El Reino Olvidado

Este diario es la crónica de un país olvidado, el seguimiento de su huella histórica, cultural y artística en España y en Europa.

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Lugar: Bergidum, Asturia, Spain

ex gente susarrorum

miércoles, marzo 29, 2006

El Filandón en Noceda del Bierzo

FELISA RODRÍGUEZ
Revista Folklore

En las estribaciones de la cordillera Cantábrica, alternando con bosques y praderíos, valles y ribazos, afloran los restos palpitantes de míticas culturas. Un cinturón de nueve "castros" defiende la exultante vega tapizada de labradíos y arbolado.

La feroz independencia de los "castreños" que poblaron estos corones, dio una lección de bravura indomable a las legiones romanas empeñadas en doblegarlos.

El mismo emperador Julio César acudió al Bierzo para someter a los ASTURES que, con su estrategia de guerrillas, tenía a raya a aquellas poderosas huestes imperiales.

Proyectando un reflejo de luz en las sombras de los tiempos, descubrimos que nuestros ascendientes, se agrupaban en tribus más o menos numerosas que disponían de nombres propios.

Acaso fueron los "zoelaes" tan diestros en la confección de lienzos de lino, quienes cultivaron por primera vez el lino en terrenos que aún se siguen llamando "linares". La elaboración de esta fibra hasta convertirla en las estimables telas de lino, fue algo que nuestros mayores hicieron a la perfección.

Lejanas asambleas que nacieron en los espacios circulares de las colinas a la luz plateada de la "luna llena", se recogieron después en los hogares campesinos. Y las reuniones motivadas por la fabricación de la tela de lino, se conocieron con el nombre de FILANDONES.

*******

-¡Buenos días, tía Clavela!

-¡Hola, Nuecete! ¿Qué agradables vientos te traen por aquí?

-Venía a preguntarle si tiene bastantes aguzos para alumbrar esta noche.

-Sí, cordero; aún me queda un gavillín de ellos, me los trajo tu amigo Perejil el día que le tocó ir de pastor con la vecera.

-También yo voy de pastor con el rebaño para la Fornia y al decirme mi hermana que había "filandón" en su casa, que podía necesitar con que alumbrar durante la velada, estoy dispuesto a traerle los aguzos que me mande.

-Está bien, si los encuentras a mano coges los que puedas, es mejor que sobre una docena antes que falte uno solo.

-¡Ah¡ Prepare algún chiste y esos acertijos que hacen las delicias de la gente menuda.-De acuerdo; marcha tranquilo y que no te salga el lobo, que anda muy suelto por el monte.

Nuecete se alejó contento cantando una letrilla popular...

En el cielo manda Dios,
manda en el pueblo el Alcalde,
en la iglesia el señor Cura
y los mozos en la calle...


Generalmente se hacía el "filandón" en las amplias cocinas lugareñas caldeadas por recios troncos de encina y en las que largos escaños con mesas abatibles, cumplían la triple misión de ser comedor, sala de recibir y lugar de estudio para diferentes ocupaciones de los campesinos.

Para el "filandón" se escogían las más espaciosas para acoger el numeroso personal que tal acontecimiento reunía.

En las largas veladas invernales después de recoger el ganado y cenar las personas y las reses, se encendía el farol de grasa como si se tratara de un desfile procesional; por todas las calles del pueblo se oía el cha-ca-cha de los clavos de las galochas golpeando contra el irregular empedrado.

Los jovenzuelos solían formar pandilla llegando al lugar de la cita en plan de desafío...

Abran cuarterón y puerta
que llegamos los pequeños,
y el que quiera su amistad
que se porte bien con ellos.


Después se distribuía el personal en grupos que hacían igual trabajo.

Muy pintoresco era el formado por las hilanderas con la rueca clavada en la cintura como si fuera una espada. El fuso girando más veloz que los pensamientos, tuerce y enrosca el hilo formando fusas irregulares. Los dedos mojados con la propia saliva, estiran y atusan las hebras arrancadas a la rocada.

La graciosa belleza que emana del conjunto de hilanderas fue inspiración para el famoso pintor Velázquez, creando uno de sus cuadros más notables.

La hilandera enamorada
hila suspiros de amor,
y va envolviendo en el fuso
las hebras de su ilusión.

Mientras las jóvenes hilan copos de sus quimeras, se acercan disimulados los mozos para arrancarles pellizcos de la hilaza; entonces ellas con menos disimulo, les dan en las manos un croque con el fuso que suena a correctivo:

Te aconsejo, muchachita,
que aprendas a hilar delgado,
no rompe el hilo por fino,
rompe el gordo y mal hilado.

Tampoco se entretenían los hombres en jugar los naipes; ellos espadaban el lino, lo rastrillaban para sacarle los últimos tascos de la dura vaina que contenía la fibra aprovechable.

Algunos eran diestros en grabar primorosos dibujos sobre las ruecas que, después de decoradas, regalaban a la chica preferida. Por las argollas de la "pregancia" se clavaban aguzos encendidos que repartían la vacilante luz por los rincones de la cocina creando fantasmagórica danza de enigmáticas figuras. Un muchachote daba vueltas al tambor que sobre la lumbre asaba deliciosas castañas.

La abuela rodaba encima del regazo un odre de piel de cabrito en que mazaba la leche para sacar la mantequilla.

Peleaban los arrapiezos con el "silabario"; tenían los "cristos" en rígida fila militar a, b, c, ch, d, e, f, g; auténtica tortura para el aprendizaje.

Espabilaban como por arte de magia cuando empezaban las adivinanzas...

¿Qué cosillina será?
Andar, andar
y nunca llega al mar...

-¡Eso lo sabemos todos! Es la rueda del molino.

Un atrevido mozalbete, haciendo el guiño apicarado, preguntó:

-¿Quién sabe este acertijo?:

Había un sádico
apoyado en la pared
con la pirulina fuera
engañando a una mujer.

-Ese sí que no lo acertamos.

-Pues no puede ser más sencillo. Se trata del candil encendido al que se acercan las mujeres para ver mejor a coser.

-¡Ah!...

El abuelo, que descabezaba un sueño melífluo columpiando la cabeza arriba y abajo, abrió los ojillos cansinos mirando a todas partes como buscando disculpa y comprensión.

En el "filandón" se repetían romances, letrillas, refranes; toda la sabiduría del pueblo transmitida de una a otra generación para que siguiera viva en sus raíces.

La polémica entre la juventud era casi un acto ritual:

Los hombres cuando conquistan
son buenos y complacientes,
pero después que se casan
sacan las uñas y dientes.

No se quedaban ellos sin la réplica adecuada:

Las mujeres pa'engañaran
dan limpias y peinadas,
pero después que engañaron
son sucias y desgreñadas.

Los piropos se hacían más agresivos al cantar:

No hagas caso de los hombres
aunque los veas llorar
que con sus lágrimas dicen
qué palos vas a llevar.

Es obligada una respuesta contundente:

De una costilla de Adán
hizo Dios a la mujer,
por lo que los hombres tienen
ese hueso que roer.

-¡Eso sí que tiene gracia! Si era el hombre la costilla, quien cargó con el hueso fue la infeliz mujer.

-¿De quién es entonces la tragedia?

Fue otra letrilla la que restableció concordia entre los competidores:

Un mundo maravilloso
éste que nos hizo Dios,
en que el hombre y la mujer
son uno en lugar de dos.

Cuando ya sólo quedaban guiñifos de lino en las ruecas de las hilanderas, empezaba el juego de echar los amores.

Consistía éste en tender sobre las baldosas del lar, tres montones de estopa que representaban a dos mozas a los lados y un mozo en el centro, o al contrario.

Esta vez representaban a Enzo el herrador que se timaba con la hija del alcalde y la del sacristán.

Tía Clavela, como si fuera una sacerdotisa "druida" que hiciera un sacrificio a la diosa del amor, se escurujó junto al fuego, diciendo:

El amor y el interés
salieron al campo un día,
pudo más el interés
que el amor que te tenía.

Encendió un aguzo y prendió fuego al mozo conquistador. La llama indecisa empezó a bailar de un lado a otro mientras palmas y gritos animaban el acto.

Cuando parecía que iba a quemar con él a la hija del sacristán dio un giro rápido encendiendo a la del alcalde.

Aquello fue un delirio de aplausos y risas.

Con el ruido se despertó el abuelo, que dijo sentencioso:

-Está bien demostrado que los bienes casan las bestias, es lo que dice el adagio.

Al compás de la pandereta y sonajeras, se alzó la voz fina y transparente como si fuera el rumor de claro manantial...

Si me quieres, di que sí,
y si no, di que me vaya;
no me tengas al sereno
que no soy cántaro de agua.
Tengo la mano pesada,
no la puedo aligerar,
que es mi padre labrador
y me manda ir a arar.

Las filigranas de la jota berciana, cambian al baile corrido, más armonioso y comedido:

La pandereta está débil,
la que la toca también,
porque no la dan de aquello
que rechina en la sartén.

Cuando la danza forma corro de ilusión, es a los pases de la dulzaina:

Salen callos y asperezas
de la azada y podadora,
mis manos serían más finas
si no fuera labradora.

Cansados del trabajo y diversión, se impone la despedida hasta el día siguiente, que habrá otro "filandón":

La despedida les doy,
poco tiempo va a durar,
que en "filandón" de mañana
nos volvamos a encontrar...

¡A qué precio tan bajo eran felices en aquellos tiempos de privaciones y trabajo!

jueves, marzo 23, 2006

Leyendas de moros y tesoros en El Bierzo

TOMÁS MAÑANES PEREZ, JOSÉ LUIS ALONSO PONGA
revista Folklore


Algunas leyendas alusivas a los moros
Andando por las tierras del Bierzo, nos hemos encontrado con una serie de leyendas que hablan de los moros como unos pobladores legendarios. que han habitado la comarca en unos yacimientos arqueológicos localizados (1).
Estos personajes han vivido, han trabajado, han cavado cuevas para su refugio y para ocultarse a las miradas de cualquier vecino curioso.
En el Bierzo, y siempre según la leyenda, los moros, vivieron en: "Los castillos" en el término municipal de Cariseda, en. "El Calvario" (Tombrio de Abajo), "El corón" (La granja de S. Vicente), "El Castro" (Santa Marina de Torre), La Corona del Castro" (S. Andrés de las Puentes), "El callejo de los moros" (Vega de Espinareda), "El Castro" (S. Julián de Vega de Valcarce), "La Cortiña de los mouros" (Castañeiras de Balboa), "La Torre" (Barjas), "El Castro" (Ermide), "El Castrín" (Viñales), "La Corona del Castro" (Langre), "La Ría del Tesoro" (San Pedro Paradela), "La torca" y "El Barreiro" (Colinas del Campo de Martín Moro).
Todos estos poblados asociados con los moros, nos han dado en una comprobación arqueológica, que se trata de yacimientos en la Edad del Hierro, y de castros romanizados (2). Están situados en lugares elevados de fácil defensa, y sólo en ocasiones muy raras se aplican estas leyendas a yacimientos romanos en llana, como es el caso de "La Mezquita", en el término municipal de Requejo.
También los moros han construido cuevas para vivir y pervivir a lo largo de toda su historia, ya que según las leyendas continúan aún viviendo debajo de la tierra y a veces hasta se le aparecen a la gente cuando ésta se hace acreedora a tal confianza.
En la comarca del Bierzo, conocemos la existencia de cuevas de moros en: Barjas, en el lugar conocido como "A Cova" y "A Cova das gallas"; en Moldes en "La Peña", en Salas de los Barrios en "Matocalero"; en Ocero "El Reguerón"; en Villar del Acero "La Bramuda"; en Villar de las Traviesas "Cimadevilla"; en Castropodame "La cueva del moro"; en Salientes "La cueva la mora".
Los moros que viven en estas cuevas siguen haciendo su vida normal, o por lo menos la seguían haciendo hasta la época de la industrialización, que ha dado al traste con la mayoría de estas leyendas (3). Así en Villar de las Traviesas los moros que habitaban la cueva, iban a lavar la ropa al "arroyo San Lázaro", los de Salientes lo hacían en una cascada que hay debajo de la cueva, en Turienzo Castañero "las moras salían para que una pastora les peinase e iban a lavar al prau dominguín".
Estos pobladores legendarios se comunicaban entre sí por medio de cuevas de varios kilómetros de largas; ya que su estado de encantamiento no les permite entrar en contacto con todas las personas, se ocultan de la gente y solo se muestran en ocasiones excepcionales. En Castropodame, "La cueva del moro", va a salir a Astorga, e igual ocurre con la de Villar de las Traviesas, que sirve para poner en comunicación entre sí varios poblados moros.
En todas estas cuevas citadas, no se ha encontrado ningún vestigio de habitación humana, lo cual nos hace pensar que éstas, al menos en casos como los que tratamos, forman parte de todo ese folklore que tanto abunda en toda la geografía española. Desde siempre, el hombre ha creído ver en las cuevas y oquedades de las rocas, en los bosques, y demás elementos naturales llamativos, lugares propicios para la habitación de una serie de seres míticos, como son: enanos, gigantes, dragones, serpientes, etc., por eso, a nuestro juicio, en la cultura que estamos analizando, cuando los moros han pasado de ser hombres de carne y hueso para convertirse en personajes quasi-mitológicos, la imaginación popular les hace habitar aquí.
Las fuentes son otro elemento cultural estereotipado que podemos analizar en el mismo sentido que las cuevas. En Lillo, existe una fuente conocida con el nombre de "Fuente de la mora"; éste es uno de los pocos topónimos que hay en el Bierzo, aplicado y relacionado a los moros con los manantiales, sin embargo, en nuestro trabajo de recogida de datos por toda la provincia, hemos encontrado varias fuentes que llevan estos nombres, y normalmente son famosas porque sus aguas son abundantes y buenas. Cuando preguntamos el porqué del nombre de la fuente, la gente contesta que se llama así, "porque allí iban a beber agua esos señores"; algo así como si ellos mismos le hubiesen dado el nombre y sus buenas cualidades. En los pueblos leoneses de Tierra de Campos, conocemos dos fuentes que llevan el nombre de santos: S. Miguel y S. Gregorio; estas dos fuentes están situadas cerca de dos yacimientos arqueológicos medievales, que se conocen en los pueblos de alrededor como antiguas ermitas; pues bien, en los dos se da la misma leyenda: "El santo vivía en la ermita (actual yacimiento arqueológico) e iba a coger el agua a la fuente, por eso ésta lleva el nombre del Santo, y por eso el agua de esta fuente es muy buena". Este ejemplo es a nuestro juicio, ilustrativo de cómo, sobre fundamentos reales, se tejen las leyendas en los ambientes populares. Vemos cómo en estos casos los santos y en los anteriores los moros, actúan como númenes de las fuentes a las que comunican sus cualidades.
Otra característica de estos personajes era la de ser trabajadores, haciendo obras para el servicio de los pueblos, como en el caso de Santibáñez de Montes, donde se conoce un "Canal del moro", hecho por éstos según la tradición, aunque en realidad se trata de un canal romano (4). En Ocero, en el pago denominado "El Carballo", se dice que tenían una fundición de hierro, leyenda quizás surgida de la abundancia de escoria que se encuentra en el lugar, pero según estudios recientes, también en este caso es romano (5).
Otras veces el trabajo de nuestros personajes, es algo que raya en lo maravilloso, como la leyenda recogida en Cabarcos, según la cual, la llamada "Peña del Reloj", una gran roca encima de una montaña, la subió una mora. A nuestro juicio, esto es fruto de la creencia que el vulgo ha tenido siempre de que los moros han sido siempre personas dotadas de poderes extraordinarios.
¿Quiénes son los "moros"? Como hemos visto, por las leyendas que de una manera más bien resumida hemos expuesto, son unos personajes legendarios que están ligados a fenómenos la mayoría de las veces extraordinarios: Viven en cuevas bajo la tierra, son bienhechores, trabajan para el pueblo y son capaces de acciones mágicas.
Como ya se ha señalado, al hablar de los pobladores de estos lugares, el pueblo da el nombre de moros a los habitantes de cualquier poblado de la cultura castreña o yacimientos romanos (6); aunque estamos convencidos (si bien arqueológicamente no lo hemos podido comprobar), que el concepto "moro" se puede aplicar a todo lo antiguo, de manera que la expresión "de tiempo de los moros" o "lo hicieron los moros" no significa más que algo antiguo, sin indicar el tiempo histórico concreto. Sería una frase popular similar a nuestras expresiones: "antes de la guerra", "del año de la pana", etc.
Los moros serían seres míticos que entroncan con la mitología indo-europea y prerromana (7).
Origen de las leyendas de moros en el Bierzo. Las leyendas de moros, al menos en el Bierzo, no tienen su base histórica en la Alta Edad Media, fruto del contacto de Moros y Cristianos, puesto que en el Bierzo los moros no estuvieron sino en algunas correrías (8). Lo que sí podemos suponer es un fuerte sustrato de antiguos visigodos, lo cual se demuestra a partir de la vida de S. Fructuoso y luego por la abundancia de topónimos, que según Sánchez Albornoz, demuestran "una emigración de godos de fecha anterior a la emigración mozárabe de los siglo IX y X" (9).
Las pretendidas raíces de influencia árabe, son sólo producto de las llegadas de gran cantidad de mozárabes al filo del siglo X, que en el Bierzo nos han dejado muestras excepcionales de su arte (10), fundaron gran cantidad de monasterios y dejaron muchos topónimos como Torre Mauri (Tremor), Almazcara, Benuza, etcétera (11).
Así pues, las leyendas de moros han podido surgir de atribuir a los moros el haber vivido en lugares que sólo estuvieron habitados por mozárabes; en este sentido recordemos que los asentamientos alto-medievales están también en lugares altos, de fácil defensa, coincidiendo con los asentamientos castreños y tardorromanos.
Lo que es más probable, el Bierzo participa de la mentalidad de las demás regiones españolas, y atribuye a los moros la función que ya les señaló Caro Baroja: "Los moros, sean como gentes inferiores, sean como personajes antiguos dados a encantos u objeto ellos mismos de encantos, han quedado como entes proverbiales en el folklore de muchas partes de España" (12).
Los tesoros ocultos: Raro es el pueblo en toda la geografía española que no cuenta entre sus leyendas alguna alusiva a un tesoro escondido que todos sus habitantes saben dónde está, pero que sin embargo nadie se decide a descubrir. Nosotros no vamos a hacer un estudio de lo que estas leyendas representan para el conjunto cultural de la humanidad, sino de qué manera se han materializado en una sociedad rural.
El origen de estas leyendas, a la luz de los ejemplos recogidos en el Bierzo, es doble, coincidiendo con la doble materialización de dicho tesoro: Unos tesoros son acumulación de monedas hasta formar una olla llena de oro, un arca, una bolsa, etc. Otros tesoros están materializados en animales, yugos, bolas, mantos de oro, etc.
Respecto al primer tipo de tesoros, consistente en la aparición de monedas, vamos a hacer unas consideraciones previas para esclarecer el origen de este tipo de leyendas:
-según la convicción popular, los "antiguos" guardaban sus dineros en sitios inverosímiles; algunos de estos tesoros se perdían para siempre por simple olvido o por desaparición del dueño.
-a veces, se han encontrado fortuitamente estos atesoramientos en algunos yacimientos arqueológicos, bien sea en forma de monedas, como los tesorillos romanos o medievales, o bien en forma de auténticos tesoros de joyas como es el caso de La Aliseda, Guarrazar, etc.
-en la mayoría de los yacimientos romanos aparece algún resto numismático, aunque solo sea "un pequeño bronce".
Pues bien, con estas bases que hemos puesto, y que son fidedignas y comprobables, con este aparecer monedas en poblados que en otros tiempos han estado habitados, el pueblo llano ha tejido otras leyendas de tesoros que normalmente están escondidos en todos los antiguos yacimientos arqueológicos y ruinas de edificios.
Los lugares a los que con más frecuencia van unidos los grandes tesoros son aquellas ruinas que el pueblo tiene como de palacios o conventos -aunque en realidad no sean ninguna de las dos cosas- porque en el subconsciente popular aún se sigue uniendo el concepto de "palacio" y "convento" con los lugares donde se ha acumulado desde siempre la riqueza.
En el Bierzo hemos encontrado como yacimientos más representativos "Ruidebollos" en Villanueva de Balboa, "os barreiros" en Busmayor, "el castrín" en Viñales, por no citar más que unos pocos en los que se da la leyenda del hallazgo o la existencia de una olla de oro. El caso de Viñales es sumamente ilustrativo, y por eso lo transcribimos: "Cuentan que hace unos 150 años un individuo llamado Alejandro plantó una viña en el castrín y estando trabajando encontraron una olla de barro ya vieja y rota, y entonces les dio por excavar y sacaron una mesa de piedra y una olla que decían que contenía oro..." El anciano de quien procede esta comunicación asegura que él conoció la olla y la mesa en la bodega del dueño de la viña. Sin embargo, a nosotros lo que más interesante nos parece es que la olla que apareció debajo de la mesa, según nuestro comunicante, no se sabe con certeza lo que contenía, puesto que para afirmar que contenía oro, lo dice con un giro de posibilidad: "decían..."
En otros pueblos tampoco se ha podido comprobar el hallazgo, pero se habla de él, como es el caso de Losada, donde apareció un arca en "el convento", con la que se hicieron ricos las familias que la encontraron.
Sobre el segundo tipo de tesoros, aquéllos que según las leyendas se encuentran con más frecuencia enterrados, son:
-Animales de oro: En Pieros, en el pago conocido como "el picón", hay una corza de oro macizo enterrada; en Noceda en "Ceruñales" se señala la existencia de una cabra de oro; en Páramo del Sil en "la cabeza del castro" hay unas mulas de oro, junto a una bola de oro igualmente.
La existencia de animales de oro ha abundado en las leyendas populares desde toda la antigüedad, recordemos el caso del "Vellocino de oro" o del mítico "becerro de oro" de la Biblia (13).
Para dar una explicación de estas leyendas, nos permitimos servirnos de ejemplos de otras similares existentes en la provincia de León fuera del Bierzo, pero que creemos son ilustrativas. En varios pueblos de la Ribera del Esla hemos recogido datos de la existencia en yacimientos arqueológicos de "una piel de toro o de carnero" llena de monedas de oro", otras veces es "una piel de toro o de carnero que es ella misma de oro" y por fin "un toro, un carnero u otro animal de oro". Así pues, vemos una evolución dentro de las leyendas, primero sería la piel del animal que sirve como recipiente para meter monedas, luego la piel del animal que es el tesoro y, por último, es el animal el que es de oro macizo.
Nosotros creemos que este tipo de leyendas tienen un origen culto, como podemos apreciar en el siguiente ejemplo: en un yacimiento de la Tierra de Campos leonesa se halla "un becerro de oro enterrado"; lo curioso del caso es que en aquella zona, al menos entre el pueblo, la palabra becerro no se usa, por eso al preguntar nosotros "¿qué es un becerro?", nos respondían "debe ser algo así como un animal", lo cual demuestra que el pueblo tiene la idea de un tesoro, pero no sabe cómo está configurado, además demuestra que la leyenda no ha podido ser inventada por el pueblo, puesto que no conoce algunos de sus elementos, sino que ha sido un fenómeno de culturización, por el cual el pueblo ha hecho suya una leyenda contada por un señor de ascendencia cultural sobre él mismo, como es el sacerdote que le habla de un "becerro de oro" de los judíos.
Volviendo al Bierzo, las leyendas sobre animales están dentro de unas coordenadas mitológicas generales transmitidas por la gente culta que han prendido en el pueblo, y que el pueblo las cuenta a su manera citando animales conocidos por todos: corzos, cabras, mulas, etc.
Este tipo de leyendas, que también se dan abundantemente en la vecina Galicia, han sido también interpretadas como restos de antiguos cultos zoolátricos (14).
Se documenta la existencia también de aperos de labranza o de objetos de uso diario en varios pueblos. En Castañeiras de Balboa, en "el caho de la granda" se habla de un yugo de oro, al igual que en Villanueva de Balboa "Castañeiriños", y en San Tirso en el pago de "el Auteiro". En la Ribera de Folgoso se habla de unas cubas de oro enterradas ,en "el corón". En Castropodame, en un yacimiento arqueológico vecino a las minas romanas, se habla de un manto de oro.
Otras veces, las leyendas encierran un carácter moralizador y maniqueo. En Villar de las Traviesas se cuenta que debajo de "peña escrita" hay "un tesoro o un gas venenoso", el que levante la piedra y lo encuentre será para él, si es un tesoro se hace rico, pero si es un gas venenoso se expande y mata a todo el pueblo. Esta leyenda también se da en Valle de Tedejo, donde en "el Corón", en un túnel, "hay dos arcas, una de oro y otra de veneno, si abres la de oro te haces rico, pero si abres la de veneno te mueres". En Turienzo Casteñero, aún van más allá "en las Torcas, hay dos arcas, una de oro y la otra de azufre, si se abre la de oro se enriquece "toda españa", pero si se abre la de azufre se envenena toda España también"; esta leyenda está tejida para hablar de la importancia que tiene el pueblo, que es algo así como el centro de la nación, puesto que en sus manos está el enriquecer o el destruir "toda España". En Labaniego hay una gran peña que está encima del pueblo dominándolo, la leyenda dice que esta gran peña está sujeta con una cadena de oro, si se quita la cadena, la piedra cae y destruye el pueblo.
En estos ejemplos vemos que los tesoros están guardados, ya no por verdaderos "monstruos", como lo estaban las manzanas del jardín de las Hespérides (14), sino por el miedo, la suerte... El tesoro está ahí, pero su alcance entraña un riesgo excesivo. Vemos una vez más la influencia que ha tenido sobre la cultura popular el maniqueísmo que impregna la cultura occidental y la religión católica. No es aventurado suponer que estas leyendas están influenciadas por las prédicas del clero, que habla de la inutilidad de conseguir pequeños goces que a la larga acarrean grandes males. Estas siguen de cerca el modelo bíblico del árbol de la ciencia del bien y del mal, en el que se castiga la ambición (16).
(1) En nuestro trabajo de campo, hemos contado con la colaboración de Isabel Fernández, Mª Victoria Fernández Tercero, Gervasio Diéguez, Benedicta Merayo, Benito Alvarez Marqués, a todos ellos queremos darles las gracias desde aquí.
(2) MAÑANES PEREZ, T. El Bierzo prerromano y romano, León 1981.GOMEZ NUÑEZ S. "Las vías romanas entre Asturica Augusta y Bergido Flavio y la situación probable de la ciudad de Interanium" B.S.G. 71, 1931, pág. 27 y siguientes.
(3) GONZALEZ REBOREDO, J. M., El folklore en los castros gallegos, Universidad de Santiago de Compostela, 1971, pág.
(4) MAÑANES PEREZ, T. El Bierzo prerromano y Romano.
(5) Ibidem.GOMEZ NUÑEZ S. "D. Juan Manuel Muñarriz y la siderurgia del siglo XIII en la región del Bierzo" B.S.G. 75, 1925, págs.
(6) GONZALEZ REBORBDO, J. M., "El folklore..."pág. 19 ss.
(7) Ibidem., pág. 41 y ss.
(8) SANCHEZ ALBORNOZ, C., "Despoblación y poblamiento del valle del Duero". Buenos Aires 1966, págs. 149 y ss.
(9) Ibidem, pág. 153.
(10) GOMEZ MORENO, M., "Iglesias mozárabes españolas", Madrid, 1930.
(11) RODRIGUEZ FERNANDEZ, J., "Ramiro II Rey de León", Madrid, 1972, pág. 179.
(12) CARO BAROJA, J.: "Vidas Mágicas e Inquisición", T I., Madrid, 1976, pág. 49.
(13) Exodo 32, 1-7.
(14) GONZALEZ REBOREDO, J. M., "El folklore en los castros gallegos", págs. 67-68.
(15) GUIRAND, F., "Mitología general", Barcelona, 1971, págs. 202, 245.
(16) CENCILLO, L., "Mito semántica y realidad", B.A.C., 1970, págs. 52 y 55.

martes, marzo 21, 2006

Asturia, primer nombre que recibe nuestra tierra.

La primera demarcación territorial relacionada con la región leonesa es la Asturia. Veremos posteriormente que su territorio al sur de la Cordillera Cantábrica fue la base para la definición del territorio legionense del Reino de León en los siglos XI y XII.
Los ástures eran un conjunto de tribus denominadas así por los romanos y que habitaban gran parte del territorio de las actuales provincias de Asturias, León, Zamora y partes de Orense y Portugal. Su nombre parece proceder de la raíz indoeuropea “-stour” que significa río.
A partir de la época de Augusto (27 a.C.- 14 d. C.), las regiones del Norte se van integrando en la estructura organizativa romana. En primer lugar, entre los años 16 y 13 a. C., la península se divide en tres provincias: Citerior ó Tarraconense, Bética y Lusitania. Dependiendo del gobernador de la Tarraconense había tres legados: uno de ellos al mando de dos legiones en Asturia-Gallaecia, otro controlando la región Cántabra hasta los Pirineos y otro, sin tropas, al mando del resto de la provincia. Con Vespasiano se crean nuevas demarcaciones administrativas: los Conventos Jurídicos aunque anteriormente existían un Prefecto de Gallaecia y otro de Asturia. A pesar de la creación de tres Conventos Jurídicos en el Noroeste: Ástur, Lucense y Bracarense, los tres están al mando de un único Legado Jurídico (Legati Iuridici per Astyriam et Gallaeciam). Para el resto de la Tarraconense la situación es distinta. Desde finales del siglo II, este Legado Jurídico, residente en Asturica Augusta ó Astorga, es además jefe de la Legio VII. Esta ciudad era la cabeza administrativa de todo el Noroeste.
Uno de los principales hitos de la integración del norte peninsular en Roma es la instalación de la Legio VII en lo que después será León, que se convertirá en el principal centro de control militar romano del Norte peninsular. No debe extrañar, por tanto, que esta ciudad se convierta en la capital del reino asturleonés cuando éste decide expandirse por su prestigio militar y la fortaleza de sus murallas.
En torno al siglo I d. C. se crea la Procuraduría de Asturia et Gallaecia en Asturica Augusta, cabeza administrativa del Noroeste.
La posible reorganización provincial de Caracalla (198-217) es controvertida. Algunos investigadores defienden la creación de la provincia Hispania Nova formada por Asturia y Gallaecia (algunos incluyen también al convento cluniense). Finalmente, con la reorganización del Imperio realizada por Diocleciano (284-305), se crean las provincias de Bética, Lusitania, Cartaginense, Tarraconense, Gallaecia, Baleárica y Mauritania Tingitana que sobrevivirán a las invasiones germanas del siglo V. La provincia de Gallaecia incluye a las entidades territoriales de Gallaecia y Asturia aunque en las crónicas coetáneas se incluyen también Cantabria. No está claro cual era la capital de esta provincia de Gallaecia. La supremacía episcopal en todo el Noroeste de Astorga y una lápida encontrada inclinarían la balanza hacia esta ciudad, aunque también hay indicios de que podría ser Bracara Augusta, la actual Braga, en Portugal.
En el año 409 se producirán las invasiones germanas, en el 455 se produce una gran batalla entre el rey visigodo Teodorico II y el rey suevo Requiario en la que este último es derrotado fijándose la frontera entre suevos y visigodos en el río Órbigo y en el 585 el rey visigodo Leovigildo derrota al suevo Audeca, poniendo fin al reino suevo del Noroeste e incorporando sus territorios al reino visigodo.
Los visigodos mantienen la división provincial de Hispania realizada por Diocleciano. El reino se divide entonces en las provincias: Lusitania, Bética, Gallaecia, Cartaginenese, Tarraconense y Narborense situándose al frente de cada un dux provinciae.
La capital de Gallaecia durante este periodo es Lucus, Lugo actualmente. Más adelante se añaden otras dos provincias más: Asturia con capital en Asturica, Astorga y Cantabria con capital en Amaya. Vasconia fue el único territorio peninsular fuera de la órbita toledana.
La primera referencia al Bierzo como territorio la encontramos en la Vida de San Fructuoso, escrito por su discípulo San Valerio a finales del siglo VII. San Fructuoso era probablemente hijo del dux de Asturia y se retira en el Bierzo donde su familia mantiene importantes posesiones y donde funda los monasterios de los Santos Justo y Pastor de Compludo, el Rufianense y el Visoniense.El 27 de abril de 711 Tarik desembarca en Gibraltar. El rey visigodo Rodrigo se encuentra realizando una campaña militar contra los vascones. Después de la batalla de Guadalete entre el 19 y el 26 de julio de 711, el rey Rodrigo es derrotado y se produce el fin del reino de Toledo. Los musulmanes atacan prioritariamente los centros de poder visigodos, es decir, las capitales de los ducados y dominan así todos los territorios controlados por el reino visigodo.

Historia

Guía Visual de León en el Diario de León


Etnogénesis de los pueblos de la Península Ibérica.

Los pueblos del Norte.

Los ástures.

Relaciones los pueblos de España ordenadas por Felipe II.

A influencia da historiografía castelán na española. A memoria da nación. O reino de Gallaecia. CAMILO NOGUEIRA.

Referencias históricas a El Bierzo. Museo del Bierzo

Las regiones históricas y su articulación política en la Corona de Castilla durante la Baja Edad Media. España Medieval, nº 15. MIGUEL ANGEL LADERO QUESADA

El territorio berciano durante la Alta y Plena Edad Media. Tierras de León, nº 109-110, 1999-2000. JUAN JOSÉ SÁNCHEZ BADIOLA.

Algunas reflexiones acerca del término "leonés" y su valor regional a lo largo de la historia. Tierras de León, nº 114, 2002, pp. 73-94. JUAN JOSÉ SÁNCHEZ BADIOLA

La manipulación en las asignaturas de Geografía e Historia de la Comunidad Autónoima de Castilla y León

El león de España I. JUAN JOSÉ SÁNCHEZ BADIOLA. Revista Argutorio nº 16. Noviembre 2006

El león de España II. JUAN JOSÉ SÁNCHEZ BADIOLA. Revista Argutorio nº 17. Noviembre 2006

viernes, marzo 10, 2006

La gestión de nuestros montes

CARLOS JUNQUERA RUBIO. Profesor Etnología Universidad Complutense

Son muchas las voces que solicitan mi opinión respecto al anteproyecto de una futura Ley sobre montes y su gestión que se está elaborando por parte de la Consejería de Medioambiente de la Junta de Castilla y León. Hasta donde estoy informado hasta el momento, tarde avanzada de 23 de febrero, solamente la Diputación de León, la pedanía de Luyego (que cuenta aún con pastos boyales en Tabuyo y que conozco) y los representantes de la UPL en Madrid rechazan el citado anteproyecto. Es verdad también que el Consejero se ha echado para atrás y que otras escasas voces inician un tímido retroceso ante lo que pudiera ser el desarrollo de la citada Ley de ser promulgada sin modificaciones.
Las Juntas Vecinales, sucesoras del Concejo tradicional, nacieron en la segunda mitad del siglo XIX, vieron como mermaban sus competencias, para lo aquí tratado, cuando Pascual Madoz, entonces Ministro de Hacienda, decidió llevar adelante una segunda Desamortización, orientada ahora contra los bienes comunales de los pueblos y aldeas, especialmente sus bosques que fueron calificados como inútiles e improductivos. La respuesta no se hizo esperar, los pueblos, que disponían entonces de más hectáreas de bosques que en la actualidad, decidieron una estrategia orientada a repartir los comunes afectados entre sus vecinos, que debían eliminar el bosque y convertirlo en tierra arable y ponerlos en producción, del cereal tan escaso por otra parte en aquellas fechas. Fue un modo de neutralizar a la Administración Central y evitar que interviniera en una gestión que posiblemente daría unas pingues ganancias, amén de evitar que esos comunes cayeran en pocas manos, las de quienes disponían de liquidez para acaparar lo que era tradicionalmente de todos los vecinos.
Las Leyes decimonónicas se promulgaron, para lo aquí tratado, recortando competencias a quienes las tenían desde el Liber o Fuero Juzgo, que fue la herramienta repobladora en la parte septentrional del Duero, fuera por presura o scalio, los dos modelos puestos en ejecución. Los leoneses estamos acostumbrados a que se nos expolie, que se nos quiten nuestros recursos porque nuestra identidad, según nuestros dirigentes carece de la fuerza de la que presentan otros, que históricamente han dado menos, pero exigen más. Los ayuntamientos rurales actuales deberían tener alguna reglamentación que permitiese que los pedáneos tuvieran voz y voto, porque están hechos a imagen de los urbanos, y la ciudad es la ciudad, el campo es el campo. Los problemas son distintos. Es más, las Juntas Vecinales son las llamadas a gestionar los bienes comunales en sus términos, y a canalizar las ayudas que se entienda se necesiten para que esa gestión tenga éxito. Es este un derecho histórico que tiene siglos de vigencia; es más, las democracias actuales deberían mirar bien cómo funcionaron nuestros concejos durante siglos: todas las opiniones tenían cabida; es más, no se debe promulgar nada sin conocer primero qué fue y cómo se desarrolló.
Si la futura Ley de Montes quiere tener buena acogida, lo que debe hacerse no es expoliar; es aceptar lo que hace casi un siglo manifestó Vicente Flórez de Quiñones y Tomé: “la asociación comunal de vecinos es la verdadera base de un estado libre”. Este consejo deberían tenerlo presente quienes eligen ser políticos, pues los gobernados no quieren imposiciones, quieren ser libres y asumir decisiones que repercuten en ellos y en sus descendientes. De no ser así, seguiremos leyendo por las carreteras leonesas aquello de que “nos metieron en Castilla y nos hicieron la tortilla”.

viernes, marzo 03, 2006

El 90% de la arquitectura popular leonesa más valiosa ya no existe

EMILIO GANCEDO
Diario de León 31/3/2004

Hasta finales de los años ochenta y primera mitad de los noventa sólo era posible estudiar la historia completa de la arquitectura popular española en un único rincón de la Península: en León. Como si de un libro abierto y vivo se tratara, los «eslabones perdidos» en la cadena de esta peculiar evolución —que en otros sitios se habían perdido para siempre—, persistían aquí gracias al aislamiento secular.
Precisamente en aquellos años la Diputación encargó al arquitecto madrileño José Luis García Grinda y a su equipo la redacción de un gran compendio sobre arquitectura tradicional leonesa que hoy en día (aún se vende) sigue siendo la más completa y valiosa herramienta para entender este patrimonio de cuyo valor no parece darse cuenta sino muy poca gente. En el libro se ve cómo se van concatenando, a veces en los mismos pueblos, una sucesión de avances arquitectónicos a partir de bases antiquísimas. Desde la palloza de planta ovalada y bordes redondeados (considerada de origen prerromano) y techo cónico, pasando por la casa de forca u horcón de Riaño, estrechamente emparentadas con aquéllas, y que ya adoptan las esquinas rectas, a híbridos entre casas de teito o de techo con patín exterior y tejado de paja; hasta desembocar en las casas de losa de la zona occidental, las de corredor de la montaña oriental y las casas agrarias de adobe, tapial y solana de las vegas leonesas.
Pues bien, muchos de los edificios que aparecen en aquella obra no existen ya hoy, y de los más valiosos ejemplares (los de techumbre vegetal, llamados en León de techo —Montaña—; de sobera —Tierras de Astorga— y de teito o teitu —Bierzo, Laciana, Omaña—) han desaparecido en un 90% a lo largo de poco más de una década. El propio José Luis García Grinda dice que hoy en día no quedan sino «unos pocos ejemplares o restos de los cientos que había antes». ¿Quién tiene la culpa del destrozo de un patrimonio único en el mundo del que seguramente se habría sacado un gran partido económico de estar situado en cualquier otra región?
La desidia, la ignorancia, los embalses y, sobre todo, la falta de percepción de estos elementos como parte importantísima de la identidad de una sociedad, apunta Grinda, son los causantes de que en unos cuantos años se nos hayan ido conjuntos enteros de gran valor. Pero aún queda ejemplares que salvar y que podrían reportar benefi cio económico a los pueblos en ellos situados como atracción de un turismo cultural en creciente auge. Las soluciones, según este arquitecto, pasan por la creación de planes integrales desde las instituciones mediante los que rehabilitar núcleos que sirvan de ejemplo a pueblos vecinos, así como potenciar los ofi cios tradicionales de construcción (teitadores, carpinteros, canteros) para que rehabilitar «no sea tan caro».

La protección institucional existe, pero de forma demasiado puntual
Al hablar de arquitectura tradicional en León, la imagen tópica que nos viene a la cabeza es la de las pallozas de Ancares. Tanto ellas como los hórreos están, en teoría, protegidos por la Junta, pero no hay planes integrales de conjunto que velen por su cuidado y puesta en valor. El Instituto Leonés de Cultura incluía en su pasado ejercicio ayudas puntuales a la rehabilitación de estos edifi cios. Por eso, si pequeño es el esfuerzo institucional para salvaguardar lo más típico, inexistente es el que vela por el resto. Porque también, y muy valiosa, es la arquitectura del barro de las vegas y páramos leoneses, la de piedra, tapial y losa de la hoya y montañas del Bierzo, los chozos de pastor cónicos de la Montaña Central y Oriental, la arquitectura de las brañas, los hórreos a dos aguas que son casi únicos de León, las cuadraspajar, los molinos o las ferrerías, sin entrar ya en arquitecturas cultas y religiosas como palacios, ermitas, iglesias y monasterios. El círculo vicioso que incluye la no rehabilitación por su elevado coste, y la falta de especialistas porque nadie quiere rehabilitar, tendría que ser roto en algún punto, según Grinda, por instituciones, fundaciones o asociaciones que demostraran la viabilidad económica de estos conjuntos. El ejemplo de otras regiones y países podría ser decisivo para convertir a estas arquitecturas en casas rurales, albergues jacobeos, ecomuseos o simplemente, en cómodas viviendas.

Cuatro soluciones
La Cabrera
En Forna se llevó a cabo uno de los escasísimos planes integrales ejecutados por la Diputación para salvar una arquitectura
única. En Villar del Monte está próxima la recuperación de su calle principal. La despoblación sigue estando en la base de los problemas para la puesta en valor de esta zona.
Maragatos
Una comarca en la que las iniciativas municipal y privada, aunadas, han proporcionado los mejores resultados: es una de las zonas más conocidas de León por sus casas arrieras; a lo que se une y ayuda también la siempre importante gastronomía, el folklore y las buenas comunicaciones.
Otras regiones
En Cantabria y Asturias hay pueblos en los que los municipios y el gobierno autónomo se han volcado hasta convertirlos en pequeñas maravillas donde nada desentona y que son visitados por miles de turistas cada año. Así pasa en Bárcena Mayor, Carmona, Cudillero, Taramundi...
Europa
Muy parecida a las arquitecturas de teito de León son los cottages irlandeses. Se cuidan con mimo ya que la gente los considera el símbolo del país. A muchos se les dio una salida económica en forma de bed & breakfast donde se alberga
a la gente que recorre Irlanda. En Francia también hay una red de molinos con hospedaje.

Los otros pueblos de León

ESTEBAN ÁLVAREZ FRESNO
Diario de León 27/9/2005
En las estribaciones de Sierra Morena, al sur de Extremadura, en la comarca pacense de Tentudía se encuentran una serie de hermosos pueblos con el apellido de León; estos son: Calera de León, Segura de León y fuentes de León. Y ya en tierras onubenses, muy próximos a los citados está Cañaveral de León y Arroyomolinos de León. Son pueblos que pertenecieron a León, cuando el viejo Reino estaba en su máximo esplendor. En la toponimia dejaron rastro los santiaguistas (La orden de Santiago), a quienes se encomendó esta zona como parte de la provincia de León.
Son pueblos serranos que hieren de blancura y belleza. Tentudía es una comarca de una hermosura indomable. Se le llama «la montaña mágica» porque Tentudía es leyenda, es hazaña, es milagro, es historia.
Recordando la historia, el héroe de Tentudía fue el maestre Pelay Pérez Correa, que comandó la orden de Santiago y protagonizó militarmente la conquista y fue la encargada de organizar la colonización. La orden de Santiago dividió sus territorios en unidades de administración y gestión llamadas encomiendas.
Tras la conquista militar le fue entregado a la orden de Santiago en 1248 un vasto territorio con centro en Tentudía, y en 1255 se crea la «Provincia de León de la orden de Santiago».
Son pueblos que tienen un grandísimo patrimonio artístico. Destacan el monasterio de Nuestra Señora de Tentudía, erigido en conmemoración de la batalla ganada a los árabes en la cual los cristianos santiaguistas solicitaron la intersección de la Virgen María pidiéndole «detener el día» hasta que las tropas musulmanas fueran vencidas; de ahí el nombre «de- ten-tu-día». El Conventual Santiaguista de Calera de León es hermoso, destacando el magnífico claustro. Segura de León es un bonito pueblo que fue encomienda mayor de la orden de Santiago presidido por su majestuoso castillo del siglo XIV, donde quedan bellísimas muestras de su pasado histórico.
El recordar esta época de nuestra historia es por un doble motivo. En primer lugar con el objetivo de que se puedan establecer vínculos entre la comarca extremeña de Tentudía, incluyendo los dos pueblos limítrofes de la provincia de Huelva ya mencionados, Cañaveral de León y Arroyomolinos de León, que formaron parte de la provincia de León, y la actual provincia de León. Porque la historia nos ha unido y nos lo sigue recordando el altísimo legado histórico construido durante el periodo de la orden de Santiago. Vínculo que bien podría materializarse con hermanamientos u otro tipo de iniciativas, promovidas tanto por instituciones provinciales o locales como por asociaciones o entidades de tipo cultural o cualquier otra. Nos une la vía de la plata, arteria ancestral en la comunicación de la península ibérica. Y también una situación económica y social difícil, donde la parte occidental del Estado Español parece quedar relegada en esta era de la modernidad y del desarrollo económico. Juntos podemos y debemos reivindicar el orgullo del gran reino que fuimos, el gran patrimonio histórico y artístico que tenemos, y juntos tenemos que afrontar el reto de los nuevos tiempos, sin victimismos pero denunciando la discriminación que ha sufrido y está padeciendo tanto el Reino de León como Extremadura.
Y también quiero reivindicar una cultura, una historia y una identidad propia, que viene de siglos; el Reino de León -la Región leonesa no es ninguna invención, los que inventan comunidades autónomas son otros. Al recordar nuestra historia milenaria y nuestra identidad leonesa estamos poniendo los cimientos para el reconocimiento de la autonomía de la futura Región Leonesa. Ya no estamos dispuestos a sufrir más atentados a nuestra identidad regional leonesa.
Estamos al final de una época donde se ha intentado aniquilar todo lo leonés (por arte de magia pasaba a ser castellanoleonés), pero la historia conserva la verdad, y el patrimonio cultural de Tentudía dan buena fe de ello.
Soy optimista y tengo fe (al igual que el maestre santiaguista Pelay Pérez) en que la lucha pro el reconocimiento regional de León se plasme en una comunidad autónoma diferenciada dentro del estado español.
Los gestos del partido socialista y del presidente del gobierno, el leonés José Luis Rodríguez Zapatero parecen indicar un nuevo rumbo en el asunto «leonés». Los dos únicos consejos de ministros celebrados por el actual gobierno fuera de la Moncloa fueron en León y en Mérida; que ese detalle político se convierta en una apuesta por el desarrollo del corredor occidental de la península, el de la ruta de la plata, que son de las zonas más deprimidas del país Sólo les pido valentía para que no se rompa la historia de un gran Reino, porque de la historia todos hemos de aprender.

jueves, marzo 02, 2006

Patrimonio histórico

Descubiertas en el castillo edificaciones de pobladores fechadas 500 años antes de Cristo. Diario de León 2/3/2006. MANUEL FÉLIX

El 90% de la arquitectura popular leonesa más valiosa ya no existe. Diario de León 31/3/2004. EMILIO GANCEDO

Huellas mitraicas en León. Silva Leonesa. JOSE MARÍA MERINO.

De la tebaida leonesa: Montes y Peñalba. Tierras de León, nº 2, 1961, pp. 25-44. JOSÉ MARÍA LUENGO Y MARTÍNEZ.

Carracedo. Tierras de León, nº 2, 1962, pp. 11-23. AUGUSTO QUINTANA PRIETO.

Descubiertas en el castillo edificaciones de pobladores fechadas 500 años antes de Cristo

El Ayuntamiento promoverá un campo arqueológico con base científica cuando se acaben las obras de rehabilitación
El hallazgo insólito se produce después de sacar a la luz la capa del siglo XIV, la de los templarios

Manuel Félix PONFERRADA

Las obras de recuperación del castillo de Ponferrada y las excavaciones realizadas en la media hectárea de su explanada interior han sacado a la luz restos de edificaciones de hace 2.500 años. Se trata de lo que se cree fue el primer asentamiento de la ciudad. Son una serie de construcciones castreñas, con un estilo muy similar a las ancestrales pallozas de planta circular. Los arqueólogos fechan sus orígenes, sin lugar a dudas, antes de la presencia romana, unos 500 años antes del nacimiento de Cristo.

Ayer, el alcalde Carlos López Riesco y el arquitecto director de las obras y a la vez encargado de los trabajos arqueológicos, Fernando Cobos, junto con directivos de la constructora Trycsa, enseñaron a los periodistas la marcha de los trabajos de recuperación. Fernando Cobos explicó que el plan director de restauración diseñó ya en 1994 un proceso de excavaciones muy rigurosas, y que ahora comienzan a dar sus frutos. Así, siempre han sacado a la luz los vestigios por capas. Primero se desveló la capa de ocupación del siglo XIX, en la que se desecharon restos por su baja valía. Después se trabajó en profundidad hasta encontrar la base del castillo actual, fechada en el siglo XVI, que es el nivel que sirve para entrar a todas las puertas interiores de la fortaleza.

Pero por debajo de todo eso, se encuentra el nivel de las construcciones del siglo XIV, el de los templarios. Y ahora es cuando se ha localizado la capa o nivel de asentamiento de la época prehistórica, el hallazgo insólito desvelado en la pasada jornada.

«Teníamos intuición de lo que nos íbamos a encontrar; lo que no se podía prever es qué importancia iban a tener las estructuras que aparecieron; nos ha sorprendido la riqueza de la estructura prehistórica», reseñó Fernando Cobos.

El alcalde López Riesco adelantaba que este hallazgo reafirma al Ayuntamiento en la necesidad de seguir profundizando en la recuperación de los vestigios más importantes de la ciudad. En este sentido, anunció que se pondrá en marcha un «campamento arqueológico» para desenterrar los más de 5.500 metros cuadrados que ocupa lo que se conoce como « patio del castillo». El trabajo se acometerá con asistencia científica cuando finalicen las obras de restauración.

Revisión histórica del origen de la ciudad
Ponferrada no tuvo, como hasta ahora se pensaba, sus primeros asentamientos ligados al Camino de Santiago y su puente

Los conceptos históricos sobre los orígenes de Ponferrada habrá que revisarlos. La concepción actual de que los primeros asentamientos humanos en esta ciudad estuvieron intrínsecamente ligados al Camino de Santiago y a su puente de hierro (pons ferrata) deberá modificarse. El motivo no es otro que los hallazgos arqueológicos encontrados en el castillo. Los primeros ponferradinos tienen al menos unos 2.500 años.
Esta fecha, -antes de la ocupación romana, con 500 años antes de Cristo-, se fundamenta en las piedras y restos de construcciones encontrados ahora al excavar el castillo. El alcalde, Carlos López Riesco, era rotundo ayer al decir que los cimientos históricos en los que se ha venido apoyando el pasado de Ponferrada deberán ser revisados en su interpretación.
Esa especie de pallozas encontradas en lo que en Ponferrada se conoce como el patio central del castillo, son todas de la época medieval prerromana. Entre los restos del hallazgo no hay nada de la época romana. «Es todo medieval», certificaba Fernando Cobos, una de las personas con mayores conocimientos de la fortaleza, y que es la encargada de dirigir todos los trabajos de recuperación. En la visita ayer al castillo también quedaba patente la imperiosa necesidad de tributar un reconocimiento histórico al Conde de Lemos, a Pedro Álvarez de Osorio (Siglo XV). El alcalde decía que era curioso que esta persona ilustrada y pudiente, con una notable influencia en lo que es Ponferrada, no tiene ni una calle con su nombre. Tal vez, esta situación se produjo por la influencia que tuvo la obra de Gil y Carrasco, al ser el «malo» de El Señor de Bembibre.

miércoles, marzo 01, 2006

Ayer y el hoy

Durante la segunda mitad del siglo, la provincia ha tenido grandes cambios. La primera parte es la cara de una moneda, y la segunda, la otra, aunque cabe que sea de moneda diferente. Tales han sido las transformaciones.
Sobre el ayer, Florentino Agustín Diez elaboraba un texto "racial" cuando se refería a los hombres de León, sus aldeas y sus comarcas: "en las comarcas, con el hombre -siempre el hombre-, su genio peculiar: el enjuto y plantado montañés, buena la color, destocado el palmo y un cierto aire socarrón en la comisura de los labios, viéndolas venir; el paramés curado, a las veces retorcido y duro como un sarmiento, enseñoreando la estepa, venciéndola y esponjándola con frutos de bendición y trabajo; el maragato, bragado en inquieto, andariego y virtuoso, fundador de colonias, testigo de paz y fiador por todos los caminos de España y otros del ancho mundo; el berciano huidizo, que aún trasciende rasgos étnicos de aquellos remotos antepasados suyos que tan grande aprieto pusieron a las Águilas de Legión de la poderosa Roma; el agricultor del Órbigo, cuyas prácticas admira el técnico y que llamándose "bañezo" dice cómo se han de regar campos inhóspitos de las márgenes durienses, hoy vegas fecundas por el "bañezo" colonizadas; el campesino tenaz, en fin, de las historiadas tierras de Coyanza o de Valderas, de los Oteros del Rey o los Campos...". Estos hombres que nos define don Florentino, eran los que creían que "en Dios te hará pensar el campo, y la ciudad, en el diablo". Ahora, ya no es cuestión de Dios ni del diablo, de que hayan cambiado o no; ahora es, que el campo y la ciudad se viven y comprenden de forma diferente.
Comienza ese cambio por el mismo aspecto de nuestros lugares, aldeas, pueblos y villas. Aquellas calles tapizadas en invierno por el barro y en verano por el polvo, se han convertido en una superficie lisa de cemento o alquitrán, bajo cuyo pavimento se esconden los nuevos servicios de saneamiento que nunca tuvieron. Las calles, que han tomado un aire urbano, en muchos pueblos sólo están transitadas por una población envejecida. Los individuos en edad laboral se han convertido en emigrantes de su pueblo.
La vieja arquitectura que las jalona, constitutivo natural de su paisaje, se ha caído, remozado o sustituido por edificios de nueva planta que la mayoría de las veces nada tiene que ver con las tipologías de la zona. Se vive mejor y en sus interiores se ha incorporado una habitabilidad jamás supuesta por las gentes que vivieron en los años 40. En sus acogedoras estancias, el individuo se reconcentra más en su propia vida y en sus particulares e individualistas diversiones, a lo que contribuye la televisión. La vieja convivencia de la comunidad, continua e imitativa, se ha perdido, entre otras cosas, porque para divertirse antes se necesitaba de los demás, en lo que aparentemente podía parecer desde nuestra óptica actual, una vida monótona. La dependencia ha dado paso a la autosuficiencia, y la individualidad campea como defecto que es de nuestro tiempo. Los estados de conciencia común no se reducen a áreas concretas, sino que se toman desde un punto de vista global, en el que los intereses sobrepasan los límites del pueblo. Las supeditaciones son más generales y los intereses más particulares.
Rasgos como el aprecio a los objetos, el vínculo y relación con los animales que eran sustento y recurso laboral, más otros tantos componentes de aquel vivir, como la regulación de lo cotidiano y de lo excepcional mediante toques de campana, el habla leonesa, el respeto y pleitesías que se rendían al cura, al médico, al maestro, al boticario..., han perdido vigencia para convenirse en recuerdo de casi los 75 primeros años del siglo XX.
El tiempo reñía otro valor, de modo que lo excepcional y las fechas de las fiestas religiosas y civiles, servían en la vida de los pueblos, de referencia temporal, ajena a calendarios. Los hechos y el ciclo agrario eran la forma de mensurar el transcurrir cotidiano. Hoy, el tiempo tiene otra medida y otra valoración que afecta a todos los órdenes de la existencia. Es por ello que, en relación con los rendimientos, muchos oficios y artesanías por ser ya innecesarios o demasiado costosos, han desaparecido. Otros han derivado hacia una producción selectiva que eleva el costo del producto artesanal. La vieja artesanía, por tanto, se ha convertido en las nuevas artesanías cuyo desarrollo se preocupa más de la estética que de la aplicación, que era lo que en el pasado primaba.
Para comprender la necesidad de una eficacia rentable, sólo hay que analizar el futuro del entorno agrario, dirigido hacia un latifundismo que hasta ahora se viene paliando con arrendamientos. La agricultura es asunto de potente maquinaria y de cultivos extensivos y especializados. La tecnología tradicional es una cuestión para etnógrafos, por sus obsoletos rudimentos mecánicos. Ya la política agraria que se desarrolló en el franquismo, con sucesivas concentraciones parcelarias y establecimientos de nuevos riegos, como el caso del Páramo, resultaba ser el prólogo, aunque prolongado y nunca sospechado por aquel régimen, de la realidad que se ha comenzado a vivir en los últimos años del milenio.
Con la integración en la Comunidad Económica Europea, España ha remontado en muy poco tiempo, todo el atraso que había estado acumulando durante 75 años. Por tanto, en lo que nos toca en materia de política agraria y ganadera, está sometida a unas directrices que marca la política comunitaria, es decir, la coincidencia de intereses internacionales, en los que priman los de los países con mayor peso económico. En consecuencia, las labores del campo ya no son una obligación para subsistir. Ahora se contemplan bajo el prisma del utilitarismo y de la eficacia, con unos resultados que han de ser económicamente rentables para competir en el mercado internacional. La máquina sustituye a las personas y a la labor colectiva, vital en el pasado.
En razón de ello, sobran efectivos en el medio rural, que se refugian en los centros industriales o de servicios. El equilibrio es otro y los modos de vida, también otros. Acaso, uno de los aspeaos que han pervivido, son las formas de gobierno, es decir, la Diputación (la de León empezó a funcionar en 1813), los Ayuntamientos, aunque la manera de elegir a los representantes es distinta, es decir, se hace por votación secreta, que viene a ser una copia del sentido democrático de las juntas vecinales que aún persisten, a pesar de que haya intenciones de abolirlas por supuestos intereses superiores, surgido en gran medida por la integración en la autonomía castellana. Otro factor, este, a tener en cuenta dentro de la evolución social, política, económica y cultural de la provincia.
La familia nuclear del pasado no es el motor de la sociedad. Ahora son los individuos. Individuos, por cierto, que no tienen la sumisión de sus antepasados, ni constituyen la base social conservadora que tradicionalmente ha caracterizado al campesino. Se ha reducido el número de hijos y su dispersión un efecto concatenado. Con las primeras emigraciones a los centros industrializados, se iniciaron los cambios en el ámbito rural. A partir de los años 60, la juventud que aún vivía en el campo comenzó a trasladarse a la ciudad a trabajar o a estudiar. Los que estudiaron, irían incorporándose a la Universidad. Esto significó que una gran parte de la población no continuaba con el oficio de los padres ni tampoco iba a residir en el medio rural. Este hecho supuso la definitiva ruptura, que procede del poder adquisitivo que comenzaron a tener las familias en la década de los 60, tanto las que emigraron como las que vivían de la agricultura y ganadería. De la subsistencia se pasó a tener excedentes. Si en la primera mitad del siglo apenas se disponía de dinero, en la que aún permanecía el trueque o el pago en especies, los "planes de desarrollo" y la industrialización del franquismo ayudaron a esta nueva circunstancia, aunque continuase la unión del privilegio con la riqueza-La sociedad y los modelos de vida han cambiado. Las referencias para afrontar los retos de la existencia, ya no son las personas mayores: son las propias circunstancias personales y laborales. Consecuentemente, la sociedad campesina ha tenido que incorporarse a una dinámica impuesta por las nuevas necesidades del llamado progreso. La estructura tradicional se ha roto y aquellas viejas costumbres sólo son posibles cuando no interrumpen la continuidad del sistema, es decir, cuando son "altos en el camino". Y en estos recesos sólo tiene cabida las fiestas, civiles o religiosas, que por fortuna, en nuestro ámbito, conservan buena parte de las formas. Esta es sin duda la riqueza de la cultura tradicional leonesa, que a pesar de todo, está más arraigada de lo que parece. Habrá que esperar 25 años del nuevo milenio, para ver como se conserva y hacia donde evoluciona. Lo que sí es cierto, es que en muchos aspectos quedará el substrato. De hecho se utilizará, como ocurre, por ejemplo, con la cocina tradicional, reproducible pero en algunos casos, hoy poco digerible. Es por ello que sus fundamentos y uso de productos naturales -ecológicos, se diría-, están sirviendo para ofrecer el plato tradicional asequible a nuestras condiciones estomacales y a crear una nueva "cocina de la tierra" para exquisitos y no exquisitos del paladar.
Esa misma evolución, que no es subversión, es compartida en aspeaos tan sensibles como la religiosidad. Actualmente, asistimos a una sociedad más laica en cuya realidad y comportamientos religiosos, la mujer ha jugado un importante papel con la asunción de un nuevo protagonismo. La veneración de la primera mitad del siglo, se ha ido transformando con la conquista de las libertades que ha traído la nueva situación política. Quizá, ahora, los comportamientos religiosos sean más auténticos, aunque no falta el efecto únicamente aparente de la fuerza de la costumbre. No obstante, ha habido una relajación y abandono de la vivencia diaria que arriba comentamos, si bien, la no asistencia a los actos religiosos no supone causa de censura. Otra cuestión son aquellos que están integrados en las fiestas, especialmente las patronales, pues forman parte del todo. Asimismo, se ha vivido en los años finales del siglo, una recuperación de las costumbres festivas de contenido religioso, promocionadas en buena medida por los que dejaron el pueblo para acudir por razones laborales a los centros urbanos. Sin embargo, son situaciones puntuales, ya que la pervivencia del contexto y mentalidad de los setenta y cinco primeros años, no ha tenido continuidad, aunque tampoco debemos olvidar como surgen otras formas y otras manifestaciones. Las fiestas de las mancomunidades, las fiestas comarcales, los concursos de arada y destreza en el manejo de la maquinaria agrícola, son las nuevas celebraciones, los nuevos encuentros y maneras que, alcanzado la mitad del siglo XX, se contemplarán como viejas costumbres, como una tradición del pasado.
Para concluir este capítulo, algunas veces, la pérdida de este vivir se ha interpretado con cierto lamento. Pero no debe ser así. Hay aspectos que debieran mantenerse porque representan valores que responden a unos principios que creemos saludables, implícitos a la creencia, a la idiosincrasia, a la identidad e interesantes desde el punto de vista cultural. Pero la vida es tránsito, y lo que antes representó un comportamiento o todo un sentido de la misma, después pierde vigencia, incorporándose al hecho existencial otros códigos, otros modos, otros mecanismos que conforman una nueva época del devenir social y de la historia.
La España o el León de "la pana, la faja y la boina", es ya un recuerdo que no ha de ser contemplado con escarnio, lamento o nostalgia. En estos tiempos del siglo XXI, el evocador romance de Florentino Agustín Díez, publicado en su libro La aldea que muere, es la visión de una realidad -a lo mejor válida para el momento que se escribió- que hoy corresponde a un pasado visto con cierta tristeza y poca cabida en la mentalidad actual; "Por los montes de León/ va el cancionero llorando./ No crecen ya los centenos/ entre amapolas y cardos./ Parva sementera, pobre,/ miseria fiel de estos campos/ haciendo aún de la aldea/ fontana clara y regalo/ de una humanidad excelsa:/ hombres puros y esforzados,/ vida dura, mucha vida/ para ir la vida sembrando". Contemplemos este pasado como una secuencia en la que tuvo que existir, como existen ahora otras formas de vivir
y de cultura. A la vez, la cultura de nuestros inmediatos antecesores, que también es la nuestra, analicémosla para conocer su verdad, la verdad de León, que acaso está por conocer para los leoneses, en circunstancia parecida a lo que Unamuno dijo respecto de España y de los españoles.
Quizá habrá que reconocer que la ciudad se ha contemplado excesivamente a sí misma, obviando muchas veces a la provincia, cuando, además, existe una coincidencia en el nombre, poco favorable, que ha llevado a "difuminados", alusiones o expresiones de referencia confusas. Se ha hurgueteado más que analizado las realidades de nuestra tierra, cuando su particularidad se articula en la diversidad y su heterogéneo sentir se entona en la riqueza de lo singular. Quizá, así, el León que deseamos, ya finalizado el segundo milenio, sea el que tome conciencia de sí mismo y de su futuro, que falta le hace.

Festejos, música, baile y vestidos


Entre tanto trabajo, obligaciones y rezos, la gente se divertía. Pero, ¿cómo se divertía?.
Las diversiones se hacían en común. Prácticamente no había divertimento individual, sino en grupo, pues ése era un "V importante pilar de la cohesión social al que las gentes se acostumbraban desde la infancia. Una cuestión que hoy se ha perdido desde el momento que surgen nuevas alternativas de divertimento, favorecidas por la disposición de medios particulares de transporte. Estos desplazamientos que anteriormente eran cercanos y muy definidos, ahora son lejanos e t indeterminados, haciéndose un amplio recorrido por los distintos lugares de diversión. El ambiente, la novedad, el ponerse de moda uno de estos locales de diversión, inclinan la decisión y los hábitos en los que la ampliación de las relaciones sociales y la bebida juegan un importante papel.
Gran parte de las fiestas estuvieron y están relacionadas con el santoral y con el calendario litúrgico. Ellos son el motivo ' de la celebración y la causa de que los lugares se conviertan en emblemáticos y las formas de celebración respondan a un ritual que en algún momento deja aflorar contenidas paganos cristianizados.
Normalmente se han clasificado las fiestas según el ciclo del año. En buena parte, porque se intercalan festejos de carácter civil, pero en el fondo de la cuestión, lo que prima en la antropología de la festividad, es el sentido religioso, si exceptuamos el antruejo, la quema del Judas, los mayos y las mayas, el ramo de las mozas, la fiesta de la arada de Rabanal del Camino, Lucillo y Andiñuela, las Contaderas, las Cabezadas, las fiestas de nuevo cuño (del Pastor en Barrios de Luna, del Vino en Valdevimbre y del Ajo en Santa Marina del Rey y Veguellina) y las recuperadas, como la fiesta del Pastor de Joarüla de las Matas. El resto tiene una justificación religiosa denotada en novenarios, procesiones, ofrendas o votos.
Las fiestas, por tanto, se deben a la celebración de la festividad de un santo, al patrono del pueblo, a las romerías y a las consustanciales a la liturgia como la Natividad del Señor con sus Pastoradas y Auto de Reyes, y el Corpus Christi, cuyo desarrollo religioso se complementa con la celebración lúdica a base de subastas del ramo, comensalismo comunitario, bailes, práctica de juegos, deportes autóctonos, y lucimiento de indumentaria y joyería tradicional. Otra cuestión es la Semana Santa, sus Vía Crucis (Jiménez de Jamuz, Almanza, Olleros de Sabero) y representaciones de la Pasión, que a partir de los años 80 han recobrado un gran auge, al socaire del fomento que ha tenido en los centros urbanos y la comprensión de que es un motivo cultural con efectos turísticos. Algo parecido pasa con romerías y fiestas que tradicionalmente han gozado de nombradla, aireadas en folletos que se han realizado con motivo del turismo rural. Esa nueva dimensión del aprovechamiento de las buenas condiciones culturales y turísticas, ha creado un clima favorecedor a medio camino entre esta circunstancia y la continuidad de las tradiciones, más que de los hábitos. En ello creemos que radica la nueva situación. Así, por ejemplo, no hay incompatibilidad para celebrar festividades como La Cañamona, en Matanza de los Oteros, que supone un acto concreto durante la cual el mayordomo de la cofradía reparte vino y avellanas; o la fiesta de Las Águedas, organizada por cofradías de mujeres de la zona de La Baneza, Valduerna, Valdería y Jamuz. Tampoco existe en los carnavales, donde hay una participación heterogénea, si bien, a las pautas del pasado sólo se hacen acreedores la juventud de Llamas de la Ribera, Velilla de la Reina, Carrizo, Riello o Alija del Infamado, por citar los más nombrados. Hay en ellos una adaptación mis que una reproducción exacta. Ya no son los antruejos, guirriadas o altranadas que empezaban con el Domingo ñaco en el que los niños hadan una pequeña representación. Con el Sábado fisolero y el Domingo Gordo se iniciaba el carnaval para los mayores. La diversión se basa más en el disfraz que transmuta la apariencia a partir de personajes actuales o reproducción más o menos graciosa de objetos o situaciones. Los fumaques, entiznados, cucarrajos (Carbajal de Rueda), el uso de las avisparras por los zamarracos y güimos, que formaban parce del conjunto de esos antiguos personajes característicos del festejo, y a los que hay que añadir el toro y el torero, la tarasca, la gomia o los paparrajos, son ahora, en cierto sentido, componentes de un espectáculo. S( hay problemas, por d contrario, cuando la celebración depende mayoritariamente de gente joven. Es el caso de las huevadas de la noche del Sábado Santo, la tarde del Domingo o el Lunes de Pascua, en la comarca de Rueda; del canto de las marzas; de la colocación del mayo; del canto de los ramos..., realizados, a veces, en ocasiones puntuales. Desde luego, ahora solo se oye el ijujú en los componentes de grupos folklóricos que han asumido la conservación de bailes e indumentaria. Lo que antes se atesoraba por la mocedad del pueblo, ahora lo hace gente de mediana edad y urbana que todavía pudo asistir a una parte de esa vida de los pueblos. No en vano, gran parte de la ciudadanía leonesa procede del medio rural, con el que mantiene estrechos vínculos. Y es a partir de estos grupos de folklore, donde se puede contemplar en sus actuaciones, los viejos bailes que surgían de una manera espontánea y con la idea de que eran parte de la fiesta y no de la exhibición. Estos se organizaban en corros, de cuatro en cuatro, por parejas, un hombre con varias mujeres o viceversa, mantenidos por un ritmo que marcaba las panderetas grandes o pequeñas, los panderos redondos o cuadrados, las castañuelas, los castañolones, los pitos o las tejoletas. Pero también la chifla o la dulzaina con o sin llave, acompañadas del tamboril, la gaita cabreiresa, el acordeón diatónico o la concertina. Se bailaban a su son, la jota, los titos, el corrido, la dulzaina, los bailes de juego concurso (bailes de botella o jarra), las carrasquillas, las cirigocias, el baile de la escoba, la muñeira o moliñeira, los agarraos, el chano, el baile de bodas y la cantárida de Sahagún. Dentro de las danzas, los paloteos iniciados con una bailina (Rabanal del Camino, Corporales, Val de San Lorenzo), las danzas de pastores o de las cachas (Joarilla de las Matas), las danzas serranas y las procesionales como las San Esteban de Nogales o Fornela, animaban y enriquecían el repertorio.
La vistosidad de estos bailes se acompañaba de una indumentaria que fue evolucionando a partir, más o menos, de los años 30. Hasta entonces, la vestimenta hecha de lino y lana, y todas sus variantes en tejidos (lienzos, pardos, estameñas, paños caseros y de Astudillo...), resultaban parte de un complejo aderezo, sobre todo en el vestir femenino, que cobra hoy un valor coleccionable. Aunque los componentes se repiten en todas la comarcas, las variantes se encuentran sobre todo en los colores, en las formas y en los motivos ornamentales. La riqueza de los mismos era notoria en zonas más ricas, coincidentes con las agrícolas o mercantiles, tal como sucede en la ribera del Órbigo y en Maragatería. Esa elocuencia se manifestaba también en la joyería, compuesta de colaradas y collaradas a las que incorporaban medallas de la Virgen del Camino, de Castrotierra, de Carrasconte, de la Encina, del Rosario, de Santiago, y amuletos tan curiosos como las castañas de Indias, piedras serpentinas, cantos rodados con abalorio de jaspe, jaspes pulidos, cuarzos con forma de corazón o cuadrangulares, venturinas, ágatas o piedras de leche, figas y cruces de Caravaca. En la ropa de los niños era frecuente colgar higas de azabache, chupadores de cristal, conchas marinas, caracoles, cascabeles, campanillas, lunas en cuarto creciente, Evangelios y Reglas de San Benito, para protegerles de enfermedades y del mal de ojo. De todo este ajuar sólo quedan los trajes de gala y de tiesta y, por su valor, piezas de joyería, aunque ha habido que lamentar pérdidas en un caso y en otro.

Religiosidad y otras creencias

En el ámbito popular, la Iglesia tuvo como estrategia, la conversión del pueblo en sujeto de sus símbolos. Esta opinión de Luis Maldonado (Religiosidad popular. Madrid, 1975) comportaba un estado de conciencia en la mentalidad de las gentes, que hacían suya una obligada ejemplaridad, al menos aparente, como seres "elegidos" -el pueblo de Dios- en la escena de la religión. Pero una cuestión era el sentimiento religioso, otra la creencia, y, una tercera, la práctica. Cierto que ambas coincidían más en las mujeres que en los hombres. Cierto que habla más sentimiento que creencia razonada, y más práctica por la fuerza de la costumbre que por una férrea convicción. Pero es que además, esa forma "trentina" de religión se hacía compatible con un mundo imaginario respecto a la propia simbología que comportaban el rito, las imágenes y los significados, El mensaje subliminal de la Contrarreforma hizo del dogma un oropel que ha prevalecido en la misma escenografía de las iglesias. Por tanto, aquella magnificencia impresionaba y convencía porque tanta elocuencia hada imposible lo demás. Al mismo tiempo, y sobre todo en los primeros años del siglo XX, aún anidaba en el fuero interno de la mentalidad popular, ciertas creencias de contenido supersticioso.
El sacerdote, como representante de la Iglesia, era una autoridad moral en la vida del pueblo. Y como vehículo de la teología, conminaba, aconsejaba, catequizaba la vida de las gentes. La forma más aconsejable parecía ser el respeto por la tradición siempre y cuando ésta no se saliese del orden establecido. Así, gran parte de las tradiciones que se han conservado en el siglo XX, están vinculadas a festividades o costumbres religiosas, porque en ellas se fundamentaron. Sirven de ejemplo las cofradías que surgieron en los siglos XVI y XVII, a saber, penitenciales, hospitalarias, procesionales, de Ánimas y religiosas(de la Virgen, del Rosario, de la Vera Cruz, de las Hijas de María, del Perpetuo Socorro, de San Roque, de San Blas, de San Antonio, de Santiago, de San Isidro Labrador...), con predominio de las últimas, que se han mantenido hasta la actualidad. Es más, esa herencia trascendió en cofradías de carácter civil, que acogían a regantes, ganaderos y agricultores, en claro trasunto de las de los artesanos. La mayoría, por otro lado, solía tener propiedades, capillas o ermitas con imágenes y pendonetas, así como su particular día de fiesta.
Las devociones, en principio, tenían más de acto íntimo que de contagio colectivo. En ellas se concitaban aspectos de tradición familiar, de ofrecimientos personales, de invocaciones, la mayoría destinados a la Virgen. Seguramente, en esta actitud voluntaria había más contenido y creencia religiosa que en los impositivos mandamientos de la Santa Madre Iglesia Católica. La labor catequística desde la primera infancia, la asociación de ciertos sucesos de la vida a los sentimientos -como en el caso de la muerte-, el cumplimiento obligado de los sacramentos y de los mandamientos de la Ley de Dios, el afectado sentido del bien y del mal, el pulular de una conciencia en torno al pecado y al "estado de gracia", saturaban el ambiente de religión, de beaterío y de un sentido de culpabilidad sólo vencible por el acatamiento.
Tal situación creaba revulsivos y válvulas de escape. La primera escapatoria quizá provenga de la propia condición psicológica del orbe rural, pues lo abstracto del dogma católico, venía bien al esquema mental, puesto que no exigía plantearse cuestión alguna. Por ello, la práctica religiosa era muchas veces más aparente que real; por ello, las gentes se tomaban sus licencias no desarrollando la verdadera religiosidad y no aceptando en el fondo y a pies juntillas, la doctrina de la Iglesia.
No puede decirse que hubiese un anticlericalismo recalcitrante, sino, quizá, resabios. Resabios por una historia de la Iglesia llena de acontecimientos no siempre positivos; resabios por el poder económico de la Iglesia en todas sus manifestaciones impositivas (diezmos, primicias, aniversarios, bulas -mediante la Bula de la Santa Cruzada se estaba exento, previo pago, de guardar vigilia de comer carne durante la Cuaresma-); resabios por la opulencia y las propiedades de catedrales, parroquias, monasterios, abadías, capillas, ermitas, obispados; resabios porque era un siempre pedir para la reconfortación espiritual -hasta los responsos había que pagarlos-; resabios por el estado confesional con que se definió la dictadura del general Franco. Así todo, había "vocaciones" y se rezaba. Se hacia por la mañana al levantarse y en la hora del Ángelus -recordado con toques de campana-; se rezaba antes de comer y, antes o después de la cena, el rosario. Las gentes se santiguaban al acostarse, al salir de casa, al pasar por delante de la iglesia, al emprender un viaje, al asustarse, al enfrentarse a una situación comprometida, al escuchar una palabra malsonante o injuriosa, al ver pasar un entierro o un "paso" de Semana Santa, y al entrar y al salir de la iglesia. Se hacía la señal de la cruz sobre el pan cuando se iniciaba la hornada, sobre la carne de la matanza antes de embutirla, sobre el agua de las fuentes cuando se sospechaba que no fuese potable. Se bendecían las casas una vez terminadas, costumbre que era repetida con agua bendita una vez al año; se bendecían los campos; se bendecía el pan de caridad que, por turno, se repartía todos los domingos entre los asistentes a misa, después de besar el portapaz; se bendecía cualquier acto sacramental, es decir, se bendecía todo. Y todo parecía un trabajar y rezar a semejanza de un monje cisterciense. Hasta en los saludos había un recordatorio para la religión: "Buenas nos dé Dios", "con Dios", "a la paz de Dios". Y no digamos expresiones: "Dios nos libre", "Santo Cielo", "por la gracia de Dios", "para servir a Dios y a usted"...Unos hábitos que se hicieron costumbre y argumento del buen comportamiento "consagrado" tantas veces con gestos diarios de convivencia, tal como salir a rezar el Rosario de la Aurora, al Santísimo, a la Novena; tal como pasar de casa en casa la capillita de la Sagrada Familia, colocar el ramo del Domingo de Ramos en las ventanas, encender la vela bendecida cuando había tormenta, intercambiar estampas de santos, colocar grabados, dibujos, pinturas... de la Sagrada Cena, del Sagrado Corazón, de la Virgen Inmaculada o de San Antonio, por las paredes de las casas. Había, para acortar espacio, un sinfín de incidencias, apariencias y representaciones que tenían más de creencia que de vivencia auténtica de la fe o de lo trascendental de la religión católica.

La alimentación

El pan siempre ha merecido una consideración especial por sus significados: el pobre pide pan como síntesis de alimento; el hambriento puede llenar los vacíos de su hambre con pan; el trabajador se nutre entre horas con el compango; el pastor hace de sus últimos rebojos del morral, el pan de pajarines que daba a los niños del pueblo cuando regresaba, a la caída de la tarde, con el ganado; en fin, el pan, tanto de trigo candeal, centeno o borona, fue el rey de la alimentación de nuestros pueblos, cuya elaboración hecha en el horno de la casa o en el horno comunal, suponía al mismo tiempo, el que se hiciesen tortas y alguna empanada. Una labor que correspondía a la mujer, como todo aquello relacionado con los alimentos.
Las horas de comer del campesino se repartieron en seis momentos: la parva, al levantarse; el desayuno con calostros, faragullas de pan, rabón, papas o algún plato más contundente en el que no solían faltar las patatas; las diez, que se tomaban en el campo a base de sopas de ajo y torreznos; el almuerzo, a la una de la tarde, era el momento del cocido; las cinco o merienda, hecha con pan, cebolla, escabeche o chacina; y la cena, a partir de las nueve de la noche, se componía de sopas de ajo, huevos fritos, patatas viudas... Las comidas intermedias se reforzaban en épocas de mayor esfuerzo.
No aparece el dispendio en la cocina leonesa, sino todo lo contrario. El tipo de cultivos y el régimen de autoabastecimiento no daba más de que lo que la tierra podía entregar, aunque las variantes estaban determinadas por las zonas. Sí tenían en común la reiteración y el uso de la sal, el ajo, la cebolla, el laurel, el perejil, el orégano, el pimentón y el sebo como habituales condimentos. Estos agradeces arreglaban legumbres (garbanzos, arvejos, titos, alubias y lentejas), productos de huerta, carnes de cerdo, carnes de animales de corral (pollo, pichones, conejos), caza y pescados de río (trucha, barbos, anguilas, tencas, bogas, escayos) y de mar (bacalao, sardinas en salmuera, escabeche).
De todo los productos, puede decirse que la carne de matanza con sus embutidos ahumados, los garbanzos, las berzas, el repollo, las sopas de ajo y las patatas viudas bien "epimentonadas", eran los piaros cotidianos, acompañados de vino. El cocido, la olla berciana y la olla podrida, asomaban todos los días a la mesa, de la misma manera que la patata era alimento básico tal como las castañas lo fueron en gran medida, de la rutina culinaria del noroeste, tomadas con leche, asadas o cocidas. Pero también, cecinas de chivo y de vaca, botillos, androyas, morcillas, chorizos, costillas de cerdo, pizpiernos, jamones, lomos y tocino, colgaban de las cocinas de humo como la gran reserva del año.
La carne de cordero, cabrito o ternera, era regalo para los días de fiesta, como el fideo para la sopa o la misma carne de pollo. La chanfaina, la caldereta, el frite, las migas de pastor y las migas canas, fueron añadidos al recetario general, que compartía similitud con el extremeño, por aquello del trasiego ganadero.
También eran excepcionales los dulces en sus variantes de pastas, rosquillas y mazapanes, teniendo en cuenta que había comisqueos edulcorados como la derrita, las filloas, los miajos, los chicharrones, las torrijas, los frisuelos..., o el mismísimo fervudo, hecho con vino caliente, azúcar y un poco de manteca de cerdo.
Relativamente variados son los platos de la cocina leonesa, cuya lista es imposible de significar aquí. Muchos están hechos con abundante pimentón, lo que les da un aspecto de comida fuerte, que en realidad lo es, pero no tan picante como indica su apariencia, aunque esto es una cuestión de gustos.
Como ya he dicho en alguna otra ocasión, en este régimen dietético "existía un teórico equilibrio entre alimentos de origen animal y vegetal, pero es evidente una sobreabundancia de grasas e hidratos de carbono que producían un gran número de calorías, sólo resistibles por el tipo de vida y el esfuerzo físico que se realizaba. Sin carecer de proteínas aunque no Riesen de excesiva calidad, la dieta denotaba carencias vitamínicas, pues no era frecuente la fruta. Además se tomaba poca leche y muy poco pescado fresco, ausencia que se mitigaba con truchas escabechadas, sardinas en salmuera, chicharro de uno y bacalao" (Cocina y tradición en las comarcas leonesas. León, 1995).
Con todo, su peculiar sentido primario se hace comprensible ante la rudeza de las circunstancias, de modo que cuando se decía que con "ajo puro y vino duro, pasan el puerto seguro", se estaba en cierta manera, retratando una condición: la de la parquedad.
Para lo que se comía, los esfuerzos que se realizaban y las condiciones de vida, hubo una admirable fortaleza para trabajar y resistir los envites de la enfermedad. Los padecimientos más corrientes eran de tipo infeccioso (el indefinido andancio, las llamadas fiebres tercianas y cuartanas, las pulmonías...), además de sufrir raquitismo, artrosis, reuma, problemas de columna, cólicos miserere, erisipela, ictericia, conjuntivitis..., que seguro es un leve muestrario para lo que pueda dar este aspecto de la realidad sanitaria e higiénica de nuestro pasado. Las curaciones, a falta de médico, se intentaban conseguir repitiendo los remedios tradicionales para el caso, a veces recurriendo a una medicina natural poco fundamentada o a soluciones arbitrarias en las que había más componentes religiosos y supersticiosos que racionales. Se sostenían por la creencia y se materializaban en rezos, amuletos, uso de determinados objetos (llaves, monedas de plata, medallas) o práctica de gestos a los que se atribuían cualidades sanatorias. Arresponsadoras, curanderos, ensalmadores, hicieron las veces del médico hasta ser desplazados por la medicina oficial, a medida que avanzaba el siglo. La creación del sistema de la Seguridad Social en tiempos del régimen franquista, y las enseñanzas de las Cátedras Ambulantes de la Sección Femenina, contribuyeron a la desaparición paulatina de esas prácticas y al inicio de una higiene que en tiempos anteriores había sido menguada. Época en la que sólo el cauce de ríos y arroyos actuaba durante el verano como bañera natural. La palangana resultó ser la pieza clave de esa higiene, como en cierta manera fueron después aquéllas cocinas económicas que tenían incorporadas una caldera donde se conservaba agua caliente. Con palangana, agua tibia y jabón, todo era empezar.