Sin embargo conviene entrar al desarrollo del texto para saber de qué estamos hablando en concreto, ya que algún ponente se queja de escasa argumentación por parte de los opositores a la ley. Sobre eso nos extenderemos el miércoles.

La Crónica de León, 24/5/2006

Exponíamos en la última columna que el anteproyecto de la Ley de Montes es un documento sustentado en un intenso intervencionismo, hasta rozar en la práctica la incautación de los montes de las juntas vecinales leonesas. Decíamos también que es conveniente acudir al texto para que se entienda hasta qué punto no se puede dejar a la libre interpretación sus bondades, como replican algunos.

Todo ello pese a que los técnicos de la ponencia defiendan el documento, llevados, quizás, por el papel protagonista que cobrarían los titulados forestales de salir adelante este redactado. En definitiva, es probable que se esté practicando una defensa corporativista en una cuestión de interés general.

La Junta pretende considerar «monte» todo aquel terreno rústico que no sea de cultivo en los últimos quince años o que lo sea, pero esté rodeado por montes. Según el anteproyecto de ley, la propia Junta pretende ejercer las labores técnicas y materiales de aprovechamiento, utilización, conservación, mejora y restauración del monte, lógicamente dirigida por sus técnicos forestales.

La Consejería de Medio Ambiente escucharía a los propietarios a través de un organismo llamado «Consejo de Montes», pero sólo con valor consultivo, es decir, no vinculante. La Junta incluiría en un inventario los montes públicos que considerase oportuno —en los que se abarca todos los de las juntas vecinales— para declararlos de «utilidad pública».

Esos montes catalogados no se podrían permutar ni vender sin la autorización de la Junta. Es obvio que su valor de mercado pasaría a ser residual. Además, según el texto, la Junta se erigiría en cotitular, con la junta vecinal, de la potestad para hacer deslindes o recuperar la titularidad del monte.

Por otra parte, dicho borrador exige al concejo propietario aportar a la Junta el 20% de todos los ingresos que genere el aprovechamiento del monte para un «Fondo Forestal», que la consejería administraría y repartiría según su criterio.

Por añadidura, todos los montes necesitarían un plan de «ordenación forestal» que elaboraría la consejería —con sus técnicos—. Sin ese proyecto las juntas vecinales no podrían realizar aprovechamiento alguno del monte, aunque, en todo caso, la consejería tendría la facultad de autorizarlos o vetarlos, según se cita en el anteproyecto legal.

Se ha comentado que la ley es respetuosa con el uso consuetudinario del monte de nuestras juntas vecinales. Lean y juzguen por sí mismos el artículo 50: «los aprovechamientos de montes de utilidad pública que se vengan realizando de acuerdo con ordenanzas locales o normas consuetudinarias continuarán ajustándose a las mismas en cuanto no se opongan a lo establecido en la presente ley». En la última entrega analizaremos el papel de lo comunal en este temible anteproyecto.

La Crónica de León, 29/5/2006

Continuamos con el repaso del anteproyecto de Ley de Montes autonómica, texto por el que se pretende que se rija la explotación forestal de los montes de las juntas vecinales leonesas. El documento roza el carácter incautatorio, como se aprecia en los siguientes aspectos.Han de saber los concejos que sin la redacción de un «Plan Anual de Aprovechamientos» no será posible hacer uso alguno del bosque y que éste lo elaboraría la Junta. Además, necesitarán sacar una «licencia de aprovechamiento» para poder explotar lo que es suyo. Para obtenerla deberían ingresar el 20% del rendimiento esperado en un fondo de mejoras, además de las tasas, el pago del proyecto del Plan Anual y las garantías que se establezcan. También el precio de adjudicación de los aprovechamientos de los bosques lo definiría la consejería, así como la adjudicación del uso de pastos que no fuese para los propios vecinos.

La roturación de los montes quedaría también al albur de una autorización de la Junta, y también la posibilidad de urbanización. Por añadidura, sería obligatorio que se ejecutase un «Plan de Mejoras» que elaboraría la consejería y que pagarían las juntas vecinales. Tampoco podrían éstas, sin autorización, cambiar el uso forestal del suelo, ni modificar la cubierta vegetal, ni cortar árboles, ni nada. Por si quedan dudas, el título séptimo es el último y más largo: se refiere a las infracciones y sanciones.

Sin embargo, queda lugar para más asombro. Al llegar casi al final se lee: «Las entidades propietarias de los montes catalogados de utilidad pública de las Comarcas pinariegas de Burgos y Soria en los que la Comunidad de Castilla y León haya reconocido expresamente una servidumbre vecinal sobre los aprovechamientos maderables podrán adjudicar directamente los aprovechamientos objeto de dicha servidumbre». Se recoge así una excepción territorial, lo que es tanto como reconocer privilegios.

Así pues no todos estarían sujetos a las mismas reglas. Las juntas vecinales dependerían de las decisiones de la consejería en todo, pero en Burgos y Soria habría excepciones. Cabe preguntarse por nuestra parte ¿representaron los procuradores de León los intereses de nuestros pueblos cuando se redactó el anteproyecto?

Por último, se ha argumentado como ventaja que la ley condonaría la deuda actual de los concejos con la Junta, cuantiosa en algunos casos. Ante ello hay que interrogarse ¿cómo pudo producirse tal deuda desde la llegada de la Junta cuando nunca antes se había producido nada similar?

En conclusión el anteproyecto de Ley de Montes que está en discusión hurta a las juntas vecinales la potestad de decisión sobre sus bienes. Esto resulta inaceptable pues atenta contra derechos inalienables de la propiedad. Por ello el deplorable texto debería ser retirado.

La sierpe de la Rupiana

MATÍAS DÍAZ ALONSO.

Mitos y leyendas de la tierra leonesa.

En El Bierzo, subiendo a Peñalba de Santiago, al Valle del Silencio y la cueva de San Genadio, con reminiscencias del asentamiento de monjes por esta Tebaida Leonesa con ecos de siglos, se adentra el viajero en automóvil hasta Montes de Valdueza. Entre unos bancales, que en otro tiempo Valerio, el discípulo de San Fructuoso en el siglo VII, describió con ampulosos latines como los jardines de Dafnae, se asienta el monasterio de San Pedro de Montes. Monasterio con torre románica, portada renacentista, ruinas en arcadas a cuatro pisos en sus plataformas, bodegas imánicas, retablos barrocos, columnas neoclásicas y hasta un río con centenares de calaveras de monjes en la torre del reloj. La imagen de la Virgen de La Guiana aún preside alguna ceremonia nupcial, sellada también ante un crucifijo del más puro románico.

Si el turista pregunta por el señor Benigno se le dará cumplida cuenta de todo lo que encierra San Pedro de Montes y le llevará también a la parte oriental de la aldea donde se halla la ermita de Santa Cruz, reedificada en el siglo XVIII sobre unas ruinas visigóticas. Una ventana con columnitas, arcos, cancel y cruz con el alfa y la omega pregonan el visigótico de la más pura factura. Piedras coetáneas de San Fructuoso, el fundador del eremitorio en el siglo VII.

Desde la ermita se contempla el abismo y allá abajo se abre la boca de una cueva legendaria. Es la cueva del tótem de la serpiente, la misma serpiente que está tallada en lo alto del retablo de la ermita, donde se aprecia el ojo del legendario cuélebre.

Es el culebro del castro de La Rupiana, que dice su leyenda moraba en esta covachona y cuya cola aún quedaba metida en la oquedad cuando su cabezota subía hasta las proximidades de la ermita y se zampaba los hombres y los ganados. Así era de grande y horren­da la temerosa sierpe de La Rupiana.

San Fructuoso libró para siempre a sus monjes y a las gentes de este demonio de La Rupiana. Se arregló para ello emborrachando a la sierpe con un gran pan de harina de castañas amasado con jugo de tejo y de apio hasta dormirla. Luego ya le fue sencillo meterle por un ojo, el que se aprecia en el retablo de la ermita, un gran madero de castaño aguzado y requemado en el fuego hasta abrasarle el cerebro.

Los espantosos silbidos de la sierpe eran tan potentes que se oían en Compludo y de allá se llegaron los monjes del anterior monasterio fructuosiano a defender a San Fructuoso.Tramaron entonces la conjura de robar «piadosamente» al abad y vol­vérselo a Compludo. Y así lo hicieron, porque armados de palos y horcas llegaron de noche a San Pedro de Montes de Valdueza y se llevaron nuevamente a San Fructuoso a su Compludo y a su Ferrería; donde el agua mueve el mazo pilón y aviva la tobera de la fragua para batir el hierre, con golpes tan fuertes que se oyen a miles de pasos de distancia, desde El Acebo.

lunes, mayo 29, 2006

El Cuelebre de Getino

MATÍAS DÍAZ ALONSO.

Mitos y leyendas de la tierra leonesa.

Getino es un bonito enclave montañés del alto Torio, el río del dios Thor, el que enarbola el martillo después de las tormentas y colocó un puente celestial de siete colores, que hoy llamamos arco iris. Impresionante resulta la leyenda del cuélebre del Faedo, el culebro de fuertes silbidos que asustaba a pastores y ganados; tanto que nadie se atrevía a acercarse a Las Lamargas y a Llano, dos pagos de la solana a donde solía ir a atrapar alguna res cuando salía de caza. El cuélebre moraba en el monte Faedo, monte de las hayas milenarias que es una mancha verdeante que se extiende desde el arro-yuelo rumoroso hasta Las Campas y la Peña Tijera con más de un kilómetro cuadrado de superficie. Todo un año pasó sin poder pastar las hierbas.

Pero he aquí que un pastor extremeño de los que venían con La Mesta trashumante se asentó por el puerto de Sancenas, supo de la preocupación y el temor de las gentes de Getino y se prestó a solucionar el espanto popular.

Y lo solucionó dando al cuélebre un cuenco de leche de merinas cada día. Lo llamaba cuando subía por el camino del monte Faedo o cuando bajaba por la Collada y tocaba su dulzaina con sones cadenciosos; el culebro esperaba junto al reguero.

Pero el pastor se ausentó para su Extremadura, en esa época de octubre cuando los rebaños trashumantes bajan para las dehesas y se aletargan las culebras. Luego tuvo que ir a servir al rey y el tiempo transcurrió y llegaron los fríos y la primavera y las flores, la hierba y la maja, el otoño y la matanza, el invierno y los filandones.

Nuevamente al despertar la siguiente primavera el culebro volvió a sumir en el miedo a personas y ganados. Llegó junio y tornaron los esquilones de las merinas a alegrar los puertos montaraces y los mastines con sus carlancas para perseguir a los lobos y con ellos el pastor extremeño. Las gentes acudieron a él contándole sus cuitas y el mozo prometió calmar al bicho.

Por el camino pedregoso subía el pastor tarareando canciones y tocando el caramillo y la dulzaina, silbando la melodía que deleitaba al monstruo. Pero se le olvidó el cuenco de leche y el pobre pastor pagó con su vida el involuntario olvido.El cuélebre duró poco tiempo; un nubarrón de verano descargó tal torrente de aguas que arrastró a la bestia, que bajaba dando grandes alaridos hasta morir estrellándose contra las rocas de La Cardosa por el ímpetu del reguero del Faedo.

domingo, mayo 28, 2006

Los leoneses

JUAN PEDRO APARICIO

LA RECONQUISTA DE LA HISTORIA

Y aquí llegamos a nuestra segunda gran cuestión: ¿Qué somos los leoneses? Y yo os decía que para saberlo tenemos que atrevernos primero a derribar una pared, un muro de granito, el muro de la palabra Legio. Y no sólo porque al hablar de leoneses tengamos un sentido absolutamente centrí­peto. Desde nuestra capital se suele ver a León parcialmente: al llevar la ciudad el nombre de toda la región es frecuente la confusión de la parte por el todo. Eso contribuye, ha contribuido ya, a la desintegración de León. Incluso la única historia de León que se da como completa, la del padre Risco, no es una verdadera historia de León, de los leoneses, de los pueblos y los hombres leoneses; es la historia de la ciudad de León. ¿Y cuándo empieza esa historia? Pues empieza con la Legio VII, es decir, empieza con el Campamento romano, con la fortaleza del conquistador. Según eso seríamos descendientes de aquellos legionarios romanos.
Lástima que el único intento de historia completa de León se perdiera en el naufragio de la enfermedad que acabó con don José González, aquel arriscado polemista que escribía cosas como
esta: "Yo hice en el Ateneo de Madrid un discurso en que proponía que a los capítulos en donde los niños de León aprenden la historia de la reconquista, debe añadirse un tratado que podía titularse, reconquista de la historia.. Porque la historia está escrita por castellanos, es decir por enemigos de la historia de León y Asturias" (33).

Y es que es de espíritus perezosos creer que no puede existir una proporción inversa entre la lejanía del pasado histórico y su influencia sobre el presente. Américo Castro ha querido objetar la continuidad histórica de Iberia, Hispania y España con razonamientos cargados de mucha erudición y algún sofisma. Ciertamente que hay que distinguir entre los iberos, los hispanos y los españoles, pero ¿cómo entender cabalmente lo que son cada uno de ellos sin antes haber entendido lo que fueron los precedentes?

Hoy ya nadie parece discutir esta cuestión. Alguien tan autorizado como Julio Caro Baroja, al que no nos cansaremos de citar, lo ha puesta de relieve frecuentemente. El mismo Ramón Menéndez Pidal afirma: Pensando en España, diríamos que el substrato celtoibérico, junto con la coloni­zación romana, constituyen la base étnica y tradicional inconmovible (34).

Esto que se acepta como verdad para España en su conjunto, se le niega una y otra vez a León. Y no somos los leoneses ajenos al entusiasmo con que se ha arrojado toneladas de arena sobre nuestros verdaderos orígenes. Así el Instituto Leonés de Estudios Romano-Visigóticos, que ya en su propio nombre renuncia expresamente al sustrato autóctono, relaciona la identidad leonesa con la de dos pueblos, que, sobre todo, fueron sus conquistadores, y suele organizar éste o aquél aniver­sario de la fundación de Legio, con óptica todavía digna de algún legado de la metrópoli romana, como efemérides de incorporación al Imperio.

Hace poco Sánchez Albornoz explicaba a un periodista cómo entendía él el problema vasco: Los vascos se van a ofender por lo que les voy a decir: son los españoles sin romanizar. El País Vas­co estaba en un rincón del mundo que no importaba nada a Roma, una depresión que no era ca­mino para ninguna parte. Los romanos civilizaron España, romanizaron España, pero no romanizaron esas pequeñas zonas de Bilbao y San Sebastián. (35).

Pero la romanización no consistía únicamente en asimilar el idioma del conquistador. Ya hemos visto lo relativo y también lo peculiar de nuestra romanización. San Marcos está lleno de estelas yadinienses encontradas a lo largo del curso del Esla —donde, escritas en latín, se recogen alusiones a los dioses paganos de nuestros antepasados— que datan de los tiempos en que ya había obispado en Astorga.

LOS PUEBLOS DE ESPAÑA DE CARO BAROJA

Caro Baroja ha sido quien con carácter científico ha estudiado la identidad regional de los pueblos de España. Nuestro gran antropólogo entiende que el particularismo regional que hoy obser­vamos tiene sus raíces en la Edad Antigua y mucho más en zonas donde la invasión musulmana no pudo tener grandes consecuencias directas porque quedó incólume o dominada en muy poco tiempo. Alude incluso a la famosa teoría del desierto del Duero, tan apasionadamente defendida por Sánchez Albornoz, y si no la rebate frontalmente, la relaciona con aquellas otras repoblaciones hechas en otros pueblos europeos donde no hubo siquiera sospecha de desolaciones, para concluir diciendo que, al menos desde el punto de vista etnológico, resulta poco menos que imposible. Explica Caro que la transformación de la sociedad fue fundamentalmente jurídica, pero —se pregunta— la vida en sí, fuera de este campo jurídico, ¿era muy diversa a la de épocas anteriores? (36).

Caro encuentra que aun en la misma Andalucía hay más huellas de las meramente aparentes de un pasado anterior a Roma que llega hasta nuestros días. Con respecto a Castilla y al hablar del Poema de Fernán González, recuerda a aquellos régulos celtíberos, aquellos jefes de tribu que se combatían unos a otros para apoderarse de las riquezas respectivas.

León es para Caro una de las regiones donde ese vínculo ha sido más persis­tente y fecundo. Es, a este respecto, sumamente significativo cómo estructura en su libro el estudio de nuestra provincia, situándolo en el Cap. XIII, que dedica a Santander, Asturias y León, dentro de la parte dedicada a la etnología de los pueblos del norte de España. En cambio, ya fuera de esta parte, e! capítulo XV del monumental trabajo de Caro se titula así: "La meseta central: Castilla la Vieja y las antiguas provincias castellanizadas del Reino de León".

LOS HIJOS DEL ESLA
Digo que es sumamente significativo y conviene repetirlo. Esta es la opinión de nuestra máxima autoridad en antropología. Sabemos que quienes hacen profesión de su ignorancia seguirán ignorándolo todo. ¿Pero no está ya suficientemente explicado aquí el por qué nuestra provincia no ha seguido el dictado unánime inicial de nuestros políticos en el tema autonómico?

No hay en la caracterización que Caro hace de León el menor atisbo de duda. Incluso su prosa neutra y científica llega a expresar, como en un desliz, un deslumbramiento, cuando dice: Difícilmente se podrá encontrar en toda Europa una región en la que los elementos de la cultura moderna se hallen tan en armonía con los datos de un pasado remoto como León.

Procurar desentrañar hasta el último sentido de esta frase de Caro ha sido para nosotros una tarea sumamente gratificadora. Quiero recordaros aquellas palabras de Adolf Schulten cuando decía que los Cántabros y Astures resistieron a los Romanos durante diez años, como resistieron más tarde sus nietos a los árabes, y todavía en la Guerra de la Independencia mostraban su valor, defendiendo Astorga, en 1810, contra el Mariscal Suchet...

Y os las recuerdo porque no estamos los leoneses acostumbrados a este tipo de identifica­ción. Antes bien, el duende de la onomástica ha querido insistentemente robarnos nuestro pasado.

Hablar de los astures y no mencionar al río Astura, es, cuando menos, extraño, pero muy fre­cuente, sobre todo entre los eruditos ovetenses. Extraño, si tenemos en cuenta que ya San Isidoro afirma que los astures, nación de España, son llamados así porque les rodea el río Astura... (37). Frecuente, sin duda, porque el Astura de tiempos de Roma es el río Esla actual, el río leonés por anto­nomasia, el que nace en las montañas de Riaño y muere en el Duero. Precisamente del lugar de su nacimiento deriva su nombre primero; interpretado ya por el alemán Humboldt como Felswasser ("agua de peñas", en alemán) que veía en él un compuesto de los elementos vascuences así —peña— y ura —agua—. A la vista queda, si recordáis Riaño, con aguas que se originan en arriscadas y nevadas cumbres, lo idóneo del nombre (38).

San Isidoro es de la opinión de que río dio su nombre a los astures. Schulten, por el con­trario, cree que fueron éstos quienes dieron su nombre al río (39). A Caro Baroja le interesa sobre todo desentrañar la conexión espiritual entre el nombre del río y el de, los astures. ¿Eran hijos del río? —se pregunta (40).

Tema ciertamente sugestivo pero que sentimos tener que dejar para ocasión de más tiempo.
STRABÓN
Permitidme, sin embargo, que os lea un texto de la Geografía de Strabón, escrito hace ya dos mil años, entre el 29 y el 7 antes de Cristo, precisamente por el tiempo de la guerra Cántabro-astur contra Roma.

Es el mismo traductor de Strabón, García y Bellido, quien lo dice: En este raro y magni­fico legado de Antigüedad hallará cualquier español o americano oriundo de España las más viejas noticias de su raza (41). ¿Cómo es posible —nos preguntamos— que lo que se concede a un ame­ricano oriundo de España se le niegue a un español oriundo de León? ¿Acaso no es eso lo que ocurre cuando García y Bellido añade en seguida: Y los nombres griegos de "ástyres" o "ástores", ¿no son los mismos que los astures o asturianos actuales? Con lo que uno no sabe de qué admi­rarse más si de la destreza del duende de los gentilicios o del despiste en los labios del sabio.

Pero oigamos algunas de las palabras de Strabón relativas a aquellas gentes:

Comen carne de cabrón; a Ares sacrifican cabrones, y también cautivos y caballos; suelen hacer hecatombres con cada especie de víctima, al uso griego, y, por decirlo al modo de Pindaros, "inmolan todo un centenar". Practican luchas gymnicas, hoplíticas e hípicas, ejercitándose para el pugilato, la carrera, las escaramuzas y las batallas campales (42).

Bien, aquí está nuestra magnífica cecina que todavía hoy constituye para ojos extraños o foras­teros un insólito descubrimiento. ¡Dios!, ¿acaso no iba a maravillarles? ¡Si llevamos más de dos mil años haciéndola!

Aquí están los juegos o deportes del pueblo leonés, tendentes todos ellos al robustecimiento del individuo: Los aluches de cada septiembre, con sus fases más complicadas: la cadrilada, la bolea, la zancadilla y el traspiés (43). La corrida de la rosca, que se celebra por las tardes en las eras del pueblo después de recogida la cosecha; carrera con juez y premio, una rosca enorme de colores chillones que durante la carrera sostienen las mozas en sus manos y que en Maragatería es un mo­nigote con un gran falo que luego ha de comer la novia del ganador. La carrera de cintas a caballo, con esos caballos pequeños, montañeses, que tanto asombraron a los romanos porque hacían el paso de andadura. Aquí están el tirabeque, el lanzamiento de la barra y los mismos bolos que el buen médico leonés Elias Gago Rabanal creyó, infundadamente según nuestra modesta opinión, de ori­gen romano (44).

Y sigue diciendo Strabón:

... es cosa común entre ellos la valentía, no sólo en los hombres sino también en las mujeres. Estas cultivan la tierra; apenas han dado a luz, ceden el lecho a sus maridos y lo cuidan. Con fre­cuencia paren en plena labor, y lavan al recién nacido inclinándose sobre la corriente de un arroyo, envolviéndolo luego.

Aquí está nítidamente descrita la covada. La mayor parte de vosotros ya la conocéis. Consiste precisamente en que cuando la mujer da a luz es el marido el que guarda cama. Por Maragatería se dice: "A la mujer la parida y al marido la gallina", en elemental definición de tal costumbre. Rasgo de transición matriarcal sobresaliente en una sociedad que está llena de ellos. Sabéis que en las so­ciedades matriarcales los hijos sólo identificaban la filiación por vía materna; con la covada, el padre pone el énfasis en su paternidad comportándose como una madre.

¿Y qué decir del trabajo de la mujer leonesa? Ellas fructifican con su esfuerzo —similar, o quizá más sacrificado que el del varón— la montaña y el llano. Por eso, la aleluya que también recoge Caro:

Hace la mujer en León del hombre la obligación.

Otro rasgo muy característico de nuestra sociedad, también de muy acusado perfil matriarcal, es esa forma matrimonial estudiada por Elias López Moran, en que los cónyuges no forman hogar sino hasta pasados muchos años, durmiendo hasta entonces en caso de sus padres respectivos.
Caro también la anota en su libro aunque como existente el siglo pasado y como propia de la zona de Valencia de Don Juan y de Sahagún. Pero tal costumbre está aún vigente en multitud de pueblos que se extienden por toda la provincia, habiéndola comprobado personalmente desde la mon­taña de Riaño hasta la misma desembocadura del Esla en tierras zamoranas. Caro relaciona esa cos­tumbre con el matrimonio de visita de Schmidt, y se admira de lo extraordinario de su superviven­cia, siendo una de las formas .de lo matriarcal más arcaico, que se produce en la fase primitiva del llamado "ciclo matriarcal agrícola" en que la mujer cultivadora de la tierra y perteneciente a deter­minado grupo o unidad social, contrae matrimonio con un hombre de otro grupo, y éste no va a vivir permanentemente a la mansión de la mujer sino que permanece en la de sus padres. Según Caro este matrimonio de visita, en que el padre es un extraño, existe en el sudeste de Asia e islas adyacentes, y entre los iroqueses e indios seris de Norteamérica.

La lista podría ser interminable. Muchas son las notas definidoras de lo leonés que se remiten con fuerza a ese pasado prerromano. Así, por ejemplo, los festines de las exequias que pare­cen dilapidar los bienes del difunto y que figuran en fragmentos de cerámica lanciense. Las ceibas de la Cabrera, las juntas de mozos de todo León, sobre cuyo origen Caro apunta hacia las socieda­des secretas de hombres solos...

LA ARQUITECTURA POPULAR

Otro tanto cabe decir del origen remoto de nuestra arquitectura popular. Las casas de Riaño, de piedra y paja de centeno, iguales que ciertas mansiones neolíticas nórdicas y de la Europa Occi­dental según las han imaginado los arqueólogos alemanes, y que otras de la época hallstáltica. O la casa en herradura, de Laciana, con hórreo dentro del semicírculo, en trance de absoluta desaparición.

Y ya que hablamos de hórreos denunciemos una vez más el estado tan lamentable en que se encuentran los de nuestra provincia, desvencijados y condenados al desguace para leña. Denun­ciemos de paso ese pintoresco decreto de 1973, pretendidamente protector del hórreo centenario, que circunscribe su ámbito a las provincias gallegas y a la de Oviedo. ¡Como si los de León no fuesen hórreos! Claro que al paso que vamos y para cuando llegue el "benéfico cuidado" no quedará ni el recuerdo de ellos. ¿Por qué no elabora la Diputación el inventario de los hórreos leoneses? ¿Por qué no promueve ella misma su protección? ¿Por qué no se constata en ese inventario la antigüedad de los hórreos leoneses? Iba a haber muchas sorpresas. Porque el hórreo leonés no es tan asturiano como parece. El romano Marco Terencio Varrón es quien primero describe por escrito al hórreo en testimonio del siglo I antes de Cristo. Dice: Otros construyen en sus campos unos graneros suspen­didos sobre el suelo (granaría subrimia) tal como en Hispania Citerior y en algunas comarcas de la Apulia (Sur de Italia). Estos graneros se ventilan lo sólo por el aire que penetra por los lados, a través de las ventanas, sino también por el que corre por debajo del piso de los mismos (45).

García y Bellido nos cuenta cómo hoy se sabe ya que la zona actual del hórreo es menor que la de antaño, ¡Y tanto! Las actúales provincias de León y Zamora saben mucho de ello puesto que debieron tenerlos en abundancia. Hasta puede aventurarse, y con poco riesgo, que su dispersión por la cordillera se produjo de Sur a Norte, es decir, de León a Oviedo, y no a la inversa como hoy pudiera pensarse. Y no sólo en razón del práctico despoblamiento antiguo de la actual Asturias sino también porque el maíz, cereal que tradicionalmente se guarda en los hórreos de Oviedo, vino de América, mientras que los valles del Sil y del Esla producían desde tiempo inmemorial los otros cerea­les que no se dan en la cornisa cantábrica.

Bien. Yo sé que todo esto puede parecemos sorprendente, porque se ha falseado hasta la saciedad la imagen de León. José María Blázquez, catedrático de la Complutense, conocedor profun­do de nuestra historia antigua, ha manifestado en una de las sesiones de este seminario, que es León, y no Asturias o Galicia como vulgarmente se cree, quien posee de modo más vivo y actuante den­tro de sí los datos de ese pasado remoto anterior a la romanización. ¿Habrá que advertir, y sobre todo ahora, que el León de que hablamos no es la ciudad de León, sociedad urbana de reciente eclosión demográfica, que como tantas sociedades urbanas vive ajena u olvidada de sus verdade­ras raíces?

Florentino-Agustín Diez, ese infatigable estudioso de nuestras instituciones municipales, ha se­ñalado con insistencia el origen y la conformación prerromanas de la aldea y el municipio leonés. Cómo no recordar las peculiaridades democráticas y colectivistas de nuestras comunidades de aldea; la sin­gularidad de nuestras "ordenanzas de concejo"; la magnífica virtualidad de nuestro derecho consue­tudinario que hizo afirmar a uno de nuestros mejores tratadistas que si se perdieran todas las leyes de España, continuarían los leoneses haciendo vida regular al amparo de sus costumbres (45 bis).


EL DIALECTO LEONÉS

Otra nota, que siempre se ha dejado a un lado a la hora de valorar nuestra identidad, es la de la peculiaridad idiomática que ha merecido la atención de los más variados lingüistas. Y no se trata de resucitar muertos o de convocar fantasmas. Aquí entre las manos tengo, y lo he traído para quien quiera echarle una ojeada, el magnífico libro "Dialectología española" de Alonso Zamora Vi­cente, cuya primera edición data de 1960, siendo la última reimpresión de enero de este mismo año 1979. Debéis perdonarme la insistencia. Pero no tan escasos los que, al no ver ni oír por sí mis­mos, necesitan, cuando menos, tocar lo que otros les ponen en las manos. ¿Quién puede dudar de la particularidad dialectal leonesa? Por si las evidencias fueran pocas, ahora mismo un nuevo sema­nario acaba de salir a las calles de nuestra capital al amparo de una palabra que no figura en el dic­cionario de la Real Academia: Ceranda, palabra leonesa, que en el idioma oficial equivale a criba o zaranda.

Alonso Zamora Vicente traza las varias fronteras del leonés según sus distintas particularida­des. Las más amplias coinciden naturalmente con la mayor expansión territorial del Viejo Reino, lle­gando por Extremadura hasta Andalucía; pero la más reducida, el núcleo original, no es otro que la vieja frontera matriz ya conocida por nosotros, la que contenía a la Asturia prerromana: del Navia al Sella, del Sella al Esla, del Esla al Duero, con penetración en Portugal, por Miranda do Douro, Rionor y Guadramil, y del Sil otra vez al Navia (46).

En estos tiempos de exaltación de lo vasco en que con tanta frecuencia se oye que el caste­llano es el romance hablado por vascones y cántabros orientales, sorprende cuan pocos son los que osan decir que el leonés fue el romance hablado por los astures. Que nosotros sepamos, públicamente, sólo lo ha dicho Emilio Alarcos Llorach, pero lo ha dicho lejos de la tierra donde vive (Astu­rias) con ocasión de una conferencia dada en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, de Santander (47). ¿Es que se necesita mayor evidencia que esa histórica superposición de nuestro modo de hablar sobre los límites de la nación astur antes descritos? Reconozcamos que, como poco, el asunto merece más atención de la que se le ha querido prestar hasta la fecha.

Sabemos muy poco de lo que fue y de lo que significó el romance leonés en tiempos pasa­dos. De su semejanza con el gallego no nos cabe ninguna duda. ¿Pero su parentesco no fue más hondo de lo que normalmente se cree? Cuando Menéndez Pidal prologa esa magnífica miniatura de Sánchez Albornoz "Una ciudad cristiana del año mil" trata de evocar aquellos sonidos. Dice así:
"El antiguo notario continúa en su latín escolástico el discurso de Tedón: multa mala passa sum propter quod nec dixi nec feci; pero nuestro Tedón ante Don Arias diría: muitos males passei por los que nen dixi nen fizi. Dueño, prendiéronme elos míos enemigos, ie metiéronme en fierros ie en caréele, sen culpa... y así proseguiría expresándose en un lenguaje algo semejante al que hoy todavía se conserva en algunos rincones occidentales de la provincia de León, en los valles del río Sil. El lenguaje que el vulgo hablaba en la ciudad de León a raíz de ser hecha corte, se parecía más al gallego que al castellano, según vemos" (48).

Naturalmente, porque como ya hemos ido viendo a lo largo de esta charla y como el mismo Zamora Vicente señala "todo el reino leonés se había fundado sobre el área de la antigua Gallaecia, y (añade) encerraba en sus límites un territorio que no diptongaba: Galicia". ¿Os dais cuenta? Son las primeras palabras de un erudito aquí repetidas que no ha caído en la trampa del duende de los gentilicios.

Sigue diciendo Zamora Vicente: "El prestigio cultural de Galicia, sobre todo en el siglo XII, era enorme: existe incluso un documento de 1185, de Malilla de !a Seca, al este del Araduey, es decir, ya oriental, que presenta todos los caracteres gallego-portugueses". Merecería la pena una profundización en el tema por parte de nuestros investigadores. Porque este y otros datos permiten pensar que el idioma gallego debió de tener más íntima relación con la nación leonesa de lo que comúnmente se cree.

EL ESPAÑOL

Pero, me diréis: ¿cómo y para qué indagar el pasado de la lengua si los avatares de su mismo presente están tan sometidos a confusión? Nuestros políticos acaban de plasmar uno de sus maravi­llosos juicios salomónicos en la Constitución. Para españolizar a vascos y catalanes han castellanizado al idioma español. ¿Es que pasar de hablar español —el idioma común al que todos habían contri­buido, en el que todos Sabían vertido sus particularidades— a hablar castellano no significa colocar a las otras regiones en la situación de meras colonias idiomáticas de Castilla?

Emilio Alarcos Llorach, en la conferencia antes mencionada, vino a demostrar (y esto lo digo con todo el respeto) lo que siempre han sabido los limpiabotas mejicanos: que su idioma es el espa­ñol. Dice Alarcos que el sistema vocálico de cinco fonemas /i, e, a, o, u/ que posee el español, es tan castellano como leonés o aragonés; que las confusiones en las grafías b y v de! español mo­derno son tan castellanas como gallegas, leonesas, aragonesas y catalanas; que la carencia de sonido v es tan castellana como gallega, leonesa y aragonesa; que los dos fenómenos, la aparición de /o/ y de /x/ ,tan característicos del español, no pueden ser considerados más que como rasgos españoles, y no solamente castellanos. Y concluyo diciendo: "Si en su origen nuestro idioma es el latín mal aprendido por los indígenas de Cantabria, si el castellano medieval funde esas particularidades con las de las zonas mozárabes cartaginenses, si en los tiempos modernos contribuyen a él tanto leoneses como castellanos y aragoneses (y las gentes medievales y ultramarinas que lo aceptaron), no cabe duda que ha de llamarse con más propiedad español y no castellano.

¡Ah, pero cuidado! Si antes topamos con la Iglesia ahora hemos topado con la política y las cosas de la política son las cosas del poder, y el poder, si ha de arbitrar, arbitra siempre a favor de los poderosos. De poco vale que los lingüistas hayan protestado. Confiemos en que no llegue el día que siendo el Sur más poderoso que el Norte, guste a aquél la orientación de éste. El poder cam­biaría el nombre de los puntos cardinales.

LA PRIMERA PALABRA PENINSULAR

Llamar al idioma de todos castellano es negar al leonés su contribución fundamental a la co­mún creación del español. ¿Sabéis, por ejemplo, cuál es la palabra autóctona más antigua de la pe­nínsula atestiguada en documento? PARAMO. Palabra astur que pasa al leonés y de éste al español. Y es que páramo y astur no son términos enfrentados como pudiera inferirse de las voces de tantos "Cabalistas" como abundan hoy día. El vocablo páramo, que tanto fascinaba por cierto a Miguel de Unamuno, carece de explicación etimológica en latín, y en las otras lenguas conocidas. Su vinculación astur nos parece indudable a pesar de lo manifestado por William J. Entwistle (49). Schulten lo anota al hablar de lo que él considera monumento más importante para el conocimiento de la fauna astur: el poema tallado en piedra con que un legado de la Legio VII dedicó una parte de su caza a Diana. Dice Schulten: es un cuadro muy vivo del país astur, con su sierra, páramos y bosques (50).

Por cierto que, para quien la quiera ver, la piedra en cuestión, blanca, hermosa, y magnífi­camente conservada, se halla "expuestoescondida" en el claustro del Hostal de San Marcos.

LOS ESPEJOS ROTOS DE LEÓN

Llegados aquí, es lógico hacerse la siguiente pregunta: ¿cómo habiendo nacido los rasgos más sobresalientes de nuestra identidad en épocas tan remotas, cómo habiendo, por tanto, resistido los avatares del tiempo, las invasiones y las guerras, lo que es prueba de su fortaleza, presentan esas tan grandes dificultadas para reconocerse?

Decíamos hace un momento que padecía León una especie de maldición onomástica que difi­culta su propia identificación; algo así como si el duende de los gentilicios se dedicase a romper todos los espejos en los que León pretendiera mirarse.

León es una cosa y los astures son otra; y no importa que haya una Astorga (Astúrica Augus­ta) porque, muy por encima, —y uso el adverbio sobre todo en sentido metafórico— en el Norte, hay una Asturias. Porque, ojo, aquí el Norte, desde que paradójicamente el geógrafo alemán Humboldt descubrió en 1797 a nuestros geógrafos la meseta, no es el meramente geográfico, aquí el Norte es un valor cultural ideológico, cuya definición física viene dada hoy por la costa y la cordillera Cántabro-pirenaica, con inclusión de Navarra y Galicia como excepciones, siendo todo lo que hay al Sur de la divisoria de aguas simplemente "el Sur". Y los astures, no lo olvidemos, son un pueblo del Norte de España.

Ahora mismo acabo de ver en un libro, que publica nada menos que el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, cómo su autora al describir el traje femenino de Astorga se sorprende viva­mente por su similitud con algunos vestidos del Norte de España. ¡Dios, como si Astorga no estuviese al Norte y bien al Norte!

León es una cosa y Zamora y el mismo Bierzo son otra porque, como Carretero razona, "la coincidencia del nombre de la región histórica con el de una de sus actuales provincias y el de la capital de ésta (cosa que no ocurre en Castilla y las demás regiones de España, con la excepción de Valencia y Murcia) y las rivalidades provinciales han ido restringiendo la significación geográfica de León hasta reducirla a sus estrechos límites (51).

León es una cosa y los maragatos son otra, porque, como todos habéis oído los maragatos son bereberos importados a nuestras tierras. Caro Baroja (¡otra vez Caro Baroja) señala por el con­trario que se trata de una unidad social astur con tendencias muy conservadoras. En primer término nos hallamos —dice Caro— con que entre ellos existe o ha existido hasta hace muy poco la cos­tumbre de la covada tal como la describe Strabón; en segundo término, la técnica agrícola, los aperos de labranza, etc., son análogos a los de las zonas que rodean a ésta, entre las cuales las hay también extremadamente conservadoras y arcaizantes; en tercero, el habla es estrictamente leonesa occidental; en cuarto, los rasgos físicos no recuerdan gran cosa a los berberiscos: son los maragatos rechonchos, sanguíneos, de cabello liso y no muy abundante, velludos, su cara es cuadrada, con barbilla corta y nariz también corta y ancha (52).

A idéntica conclusión, por otros caminos, llega Menéndez Pidal quien argumenta que en latín “maurice” significa a la manera de los moros y “mauricus” propio de aquellos, con lo que la voz maragatos vendría a significar gentes de estirpe asturleonesa que vivieron en zonas sureñas zonas sureñas con los invasores bereberes (53).

LAS AUSENCIAS

Pero es que, además de estos guiños insensatos del duende de los gentilicios, la estrepitosa decadencia de León bastaría para justificar por sí misma todas las interferencias que oscurecen nues­tra identidad.

Sus rasgos más vigorosos y distintivos han nacido, como podéis suponer, muy lejos de la calle Ordoño II; son savia directa del pueblo, ese pueblo cuyo nombre tanto se evoca en vano; son fuen­te primera de lo popular. Y, por eso mismo, adolecen de una definitiva ausencia: a nuestra cul­tura le ha faltado el portavoz que la llevase a esos salones donde se conceden las cartas de natura­leza; le ha faltado algo tan insignificante en sí como la guinda en el pastel; le ha faltado esa superes­tructura cultural que es, por ejemplo, la literatura, esa suerte de cima que hace las veces de clave para componer la identidad de un pueblo.

Así, todos hemos contribuido a hacer de León esa especia de tercera Castilla que nunca existió. Y más ahora cuando quienes asumen la tarea de definirnos son los políticos. El político recoge lo que ve, pero lo recoge —quizá tampoco pueda exigírsele otra cosa— de la superficie, no de lo hondo; de ahí que sea de otros la responsabilidad de hacérselo patente, de ponerle a flote aquello que a sus ojos está en las distancias de lo hondo.

¿Acaso creéis que Galicia, sin Valle, sin Rosalía; que Asturias, sin Jovellanos y Clarín; que la misma España toda sin Cervantes sería la misma cosa que son ahora?

Hay una cultura en sentido estricto, que se elabora en talleres pequeños pero que necesitan de una base social muy amplia que le sirva de estímulo y catalizador. Y desde Mesopotamia hasta nuestros días este tipo de cultura necesita de las grandes aglomeraciones urbanas para producirse.

Si Clarín, que pasó su infancia en León donde su padre era gobernador, hubiese seguido vi­viendo en nuestra capital, podía haber dicho también aquello de "me nacieron en Zamora", pero jamás hubiera escrito La Regenta. La Regenta es un producto urbano y tanto lo es que el nombre ficticio de Vetusta llega a tener valor paralelo al mismo de Oviedo.

Otro tanto podríamos decir de Pérez Ayala. Jamás su Pilares hubiera podido ser trasunto li­terario de ninguna ciudad leonesa. Desde principio del diecinueve, Asturias crece a un ritmo acelera­do merced a la minería, quedando León notablemente rezagado.

Por eso, más que de nuestras responsabilidades habría que hablar de nuestras carencias. El declive de León ha sido tan portentoso que ni siquiera su índice de caída puede compararse con el del Imperio Español. Se nos ha enseñado que León y Castilla se unen o fusionan definitivamente en 1230. Creo que fue Buñuel quien dijo que toda religión pretende justificar que se dé más al que más tiene. ¿Y qué otra cosa ocurre en política o en economía? Habría que indagar en la época de aquella pretendida fusión, estudiar el sentir de los leoneses de entonces, el recelo, acaso el temor, que tuvieron, y las resistencias que opusieron al acontecimiento. Lo dice Joseph Pérez, uno de los pocos estudiosos a quien siempre acuden los grupos políticos que cada año se reúnen en Villalar, autor del más completo trabajo sobre la revolución de los comuneros: "Castilla absorbió al Reino de León y terminó convirtiéndose en la fuerza política preponderante." (54). ¿Es que hay alguien que todavía hoy pretenda ignorar esto? Barbero y Vigil dedican un largo reproche a los autores, sin excluir a Menéndez Pidal, que al referirse a la historia de España se ocupan del protagonismo de Castilla y de la identificación de Castilla con la historia de España (55). Sobre tal tema hay que escribir por lo menos tanto como lo que ya se lleva escrito; pero esta vez con renglones derechos. Habrá que abrir nuevos caminos, ausentarse de los lugares comunes,, romper la tenaza castellanista-españolista. Y más que contraponer el unitarismo castellano al pluralismo de las otras regiones, nos gustaría desentrañar a fondo el esencial desequilibro que notamos entre la preponderancia de lo movedizo, representado por una monarquía ambiciosa y expansiva (Castilla) y el predominio de lo estable, repre­sentado por una población y un territorio bien delimitados: León.

EL DESGUACE DE LEÓN

El desguace de León es un secreto a voces. La Mesta, cuya política resultaría a la larga fu­nesta para España, encauza las exportaciones de lana por caminos alejados de los leoneses. Quizá haya que lamentarse —y esto sorprenderá a muchos egregios ignorantes— de que nuestros astures hayan transitado con singular preferencia por riscos y por valles menospreciando los caminos del mar, contrariamente a los vascongados. Burgos debió su fortuna a la temprana colaboración que estableció con los puertos de la costa Cantábrica. Si Burgos —dice Joseph Pérez— poseía la lana, Bilbao disponía de los barcos necesarios para transportarla (56). ¿Pero qué fue primero, la gallina o el huevo? Porque León no disponía de la lana, —¿podía disponer de ella?— y, por supuesto, Gijón no disponía de los barcos —¿podía disponer de ellos?— para transportarla.
No es raro oír en los momentos actuales, a los exaltados de las reuniones de Villalar sobre todo, que León y Castilla comparten desde hace más de cuatrocientos años el deterioro progresivo que les ha llevado a su condición actual. ¿Cómo desplazar de nuestra mente ese falso tópico? Nos ayudaría mucho si abandonásemos por un instante el vicio de pensar en la riqueza del país en tér­minos de Norte rico - Sur pobre. Tracemos una recta que sea prolongación hacia arriba y hacia abajo del curso del Pisuerga, frontera tradicional del último León: habremos dividido a España de Este a Oeste. Veamos el Oeste: Galicia, Asturias (islote de riqueza irregular y reciente), León, Za­mora, Salamanca, Extremadura y Andalucía Occidental (con el islote de Sevilla, capital de toda An­dalucía). ¿No están aquí el subdesarrollo, la miseria, la pobreza, las zonas tercermundistas del Estado Español? Veamos el Este: Santander, Euskadi, Navarra, La Rioja, Castilla la Vieja (con el islote de Burgos, con el islote de Valladolid), Aragón (con el islote de Zaragoza), Castilla la Nueva, Ca­taluña, Valencia y Murcia y Andalucía Oriental. La comparación no parece posible. Aquí está la riqueza presente y, lo que es peor, la riqueza futura, además de la riqueza pasada. Porque pasada y grande fue la riqueza de Castilla en los siglos XV, XVI y XVII, mientras León —iba a decir ago­nizaba— languidecía.

Medina de Rioseco, Villalón, Medina del Campo fueron ciudades privilegiadas en las que los soberanos castellanos, fieles a una tradición medieval, concentraron el tráfico mercantil. Valladolid es la capital política del Estado hasta que Madrid le toma el relevo; ciudad de funcionarios, de letrados, agrupados en torno al tribunal de justicia, la chancilleria. Burgos, es la capital mercantil; Segovia, la capital industrial; Medina, la capital financiera; Salamanca, la capital universitaria (57). Y aquí está Salamanca, tan leonesa para algunos, sobre todo para Carretero y sus seguidores a los que gusta hablar del Imperio Leonés, tan castellana para los más. ¿Cómo caracterizarla nosotros? Veamos algunos datos: cuando en el 1102 se repuebla Salamanca, León y Castilla están unidos, su repoblación se hace con gentes heterogéneas entre las que abundan francos y castellanos; en el 1157 Castilla y León se separan hasta el 1230; durante esos años fue Salamanca "leonesa". ¿Habrá que decir que durante todos los demás Castilla la ha hecho castellana? Otro dato más significativo: Sa­lamanca es taurina como Castilla, no como León. La llamada "fiesta nacional" es ajena al núcleo original del antiguo reino de León, aquél que se superponía sobre la Gallaecia del Bajo Imperio. Lo dice Jovellanos: "El Reino de Galicia, el de León y las dos Asturias que componen una buena quinta parte de nuestra población, desconocen enteramente las corridas de toros" (58).

LEÓN, COMO LA ATLÁNTIDA
Pero sigamos. La pobreza con que se pretende hoy hermanar a Castilla y a León no tiene la raigambre centenaria que se le atribuye. Por el contrario, desde su fusión, digámoslo así, sus caminos no son paralelos sino opuestos. Desde el primer día comienza para León una notabilísima carrera de descensos, no siendo toda su historia posterior sino una larga y prolongada decadencia. Desde el siglo XV León no es más que un nombre en la historia, como la Atlántida, término que expresa más mitos fantasmagóricos que realidades concretas.

Un inglés que nos visitó en los albores de esta centuria lo expresó con justeza: "Todo lo acontecido en León, aconteció hace mucho tiempo hasta el punto de que ello pudiera parecer un sueño si el genio del arquitecto no hubiera legado a nuestros días los grandes momentos de la gloria al­canzada por sus reyes y sus prelados" (59).

Pasa León por la historia como un náufrago que apenas sobrevive hasta nuestros días. Pierde población constantemente, sus ciudades se desmoronan y se estrechan. Refiriéndonos a lo que fue la capital del un día reino más importante de la península, podemos decir que mientras los pueblos y villas de Castilla conocen el auge de la España imperial, León en el siglo XVI entra en una deca­dencia vertiginosa, que llega a su máxima hondura en el XVII con casas arruinadas, solares abando­nados, buenos yermos; hay apenas un atisbo de resurgimiento en el XVIII y la ciudad en su mejor momento alcanza a tener 5.566 (cinco mil quinientos sesenta y seis) habitantes, de los cuales el 20 % eran clérigos o empleados de la Iglesia. Dato este último que puede dar lugar a interpretaciones erróneas. Si León no desaparece, si Astorga y el mismo Oviedo no se disuelven para siempre en la irreversibilidad de lo rural, se debe en buena medida a la tesonera permanencia en ellas de las sedes episcopales. Así ni el Rey, ni el Estado, ni los nobles construyen puentes ni caminos; la Iglesia es la constructora y es ella quien cobra el impuesto a camineros, recueros y mercaderes; y son también de eclesiásticos pontazgos y portazgos. Ello da lugar a enconados pleitos y a veces los ciudadanos se reúnen para expulsar de la ciudad a algunos canónigos. Los nobles y los reyes, ya se sabe, optaron finalmente por decretar la expulsión de los judíos (60).

El siglo XIX está demasiado cercano. Naturalmente el general crecimiento demográfico tam­bién se deja sentir en León y así en el 1900 tiene ya nuestra ciudad 15.000 habitantes. Su crecimien­to recientísimo lo conocéis todos perfectamente.

¿Cómo, pues, aquel poblachón maltrecho, hundido, más que inmerso, en lo rural a trasmano de caminos y de vías, podía escribir su historia, reflexionar sobre su cultura, potenciar su identidad, hacer su propia literatura?

A nadie puede extrañar por tanto, que, por ejemplo, en el siglo XVIII nadie viese a los leo­neses. Cuando Gazel escribe a Ben-Beley sobre la diversidad de las provincias de España hace las siguientes menciones: cántabros, que según el sentir de la época, eran los vascos y los navarros; los de Asturias y las Montañas, héroes de la Reconquista e hidalgos, pero emigrantes y criados en Ma­drid; los castellanos, los más leales del mundo; Extremadura, los conquistadores del Nuevo Mundo; los andaluces, algo arrogantes; los valencianos, ligeros y emprendedores; los murcianos, participan del carácter de los andaluces y los valencianos; los catalanes, los más industriosos; y los aragoneses, va­lerosos y tenaces (61).

Pero si nosotros no hemos podido hacernos notar con nuestra propia voz escrita, hemos tenido la poca fortuna de que el inmenso prestigio de la generación del noventa y ocho cayera sobre nosotros como un alud de incoherencias y oscuridades.

Qué decir, por ejemplo, de don Miguel de Unamuno cuando afirma: "Es el León leonés león de Castilla" (62) o cuando se atreve a escribir: "La Castilla leonesa y asturiana, la de la Recon­quista, la de Pelayo...".

También Azorín gustaba de tales frases: "León, la ciudad que ha sido la primera en la nacionalidad castellana" (63). Yo pregunto: ¿hay algún leonés que verdaderamente sienta esto así? No pa­rece sino que León fuera como un extraño capullo que, obligado a mariposa, cuando se abre brotan de él Euzkadi, Cataluña, Galicia, Castilla, Asturias y hasta Cantabria... todas menos León.

Ortega, que no pertenece al 98, tiene una famosa frase muy de este tenor: "En Castilla no hay curvas, caballero..." (64) pronunciada en el mismísimo León. ¡Qué poco nos conocía quien, por cierto, fue senador por León durante la República!

"REYES DE LA MINERÍA, SEÑORES DE LA LABRANZA"

Desde luego no han sido estos escritores del noventa y ocho la mejor autoridad para definir a León. En su mayor parte no lograron desprenderse de aquel irracionalismo que motivó sus prime­ras páginas, ¿Cómo no recordar el extravagante paraguas rojo del primer Azorín o el singular y enrabietado duelo que con Primo de Rivera mantuvo Unamuno? Sus escritos más valen por el lado de la estética o de la lírica exaltada que por el de la ciencia o el rigor.

Y terminamos. Pero encontrar remate a esta charla es tarea dificultosa. Más, habiendo llegado hasta aquí, tras tan apesadumbrado rosario de descensos. Podemos, sin embargo, acudir al inevitable Ortega y parafrasearle, cuando, tras mostrar con crudeza su negativa visión del pasado histórico nacional, pretende animar a un hipotético joven lector exhortándole a que piense en el mañana, cuando podrá tornar en bienes y en grandezas los males y bajezas del ayer (65). Y los leoneses tenemos mo­tivos para el optimismo, a pesar de todo. Por primera vez en su historia, la ciudad de León ha supe­rado los 100.000 habitantes. Además nuestra provincia cuenta con un municipio de más de 50.000 habitantes, Ponferrada; tres, entre 10.001 y 20.000; y cincuenta entre 2.001 y 10.000 habitantes. Este equipamiento urbano es importante, superior incluso al de Navarra y muy por encima de cualquier otra provincia del llamado Valle del Duero. Valladolid, por ejemplo, cuenta con una ciudad, la capi­tal, con más de 100.000 habitantes; ninguna con más de 50.000; una con más de 10.000 y sólo trece, entre 2.000 y 10.000, lo que dice mucho del papel de la capital de la provincia en uno y otro caso. Así, en la capital de León vive un 21 % de su población provincial; mientras en la de Valladolid un 63 % de la suya (66).

Por eso quizá ya los poetas comienzan a vernos y uno de los mejores de este siglo nos canta así:
leoneses, navarros, dueños del hambre, el sudor y el hacha, reyes de la minería, señores de la labranza. (67).
(33) MANCEBO VALBUENA, ]. Cumbre histórica. León 1938.
(34) MENENDEZ PIDAL, RAMON. Los españoles en la literatura. Madrid 1971.
(35) Declaraciones en el ABC (suplemento dominical) de 15 de octubre de 1978. También, en el mismo sentido, vid. SÁNCHEZ ALBORNOZ, C. La trayectoria histórica de Vasconia. Madrid 1977.
(36) CARO BAROJA, JULIO. Los pueblos de España. 2 tomos, Madrid 1976.
(37) Citado por: VALBUENA, ANTONIO. Sobre el origen del río Esla. Madrid 1901.
(38) MORALEJO LASSO, ABELARDO. Toponimia Gallega y Leonesa. Santiago de Compostela 1977. El Padre Martirio identifica el Monte Vindio con los Picos de Europa. Vindio significa blanco y a aquellas moles calcáreas con­viene muy bien el nombre aun sin la presencia de la nieve. A este respecto Moraleio Lasso dice: "Es conocido el no Astura del Lacio, que nace en los montes Albanos y desemboca junto al lugar de su nombre, donde queda hoy el castillo de "Torre d'Astura". ¿Este Albano qué significado tiene? Si acaso significase blanco habría un paralelismo que invitan la reflexión.
(39) SCHULTEN, A. Ob. cit.
(40) CARO BAROJA. J. Organización Social de los Pueblos del Norte de la Península Ibérica en la Antigüedad. En Legio VII Gemina. León 1970.
(41) GARCÍA Y BELLIDO, ANTONIO España y los españoles hace dos mil años. (Según la Geografía de Strabón) 1976.
(42) GARCÍA V BELLIDO, ANTONIO. Ob. cit.
(41) MARTIN GRANIZO, LEÓN. La provincia de León, paisajes, hombres, costumbres y canciones. Madrid 1929.
(44) GAGO RABANAL, E. Estudios de Arqueología, Protohistoria V Etnografía de los astures lancienses (hoy leo­neses) León 1902.
(45) Citado por: GARCÍA Y BELLIDO, ANTONIO. Veinticinco estampas de la España Antigua. Madrid 1977.
(45 bis) MARTIN GRANIZO, LEÓN. Ob. cit.
(46) ZAMORA VICENTE, ALONSO. Dialectología española. Madrid 1979.
(47) ALARCOS LLORACH, EMILIO Español, castellano y latín cantábrico. Publicado en el diario “Informaciones” de Madrid los días 23, 24, 25, 26 de octubre de 1978.
(48) SÁNCHEZ ALBORNOZ, C. Ob. cit. Una ciudad
(49) ENTWISTLE. WILLIAM J. Las lenguas de España: Castellano, Catalán, Vasco y Gallego-Portugués. Madrid. 1978. Dice Entwistle: "La palabra no es vasca, v posiblemente tampoco íbera. Puede pertenecer específicamente a la lengua de los bacheos o de los vetones, que habitaban las llanuras". Lo que, corno vemos, entra en contradicción con las carac­terísticas que según SCHULTEN, tenia el país astur.
(50) SCHULTEN, A. Ob. cit. El poema está recogido en el CIL II 2.660.
(51) CARRETERO Y JIMÉNEZ. Ob. cit.
(52) CARO BAROJA. Ob. cit.: Los pueblos
(53) CARO BAROJA. Ob. cit.
(54) PÉREZ, JOSEPH. La Revolución de la« Comunidades de Castilla. Madrid 1978.
(55) BARBERO Y VIGIL. Ob. cit.: La formación
(56) PÉREZ, JOSEPH. Ob. cit.
(57) PÉREZ, JOSEPH. Ob. cit.
(58) JOVELLANOS, GASPAR MELCHOR. Carta al Teniente de Navío don José Vargas Ponce.
(59) CLAVERT, ALBERT F. LEÓN, Burgos and Salamanca. An historical and descriptive accaunt. London. Citado por Martin Granizo, León. Ob. cit.
(60) MARTIN GALINDO, JOSÉ LUIS La ciudad de León en el siglo XVIII. Biografía de una ciudad. León 1959.
(61) CADALSO, JOSÉ. Cartas Marruecas. Barcelona 1967. Carta XXVI.
(62) UNAMUNO, MIGUEL. Andanzas v visiones españolas Madrid 1959.
(63) AZORIN. El paisaje de España visto por los españoles. Madrid 1975.
(64) ORTEGA Y GASSET, TOSE. Notas. Citado por CARRETERO, Ob. cit.
(65) ORTEGA Y GASSET, JOSÉ. España Invertebrada. Madrid 1962.
(66) Datos del CENSO AL 31 DE DICIEMBRE DE 1975.
Población Provincial Población de la capital
León 526.496 115.176
Valladolid 450.670 287.230
(67) HERNÁNDEZ, MIGUEL. Viento del Pueblo. Buenos Aires, 1968.

sábado, mayo 27, 2006

El territorio histórico de León

JUAN PEDRO APARICIO
LA NACIÓN ASTUR
Creo que ya en su día nuestro historiador mayor Justiniano Rodríguez formuló esa primera pregunta en tono de reto. Sería pérdida de tiempo contestarla de manera frontal, sin hacer un reco­rrido, bien que somero, por los misterios, las grutas y los precipicios de la historia leonesa. Cualquier alto funcionario, servidor de ésta o aquella autocracia, hubiera podido en cualquier época haber puesto cuatro, seis o diez, donde un día puso cinco provincias.

Pesa sobre León una suerte de maldición onomástica o patronímica —pues al fin del nombre del padre se trata—, la burla de un duende que juega con los genticilios, que impidiendo la nece­saria univocidad en el lenguaje, entra a saco en la identidad del pueblo leonés al que despoja, junto con girones de su historia, de sus más caracterizados perfiles.

Nuestros historiadores hinchan el pecho cuando relatan las dificultades de Roma para conquis­tar la península: la primera en ser atacada y la última en ser conquistada, suelen decir. Pero, ¿cuán­tos españoles, es más, cuántos leoneses, o todavía más, cuántos de nuestros historiadores, conocen que fue León la porción principal de ese último bastión hispano contra Roma?

En la prestigiosa historia de España y América, social y económica, dirigida por Vicens Vivens pueden leerse cosas como ésta: "La última fase de la conquista (romana) fue la incorporación del litoral cantábrico, decidida por Augusto el 29 a. de Cristo" (1). De nuevo preguntamos: ¿dón­de está León aquí?

Caben disparates mayores. El historiador del Derecho Alfonso García Gallo en su ciertamente meritorio manual de Historia del Derecho español dice, por ejemplo, que León quedó sometido a Roma, al caer Numancia en el 133 a. de Cristo (2).

Roma entra en los campos de batalla ibéricos enfrentada a Cartago como aliada de Sagunto en el 218 a. de Cristo. No mucho más tarde, hacia el 197 a. de Cristo, son ya romanas aproxima­damente la Cataluña actual, todo el Levante y Andalucía. Crece el poderío de Roma de sur a norte y de este a oeste; domina plenamente la Lusitania en el 139 a. de C. con la muerte de Viriato; enseguida las legiones destruyen Numancia y se apoderan de la mayor parte de la meseta norte; en el 74 a. de C., Pompeyo, sin resistencia, funda Pamplona en el corazón de la tierra vascona; en el 61 a. de C., César conquista Galicia.

A partir de entonces sólo un rincón de España conserva la independencia frente a Roma. Está constituido por los solares de Cántabros y Astures. Y por extraño que parezca, dada la organización onomástica actual, ambos, y en parte muy principal, pertenecen a la historia de León.

Adolf Schulten, un clásico ya en la historiografía de aquella conquista, empieza así su libro sobre los cántabros y astures y su guerra contra Roma:
"La región montañosa de la costa Norte de España (dice de la costa norte de España, en lo que ya hay una fuente de engaño para los oídos españoles de ahora, porque la costa Norte de Es­paña parece referida a vascos, santanderinos o asturianos, no a la provincia de León) tiene la gloria de haber sido siempre la sede de gentes fuertes y heroicas. Como los Cántabros y Astures resistie­ron a los Romanos durante diez años —al igual que los numantinos— así, resistieron más tarde sus nietos a los árabes, y todavía en la Guerra de la Independencia mostraron su valor, defendiendo Astorga en 1810 contra el mariscal Suchet..", (3).

Y es que el territorio astur comprendía por la costa de Oviedo desde la desembocadura del río Navia hasta un poco más al este de Ribadesella; del Sella bajaba el límite hasta el puerto de Tama, continuando en la vertiente de la actual provincia de León hacia Lulo, Cistierna y, río Cea abajo, al Esla hasta su unión con el Duero en la actual provincia de Zamora. Desde aquí, seguía por una línea que, rebasando la confluencia con el Tormes, volvía hacia el Norte por la divisoria de aguas entre el rio portugués Sabor y el Duero, pasando luego por cerca de Braganza para seguir aproximadamente los límites actuales entre Portugal y Zamora, penetrando después en la provincia de Orense, al Oeste de Viana del Bollo y Valdeorras, para seguir hacia La Rúa Petín y cerrar hacia el Norte por el Oeste del Bierzo y la corriente del río Navia (4).

En líneas generales aquella Asturia prerromana vendría a contener una parte de la actual pro­vincia de Oviedo, casi toda la provincia de León, excluidos los valles de; Riaño y Cistierna que serían cántabros; y una parte de la actual Zamora, uno de cuyos vértices sería la confluencia del Esla y e! Duero, y otro, la localidad portuguesa de Miranda do Douro.

Este solar, extenso y de variada orografía —no obstante ser como señala Uría, la unidad más montañosa de cuantas podemos reconocer entre los pueblos indígenas— ha de relacionarse con el valor territorial que daban los conquistadores romanos al pueblo astur, frente al únicamente social o gentilicio que atribuían a otros pueblos del Norte de España. Uría acepta que esta distinción expresa diferencia en el grado de unificación social, política y acaso étnica de unos pueblos y otros: los romanos tenían noción clara de una Asturia o de una Gallaecia como entidades nacionales asentadas sobre un territorio que les era propio, pero en cambio, solamente tenían noción de una gens canta-brorum o de una gens vacaeorum (5).

LA GUERRA POR LA INDEPENDENCIA

La guerra duró diez años, del 29 al 19 a. de C. Es un tópico decir que la lucha fue feroz y heroica. No lo es, que todo combatiente enemigo era inmediatamente ajusticiado. Pero hasta en eso había diferencias. Los romanos llenaron los caminos de filas interminables de cruces. Clavados a ellas, aún en la agonía, cántabros y astures cantaban sus cantos de guerra.

El que se sepa muy poco de ellos, y el que estos sucesos hayan estado ausentes de nuestros libros de texto se debe sin duda a que carece, esta guerra, de un historiador del calibre de Polibio que es quien relata los hechos de Numancia. Numancia se ha incorporado plenamente a la mitolo­gía nacional, a toda nuestra literatura. Cervantes escribe incluso una obra de teatro con este nom­bre. En cambio no hay nada semejante respecto a Lancia, por ejemplo, nada hay con respecto a Asturia. Y esto ¿por qué es? Porque tuvimos la poca fortuna de que contando con un gran historiador, de la categoría de Polibio, como fue Tito Livio, los libros en que recogió esta guerra se perdieron y sólo disponemos de un resumen de sus textos hecho por autores más modernos: Floro y Orosio. Resu­men que resulta en cualquier caso más que suficiente para saber que el escenario de la contienda astur se desarrolló por entero en el territorio de la actual provincia de León, lo que era natural al ser —como lo siguió siendo todavía durante mucho tiempo— la porción más rica y más poblada de la nación astur. La contienda tiene lugar en el Bierzo, a orillas del Esla y en Lancia. Todos habéis oído hablar de Lancia a pesar del estado tan lastimoso en que se encuentra. Lancia está a unos dieciocho kilómetros al sur de León, muy cerca de Mansilla de las Mulas. El asturianista Cabal en su libro cuyo título resulta ya tendencioso, "La Asturias que venció Roma", por lo que tiene de exclusión de León, no tiene más remedio que decir: Asturias murió en Lancia como Cantabria en el Vindio (6).

¿Cuál fue la causa de la guerra? Los romanos no necesitaron que volase un Maine por los aires para justificar su agresión. Los historiadores imperiales vienen a referir que Roma se movió por el imperativo pacificador para erradicar el bandolerismo de aquellos pueblos que, según ellos, saquea­ban a sus vecinos, ya sometidos, por cierto, a la ley de Roma.

Y nunca desde entonces ha tenido Roma mala prensa, como no sea en boca de algún fran­cotirador de reducida audiencia. Su colonización se presenta sin mácula, sin un padre Las Casas que revuelva las conciencias o que genere una leyenda negra. Nuestros historiadores destacan por igual la cesión que nos hace Roma de su cultura y la unificación peninsular que implanta de viva fuerza. No suelen hablar estos historiadores de las arcas vacías de Augusto, de la escasez de minas de oro del imperio, de las técnicas mineras indígenas con nombres astures como arrugia, palacurna, balux, palaga... Todo induce a pensar que tras la política de Augusto de estirar el Imperio hacia fronte­ras naturales más cómodas, bullía el impulso verdaderamente determinante en cualquier conquista­dor: la búsqueda de este o aquel el dorado. Y de esto ponemos por testigo a Plinio, que dice: "Asturia, Gallaecia y Lusitania suministran por este procedimiento 20.000 libras de oro al año, pero la producción de Asturia es la más abundante. No hay parte alguna de la tierra donde se dé esta fertilidad durante tantos siglos" (7).

En diez años Roma acaba con la resistencia de los astures y aquel pueblo guerrero es for­zado a convertirse en minero. Porque, no lo olvidemos, el oro es la clave de nuestra romanización. Por eso, este rincón del Noroeste, famoso en la antigüedad por su riqueza aurífera, es sobre todo un poderosísimo enclave militar, donde pronto la Legio VII será la más fuerte guarnición de la pe­nínsula, rodeada de una población, cuando no decididamente hostil, poco menos que esclavizada.

La ROMANIZACIÓN

Veamos: Este rincón peninsular no contribuye con un solo nombre a la historia de Roma. Consideremos, por ejemplo, el origen de las familias senatoriales hispano-romanas. La mayoría pro­cede: de la Bética (Andalucía), 18; de Barcino y Tarraco (Cataluña), 7; de Valencia, 2. Y otro tanto cabe decir de la procedencia de los hombres de letras, Cayo Julio Higinio, Latrón, Séneca, y hasta de la de los emperadores.

Significativo es asimismo el contraste entre Emérita Augusta (Mérida), con circo, con teatro para 5.500 espectadores, y Legio (León), exclusivamente un campamento amurallado, un fuerte de piedra, aislado y protegido del exterior.

Es mucho más, sin embargo, lo que se ignora que lo que se sabe sobre esta época. Con razón se lamenta Sánchez Alonso de que los escritores del Imperio se sigan refiriendo a los sucesos que tienen lugar en España, siempre englobados en las incidencias del pueblo romano, mientras que los pseudohistoriadores patrios se fijan, ante todo, en la predicación del Cristianismo, y, así, dedican cen­tenares de obras a demostrar la venida de Santiago, en tiempos de Claudio, discuten la prioridad de unas sedes episcopales sobre otras, y cosas de ese tenor (8).

Y ya que con la Iglesia hemos topado, anotemos que mientras nuestros cántabros y astures seguían rindiendo culto a sus manes, a su Júpiter Solutoris, o a su Júpiter Candamus, o a Erudinus, los conquistadores romanos, siguiendo el ejemplo de su compatriota Saulo, rinden paulatinamente sus guarniciones a los dictados de la nueva religión. Religión que pronto será la religión del Estado o que será Estado ella misma. Luego, la historiografía hagiográfica posterior se encargaría de indigenizar adecuadamente aquellas pendencias propias de los conquistadores romanos. ¿Quién no conoce, por ejemplo, el martirio del santo leonés Marcelo? Este capitán de la Legio VII —cuando todavía existía Lancia en todo su apogeo, bien que romanizada—, en ocasión de un banquete para celebrar el natalicio del emperador Maximiliano, arrojó las insignias de mando que tenia, y, como relatan nuestros entusiasmados historiadores, con voz sonora dijo: Al Rey Eterno sirvo, desprecio vuestros mudos dioses de madera y piedra y si obedecer al emperador es idolatrarle, renuncio a la obediencia imperial (9).

A lo que parece, por tal gesto, fue degollado y también lo fueron sus hijos Claudio, Lupercio y Victorico. Luego, sobre la piedra de esa sacrificio se ha querido levantar el edificio de la Igle­sia leonesa. Las otras piedras, las aras y estelas, las de los enterramientos indígenas, las que de la misma y aun posterior época, hablan de los dioses cántabros y astures, han quedado expuestoescondidas en la diáspora de los museos arqueológicos.

LA MALDICIÓN ONOMÁSTICA

Pero no nos dispersemos nosotros también. Volvamos sobre nuestro tema y digamos que la primera organización administrativa romana, tras la conquista, dividió a la península en tres provin­cias y 14 Conventos Jurídicos; Asturia, con sus fronteras ya conocidas, forma uno de ellos, con ca­pital en Astúrica (Astorga) dentro de la provincia Tarraconense; que el año 216, reinando Caracalla, se segregó de ésta una nueva provincia: La Gallaecia. Y esto sí que tiene importancia para nues­tro futuro, porque es el primero de nuestros bautizos de mala sombra, la primera manifestación de eso que hemos querido llamar la maldición patronímica, el primer guiño del duende de la onomás­tica. Ojo a esto: La Gallaecia incluía dentro de sus límites a la Galicia actual, más la Gallaecia Bracarense (hoy perteneciente a Portugal, de donde nos viene nuestro buen rey Ramiro II), todo el convento jurídico astur y una parte de Cantabria. Prestemos atención a este cuadrante del Noroeste que será recurrente en nuestra historia, sin la comprensión de cuyos límites no habrá entendimiento cabal de la historia que sigue.

Y es que olvidan los autores con más frecuencia de lo prudente el empleo del primer instru­mento que exige todo estudio: la univocidad en el lenguaje. Si en vez de Gallaecia usamos Galicia haremos gallegos, como así sucede, a la monja Eteria, al priscilianismo, y no sabremos qué hacer con León, con Oviedo o Astorga cuando los suevos superponen su reino sobre esta provincia del Bajo Imperio. O, como sucede con el libro de Sánchez Dragó, Gárgoris y Habíais, Astorga pasará a ser un islote extraño, sin conexión con lo leonés, porque la cultura que allí se genera y que de allí sale cuando no es asturiana (Asturia) es gallega (Gallaecia). Y así vemos cómo León desaparece, cómo León no existe convertido en esa fantasmal tercera Castilla La Remota o la Arcaica.

Entre los legados que Roma_ no deja, y que nunca citan los autores como tal, se cuentan las murallas de Legio. Su fortaleza era tal —nos dice Risco— que fue siempre sumamente difícil la em­presa de tomar la ciudad, y jamás la ganaron los enemigos, sino teniéndola sitiada por largo tiempo (10).

LA INEXPUGNABILIDAD DE LEGIO Y LA INVASIÓN DE LOS ÁRABES

Y es que a la Legio VII incumbe enseguida la misión de mantener los servicios de la penínsu­la a lo largo de todo el Imperio. No sólo tiene encomendada la misión de velar por esa ruta del oro que nace en nuestra provincia, sino que desde la época de Vespasiano es la única fuerza de guarnición estable, el brazo armado más importante de Roma en la península, la policía única para todo el territorio. El prestigio de León sería así enorme, suponiendo sus murallas durante mucho tiempo una apetencia imposible para los astures (11).

Pero sigamos. Los suevos asolan la Gallaecia y superponen su reino sobre esta provincia. Risco, anota, sin embargo, que la capital de León, la de Oviedo y la de Zamora conservan su inde­pendencia frente a los invasores, cayendo cuando cae el reino Suevo (año 585) en manos de los visigodos bajo Leovigildo (12).

Este es otro dato importante cuando se trata de identificar al Reino de León con los visigodos; mozarabismo aparte, los hechos, los antecedentes parecen contrarios, pues el embrión de lo que luego sería la nación leonesa se hizo visigodo ciento cincuenta años más tarde que el resto de España.

Y ya que los astures son el eje sobre el que gira este León originario, mencionemos que sólo dos fuentes recogen su nombre durante este largo periodo, lo que da idea de la oscuridad en que se sumieron. La primera refiere cómo en el año 456-457 d. de C. el rey godo Teodorico entra en Asturia, donde combatió a los suevos y destrozó la capital, Astúrica; la otra, que alude a época muy posterior, hacia el 613 (sometida Asturia a la unidad visigoda), refiere cómo Sisebuto se ve obligado a enviar a su general Riquila contra los astures, a los que reduce (13).

Las fuentes que hablan de la invasión de los árabes son confusas. Se sabe que existía una disputa en el trono visigodo, que se dilucida una vez más con las armas. Pero no se sabe si Rodrigo se enfrentaba a Vitiza o a su hijo Achilla II. La cierto es que los árabes entran en España por la puerta que uno de los dos bandos en lucha abre a esta intervención extranjera. Poco se sabe de unos y otros. Suficiente para creer que la conquista no fue tal conquista, que fue una especie de toma de España —como los ingleses tomaron siglos más tarde Gibraltar— con la ayuda de los vitizanos y para los vitizanos, hasta que la codicia y la confianza del recién llegado en su propia fuerza le deciden a quedarse.

Respecto al Noroeste nos interesa destacar dos cosas: Primero que la mayor parte de la re­gión debió de seguir siendo esencialmente la misma que en la época anterior, conservando sus formas de vida, su religión y su derecho. Y tal afirmación vale no sólo para las zonas montañosas, sino también para las llanas, como afirman Barbero y Vigil, matizando muy mucho la famosa teoría del desierto del Duero (14). Y ¿qué otros pobladores podrían ser éstos, sino los que ocupaban el terri­torio cuando Roma lo conquistó? Conviene detenerse aquí, siquiera un instante. Es muy frecuente entre quienes viven de tópicos decir que nos invadieron estos o los otros pueblos. Y hay que rebajar mucho el tono y el alcance de esas invasiones. Esas invasiones eran como golpes de estado o cam­bios en el poder. Lo que venía era una élite militar más potente que se apropiaba de los resortes de poder de esas sociedades a las que sometía bajo una organización político-administrativa determina­da. Antes hemos mencionado la constancia de un levantamiento de astures contra Sisebuto, a los que vence en sus montañas. Y sus montañas eran tanto la cordillera astur-leonesa, como los montes de León, como la sierra Cabrera. El mismo valor tiene la noticia de que los suevos animaban a distin­tos pueblos de la zona de Sanabria —¿qué otra cosa podían ser sino astures?— contra los visigodos.

Pedro Bosch Gimpera ha destacado la permanencia en todas estas regiones norteñas del substrato indígena prerromano, sobre el cual las dominaciones romana y visigoda actuaron tan sólo como superestructuras político-militares, sin ahogar sus caracteres originarios. Estos substratos resurgieron y se manifestaron vivos en la Alta Edad Media, tanto en la zona islámica como en la zona libre. En esta última, a pesar de la retirada hacia ella del ejército visigodo y de la organización de !a resistencia en torno a sus jefes, la vida se fue organizando sobre la base de la población indígena. Esta puede reconocerse durante los primeros tiempos de la reconquista, en las distintas áreas de sus antiguos emplazamientos. Así Galicia estaría habitada por los antiguos galaicos, y Asturias y León, por los astures... (15).

Segundo: La situación especial de la ciudad de Legio durante aquellos años. Recordemos cómo Risco contaba la incapacidad de los suevos para reducirla. Del mismo modo, son abundantes las fuentes árabes que reseñan minuciosamente los ataques contra ella durante el reinado de Ramiro I (del 842 al 850). Es decir, que por aquel entonces, cuando gobernaba Córdoba Abderramán II, León no pertenecía ni al reino asturiano ni al musulmán: era independiente y autónoma, (16).

Barbero y Vigil han contribuido decisivamente a iluminar aquellos años oscuros. Sobre unas palabras suyas relativas a Pamplona propondremos un juego que pretende asimismo ser iluminador. Dicen así:

"La ciudad de Pamplona rechazó la soberanía musulmana en el 798. Pamplona era una ciudad romana que había conservado su importancia durante la época visigoda, expresada en lo religioso por la existencia de obispos y en lo político por el dominio godo en el país de los vascones inde­pendientes del Reino de Toledo. La independencia de Pamplona ¡rente a los musulmanes facilitaría más tarde que se asentasen en ella los jefes vascones del Pirineo Occidental, dando así origen al Reino de Navarra" (17).

Soslayemos el hecho de que Legio carecía de obispado (existía en Astorga) y retrasemos el año 798 a la indeterminación en fecha muy temprana. Sustituyamos León por Pamplona y Astures por Vascones y oigamos de nuevo:

"La ciudad de León rechazó la soberanía musulmana en fecha muy temprana. León era una ciudad romana que había conservado su importancia durante la época visigoda, expresada en lo re­ligioso por la existencia de obispos y en lo político por el dominio godo en el país de los astures inde­pendientes del Reino de Toledo. La independencia de León frente a los musulmanes facilitaría más tarde que se asentaran en ella los jefes astures del Pirineo Occidental (a la cordillera cantábrica se le ha considerado parte del sistema pirenaico) dando así origen al Reino de León."
PELAYO, PRIMER REY DE LEÓN

Yo bien sé lo expuesto que es decir esto hoy, cuando el periferismo que nos invade y el duende de los gentilicios se han puesto de acuerdo para hacer de Pelayo el primer rey de la pro­vincia de Oviedo. Sin ánimo de molestar recordemos cómo empieza la crónica de España del Rey Sabio: Et escomienza en el Rey Don Pelayo que fue el primero rey de León... siendo lo curioso que no fue ni lo uno ni lo otro, y por la misma razón: inexistencia del concepto político a que se le asigna.

Pelayo y los suyos eran gallegos (ojo: gallegos de Gallaecia) para los historiadores árabes. A este respecto no me resisto a dejar de citar un párrafo que "De la Descripción de España de Abu-felda", recoge Carretero: Y se describe en el Azizi que la ciudad de Zamora es de las más notables de Galicia y que en ella reside el que actualmente es su rey. (Alfonso III el Magno, al que nuestros historiadores todavía no consideran rey de León) Igualmente manifiesta Abensaid que en la parte septentrional de Zamora se encuentra la ciudad de León... León está por un lado del río que desagua en el río de Zamora. En él Azizi se refiere que León es la ciudad más grande y más notable de Galicia, y que los gallegos dicen: ‘la belleza de la cara vigoriza el cuerpo’. Desde León hacia el litoral del mar Océano Occidental hay cuatro jornadas... (19).

Sabemos además que los árabes de la Península eran la verdadera Spania para los cristianos. Sánchez Albornoz habla de la importación de telas y objetos diversos spaniscos o moriscos que se hacía en el León del siglo X (20). Lo que no sabemos con certeza es cómo se consideraban a sí mismos los cristianos. Algunos indicios permiten pensar que a los cántabros del oriente de las actuales Oviedo y León y occidente de Santander se les llamaría astures, mientras que a los verdaderos astures se les llamaría —quizá se denominarían así ellos mismos— gallegos.

En la crónica de Alfonso III se relata que en tiempos de Fruela, el padre de Alfonso II el Casto, fueron derrotados los árabes en Pontumio o Pontuvio. Una mano al margen —el duende de los gentilicios— escribió Puentes de Eume, que, como es sabido, está en la Galicia actual. Los his­toriadores se mesan los cabellos. Sánchez Albornoz exclama "¿cómo ir tan lejos?". El General Burnete dice que este Pontumio es el Pontón. Pero no se acepta porque como la misma crónica señala se trata de un lugar en Galicia. Y Ballesteros añade: Los cronistas árabes llamaban Galicia a todo el reino cristiano, pero los cristianos bien sabían dónde empezaba Galicia. El Padre Martino ha lo­grado restablecer la lógica con una simple aportación documental. Existe, entre nosotros, un diploma del 905 —en el reinado de Alfonso III, precisamente—, que sitúa al Monasterio de Sahagún en Galicia (es decir en Gallaecia, señores) cerca del río Cea. El Monasterio de Sahagún estaba in hunc locum Cálzala, que est sita ripam fluminis, cui nomen esí Ceja in finibus Gallaeciae (21).

Hemos dicho que Pelayo y los suyos eran gallegos a los ojos de los historiadores árabes. Pero digamos más y dediquémoslo a Constantino Cabal y a los Cabalistas que tanto abundan hoy. El his­toriador árabe El Ajbar-Machmúa refiere que el caudillo Uqba conquistó toda España, no quedando en Gallaecia ni una alquería por conquistar excepto la sierra donde se había refugiado Pelayo con trescientos hombres, los cuales se resistieron a las diferentes acometidas de los musulmanes, quedan­do reducidos a treinta hombres. Entonces los árabes no los molestaron. Al-Maqqari narra el suceso diciendo que el primero que reunió a los fugitivos cristianos de España fue Pelayo, natural de Asturia, en Gallaecia... (22).

¡Ah, natural de Asturia! ¿Qué sería, de Oviedo o de Gijón? ¿O quizá de Mieres? ¿Si Ga­llaecia no es la Galicia actual, por qué ese empecinamiento en identificar aquella Asturia con la actual Oviedo? La Asturia de entonces todavía llegaba hasta el Duero; así que Pelayo, si es que era astur, podría muy bien haber sido ¿por qué no? de Santa María del Páramo o de Castrillo de los Polvazares o de Perilla de Castro. ¿Por qué no?

No me fatiga repetirlo: No pocos de los problemas que parecen de historia son puntos oscu­ros que se generan en torno al lenguaje. Un ejemplo típico lo plantean las siguientes preguntas: ¿Cuándo empieza a hablarse por primera vez de Reino de León? ¿Cuándo el territorio leonés deja de llamarse Asturia?

LEGIO, CAPITAL DEL REINO DE ASTURIAS

El territorio astur era muy grande y en su mayor parte de orografía complicada: Los Ancares, la Sierra del Teleno, Sanabria, la Cabrera... por mencionar los topónimos menos frecuentados. Si la Cabrera y ciertas zonas de Zamora eran astures en tiempos prerromanos, su situación a todas las trasmanos, las preservará astures hasta que el último conquistador, quizá una central nuclear, caiga sobre ellos.

En el territorio astur una ciudad destacaba más que todas, más que Bergidum, más que Asturica, más que la desaparecida Lancia: Legio. Ya hemos anotado su carácter de fortaleza inexpugna­ble; su valor como única ciudad policía desde donde el músculo romano lanzaba el puño contra la península. No es así extraño que los reyes astures —y no sólo ellos— sintieran la fascinación de sus murallas, el eco de su prestigio de fuerza y de dominio.

Por eso, como ha señalado Puyol, no debe verse en el traslado de la Corte de Oviedo a León una diferencia entre el Reino de Asturias y el Reino de León: Porque, en efecto, al establecerse el solio en tierra leonesa, ni cambia la dinastía, ni cambia la vida interna del Estado, sino únicamente la capitalidad del mismo. Las crónicas le dan tan poca importancia que apenas la mencionan.

La capitalidad de la Corte eran de tan secundaria importancia que resulta difícil conocer sus vicisitudes hasta los tiempos de Alfonso II. De Pelayo y de algunos de sus sucesores se cuenta que tuvieron la Corte en Cangas de Onís; de Silo, según el Albeldense, que residió en Pravia, y de Al­fonso II, afirma el mismo cronista, que restauró en Oviedo la organización de los godos tal como es­tuvo en Toledo. (Afirmación esta última en la que no podemos entrar dados los limites de esta charla).

Ambrosio de Morales dice que parte muy principal del acrecentamiento y dignidad de la ciu­dad, fue tomar él rey Alfonso título de Rey de Oviedo, el cual él usó, como veremos en algunos pri­vilegios suyos, dejando el de Rey de Asturias que vemos haberse usado, y el de Gijón, que también algunos tuvieron. Y quedó este título de Oviedo en los cinco reyes siguientes que se intitularon así (23).

Sesenta años antes de que Alfonso III traslade la Corte de Oviedo a León en los primeros años del siglo X, ya se decía de los monarcas que eran reinantes en León. Sin embargo, la primera vez que propiamente se habla de Reino de León es en la Crónica de Sampiro, escrita muy tardía­mente, un siglo y medio después del traslado. Y bien, ¿habrá alguien que todavía se pregunte qué era el Reino de León antes de ser llamado así?

Muy ligado a este tema está el de la aparente división que del Reino hizo Alfonso III entre sus hijos. También Puyol le ha prestado atención. Según él, esta leyenda se inicia con la historia de Mariana que dice: el pobre rey cansado del trabajo, o con deseo de vida más reposada renunció al reino, y le dio a su hijo Don García. A Don Ordoño el otro hijo dio el señorío de Galicia.

Pero Mariana ni siquiera habla de Reino de Galicia, sino de Señorío y no separa Asturias de León puesto que tampoco menciona a Fruela, el otro hijo (24).

Según Puyol, Modesto Lafuente es el creador del equívoco, al decir: Repartiéronse amistosa­mente al parecer los tres hermanos mayores los dominios de su padre...

Pero también Risco, que es anterior, incurre en la misma inexactitud (25).

A ambos cabe hacer la pregunta de Puyol: ¿Qué documentación tiene para expresarse así?
Sampiro, la fuente más próxima a los hechos, afirma que el Reino fue íntegramente heredado por García. Lucas de Tuy, la segunda fuente en proximidad a los hechos, dice: Se despojó de éste y a su hijo constituyó rey en su lugar (26).

El tema es importante. La aparente división era una forma de asociación al trono de los fa­miliares del monarca, de tradición visigoda. Puyol dice que la monarquía astur conservó hasta los tardíos tiempos de Alfonso V de León huellas de !a forma electiva de acceder al trono. Y añade:

"A la muerte de este rey (Alfonso V), ocupa el trono su hijo Vermudo III, y al fallecer éste no habiendo dejado sucesión, lo hereda Doña Sancha, como hija de Alfonso V, sin que antes de esta fecha haya memoria de que una mujer sucediese en la corona; por el matrimonio de esta rema con Don Femando I de Castilla, se unen los estados leonés y castellano, y por último, al fallecer Fernando I, como quien distante de los suyo por testamento, divide el reino entre sus hijos, varones y hembras. De hecho, había aparecido como se ve, la monarquía patrimonial, aunque de derecho no fuera sancionada hasta más de siglo y medio después por la ley de la Partida."

UN CUENTO DE FRAZER

El asunto merece un alto en el camino. Barbero y Vigil (27) han estudiado muy concienzu­damente la pretendida tradición visigoda de sucesión al trono astur. Poniendo en evidencia los defi­nidos rasgos matriarcales de la cultura astur-cántabra, hallan una huella de sucesión matrilineal en la monarquía leonesa que arranca del mismo Pelayo. Traen a colación un pasaje de Frazer que expli­ca la transmisión matrilineal:

De modo que parece ser que en algunos pueblos arios y en cierta etapa de su evolución so­cial fue costumbre juzgar a la mujer y no a los hombres como el canal por el cuál corría la sangre regia, y el conceder el reino en las sucesivas generaciones a hombres de otras familias y muchas ve­ces de otros países que se casaban con las princesas y reinaban sobre los pueblos de sus esposas. Un tipo vulgar de cuento popular relata cómo un aventurero que llega de una país extraño consigue la mano de la princesa, hija del rey, y con ella la mitad o todo el reino; este cuento muy bien puede ser reminiscencia de una costumbre verdadera. (28).

Recordemos el anterior párrafo de Puyol. Añadamos el relato que hace Risco de cómo accede al trono el primer rey de Castilla y de León:

Don Vermudo presentó la batalla a los dos hermanos (los navarros García, Rey de Navarra, y Fernando. Rey de Castilla) en un valle que se dice Tomarán; pero sucedió, que trabándose un combate muy porfiado y sangriento, el mismo Rey, llevado de su espíritu juvenil y ardiente hirió su caballo, que era famoso por su ligereza, con ánimo de romper y desordenar el exercito enemigo; y no pudiendo los suyos seguirle, se vio solo y sin defensa metido entre los contrarios, cuyas lanzas le derribaron muerto del caballo. Este fue el fin desgraciado de la sangre varonil de los gloriosos reyes de León (29).

¿No está ahí presente la línea matrilineal de que hablan Barbero y Vigil? ¿Acaso no accede al trono leonés Fernando como en el cuento de Frazer?

CON LOS MEJORES DE ASTURIAS

Pero no dejemos que esta digresión nos desvíe de nuestro camino.

En el Albeldense que también se redacta en tiempos del rey cronista, del que se decía ya rei­nante en León, se utiliza la expresión Reino de los Astures. Contradicción aparente que de algún modo viene a solventar el romance sexto de Bernardo del Campio (30), cuando dice:

Con los mejores de Asturias / Sale de León Bernardo...

Cualquier auditorio actual interpretaría que los leales de Bernardo (el romance desarrolla su acción en tiempos de Alfonso el Casto) habían atravesado León para acompañarle. Pero es el pro­pio romance quien lo desmiente, cuando, camino del combate contra los franceses en Roncesvalles, Bernardo les arenga:

Escuchadme, leoneses / los que os preciáis de hijosdalgo / de padres libres nacisteis / y al buen padre Alfonso el Casto / pagáis lo que le debéis / por el divino mandato.

Es importante el tema de la no participación del reino porque lo que con Alfonso III se res­tablece es una vieja frontera ya conocida, la constante del Esla, Cea, Duero; más el gran apéndice gallego, quizá como consecuencia de la gran inercia administrativa romana, de la oscura trabazón ori­ginada por servir de asentamiento al destino suevo, o por las indudables afinidades culturales del sus­trato étnico anterior y la escasa romanización.

La expansión posterior del reino —se estira, se ensancha, ocasionalmente se contrae— jamás abandona este núcleo original, jamás sale la capitalidad de él, de la antigua Asturia. Se conquista Salamanca, se conquista Toledo, Extremadura, se rebasa el Duero y se llega al Tajo, pero jamás sale la capital, en lo que fue estrictamente reino de León, de lo que fue aquel núcleo territorial original.

Ya hemos hablado de cómo se produce la primera unión con Castilla, tras la derrota bélica de Tamarón. Todos sabéis cómo se produce la segunda y definitiva, en 1230, con Fernando III el Santo. Lo que sin duda muchos de vosotros no sabéis es cómo se establece el Principado de Asturias.

EL PRINCIPADO DE GALES Y LOS PRINCIPES DE ASTURIAS

Asturias nunca fue otra cosa sino parte del Reino de León; su personalidad dentro del con­junto fue fuerte, como la de El Bierzo o, como durante muchos siglos, la de Astorga. Pero siempre las Asturias de Oviedo, como El Bierzo, fueron parte del Reino de León.

Cuando Pedro el Cruel muere a manos de su hermano Enrique II de Trastamara, que así acce­de al trono, hacía más de cien años que León formaba parte del reino de Casulla, viviéndose en clima permanente de guerra civil. Constanza, la hija de Pedro, se refugió en Inglaterra donde casó con un hijo del rey inglés Eduardo III, llamado Juan de Gante.

Este rey Eduardo III era el segundo príncipe de Gales. Su abuelo, Eduardo I, lo había insti­tuido por primera vez en la persona de su hijo Eduardo II en 1301. Tras haber derrotado al caudillo autóctono Llewelyn, el pueblo gales se niega a ser gobernado por un príncipe extranjero. El inglés, que tiene un hijo que ha nacido en Gales durante la campaña de conquista, lo muestra desde las almenas del castillo al pueblo reunido y dice: Este es vuestro príncipe de Gales (31).

Nada define mejor que esto lo que es el Principado de Asturias y por qué se crea. Cuando Constanza vuelve con su marido el inglés Juan de Gante a reconquistar el trono castellano, la suerte es incierta y han de pactar con Juan II, el hijo de Enrique, con el que conciertan el matrimonio de sus hijos Catalina de Lancaster y Enrique III, a los que confieren el título de Príncipes de Asturias (año 1388). Así estos señoríos asturianos se vinculan directamente a la corona castellana y se desga­jan del tronco común leonés. Señoríos más amplios que la actual provincia de Oviedo, que penet­raban por los Argüellos hasta tocar el límite municipal de La Robla. De modo que cuando Jovellanos se extasía en bucólicas descripciones de las orillas del Bemesga no hace sino rendir tributo a lo que entonces era un río asturiano en buena parte de su curso.

LAS DIVISIONES REGIONALES DE ESPAÑA (32)

A partir de principios del siglo XVI Castilla queda expresamente reconocida como el Estado núcleo de España, en el cual residen habitualmente los monarcas y la administración. Pero esta Cas­tilla ya había absorbido por completo a León que era considerado simplemente como una de las dieciocho provincias en que aquélla se dividía. La provincia castellana de León (oído a esto que sorpren­derá a muchos) se dividía a su vez en tres partidos administrativos: León, Ponferrada y Principado de Asturias.

Esta división llega hasta el siglo XVIII en que el nuevo centralismo borbónico en su afán de vincular directamente la sede del poder con todos los puntos del territorio, amplía a veinticuatro las provincias de Castilla, separando por vez primera Asturias de la provincia de León y creando, al lado de Burgos, una provincia de Castilla la Vieja.

Poco después, en 1785, el Conde de Floridablanca ensaya una nueva división regional. Crea ocho regiones divididas a su vez en treinta y una provincias. Como anécdota digamos que era ya tanto el respeto que inspiraban los vascos, que la región de Cantabria, nombre ciertamente aguerrido y que hoy celosamente reclaman para sí los santanderinos, abarcaba las siguientes cinco provincias: Álava, Encartaciones de Vizcaya, Reino de Navarra, Guipúzcoa y Señorio de Vizcaya. El Reino de León daba su nombre a una de estas ocho regiones y contaba con siete provincia: Extremadura, León (que volvía a contener al Principado de Asturias), Palencia, Toro, Zamora, Salamanca y Valladolid.

En 1799 las treinta y una provincias se amplían a treinta y siete, porque —buscando proce­dimientos fiscales— a los efectos de las Rentas y Propios y Arbitrios, se crean las nuevas provincias marítimas de Cádiz, segregada de Sevilla; Málaga, de Granada; Santander, de Burgos; Alicante, de Valencia; Cartagena, de Murcia; y el Principado de Asturias, de León.

Y así entramos en el siglo XIX que nos trae la invasión napoleónica, la entronización de José I, el famoso "Pepe Botella", y las Cortes de Cádiz. La reforma territorial de Bonaparte y la que propugnan nuestras Cortes de Cádiz no pueden ser más antagónicas en la forma, ni más afines en la intención. El diputado Pelegrín expresó claramente la común voluntad de entonces: De olvidar los nombres de los reinos y señoríos que componen la monarquía española, y de que no se volvieran a oír las denominaciones de catalanes, aragoneses, castellanos, leoneses, etc.

Y es que no es de otro modo la historia; aquellos tribunos de las Cortes de Cádiz, defensores de la libertad y amantes del progreso, aspiraron a lo mismo que el General Franco, más de un siglo después, trató de llevar a cabo durante sus cuarenta años de famosísima unidad de los hombres y las tierras de España.

La intención de los padres de la patria gaditanos, coincidente con la del Rey José, no era otra que arrumbar definitivamente de entre el pueblo la memoria de las regiones históricas que de­bería ser reemplazada por un criterio de regionalización fisiográfica.

Así, el proyecto del afrancesado Llorente contempló la división del territorio nacional en treinta y ocho departamentos a los que correspondía un nombre geográfico. Nuestra provincia recibía el nombre de Esla, con dos capitales: Astorga o León. De haber prosperado esta división se hubiera divertido de verdad con nosotros el duende de la onomástica al plasmar este curioso capicúa. Por­que si nuestros antepasados astures dieron su nombre al Astura (Esla), éste, tras una atípica evo­lución lingüística, se lo devolvería absolutamente irreconocible. De Astura, según opinión de los lin­güistas, se esperaría una forma Astora, con apertura de la u postónica, como Astorga de Astúrica. y luego Astra con síncopa de la misma vocal. Pero en vez de eso, la mala sombra, e! duende de los gentilicios ideó las formas irregulares que se usan en el medievo: Estora y Estola, Luego Eztla y Ezla y finalmente Esla.

Gustó el proyecto de Llorente, que fue aprobado, convirtiendo los departamentos en prefec­turas, nominándolas según el nombre de la capital. Nuestra provincia se llamaba, así, Astorga, que era la nueva capital, y contaba con tres subprefecturas: Astorga, León y Benavente.

Las divisiones que siguieron son conocidas de todos. Durante el trienio liberal de 1820-23, el 22 de enero de 1822, se divide el territorio nacional en 52 provincias. Nuestra provincia sufre otro desgarrón: de su costado occidental se. desgaja una nueva entidad provincial: Villafranca. Así, aquella provincia leonesa de tres partidos (León, Ponferrada y Principado de Asturias) que con más pena que gloria llega hasta el siglo XIX, se ve reducida a su mínima expresión.La reacción absolutista del año siguiente dejó sin efecto la organización anterior y hay que esperar hasta el decreto de 30 de noviembre de 1833, de Javier de Burgos, por el que se divide el territorio nacional en cuarenta y nueva provincias, Se confirma la separación del Principado de Asturias de León, esta vez con el nombre de Oviedo, pero El Bierzo sigue formando parte de nuestra provincia. Esta división, con la partición de Canarias en dos provincias, hecha en tiempos de Primo de Rivera, es la que llega hasta nuestros días.
(1) VICENS VIVES, J., dirigida por. Historia de España y América, social y económica. Barcelona, 1974.
(2) GARCÍA GALLO, ALFONSO. Manual de Historia del Derecho Español. Madrid 1973.
(3) SCHULTEN, ADOLF. Cántabros v Astures y su guerra con Roma. Madrid 1962.
(4) URÍA Y RIU, JUAN. Discurso sobre la etnología de los astures. Oviedo 1941.
(5) URIA. Ob. cit.
(6) CABAL, CONSTANTINO. La Asturias que venció Roma. Oviedo 1953.
(7) GARCÍA Y BELLIDO, ANTONIO. La España del siglo I de Nuestra Era (Según P. Mela y C. Plinio).
Madrid 1977. .
(8) SÁNCHEZ ALONSO, B. Fuentes de la historia española e hispanoamericana. Madrid 1927 y 1946.
(9) MINGÓTE Y TARAZONA, POLICARPO. Varones ilustres de la provincia de León. León 1978.
(10) RISCO, MANUEL. Historia de la Ciudad y Corte de León y de sus Reyes. León 1978.
(11) BARBERO, A. Y VIGIL. M. Sobre los orígenes sociales de la Reconquista. Barcelona 1974.
(12) RISCO, MANUEL. Ob. cit.
(13) SCHULTEN, ADOLF. Ob. cit.
(14) BARBERO, A. y VIGIL, M. La formación del feudalismo en la Península Ibérica. Barcelona 1978. Dicen estos autores: "Según el mecanismo de pensamiento de Sánchez Albornoz, en la misma época Palestina estaría deshabi­tada porque su territorio fue repartido entre los cruzados o Inglaterra sería un desierto porque los normandos se repar­tieron las tierras después de la conquista".
(15) Citado por VICENS VIVES, J. Ob. cit.
(16) BARBERO Y VIGIL. Ob. cit.: La formación del feudalismo...: "La ciudad de León —dicen estos autores— estaba habitada durante el reinado de Ramiro I (842-850) y no pertenecía entonces al reino asturiano. Los ataques musulmanes contra ella se encuentran reseñados por los escritores árabes. Esto quiere decir que la población viviría independiente de los astures y de los musulmanes".
(17) BARBERO Y VIGIL. Ob. Cit.:
(18) MENENDEZ PIDAL editada por Primera Crónica General de España. Madrid
(19) CARRETERO Y JIMÉNEZ, ANSELMO. Las nacionalidades españolas. San Sebastián 1974.
(20) SÁNCHEZ ALBORNOZ, CLAUDIO. Una ciudad de la España cristiana hace mil años. Estampas de la vida en León. Madrid I978.
(21) SEMINARIO DE ESTUDIOS LEONESES. Casa de León en Madrid. Sesión sexta, recogida en cinta.
(22) BALLESTEROS Y BERETTA, ANTONIO. Historia de España y su influencia en la Historia Cniversal. Volumen II.
(23) PUYOL, JULIO. Orígenes del Reino de León y de sus instituciones políticas. Madrid, 1926.
(24) MARIANA, JUAN. Historia General de España. Tomo II. Madrid 1845.
(251 RISCO, MANUEL. Ob. cit.
(26) PUYOL, JULIO. Ob. cit.
(27) BARBERO Y VIGIL. Ob. cit.
(28) FRAZER, JAMES GEORGE. La rama dorada. Méjico 1969.
(29) RISCO, MANUEL. Ob. cit.
(30) MEMENDEZ PIDAL, RAMÓN. Flor nueva de romances viejos. Madrid 1978.
(31) COSTAIN, THOMAS B. The pageant of England. 1272-1377. The Three Edwards. London 1977.
(32) Para el estudio de esta parte empleamos muchas horas de trabajo en el MADOZ. Afortunadamente hallamos luego el reciente y excelente trabajo de: ARIJA RIVARES, EMILIO. Geografía de España. Madrid 1973.